En los Relatos de los confines, Liliana Bodoc regresa al mundo creado en
su saga sobre la base de las culturas originarias de América Latina
Lo notable es que Bodoc, más allá de la coherencia interna y la consistencia de su trama, jamás renuncia al lenguaje poético.foto.fuente:pagina12.com.ar |
Una manera de entrar por los costados de un complejo y entrañable
universo mítico. Es, a la vez, un conjunto de cuentos donde el lenguaje
poético no está reñido con la acción y donde la autora reflexiona sobre
los modos de narrar la diversidad.
Hace doce
años, Liliana Bodoc sorprendió y deslumbró a la escena literaria
argentina con Los días del venado, primer volumen de su trilogía La saga
de los confines, una obra anómala en las letras locales: fantasía épica
a la manera de El señor de los anillos, pero que no reproducía ni el
estilo ni el imaginario del género en su modelo anglosajón, sino que se
anclaba en la diversidad de culturas originarias de América latina,
desde la caracterización de los pueblos –la cultura maya es inspiración
de los zitzahay, la mapuche de los husihuilkes, la azteca de los Señores
del Sol– hasta el lenguaje y el estilo, un modo de decir inexorable,
anafórico, cercano a la tradición oral. En 2002 llegó Los días de la
sombra, la segunda –y superior– segunda parte y finalmente en 2004 el
cierre con Los días del sol. Y con el final llegaba un logro más e
importantísimo dentro del género: la épica americana de Liliana Bodoc no
acababa en un nuevo orden disciplinador sino que dejaba latentes
futuros conflictos tanto en las Tierras Fértiles como en las Tierras
Antiguas, los dos espacios donde se juega la gran guerra mítica que es
el centro de la saga, la guerra de los hombres contra el Odio Eterno,
encarnado en Misáianes, el hijo de la Muerte.
En 2004, cuando le puso fin a la trilogía, Bodoc aseguraba que no
quería escribir otra parte más de la saga, ni continuarla de ninguna
manera. Mantuvo esa convicción hasta hace muy poco, cuando sintió que se
debía una coda, una visita más a su mundo mítico. Tuvo que releer la
saga y reencontrarse con aquellas voces, además de volver a las
investigaciones antropológicas que la ayudaron en la primera parte de su
trabajo. El resultado es Relatos de los confines: Oficio de búhos, un
excelente libro de cuentos que, lejos de atar cabos o cerrar puertas,
abre otros tantos, hacia el pasado y hacia el futuro. Algunos cuentos
pueden leerse de forma independiente, sin que la lectura previa de la
saga resulte de guía obligatoria. “El cuarto hijo”, por ejemplo, narra
el nacimiento y la iniciación del malísimo Drimus, pero quien no sepa
nada de ese extraordinario personaje, sencillamente leerá una historia
clásica de rechazo y resentimiento con insólitas dosis de bestialismo y
crueldad; “El mejor nadador, el último Ariki” es una historia sobre los
lulus –que ningún fanático de la saga habrá olvidado–, pero también es
una reescritura de una leyenda de la Isla de Pascua, así como “La
eternidad de una flecha” es una relectura del mito de Orfeo y Perséfone.
El resto de los cuentos se disfrutan mucho más como continuaciones y
derivaciones de la saga, y se centran casi exclusivamente en la
posguerra del reino de los Señores del Sol –en sus intrigas políticas,
en su constante conflicto– y en las tensiones hacia dentro de la
Resistencia en las Tierras Antiguas: ambos son escenarios que en la saga
original habían quedado un poco desbalanceados y sobre los que,
definitivamente, había más para decir.
Relatos de los confines: Oficio de búhos. Liliana Bodoc. Suma de letras 288 páginas
Lo notable es que Bodoc, más allá de la coherencia interna y la
consistencia de su trama, jamás renuncia al lenguaje poético. Así, ni
bien empezado Oficio de búhos, la narradora dice “Misáianes no tuvo
infancia sino un tiempo de fermentación y disimulo” e instala una vez
más ese tono profético y bello, que sin embargo es capaz de contar
acción –son infalibles las escenas de guerra– y brutalidad, como en el
caso de “Los últimos sideresios en las Tierras Fértiles” donde una
patrulla perdida de los bestiales soldados de Misáianes secuestran y
violan a una mujer y a un niño. A la preocupación por conservar la
poesía se suma la reflexión sobre la narración, constante y explícita
durante estos relatos: “Aunque me esfuerce en contar, ninguna historia
estará completa. Cada narración es un avance o una pérdida que abre cien
vacíos, cien preguntas. No es posible narrar todo, porque todo no puede
ser narrado”. Pero, ¿qué hace posible la narración, entonces? Bodoc lo
contesta, lo pone en boca de los personajes. El motor de la narración es
el conflicto. “A partir de la encarnación del Odio Eterno es posible
narrar” dice directamente Nankín de los Búhos y más tarde, el mago
Foitetés le dice a la Muerte, madre del Odio: “El que llamas tu hijo
desea un mundo carente de lucha”. Por eso estos Relatos de los confines
continúan ese gran logro de la saga: negarse a un punto final
tranquilizador o a una dominación que aquiete o aplaque las diferencias.
El conflicto es positivo, es lo contrario a la quietud del abismo, es
lo que hace posible las diferencias. En estos cuentos hay más preguntas
que respuestas, los héroes siguen siendo complejos y llenos de fallas,
las heroínas presas de la envidia, la intriga e incluso la depresión.
Hacia el final, Bodoc pone en palabras de Cucub, el poeta y guerrero
zitzahay, el espíritu inquieto que reina sobre estos textos, que los
dota de su tan particular magia. Dice Cucub, y dice Bodoc: “Sean
artistas sin poder serlo. Nadie más que un artista es capaz de ser lo
que no es, ni puede. ¿Se confunden, se enojan, se asustan? He ahí el
único modo de cantar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario