Conmemorar el primer aniversario de la muerte de Gabriel García
Márquez es la ocasión para hablar del orgullo colombiano al ganar el
Nobel de literatura, para ojear y hojear volúmenes con precios obscenos o
ejemplares baratos plagados de erratas y para que la feria del libro de
Bogotá invite a un país sin territorio y sin paisaje, sin habitantes y
sin mapa. Casi nadie recuerda que en el 82 “el orgullo colombiano” vivía
en el exilio, que hace un año estábamos en la polémica de porqué los
libros de García Márquez no se vendían en nuestras escasas librerías y
casi nadie toma en serio que sólo podemos “visitar Macondo” al leer las
novelas o los cuentos de García Márquez, cosa que se hace cada vez menos
en escuelas y universidades.
Al “visitar Macondo”
más que revitalizar la etiqueta del “realismo mágico”, deberíamos
cuestionar hasta qué punto esa etiqueta sólo es útil para turistas y
publicistas que aun consideran que “América del Sur es un hombre de
bigotes, con una guitarra y un revolver” o útil para críticos cicateros
que no se arriesgan a poner a Gabriel García Márquez al lado de
Shakespeare, de Dante o de Miguel de Cervantes.
Poner
en la misma línea a Cervantes y a García Márquez, por ejemplo, en
realidad no es nuevo, de hecho, poco antes de que se publicara Cien años
de soledad, Carlos Fuentes le decía a Julio Cortázar: “Acabo de leer
Cien años de soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin
desmayos, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer
este libro, como si les hubiese dado la mano a todos mis amigos. He
leído el Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la
selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe
inventar el mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué
maravillosa recreación del universo inventado y reinventado! ¡Qué
prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso
literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y a
lo imaginario!”.
No exageraba el autor mexicano;
cuando se lee Cien años de soledad desde la perspectiva de Cervantes a
cada paso encontramos pasajes en donde las formas áureas son
reelaboradas con unos propósitos estéticos similares a los que
inspiraban a los poetas del XVII. Así, en el más detallado nivel textual
es posible encontrar en Cien años de soledad ecos del Quijote como
sucede en un pasaje en donde el nombre de Remedios es enunciado
repetidamente por Aureliano: “La casa se llenó de amor. Aureliano lo
expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los
ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño,
en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada:
Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la
callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de
las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en
todas partes y Remedios para siempre”.
La forma
en que es evocado el nombre de Remedios tiene una clara vinculación con
el pasaje del Quijote en donde el nombre de la pastora Leandra se repite
sin cesar en el contexto de un cuento pastoril intercalado en el
capítulo 61 de la primera parte de la novela de Cervantes: “No hay hueco
de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de
algún pastor que sus desventuras a los aires cuente; el eco repite el
nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: “Leandra” resuenan los
montes, “Leandra” murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos
suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de
qué tememos.” No es que García Márquez refiera directamente el pasaje de
Cervantes, lo que refiere es la forma de enunciación que del nombre de
la amada hace un amado adolorido, forma de enunciación poética que tiene
también un referente pastoril y antiguo en donde el mundo hace eco al
nombre de la amada, tópico literario que encontramos por ejemplo en la
“Égloga tercera” de Garcilaso: “Elisa soy, en cuyo nombre suena / y se
lamenta el monte cavernoso, / testigo del dolor y grave pena / en que
por mí se aflige Nemoroso / y llama “Elisa”; “Elisa” a boca llena /
responde el Tajo, y lleva presuroso / al mar de Lusitania el nombre mío,
/ donde será escuchado, yo lo fío”.
También en
los cuentos de García Márquez encontramos ecos cervantinos; así, por
ejemplo, el relato “La increíble y triste historia de la cándida
Eréndira y de su abuela desalmada” puede también ser leído desde la
perspectiva de “La Gitanilla” de Cervantes. Se trata de textos que
superan por su extensión la longitud que tradicionalmente se le atribuye
al cuento, pero no alcanzan la dimensión de lo que llamaríamos una
novela en términos modernos. La extensión de “La Gitanilla” y la de “La
Cándida Eréndira” parecen obedecer a la idea de novella en términos
italianos del siglo XVI y tematizan la sensualidad de muchachas criadas
por una pariente mayor que se presenta como abuela y que directa o
indirectamente saca provecho económico de la joven. Cervantes dice que
la vieja era “una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser
jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta
suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus
gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar.” La vieja de García
Márquez plantea un orden que ella supone debe ser restablecido y la
joven se encamina en la construcción de una vida propia y en una
permanente búsqueda de la libertad que no se supedita a las
contingencias del mundo material que busca la vieja y menos aún al mundo
de la fantasía amorosa que le propone el enamorado Ulises.
En
la vieja hay una nostalgia de un tiempo mejor, un tiempo feliz que ya
se ha ido, en tanto la joven sigue pensando en la libertad del futuro
que sabe un día llegará. Para el caso de la vieja, el pasado feliz se
asocia con el recuerdo de Amadís el hombre que la liberó del trabajo de
prostituta en las Antillas y de Amadís el padre de Eréndira que un día
abandonó a la niña en su casa. En el recuerdo de los Amadises la vieja
encuentra la imagen de amor y solidaridad, de hecho los recuerda en
sueños, carga sus restos en un baúl y se le aparecen en el momento de la
muerte.
Otro punto en el que los textos de
Cervantes y García Márquez pueden ser comparados es el que tiene que ver
con la imagen del enamorado. Si en Cervantes encontramos a un Andrés
preocupado por Preciosa, en la obra del colombiano será Ulises quien
busca sacar a la muchacha de la explotación a la que está sometida.
Ulises y Andrés son muchachos que pertenecen a familias que podría
llamar hidalga en un caso o burguesa en el otro, y en ambos casos están
decididos a sacrificar su condición social para alcanzar el amor. En la
novela de Cervantes, Andrés asume la condición de gitano, en el texto de
García Márquez, Ulises no duda en robar a sus padres, llevarse una
pistola inservible, escapar en una camioneta llena de pájaros, matar
para defender el nombre de la muchacha; el Ulises de García Márquez es
imagen de joven enamorado y aventurero que de nuevo recuerda al Andrés
cervantino que en un momento advierte: “Mira cuándo quieres que mude el
traje, que yo querría que fuese luego; que, con ocasión de ir a Flandes
engañaré a mis padres y sacaré dineros para gastar algunos días, y serán
hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida”.
La
vieja piensa en Amadís, la joven en Ulises. La vieja piensa en las
versiones idealizadas del amor pero regenta y explota a una joven
prostituta, la joven se dedica a proporcionar servicios amorosos, es
objeto amoroso del joven Ulises pero no sede su aspiración a la libertad
a algo tan elemental como enamorarse. Ninguna de las dos ve la
situación presente como una condición permanente sino como un estado
pasajero que se supera “exprimiendo las sábanas” en el caso de Eréndira,
o que se supera organizando mejor la relación entre ingresos-egresos en
el caso de la vieja.
Uno podría seguir hallando
puntos de encuentro entre los dos textos: los gitanos de un lado serán
guajiros en el otro, el corregidor de un lado será senador en el otro,
en los dos casos se alude a una joya robada, en los dos casos los
muchachos piden ocho días de plazo, en los dos casos las protagonistas
tienen los ojos claros, en los dos casos triunfa la libertad de la
muchacha sobre la ingenuidad del joven, en los dos casos el idealismo
del joven se enfrente con una muchacha que no duda en decir “Estos
señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y
nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere”, frase de
Preciosa que bien podría aplicarse a Eréndira, al menos en el sentido en
que el tema cervantino de la libertad individual de la mujer pareciera
ser evocado por las decisiones que toma Eréndira al final de su relato.
Sacar
la narrativa de García Márquez de los tópicos del realismo mágico,
“desmacondizar” esta narrativa, ponerla a dialogar con la literatura
universal es uno de los objetivos del curso abierto, masivo y en línea
(MOOC por sus siglas en inglés) “Leer a Macondo” que está organizando la
Universidad de los Andes y que será presentado en el marco de la 28ª
Feria Internacional del Libro de Bogotá el próximo 23 de abril a las 6pm
en la sala Manuel Zapata Olivella.
Hugo
Hernán Ramírez es doctor en Literatura Hispánica de El Colegio de
México e hizo su posdoctorado en la Universidad de Tubinga estudiando
tradiciones discursivas de los siglos XVI y XVII; en la actualidad
dirige el Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de
los Andes.
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