El Huevo de Oro, El que tiene mucho, desea de más
Portada de El huevo de oro, de Donna Leon. Última novela con el comisario Brunetti./elpais.com |
Nada es lo que parece. El ser más respetable puede esconder secretos
inconfesables, incluso crueldad. El comisario Aldo Brunetti vuelve a las
aguas venecianas para adentrarse en una compleja investigación en torno
a lo que, en un principio, parece una simple muerte. El descanso de
Brunetti ha sido corto. No ha transcurrido ni un año desde su última
aparición y ya está de nuevo aquí. Donna Leon,
la escritora norteamericana afincada en Venecia, sabe que sus lectores
esperan con pasión las andanzas de este policía veneciano y no les
defrauda, aunque, de vez en cuando, ella misma se da un respiro y mira
hacia otro lado. Como con su anterior obra, Las joyas del paraíso,
novela de suspense en torno a la música barroca para la que se inventó
al personaje de Caterina Allegrini y se alejó momentáneamente de su
amado Brunetti. Su última incursión en la comisaría que dirige el
vicequestore Giuseppe Patta, ese hombre apuesto y de noble porte pero
algo misterioso y oscuro, se titula El huevo de oro y sigue a la que publicó en 2012, La palabra se hizo carne.
El huevo de oro (Seix Barral), cuyo primer capítulo te avanzamos aquí,
subtitulado 'El que tiene mucho, desea más', que estará en las
librerías a partir de mañana, parte, como siempre en la literatura de
Leon, de una imagen, una conversación. Lo explicó la propia autora en
una entrevista con este diario. “La idea me vino de una persona que ni
siquiera aparece en la novela, al que todos tenían por muy respetable,
pero me enteré de que no era en absoluto como parecía”, explica Leon.
Aunque es Brunetti el pilar de esta saga que nació en 1992 con Muerte en La Fenice,
no podemos olvidar la figura de su esposa Paola, esa mujer
aristocrática, crecida en una familia adinerada y educada con nurses
inglesas, pero con los pies en el suelo, que se emplea a fondo con el
lenguaje y la cocina. Con una personalidad libre y poderosa, Paola es la
causante, en esta ocasión, de la historia a la que se lanza el
comisario y todo su equipo. Es ella la que le pone en la pista al
comentarle la muerte de un hombre sordo y con minusvalías psíquicas que
ayudaba en las tareas de la tintorería cercana al domicilio familiar. Lo
que, en principio, comienza con unas llamadas de Brunetti para calmar
la inquietud de su esposa, se convierte en una compleja investigación
cuando el comisario descubre que el hombre fallecido por una sobredosis
de pastillas no figura en ningún registro y que todo aquel con el que
habla tiene algo que ocultar.
Y entre viajes en vaporettos, atardeceres con los últimos spritz
de la temporada otoñal, comidas caseras –a Brunetti parece gustarle
todo, desde el carpaccio de remolacha, rúcula y parmesano o los involtini
de pechuga de pollo- y encargos políticos y poco claros de su jefe
Patta, el comisario va desentrañando el complicado asunto, pero siempre
con la ayuda de sus queridos colaboradores (la signorina Elettra,
Rizzardi, Vianello o Pucetti). Una vuelta a las turbias aguas de Venecia
de un Brunetti en estado puro.
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