especial filbo 2012
La manifestación cultural más popular que hemos importado de Brasil es el fútbol
HOY: La pasión del fútbol pasa por el Barcelona.4:pm.Salón José Asunción Silva
Los escritores Andrés Salcedo, Juan Gabriel Vásquez, Ricardo Silva Romero y Marcel Ventura debatirán la pasión por el Barcelona. foto. fuente:eltiempo.com |
La Colombia de mi infancia era un país ensotanado y pudoroso, donde la mayor parte de la gente se moría en la cama, de muerte natural.
Había ministros de monóculo que hablaban como lingüistas y las reinas
de belleza eran espléndidas y rollizas muchachonas del trópico que
jamás habían pasado por un quirófano. Un país que cabía en la hoja
parroquial. Pero los diarios bogotanos, que llegaban a Barranquilla
todavía fríos por el viaje en avión, nos revelaban otro país: oscuro,
violento, resentido.
Conservo intacta la memoria de un tiempo de travesuras, de dulces
ensoñaciones y hermosos delirios. Las calles de mi barrio me eran tan
familiares que hubiera podido andar por ellas con los ojos vendados,
orientándome tan solo con el olfato, como los perros callejeros, que se
la pasaban copulando todo el tiempo en la placita de San Mateo.
En mi barrio, el vecindario se llenaba de voces desde el amanecer.
Bella época en que aún hablábamos todos la misma lengua. El boticario de
bigotes engominados que memorizaba todos los discursos de Gaitán y los
soltaba borracho por las noches en la tienda del cachaco.
El peluquero de zapatos blancos que se ganaba todos los años el
concurso de mambo en el salón Carioca. El policía de polainas, que todas
las tardes esperaba a la muchacha del servicio bajo el palo de pivijay.
Mi barrio. Románticas genealogías de locos, vagos, vírgenes y
malandrines. Junto a ellos completé mi aprendizaje del mundo. Hasta que
llegó el fútbol a nuestras vidas y ese abigarrado, calmo y previsible
paraíso proletario se perdió para siempre.
El fútbol profesional colom-biano, espurio, ilegal, nació en un barco
corsario en cuya cubierta un hombre de parche en el ojo tocaba el
bandoneón. Cada equipo se despachaba, sin pedir permiso ni pagar
derechos, en el mercado a donde lo llevaran su debilidad o su
presupuesto. El Cali se trajo completico al "Rodillo Negro", la fabulosa
delantera peruana de Valeriano López, Barbadillo y Vides Mosquera. Los
cucuteños fueron a pescar a la Banda Oriental del Río de la Plata.
Millonarios desmanteló la 'Máquina' de River Plate y armó el más
perfecto equipo de fútbol de aquel tiempo. Junior, en cambio, supo desde
el principio que su destino estaba en el Brasil. Mario Abello, un gordo
miope y campechano, de gran visión comercial, era el presidente del
equipo.
Mucho antes que García Márquez, él sostenía que los brasileños eran
caribes del sur y decía, medio en broma, medio en serio, que la culpa de
que ellos y nosotros no habláramos la misma lengua la tenía el rey
Alfonso de Portugal. .
En Brasil, como en estas costas, la afortunada mezcla de blancos
invasores, indios silvícolas y negros africanos había provocado, según
él, un mestizaje rico y profundo y la misma mentalidad y visión de la
vida. Las novelas de Gabo y de Jorge Amado le han dado la razón al
astuto dirigente. Abello figura en la historia del Atlético Junior como
el hombre que implantó la tradición de contratar jugadores brasileños
con el argumento de que se adaptaban mejor a nuestro entorno que los de
otros países de la América del Sur.
De las primeras importaciones es poco el recuerdo que ha quedado.
Pero Gil Bernardo, su hermano Hildo y Edgar Pinho tienen el mérito de
haber inaugurado la diáspora en 1949. Poco después llegó la primera gran
estrella: Elba de Padua Lima, o simplemente Tim, una de las figuras
legendarias del fútbol brasileño. Con él o después de él, llegaron
muchos otros: Aroldo, Ary, Norival, Gerson Dos Santos, Marinho Rodríguez
de Oliveira, Demóstenes. Y el más grande de todos, Heleno de Freitas, a
quien Mario Abello, chequera en mano, fue a buscar personalmente a Río a
comienzos de 1950.
Heleno exigió a Abello un Cadillac amarillo, como el que tenía en
Río, con chofer, ojalá uniformado, y le adelantó que sólo entrenaría dos
veces a la semana porque para mantener su estado físico le bastaba con
la gimnasia sueca.
Cuenta la leyenda que llegó acompañado de un secretario al que
llamaba, con imperial respeto, "senhor Benigno" y era el encargado de
establecer los contactos eróticos con las pocas damas liberadas que en
la Barranquilla parroquial de entonces subían encantadas a la suite del
promiscuo astro en el hotel Alhambra. Antes de su llegada, cuando ya se
daba como un hecho su contratación, no había día en que los diarios
locales no publicaran todo tipo de informes sobre él.
Que era abogado y políglota. Que encargaba el corte de sus trajes a
un sastre inglés de la avenida Ouvidor. Que frecuentaba la más refinada
bohemia intelectual de Río. Que era adicto a las drogas y a la ruleta.
Los informes traían fotos: Heleno en un casino, acompañado por el Aga
Khan y por el cantante italiano Domenico Modugno.
Heleno, dios de la noche, rodeado de hermosas mujeres en un night
club. Heleno, al volante de su convertible amarillo, con una garota a su
lado. Aunque hacía un año había pasado por el Boca Juniors argentino y
acababa de coronarse campeón con el Vasco da Gama, lo cierto es que
Heleno de Freitas llegó al Junior en el ocaso de su carrera.
Muy atrás habían quedado sus tardes de apoteosis con el Botafogo y,
en 1945, con la selección de Brasil, donde integró un ataque de miedo
con Tesourinha, Zizinho, Jair y Ademir de Menezes. Muchas de las
extravagancias, insolencias y salidas de ropa, que en Barranquilla
fueron celebradas como divertidas provocaciones de un loco genial, eran
ya síntomas de una enfermedad que se agravaría al paso de los años:
sífilis cerebral.
La misma que acabó con la vida de personajes tan disímiles como Al
Capone y Federico Nietzsche. La de Heleno se apagó el 8 de noviembre de
1959 en el hospital para enfermos mentales de Barbacena. La decadencia
física y la demencia habían desfigurado el rostro del hombre a quien los
periodistas habían bautizado en sus años de gloria como "el futbolista
más bello de Brasil". En el año en que Heleno de Freitas jugó en el
Junior y los años que siguieron, aumentó en Barranquilla la veneración
por el fútbol brasileño.
La llegada de nuevos jugadores era un acontecimiento que alteraba el
ritmo de nuestras vidas. Los niños de mi barrio atravesábamos la ciudad
para ir a ver, aunque fuera de lejos, a aquellos craques que venían en
bandadas, como las aves viajeras, todos los eneros. Nos apiñábamos en
las puertas de los hoteles tan solo para escucharlos hablar lo que yo
creía debía ser la lengua oficial del paraíso. Verlos jugar era ya el
delirio.
El deseo de divertirse que mostraban cuando la pelota era de ellos
nos producía un placer que era físico y espiritual al mismo tiempo.
Aquello era samba tocada de memoria con una suficiencia que rayaba en el
desdén.
Los brasileños traían el barrio pegado al calcañar. Y le pegaban a la
pelota con unos pies ungidos, urgidos, de alma. Una coreografía
tugurial que ha permanecido, inviolable y sagrada, en la memoria
colectiva de los barranquilleros. Como el descubrimiento de la
sexualidad. O como los sones de Benny Moré.
HELENO DE FREITAS, AMADO Y ODIADO EN EL JUNIOR
Durante la Feria del Libro de
Bogotá, el conocido periodista y escritor Andrés Salcedo (la voz
legendaria de la Bundesliga en español, en las décadas de los 70 y 80)
lanzará su novela 'El día en que el fútbol murió'.
En ella, los barrios populares de Barranquilla y el auge de la
radiodifusión sirven de telón de fondo a la pasión por el Atlético
Junior, exacerbada por el arribo del mítico futbolista brasileño Heleno
de Freitas.
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