14.5.13

Vinicius de Moraes, el poeta que escribió con un oído en el pueblo

En el año de su centenario, acaba de publicarse una antología exhaustiva de poemas y canciones del artista brasileño, uno de Los grandes revolucionarios de la música popular del siglo XX

Vinicius publicó su primer libro de poemas a los 19 años. Allí estaba la influencia de los grandes nombres de la poesía francesa: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. /Revista Ñ

En su autobiografía, Verdad tropical , Caetano Veloso sostiene: “En esa época, probablemente Brasil haya creado las canciones de protesta más elegantes del mundo”. Allí, en ese momento, el del surgimiento y éxito de la bossa nova , el letrista era Vinicius, transformado en uno de los principales emblemas de su país en la construcción de una cultura donde la modernidad no implicara la exclusión de lo tradicional. A él se deben más de un clásico de la bossa nova , más allá del ya tan fatigado “Garota de Ipanema”, “A felicidade”, “Si todas fossem iguais a você”, “Eu sei que vou te amar”, entre tantas otras composiciones. Caetano también señala en su libro un dato que no es menor, Vinicius no llegaba desde la música, era “un poeta de verdad”.
En efecto, al momento de asociarse al panorama musical brasileño, este diplomático frustrado o mejor dicho desganado (“lo que me llevó a abandonarla fueron todos los prejuicios sociales que rodean a la diplomacia, sobre todo la corbata, que me produce espanto”), nacido en Río de Janeiro en 1913, había publicado a los 19 años su primer libro de poemas, El camino para la distancia . Allí estaban presentes con sus influencias los grandes nombres de la poesía francesa: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. Según lo que cuenta Vinicius a Enrique Raab durante una entrevista aparecida en el diario La Opinión : “La francofilia brasileña fue un poco artificial”, en ese primer texto puede leerse una profecía fracasada que inicia su poema “Vejez”: “Llegará el día en que seré un viejo experimentado/que mira las cosas a través de una filosofía sensata”.
Todo el resto de su vida sería una desmentida a esos versos, desmentida que se resume en el ícono en que se fue transformando a lo largo de su carrera: un hombre dispuesto a disfrutar siempre de la vida, gran admirador de la belleza femenina, con la permanente compañía de un vaso de whisky (que al final de su vida iría rebajando cada vez con más agua) y de un cigarrillo. Generalmente vestido de negro, cantaba y hablaba en un escenario convertido por él en un espacio de una ceremonia que no evitaba, más bien promovía, la autocelebración. Al punto que Les Luthiers le dedicaron “La bossa nostra”, una parodia de aquellos recitales en los que se hablaba más de lo que se cantaba y aparecía ese Saravá (una expresión de buenos deseos usual en Brasil) que Vinicius repetía como un mantra a modo de brindis alzando su vaso de whisky. El tema le causó mucha gracia.
Pero, lo que es su aporte más importante es haber sido, desde el ángulo de las letras, del mismo modo que Tom Jobim y João Gilberto desde la música, un puente entre las producciones populares y la así llamada cultura alta. Y eso dio como resultado una nueva presencia –esta vez sin los exotismos de una Carmen Miranda– de lo brasileño a nivel mundial. Algo refrendado por el exitoso estreno en 1959 de Orfeo Negro , la película que dirigió el francés Marcel Camus, sobre una obra de teatro de Vinicius quien, según la leyenda, se retiró de la sala de proyección antes de que terminara el filme, molesto con lo que consideraba una tergiversación internacionalista de su texto y sus ideas. Un paisaje for export del que abominaba, pero que de alguna manera fue una amenaza constante durante todo el tiempo en que estuvo vigente la bossa nova .
Según repitió Vinicius en varias entrevistas, ese paso del afrancesamiento a la recuperación y estilización de las tradiciones populares formó parte de un movimiento más vasto en el que incluía a Mario de Andrade, Graciliano Ramos y Jorge Amado. Y reivindicaba como su gran maestro al poeta pernambucano Manuel Bandeira: “A través de su influencia comprendí la necesidad de simplificarme, que la gente me escuchara”.
Este trayecto puede seguirse de una manera más amplia de la que provee la antología armada por Vinicius a sus 50 años, que recoge lo que entonces era su producción más reciente y que tuvo su traducción argentina en Ediciones de la Flor. La Antología sustancial que acaba de publicar Adriana Hidalgo, permite acercarse al poeta en sus inicios y también en los textos que dejó inéditos. Plantea Cristian de Nápoli, antólogo y traductor: “Fue un trovador, alguien con pocos temas muy fuertes, el amor, la muerte, la amistad y que supo aprender lo que le marcaban los poetas mayores que él. Los sonetos de Vinicius son formalmente impresionantes”.
Esta vuelta a las raíces fue acompañada de un afán de denuncia de las tremendas condiciones de vida de las clases sumergidas del Brasil. Algunos de estos retratos tuvieron un matiz más lírico, como es el caso de “A felicidade”, compuesta junto a Tom Jobim donde se lee : “La felicidad del pobre parece la gran ilusión del carnaval/la gente trabaja el año entero/por un momento de sueños/para vivir la fantasía/de rey, pirata o jardinera/y luego todo vuelve a ser como era...” Otras veces todo se vuelve más crudo, como en “Rosa de Hiroshima”, musicalizado por Gérson Conrad e interpretado originalmente por Ney Matogrosso cuando aún integraba el grupo Secos & Molhados. Allí, impactado por la posguerra, residente en Los Angeles donde conoce a Orson Welles, escribe un libro que se publica en 1954. El poema que da título al volumen dice: “Piensa en las criaturas/mudas, telepáticas/piensa en las muchachas/ciegas inexactas/piensa en las mujeres/rotas alteradas/piensa en las heridas/como rosas cálidas”.
De todos modos, su principal aporte a la bossa nova va en la primera dirección, lo que le generó una dura aunque no del todo abierta crítica de una joven Maria Bethania, quien en contraposición a cierto ambiente plácido y festivo de los temas de Vinicius, reivindicaba la aridez del paisaje descripto en lo que fuera su primer éxito, “Carcará”, compuesto por João do Vale y José Cândido.
En un reportaje compartido con el Mono Villegas, Vinicius responde breve y contundentemente a la pregunta por el peor de los defectos que se puedan hallar en una persona: “la vulgaridad”. Esa elegancia de la que hablaba Caetano implica una huida de esa bestia negra, la búsqueda de la forma de separar a lo popular de lo vulgar. Los temas del samba tradicional le parecían en general chatos y buscó nuevas formas de contar las realidades permanentes. Es muy difícil hallar en su obra referencias muy directas a cuestiones coyunturales. Incluso en pleno furor revolucionario de los 70 mantiene una cierta vocación de equilibrio, sosteniendo que eran más peligrosas las fronteras individuales que las nacionales y creía más en las revoluciones interiores que en las políticas. Lo que no le significó un obstáculo para ser un ácido crítico del hippismo al que reivindicaba como filosofía, pero detestaba como práctica: “Hizo hincapié en las drogas, en la promiscuidad sexual, en cosas que no llevan a nada”.
Pero sin dudas su gran tema fueron las mujeres, a las que vuelve una y otra vez, no sólo en poemas y entrevistas sino en su propia vida, pues se casó siete veces. Los textos abundan en celebraciones de la condición femenina. Más allá de “coisa cheia de graça” de la “Garota de Ipanema”, se pueden citar : “Que sea ella el principio y el fin de todas las cosas. ¡Poder general, completo, absoluto a la mujer amada!” (“La brusca poesía de la mujer amada”); el raro dilema de “Pero si rubia no llego a encontrar/Una morocha es la onda/Una preciosa chica morocha/Dios mío, qué linda/Una morocha es el ideal/Pero una rubia no está mal” (“Rubia o morocha”).
Y hasta alguna declaración desacompasada que sabía hacer pasar como parte de ese vitalismo que podía reunir el buen comer con la búsqueda permanente de esa mujer perfecta y los versos entonados al pie del alcohol: “Es muy importante que sea bella por dentro y por fuera”. El amor forma parte de esa admiración que no deja de tener algo de gesto seductor. A esa pasión le dedicó uno de sus libros más célebres, P ara vivir un gran amor (entre nosotros editado por De la Flor). En el poema que lleva el mismo título se dan una serie de consejos para poder llevar a buen puerto la empresa amorosa. La ingeniosidad del texto y cierto entusiasmo filtrado de reticencias que se desprende prácticamente de cada verso permite entender esa mezcla de sencillez, sorpresa y previsibilidades que forma parte del estilo de Vinicius. Se propone allí, entre otras “recetas” (el texto dista de toda pretensión pedagógica): el irónico “mucha seriedad, poca risa”, dedicarse a una única mujer, cuidarse de los que no están enamorados, “practicar la gastronomía y el kung fu” y “no morir de dolor”.
Falleció la madrugada del 9 de julio de 1980 en la bañadera de su casa en Gavea, a los 66 años. Dejó pendiente un disco infantil a grabar con Toquinho, A arca de Noé (Toquinho lo completó, no obstante, en dos volúmenes donde participaron, entre otros, Clara Nunes, Elba Ramalho y Tom Jobim). El cansancio previo a la muerte puede leerse en varios proyectos anunciados y nunca terminados como El debe y el haber y Periplo lírico y sentimental de la ciudad de San Sebastián de Rio de Janeiro, donde nació, vive en tránsito y muere de amor el poeta Vinicius de Moraes , algunos de cuyos textos están recuperados en la antología de Adriana Hidalgo. Además de algunas canciones que envejecieron a destiempo de sus clásicos como “Na tonga da mironga do kabuletê”, un juego de palabras de origen nagó que, de acuerdo a los especialistas, carece de sentido, pero que cantada y explicada por él asumía las características de un divertido modo de injuriar Cuenta la periodista Liana Wenner en su muy documentado Nuestro Vinicius (Sudamericana), en el que se siguen los rastros de sus estancias en la Argentina, (donde generó un pequeño fenómeno con sus presentaciones el café concert La Fusa junto a María Creuza y Toquinho), que en el velatorio se cantó “A felicidade”. Una adecuada despedida para este hombre que se consideraba el “más negro de los blancos del Brasil”. Aparte de un poeta más que considerable, fue él uno de los símbolos y difusores de eso que se ha dado en llamar alegría brasileña: un estado de ánimo en el que la tristeza es apenas una sombra y la felicidad un horizonte siempre cercano. Como se autorretrató en una entrevista dada en Brasil no mucho antes de su muerte y respondiendo a la pregunta sobre si le preocupaba qué decir con sus letras: “Decir las cosas que creo fundamentales para el hombre. Mucho amor. Es decir, el amor es también una manera de protestar. Pero sobre todo mi preocupación es no repetirme, no dejar que la comida se recaliente”.

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