especial filbo 2012
La pensadora que acompañó a Ernesto Sábato durante los últimos 30 años de su vida encabezará hoy una lecturatón de la obra del autor de El túnel y Sobre héroes y tumbas. Aquí revela las memorias del amor de su vida
HOY: La Lecturatón de El túnel, se inicia a las 4:pm en el Salón María Mercedes Carranza donde tendremos oportunidad de leer a este clásico argentino.
Elvira González Fraga iniciará la lectura de El túnel a partir de la 4:pm en el Salón María Mercedez Carranza. foto:Gustavo Torrijos. fuente:elespectador.com |
Ernesto Sábato le dejó un quinto de su herencia, pero el legado que más valora de él lo lleva en el corazón y lo representa un cuadro pintado por el novelista para su cumpleaños, a la hora que ella nació y en el que se lee: “A Elvirita con mi amor”. Elvira González Fraga, la socióloga y filósofa, la compañera del melancólico autor de Sobre héroes y tumbas durante los últimos 30 años de su vida, la ahora albacea de la obra, la presidenta de la Fundación Sábato en Buenos Aires, está en Bogotá como invitada especial a la Feria del Libro y hoy abrirá una ‘lecturatón’ de El túnel, la otra novela universal del escritor argentino.
Hablar con ella es reencontrarse con la trascendencia
de la vida y el pensamiento de uno de los personajes más importantes de
la historia de la literatura en español. A Sábato lo impresionó su nivel
cultural, su talento para escribir, además de su belleza física. Por
eso Elvirita le revisaba las traducciones de sus libros y le escribía
todo tipo de borradores desde 1983, empezando por el discurso con el que
recibió ese año el Premio Cervantes y terminando con las memorias
Antes del fin. Su capacidad narradora, que en breve será certificada con
la publicación de una novela propia, transformó esta entrevista en un
conmovedor monólogo, el homenaje al amor de su vida que mañana cumple un
año de muerto.
Coraje y vulnerabilidad
“Son
30 años en que de alguna manera nuestras manos estuvieron abrazadas en
momentos de inmensa dicha, de dolor, de miedo; también en momentos de
incertidumbre, de desesperanza. Nuestra cercanía atraviesa los tiempos.
No me ha sido fácil arrancar mi mano de su mano y eso he estado haciendo
este año, tratando de ver cómo volver a vivir a partir de lo que él me
dejó. Él hacía años que me quería regalar una herencia. Yo le dije: no
quiero una herencia, quiero una fundación. Extraño mucho de Ernesto ese
clima donde prevalecía a la vez el coraje y la vulnerabilidad; coraje
para decir lo que pensaba sin miedo y sin conveniencias; vulnerabilidad
porque siendo un gran científico —en el año 38 estuvo en uno de los
cinco laboratorios decisivos del mundo y estuvo en el MIT— nunca fue
razonable. Venía y me comentaba todo lo que había hilvanado, para tener
las cosas listas, para que la realidad no fuera a salírsele de tablas. A
pesar de haber sido campeón de ajedrez en su juventud, siempre
fracasaba contra los sentimientos, porque la gente le importaba y era
indefectiblemente vencido por la realidad a la que se entregó con
pasión. Tengo recuerdos muy hermosos de los años 80, cuando lo
perseguían: un día me esperó contra la pared en la esquina de San Martín
y Tucumán, nos fuimos caminando y nos siguió la policía con fusil y
ametralladora; fue un momento de miedo y uno diría que después de eso
Ernesto iba a dejar de gritar. No, era tan vulnerable como lleno de
coraje, una gran personalidad con el temblor de un artista adolescente.
Él me pasó esa antorcha”.
“Alejandra es Ernesto”
“Cuando
lo conocí yo tenía 19 años y Ernesto era el escritor buscado por todos;
acababa de publicar Sobre héroes y tumbas y todo joven que se preciara
llevaba esa novela bajo el brazo. Un día una amiga mía que estudiaba
letras me dijo: ‘voy con alguien’, y llegó a la puerta de mi casa con
él. En ese momento yo no quise ir hacia Ernesto. Él me mando al día
siguiente una edición de El túnel con una hermosa dedicatoria. A la
pregunta ‘Elvirita, ¿vos en cuál de mis personajes de mujer te sentís
más encarnada?’, rápido respondí: indudablemente María Iribarne. A él le
molestó muchísimo. Quería que dijera que Alejandra, la de Héroes y
tumbas, pero es que Alejandra es como él, Ernesto es Alejandra. En
cambio le parecía que María mentía, ocultaba, que era inasible, y a mí
eso me parecía un gran logro literario”.
Los momentos felices
“El
amor compartido es el momento por excelencia; el inacabable, el
interminable, el deferente amor que Ernesto tuvo conmigo; pero también
tengo otros relacionados con luchas sociales en común. Yo era su lado
dócil. Lo llevaba a paseos para él inconcebibles: por ejemplo, no se
había dado cuenta de qué eran los jacarandaes; lo llevaba a una plaza en
el mes de noviembre, en un día de viento, para ver árboles a los que
todas las ramas verdes se les convierten en violetas; las flores
violetas te bañan, caen al piso y te rodean. También lo llevaba a los
bordes del mar, lo trataba de mantener en contacto con la naturaleza.
Después no pudo volver a salir. Ernesto tuvo afasia tres años antes de
morirse. La última vez que hablé con él la alegría fue que yo
descubriera las palabras que quería decir. Le gustaban la música y las
mujeres, y música y mujer se juntan en una cantante que se llama Anna
Netrebko. Hicimos que brindábamos y se puso tan contento de que yo lo
abrazara mientras escuchaba esa ópera”.
Papeles y cartas de amor
“Tengo
como 200 cartas de él, pero a mí me parece un horror que el mundo
moderno crea que la intimidad hay que publicarla por televisión; eso no
va conmigo. Podría llegar a publicar los papeles que revelan el inmenso
trabajo que se tomaba antes de hacer una novela, podría ser útil para
los chicos que escriban; son estudios geográficos, históricos, búsquedas
de lugares, de personajes; por ejemplo, los que utilizó para escribir
Sobre héroes y tumbas, que son un montón de historias que no aparecen en
la novela”.
Elegía del fracasado
“Algo
que viene a mí es el deseo de dar fe de que él fue un hombre inmerso
en el sufrimiento humano; tenía una irrenunciable preocupación por el
estado del mundo; le parecía un horror la desacralización de la vida; le
producía piedad y vergüenza encontrarse frente a un hombre que hubiera
soportado la vida en soledad o que hubiera fracasado; se sentía muy
disminuido ante esa grandeza del sufrimiento humano y no le gustaba que
uno teorizara sobre eso; le parecía que era una tragedia de la que uno
se tenía que hacer cargo; estaba de acuerdo con la frase de Dostoievski:
‘Somos culpables de todo’”.
La lección de Londres
“La
fundación tenía una compañía cultural itinerante, iba con músicos y
actores de teatro a pueblos donde jamás había aparecido algo así.
Parecía una cosa medieval. Ernesto iba en el carro conmigo; por supuesto
no hacía todo el trayecto, pero aportábamos en algunos momentos. A los
92 años de edad lo llevé al lugar más alto de la cordillera Argentina, a
4.000 metros, que se llama Londres. Me dijo: ‘¿Y por qué se llama
Londres?’. Le dije: ‘Mirá, es la segunda ciudad fundada en Argentina por
los europeos’. Dijo: ‘¡No puede ser que se llame Londres!’. El día en
que estábamos en Londres, como Ernesto era muy campechano con la gente
—nació en Rojas y por eso tenía gran entrada con la gente humilde, no
con los intelectuales con quienes su condición de muchacho de pueblo no
la olvidó jamás—, le dijo entre vinos a cinco hombres de la montaña: ‘Yo
quisiera preguntarles cómo un pueblo tan ancestral y hermoso como éste,
con una cultura milenaria, ¿cómo es que tiene el nombre de otro
lugar?’. Un hombre mayor lo miró y le dijo: ‘Cómo, Ernesto, ¿es que hay
londrinos en algún otro lugar?’. Ernesto tuvo un ataque de vergüenza y
le respondió: ‘No, es que me estoy confundiendo’. Yo lo amaba por esos
gestos. Hubiera podido decirle: una de las grandes capitales del mundo
se llama así, pero se guardó su discurso otorgándole a ese señor una
grandeza superior. Y lo mismo hacía con mujeres como Cristina Sosa, una
reclusa de la cárcel de mujeres”.
El Quijote y Sherezada
“A
Ernesto le gustaba actuar y actuaba muy bien haciendo de Pedro Páramo,
del Quijote. Yo buscaba siempre alguna manera de sosiego para él, porque
estaba siempre como en un tembladeral. Entraba a alguno de los tres
estudios distintos que compartimos en Buenos Aires y largaba todo como
si viniera del frente de la guerra: ‘Elvirita, mirá lo que pasó en la
calle, en mi casa, en Turquía, los muertos. Estaba obsesionado
carnalmente por la situación del mundo. En el año 45 Ernesto dijo que
íbamos a fabricar, a través de la ciencia, un hombre sin lágrimas.
Entonces le narraba historias fantásticas y me llamaba Sherezada porque
siempre tenía una historia preparada para sacarlo de la realidad”.
La escritora del escritor
“Cuando
le avisaron que era Premio Cervantes, como me había conocido por algo
que yo había escrito, me dijo que si yo le haría un borrador. Le hice
tres y se quedó con un discurso inspirado en el Quijote final, el que
descree de sí mismo y el que más le gustaba. Desde ahí le gustó la idea
de no escribir sobre lienzo en blanco sino sobre borrador. Él tomaba o
desechaba lo que le parecía. En casos como El hombre en la catástrofe,
que publicó en Francia, yo le preparaba los textos que podían ir y él
decía sí, sí, no, no. Ahora terminé un novela que está lista para
hacerla leer y luego publicar. No es en memoria de él, se enojaría
muchísimo. Sólo aparece en la novela cuando un hombre hace algo que
Ernesto hizo conmigo: nos habíamos manchado los dedos con pintura, y con
un trapo y algo de aguarrás me fue limpiando uno por uno con un cuidado
y con tanto sentimiento que guardé ese momento como uno de los
mejores”.
“La fe nos unió”
“Con
el bien y el mal tenía un tema permanente. De repente creía en Dios, de
repente no creía en Dios. Un día, frente a algo devastador que había
pasado, lo oí decir con la mayor tristeza que yo haya oído: ‘Dios no
existe, Elvirita’. Pero una de las influencias mayores que yo tuve con
él se refiere a la fe. Yo soy muy creyente, de un tipo místico, tengo
una sensación sagrada de la vida. A cualquier lugar que íbamos del mundo
yo asistía a la celebración religiosa local. Al principio no le gustaba
que fuera a misa y que lo hiciera público, pero un día tuvimos un punto
de quiebre en nuestro diálogo cuando me regaló las obras completas de
Sartre y concluimos que esa rama del existencialismo no daba cabida a
los que nada tenían y le quedó la sensación de que los que nada tienen
necesitan una esperanza por descabellada que sea. Desde entonces me
acompañaba. Por ejemplo, en París, a la iglesia de San Julián el Pobre,
es ortodoxa y conmueve la voz de un hombre que canta ahí. Le llevé un
libro por si no se quería quedar a toda la ceremonia, pero se quedó
impresionado con el ambiente, con los íconos rusos y lloró la misa
entera. Ernesto tenía una contradicción en este tema porque se había
criado como no creyente y se daba cuenta de que la gente humilde era
creyente. Después de todo, si yo le hubiera dicho ‘no creo’, me hubiera
dejado”.
“No nos casamos y soy fiel”
“Él
quería a toda costa que nos casáramos y yo no quise. Preferí quedarme
con recuerdos felices, como la estadía en la isla de Lanzarote, donde
José Saramago y Pilar del Río, que eran muy generosos. También íbamos
permanentemente a ver a Augusto Roa Bastos a Paraguay, un hombre
excepcional. Ahora me encuentro bastante sola, mucha de la gente que
estaba a nuestro alrededor no está; es como si tuviera que volver a
vivir. Voy a ayudar a las villas miseria y llego allá en el nombre de
Ernesto. Ernesto decía que todo el esfuerzo humano que debemos hacer es
levantar utopías para los jóvenes y sé que esa es mi fidelidad a Ernesto
además del cuidado de su obra, pero en especial el alcanzar sus
palabras a quienes no tienen ningún horizonte en el cual proyectar su
vida. Claro que muchas veces no encuentro manera de levantar una utopía
que pueda ganarle a la ansiedad de fama, de dinero”.
“Soy albacea de la obra”
“Yo
le había objetado que él autorizara la publicación por separado del
“Informe sobre ciegos”. Le dije que al permitirlo se perdía el carácter
orquestal de Sobre héroes y tumbas. Estuvo de acuerdo pero ese deseo
suyo no fue cumplido y el informe se sigue publicando por separado. No
he podido ejercer de albacea literaria como él quería porque su hijo
Mario ha mantenido la autoridad sobre la obra; no me pregunta ni me
tiene en cuenta. El problema es que en Argentina el albacea tiene que
estar respaldado por los herederos . No sé qué se ha reeditado. Nunca
volví a Santos Lugares desde el día que lo vi muerto. Ernesto me dejó el
quinto de su herencia, pero eso me lo objeta Mario. Si soy heredera
tengo derecho a preguntarle qué se hace y en ese proceso estamos. No
quiero luchar por un lugar”.
“Argentina no lo valora”
“Mañana
lunes en canales y emisoras se hablará sobre Ernesto a un año de su
muerte. Nosotros haremos un programa para jóvenes de 4° y 5° año de las
escuelas públicas. Este es mi homenaje. Ernesto no es un escritor muy
considerado en la Argentina, en lo cual él tiene su parte de culpa
porque siempre se peleaba con unos y otros. Creía que iba a costar mucho
que su obra prevaleciera en su país por que había luchado contra los de
la derecha y contra los de la izquierda, se había embarrado. Los chicos
jóvenes casi no saben quién era él. He influido ante el Ministerio de
Educación para que mande sus obras a todas las escuelas del país. Por
ahora ya lo hizo con El túnel y seguirá con Sobre héroes y tumbas.
Tendré mucho cuidado en que eso siga. A Ernesto lo ha dañado como
escritor ser un luchador por los derechos humanos. Las clases
intelectuales no lo quieren. De todos modos, yo creo que él volverá como
una oleada”.
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