Ocho escritores y periodistas dan las claves sobre el éxito de la obra de Scott Fitzgerald en sendos apartados: personajes, época, economía, moda, música, arquitectura...
Portada original de El gran Gatsby, publicada en 1925. |
El gran Gatsby nunca deja de enamorarnos
Por CLARA SÁNCHEZ. Francis Scott Fitzgerald decía que la vida es un
asunto romántico y por eso seguramente logró maravillarnos con uno de
los personajes más perdedores y al mismo tiempo más triunfadores y
soñadores que ha dado la literatura por libros como 'El gran Gatsby'.
Jay Gatsby es el nuevo héroe del siglo XX, hecho a sí mismo sin
demasiados escrúpulos. Es un fronterizo, un aventurero, pero también un
romántico, alguien capaz de arriesgarse hasta las últimas consecuencias
por ir detrás de un simple brillo. Y ese brillo es Daisy Buchanan,
traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos, su casa y su
hijita, y tan aparentemente frágil como los diamantes. En medio del
calor del verano derrama su mirada lánguida sobre un Gatsby que acaba de
salir de las tinieblas con una deslumbrante mansión, buenos trajes,
champán, coches, flores, con todo lo que hace juego con la risueña voz
de Daisy "llena de dinero". Pero la distancia es abismal, una profunda
herida, porque Daisy y su marido respiran un dinero tan antiguo como el
fondo de los mares y no recién llegado como el de Gatsby. La novela se
publicó en 1925, en el optimista y alegre corazón de la era del jazz, en
que "un centenar de pares de zapatos de plata y oro levantaban un polvo
luminoso". Desolada, irónica, poética, cruel, tierna y hermosa hasta
lograr hacer de la frivolidad y de las enormes gafas del doctor T.J.
Eckleburg dos trágicos referentes de la vida contemporánea. También
Scott Fitzgerald tenía algo de su personaje. A los veinticinco años ya
era un escritor de éxito y, sin embargo, se dejó devorar por la euforia
del tiempo que le tocó vivir, por su mundo, por sus sueños.
Francis Scott Fitzgerald, autor de El Gran Gatsby. |
El escritor que lo tuvo todo en las manos
Por ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS. Francis Scott Fitzgerald nació el 24 de
septiembre de 1896 en Saint Paul (Minnesota) y murió el 21 de diciembre
de 1940 en Beverly Hills (Los Ángeles), donde sobrevivía trabajando como
guionista de Hollywood y venciendo su adicción al alcohol. Tenía 44
años pero parecía un anciano. Con veinte años lo había tenido todo en
sus manos pero ya no le quedaba nada excepto terribles deudas, una mujer
loca y la convicción de que él y su proyecto literario había fracasado
estrepitosamente. La suya es una de las biografías más tristes de la
historia de la literatura, a la que brindó, sin tener tiempo para
recoger sus frutos, algunas de sus páginas más brillantes. “Todo buen
escritor nada por debajo del agua y aguanta la respiración”, le escribió
a su única hija, Frances Scott Fitzgerald . Por aquel entonces él ya
sabía que se había desmoronado antes de tiempo, pero que tenía la
obligación de seguir: “La prueba de una inteligencia de primera clase es
la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo
tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por
ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin
embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo”, escribió en su
testimonial El Crack up. Fitzgerald simboliza como ningún otro escritor
de la Generación Perdida el descalabro de la sociedad norteamericana de
entreguerras, su profunda crisis de valores, su euforia inicial y su
demolición final. Aquel joven estudiante de Princeton que solo lamentaba
no ser mejor jugador de fútbol, reconoció que provenía de un tiempo ya
caduco. Malgastó su talento y sus fuerzas intentado vencer a la
implacable ofensiva del fracaso, convencido de que la felicidad había
estado en sus manos pero la había dejado escapar sin remedio.
Los sueños de un soñador y sus amigos
Por GUILLERMO ALTARES. El secreto de 'El gran Gatsby' está en Gatsby.
“Si la personalidad es una serie ininterrumpida de gestos logrados,
entonces había en Gatsby algo magnífico, una exacerbada sensibilidad
para las promesas de la vida”, escribe el narrador, Nick Carraway, en la
primera descripción del personaje central de la gran novela americana
de Scott Fitzgerald. “Era un don extraordinario para la esperanza. Fue
lo que le devoraba, el polvo viciado que dejaban sus sueños”. El
misterio que rodea a Gatsby, el origen desconocido de su fortuna, sus
fiestas, su obsesión por Daisy mientras contempla las luces al otro lado
de la bahía, es el motor del relato, la fuerza que arrastra esta novela
incesantemente hacia el futuro. Gastby encarna como ningún otro
personaje la energía vital de la esperanza, que sin embargo acaba por
resultar destructiva, y a la vez la incógnita de una época que todavía
no es consciente de que lo peor está por venir. A lo largo del relato,
Carraway, el narrador, un buen chico del Medio Oeste, se ve empujado al
mundo de Gatsby y en este viaje va perdiendo sus propios anhelos.
“Cumplía treinta. Ante mí se extendía el camino portentoso y amenazador
de una nueva década”, escribe. Esa década son los años treinta, en los
que desemboca la ingenuidad perdida de Carraway.
Robert Redford, como Gatsby, en la versión de Jack Clayton, 1974, delante del Rolls Royce Phantom 1 Ascot Tourer de 1928. |
Rutilancia y desigualdad
Por JOAQUÍN ESTEFANÍA. La obra de Fitzgerald es una novela de clase en
la que el dinero sirve para comprar la distancia social con el fin de
marcarla mejor. Trata de muy pocos personajes de la clase elevada y de
un testigo que se asimila a ellos. En el libro no aparece la mayor parte
de la sociedad americana, la que tuvo que emplearse en combatir durante
la Primera Guerra Mundial: es como si no existiera. El autor describe
los excesos de los felices veinte, cuya burbuja, explotada, dio lugar a
la Gran Depresión de tres lustros después. Jay Gatsby, el caballero que
reina sobre West Egg, es el arquetipo de una época dominada por los
excesos sociales, las grandes diferencias, el gansterismo y la
corrupción política generalizada que acabó en la mayor crisis del
capitalismo de todos los tiempos. Fitzgerald tiene la técnica literaria
de fijarse en uno de los dos extremos de la sociedad, el de la gente
bonita, riquísima, las mansiones, los criados fieles, la rutilancia de
las noches sin mesura, en definitiva, el mundo de los ricos. Es la
imagen del esplendor y de las élites de Pareto. Casi nueve décadas
después de aquello, la sociedad de los extremos y de la polarización han
vuelto a Estados Unidos, tras el paréntesis del New Deal y su
influencia en la sociedad americana
Fotograma de El gran Gatsby, dirigida por Baz Luhrmann, en 2013. |
El espíritu del tiempo
Por JOSÉ ANDRÉS ROJO. 'Hermosos y malditos'. Así tituló Francis Scott
Fitzgerald una de sus novelas. Y así fueron sus personajes. Les tocó
vivir una época en que las cadenas del pasado se han enmohecido ya y
todavía no te agarran los invisibles lazos de un tiempo nuevo. Así que
todo parecía posible. Tocaba bailar. Tocaba arreglarse y ver en el
espejo reflejada esa extraña belleza que irradia quien se encuentra
ebrio de vida. El dinero, el éxito y la fama estaban a la mano con solo
mezclar las dosis adecuadas de coraje y audacia. Y los excesos formaban
parte del itinerario que se tenía que recorrer para certificar que se
había alcanzado la dicha. Lo que acaso resultaba más difícil percibir
era la fuerza de la corriente y, de pronto, se encontraron al borde del
precipicio. Era cuestión de dar un paso para caer en la ruina y la
enfermedad. Fíjense en Scott y Zelda, arrastrados por una arrebatadora
pasión y torpes, inmensamente torpes, a la hora de administrar sus
recursos, su energía, su futuro. Estuvieron flotando sobre una ola y un
día descubrieron que conducían un coche averiado. La fiesta había
acabado.
Fotograma de El gran Gatsby, de Luhrmann. |
Las ‘flappers’, un patrón vigente
Por PALOMA ABAD. Con el fin de la Primera Guerra Mundial se inició una
década en la que el mundo occidental se dedicó a celebrar el simple
hecho de estar vivos. El armario femenino, tras cuatro años de guerra,
estaba listo para ser alimentado de la forma más ostentosa posible.
Además, había que añadir el factor de la autosuficiencia: las mujeres
(trabajadoras ya) se negaban a renunciar a la libertad adquirida durante
los tiempos difíciles, cuando los varones se habían tenido que ir al
frente. Si alguien representó ese sentir independiente fueron las
flappers, jóvenes emancipadas que huían del constreñido corsé y
preferían, en su lugar, vestidos vaporosos, de corte recto (resultaban
fáciles de replicar en casa con una máquina de coser) y cortados a la
altura de la rodilla. Esa fue la silueta que propusieron y popularizaron
Paul Poiret, Jean Patou o Coco Chanel. Las flappers fueron mujeres
enigmáticas y liberadas, que se mantuvieron fieles a su propio patrón
hasta el colapso de la bolsa en octubre de 1929: sus noches de humo y
bailes estaban indiscutiblemente acompañados de tacones anchos y con
hebilla, collares largos de perlas, tocados de plumas y boquillas largas
para fumar cigarros. Casi 100 años después, las casas de moda -desde
Gucci a Ralph Lauren, pasando por la propia maison Chanel- siguen
tomando como referencia estética esa breve década rendida al hedonismo.
Fotograma de El gran Gatsby de de Luhrmann. |
La banda sonora de la felicidad
Por IKER SEISDEDOS. El director de cine Baz Luhrmann acostumbra a
actualizar la música y los ambientes de sus películas ('Romeo + Julieta'
o 'Moulin Rouge') jugando a la gamberrada posmoderna. Gatsby no es una
excepción a su regla. Su versión del clásico de Francis Scott Fitzgerald
se acompaña de una banda sonora cuyo productor ejecutivo es el
emperador del rap Jay-Z y cuenta con la consabida ración de estrellas
del momento (Lana del Rey, Fergie o Jack White). Más allá de la jugada
comercial, la elección juguetea con la iconoclastia al adornar con
estridencias de radiofórmula un texto normalmente asociado a los ritmos
sincopados del jazz de los años 20. “Un tiempo para los milagros, para
el arte, para los excesos, una edad para la sátira”, como escribió Scott
Fitzgerald en su libro Cuentos de la era del jazz. El fondo musical de
'El gran Gatsby', la novela, pertenece a los grupos que pusieron banda
sonora a la felicidad de una década que, ay, alojaba en su interior el
desencanto que aguardaba al doblar el decenio, cuando el sueño se
convirtió en la pesadilla de la Gran Depresión. En el texto se citan
algunas piezas concretas, como 'Three O'Clock in the Morning', de Paul
Whiteman, aquel blanco que se proclamaría inventor del jazz, 'The Sheik
of Araby', del pianista y genial humorista Fats Waller o el clásico
'Beale Street Blues', de Chris Barber. Más allá de las referencias, no
cuesta imaginar aquella música, nueva y excitante, retumbar en toda su
sofisticación en la mansión de Jay Gatsby durante las fiestas del verano
de 1922, cuando Fitzgerald situó la novela. Casualmente, el año de uno
de esos momentos estelares de la historia del género, en que Louis
Armstrong cambiaría Nueva Orleans por Chicago y el jazz nunca volvería a
ser el mismo.
Robert Redford en la versión de El gran Gatsby, de Clayton./elpais.com |
Hablan las casas a ambos lados de la bahía
Por ANATXU ZABALBEASCOA. La mansión de Jay Gatsby es mucho menos
misteriosa que su dueño. Mientras la novela intriga con los opacos
objetivos y la oscura fortuna de su protagonista, la vivienda revela
datos que permiten ir descubriendo al personaje. Nueva, pero diseñada
como si llevara tiempo levantada y construida como si encerrara un
pasado, es decir, una historia, la casa se utiliza como salón para las
memorables fiestas que celebra su dueño. Es más escaparate que refugio.
Busca más impresionar que acompañar sin molestar. Esa relación
interesada y superficial entre inquilino y arquitectura se escapa en los
detalles con los que habla la casa: la hiedra no termina de trepar por
la fachada. Frente a esa mansión colonial, al otro lado de la bahía, el
matrimonio Buchanan tiene una casa de ladrillo de estilo Georgiano. Más
pequeña pero mucho más asentada y forrada de hiedra vive arropada por la
vegetación del jardín que la rodea. La casa de los Buchanan no es una
recién llegada. Por eso la mirada de Gatsby se pierde por su
embarcadero, por eso es una casa envuelta por un lugar, por eso, a pesar
de las vueltas y revueltas de la vida, la casa aguanta, estoica,
callando todo lo que sucede en su interior. Todo eso, lo que sucede en
las casas de Long Island, lo cuenta Nick que, por 80 dólares al mes,
vive rodeado de millonarios.
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