Desde hace años me intriga cómo se ha portado la izquierda con el libro y con la lectura en América Latina. Hay pocos análisis
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Libro al viento,una iniciativa que ha sobrevidido a los gobiernos de izquierda, y desde la izquierda./revistaarcadia.com |
Desde hace años me intriga cómo se ha portado la izquierda con el libro y
con la lectura en América Latina. Hay pocos análisis. Para mirar el
caso de Venezuela recomiendo un artículo de Gisela Kozak en la última
revista Cuadernos de Literatura, que contrasta ese panorama sombrío que percibimos de la era chavista y su relación con la cultura. Para Colombia
es difícil hacer un análisis completo de una década de políticas
culturales “progresistas” de la izquierda municipal, la única con
vocación de poder durante los últimos años en el país. Me
faltan informantes fiables; los reportes de esos gobiernos locales son
exuberantes y, por lo mismo, mentirosillos. Sin embargo, con el
transcurso del tiempo yo prefiero privilegiar lo tangible. Y en esos
productos sobresale por sí solo uno de esos pocos milagros culturales de
la comarca: el programa de Libro al Viento.
Perdón lo sobresaltado que puede parecer este piropo pero creo que se
trata de uno de los programas municipales de fomento a la lectura más
ambiciosos de nuestra historia contemporánea. Cifras: cuatro millones de
libros gratuitos, casi 105 títulos y decenas de autores editados.
Cientos de puntos de distribución regados por toda la ciudad. Resumen:
miles de personas que no compran libros terminaron sus jornadas con
varios de estos en sus casas. Formatos ágiles, libros transportables,
relatos cortos aunque a veces con contenidos densos, en fin, un programa
modelo.
Por todo esto, Libro al Viento fue ambicioso en alcance. Lo primero era respaldar los libros con tirajes masivos.
Ejemplos: Molière tirado a 60.000 ejemplares. ¿No es extraordinario?
Una biografía de Caldas de 25.000 ejemplares. ¿Cuándo vimos tal cosa? O
popularizar a Conrad y su Corazón de las tinieblas en el
caótico viaje de TransMilenio con 30.000 ejemplares. Eso es mayúsculo.
Libro al Viento fue y es contundente, clásico y contemporáneo a la vez.
Si observan la curaduría de los libros notarán que el plan editorial
puede contener autores tan ortodoxos como Tolstoi, Zola, Melville o un
Rufino José Cuervo, pero también es un programa que puede abandonarse a
Rubem Fonseca, Clarise Lispector, Roberto Fontanarrosa o un Rodrigo Rey
Rosa.
La lista de libros está pensada, lo que traduce una muy juiciosa
política de compra de derechos. Los editores de la colección, Julio
Paredes, Margarita Valencia y hoy Antonio García, compusieron un
rompecabezas de títulos muy originales; sin que todo sea canónico, pero
donde no hay superficialidad en la escogencia. Donde hay juego y orden.
Como un dado chino.
Por último, Libro al Viento fue continuo y superó a los políticos,
politiqueros y oportunistas de turno de cada uno de los gobiernos
municipales (que los hay también en cultura). El programa resistió
cuatro cambios de alcalde. Y sabemos que la fortaleza de la izquierda
municipal no es propiamente su continuidad. En este último tramo,
Valentín Ortiz, gerente del Área de Literatura, ha sido su valiente
escudero. Resistiendo y dándole forma al programa. Y continuando esa
invención prodigiosa que tuviera una de sus antecesoras, la editora Ana
Roda.
Por supuesto Libro al Viento tendrá lunares. Hay rumores sobre un
absurdo pago de derechos por un título de Gabo. A veces los libros no
están en los puntos indicados y algunos títulos son escasos o se van muy
rápido. Puede ser cierto, pero yo fui recientemente al lanzamiento de un título muy exótico, Caligramas, de Guillaume Apollinaire, y observé el fervor del público por los libros.
Pensar que un chico punk recoge y guarda sigilosamente la Poesía satírica
de Quevedo en su chaqueta para leerla más tarde o que una señora, ama
de casa, mientras su lavadora tramita toneladas de ropa, ojea con
interés Una ciudad flotante de Julio Verne, me es suficiente.
Eso es hacer que las fronteras usuales de las librerías cultas
desaparezcan o que las bibliotecas sagradas se rompan. Eso es decirle al
público que un programa de gobierno no solo son pavimentos y agua. Que
también es literatura. No para amargar nuestros ratos libres, sino para
redimirnos y pensar que nuestra vida en esta ciudad despedazada y gris
tiene momentos de sentido.
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