30.6.14

El fútbol: ¿deporte de ignorantes?

Debate. En época de Mundial, revive la polémica entre los intelectuales que denigran del deporte más popular del planeta y los que lo consideran una expresión del espíritu
Jorge Luis Borges: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos”.
Albert Camus: “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.
Jorge Valdano: “En ningún sitio aprendí tanto de mí y de los demás como en la cancha”.
Juan Villoro: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos”.
Rudyard Kipling: “Fútbol: las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.
Umberto eco: “Yo no odio al fútbol, yo odio a los apasionados del fútbol. El aficionado tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres, e insiste en hablar contigo como si tú lo fueras”./semana.com
 
Aún mucho cuentan esta historia como quien recita la alineación de un inolvidable equipo de fútbol. Jorge Luis Borges, durante la final del Mundial de Argentina 1978, cometió una de las más grandes ‘herejías’ que recuerden ese deporte y aquel país: organizó una conferencia sobre la inmortalidad en pleno partido. Y en Buenos Aires, aquella tarde del 25 de junio de 1978, se llenaron tanto el estadio como su biblioteca, lugar de la charla. El escritor no ocultó así su odio hacia un deporte sobre el cual él explicó de forma memorable la razón de su éxito: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.

Este acontecimiento, desde entonces, marcó visiblemente una frontera entre aquellos intelectuales que odian el fútbol y entre los que lo idolatran, una separación que revive cada cuatro años, cuando se realiza la Copa del Mundo. En algún lugar del planeta, por esta fecha, siempre habrá una resistencia encarnada en un escritor o en un pensador diciendo cosas como que el fútbol es enajenación, mercantilismo, agresividad, mafia, una forma de fomentar lo peor de los nacionalismos. Pero en la otra orilla estarán sus defensores que hablan de un mundo unido, de identidad, de héroes y de sublimes epopeyas.  De este lado, los adjetivos y la pasión no se ocultan, como lo hace Eduardo Galeano, el uruguayo autor de Las venas abiertas de América Latina, quien cada  vez que comienza un Mundial pega un cartel en la puerta de su casa que dice “Cerrado por fútbol”.

Pero a veces la disputa pasa de la provocación al enfrentamiento, que no va más allá del papel. Hace unos años el diario La Razón de España reunió a un grupo de intelectuales (el escritor Fernando Sánchez Dragó,  el historiador Román Gubern y el filósofo Salvador Pániker) que declararon por qué no quieren al fútbol y de paso arremetieron contra aquellos eruditos que lo veneran. “Casi todos los intelectuales son ahora animalillos domésticos y apesebrados”, sentenció el escritor.  El filósofo, por su parte,  recalcó en que el balompié en una época fue denostado en ambientes cultos; ahora, en cambio, hay muchos intelectuales que presumen de sus camisetas. Y el historiador concluyó que  la pasión de los intelectuales por el fútbol forma parte de un esnobismo generalizado.

Nunca hubo señalamientos, nombres en particular, tampoco respuestas, pero sí unos sospechosos de siempre: Juan Villoro, Javier Marías, John Carlin, Nick Hornby y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Todos ellos han visto en el fútbol inspiración, arte y cultura, como dice el escritor colombiano Juan Esteban Constaín, autor del libro Calcio: “Para algunos escritores el balompié llega a tal adoración que se vuelve tema  de sus creaciones. El fútbol es cultura y menospreciarlo sería también menospreciar a la cultura”.

Cuando nadie lo esperaba, del propio fútbol brotó un filósofo, el exgoleador argentino Jorge Valdano, que saltó de las canchas a la máquina de escribir. Y uno de sus propósitos ha sido zanjar esa brecha.  Su idea es que el fútbol estuvo alejado del pensamiento porque los intelectuales dejaron solo a este deporte. “Ahora empieza a dar la sensación de que ellos le perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para intentar entender por qué mueve a tanta gente y por qué mueve tantas emociones”, le dijo este año al diario La Jornada de México. 

La otra vía

Así como Borges es el lado más radical de los que odian el fútbol, Albert Camus, el autor de La peste, nobel de literatura francés, lideró el grupo de los devotos. A los 16 años, cuando como arquero anunciaba una carrera profesional exitosa, tuvo que dejar el fútbol por una tuberculosis. Se perdía así a un deportista, pero se ganaba a un excepcional escritor, uno de los primeros en reflexionar sobre fútbol, en llevarlo a la academia y en dejar varias sentencias que se retoman hoy como referencia, como esa que dice que “un país es su selección de fútbol” o  “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Antes de Camus, entre intelectuales, con pena se ocultaba el aprecio por el fútbol, era tan mal visto como seguir hoy un melodrama. 

En fin, esos años en los que  el fútbol era despreciado por los intelectuales parecen haber quedado en el pasado. El escritor y columnista Ricardo Silva Romero asegura que ya ha sido probado hasta la saciedad que el fútbol es una de las ocho artes.

Aun así, hay pensadores a los que el balompié jamás conquistará, como el periodista Antonio Caballero, quien considera muy monótono a este deporte y del cual no le interesaría escribir. “Los intelectuales –dice el columnista– lo miran porque está de moda, como en su momento lo fueron las carreras de carrozas bizantinas”.

Amor, odio, indiferencia, pasión, el fútbol es como la vida: nunca logrará que a su alrededor todos se pongan de acuerdo. Ni los más ilustrados han podido.

Un verso que cree poetas

 ¿Qué responderían el poeta Vladimir Maiakovski y Juan Bonilla, autor de una novela sobre el primero, en una entrevista conjunta? Con base en fragmentos de esa publicación, imaginamos la siguiente conversación
Vladimir Maiakovski en 1910./elespectador.com
 
Los dos están sentados a la mesa, circunspectos: Vladimir Maiakovski y Juan Bonilla, el poeta y el autor de la biografía novelada del poeta, Prohibido entrar sin pantalones. El primero en hablar es el poeta: Vladimir Vladimirovich Maiakovski, ¿quién es usted? “Treinta y cinco años, soy de origen noble pero no tengo tierras, jamás he tenido empresa alguna, nunca he explotado a nadie aunque a mí me han explotado todo lo que han querido”. Dicen que usted se afilió, muy joven, al Partido Comunista en Rusia, y ya desde muy temprano ayudaba a los presos políticos a escapar de las cárceles y quemaba ejemplares de novelas que consideraba que replicaban la vida burguesa y aterradora que los zares alentaban, ¿qué dice ante eso? “He comprendido que somos unos pigmeos ante el futuro, ante la monstruosa masa del futuro. Lo temo y lo amo y no sé por qué aún soy capaz de sentirme orgulloso de él, pero ahora miro con ojos ávidos de inspiración lo que nos rodea, como si me despidiera de todo a cada paso, las nubes, los árboles, nuestra hermana la vida, la gente que camina apresurada por la calle...”.
Pero, Maiakovski, usted no parece un hombre de muchos amores: fue usted, de hecho, quien encontró en un café de París a Iván Bunin, reconocido autor ruso, lo levantó con una mano y lo colgó contra la pared. Fue usted también quien hizo que uno de sus contrincantes literarios, que lo había criticado en Pravda, se comiera el papel periódico donde había publicado la nota. Fueron usted y su grupo futurista —Kamenski y Burliuk y otros más— quienes sabotearon la llegada de Marinetti a Rusia como jefe del futurismo, quienes lo hicieron quedar en ridículo. Maiakovski alcanza a sonreír y entonces, de repente, puñetea la mesa. “No plantéis ningún árbol. Más bien quemad un bosque. / No tengáis ningún hijo. / Más bien pagadle un buen aborto a vuestra novia embarazada. / No escribáis ningún libro. / Más bien matad a puñetazos a un poeta”.
Cualquiera podría matar a un poeta a puñetazos, Maiakovski, pero ¿sería útil de verdad? ¿Qué aporta a la poesía? Mejor dicho, ¿qué es la poesía? Maiakovski se pone en pie y alza su brazo derecho antes de comenzar su breve discurso: “Un futurista que sólo quiere ser futurista sólo pretenderá llegar a los futuristas; un futurista que además pretenda ser poeta, querrá llegar a quienes no saben ni siquiera qué es el futurismo pero saben perfectamente qué es la poesía, y saben que la poesía sólo se propone una cosa: decir una verdad que permanecía oculta entre la hojarasca de las obviedades que merca la autoridad competente”.
Usted, Juan Bonilla, quien ahora ha publicado una novela-ensayo sobre la vida de Maiakovski, Prohibido entrar sin pantalones, dice que él quería echarlo todo abajo, prescindir de las reglas sociales, volverlo todo un campo abierto y feliz. “El héroe de Maiakovski —dice Bonilla, aún sentado— era prometeico, un hombre-dios que se oponía al Cristo hijo de dios, y se vuelve contra quien se dice su creador para negarlo... No hay otro camino que el de inventarse la propia libertad, asumir que no hay orden superior a la que se dé uno mismo, negarse a admitir la superioridad moral de quien manda y le da órdenes precisas acerca de cómo vivir, cómo amar, cómo comportarse, qué leer, qué aplaudir, cómo vestirse”. ¿Qué dice frente a esto, Maiakovski? El ruso, de casi dos metros, permanece en pie y suelta las palabras con voz rotunda. “Vivo os hablo porque estáis vivos, mi verso os llegará remontando las cordilleras de los siglos porque estáis vivos, mi verso os llegará remontando las cordilleras de los siglos por encima de poetas y de gobiernos, mi verso horadará la roca de los años y surgirá visible al otro lado del tiempo igual que llegó a nosotros el acueducto en el que trabajaron los esclavos de Roma”.
Entendido. Sin embargo, es bien sabido que se unió al Partido Bolchevique tan pronto ganaron en la Revolución y que usted quería ser el poeta del pueblo, el poeta de los proletarios, el poeta de los trabajadores. Escribió poemas a Lenin, al Plan Quinquenal de Stalin, espió a otros poetas y fue decisivo su testimonio a la hora de fusilar al poeta Gumiliov, exesposo de la poeta Anna Ajmátova, a quien usted tanto odiaba, como odiaba a Pushkin y a Tolstói. Esa afiliación tan decisiva (también escribió poemas políticos cuyo único objetivo era expandir las ideas bolcheviques), ¿le habrá permitido tener un juicio equilibrado a la hora de escribir poesía? Maiakosvki se sienta despacio, hace silencio, y responde Bonilla: “Lo que importaba de veras es si podía haber vida delante del texto, es decir, después del texto, es decir, si después de leer un texto éste podía merecer el homenaje de ser llevado de alguna manera a la vida. Y la respuesta era sí, el poema importante no es el que nos hace preguntarnos cómo era el poeta que lo escribió sino el que nos convierte en poetas, o mejor, en poesía”.
Vamos a otro tema. Baste decir que usted publicó libros como La nube en pantalones, Misterio bufo, Hombre, 150’000.000, todos ellos con el mismo corte arrogante y fuerte, retrato suyo y de nadie más. Pero su vida fue más que eso, ¿cierto, Maiakovski? Viajó por Ciudad de México, Nueva York, París, e incluso hablaba allí en ruso cuando sabía que nadie lo entendería. Su propio ego siempre fue más grande, incluso, que usted. Amaba a las mujeres que lo amaban por eso: porque amaban a Maiakovski. María Denisova, Lily Brik, Verónika, Tatiana: todas, una a una, eran apéndices de su propia imagen, de la admiración que usted se dedicaría si no fuera Maiakovski, ¿cierto? El poeta calla unos segundos y de pronto dice: “Maiakovski ama a todas las mujeres. Todas las mujeres aman a Maiakovski... Como es un hombre de elevados sentimientos que busca la pureza, sólo parará de amar mujeres cuando encuentre a la mujer ideal, es decir, no amará a ninguna mujer de verdad hasta que no encuentre a la mujer ideal”.
Parece que nunca la encontró, Maiakovski: ni Lily ni Verónika lograron llenarlo jamás. Tampoco el cine y los tantos guiones que produjo para teatro y circo, ni la publicidad bolchevique ni el periodismo que practicó; sus amigos lo tacharon de traidor y sus enemigos también. Es claro que usted se quedó solo, Maiakovski. Y se sentía viejo, ¿no es cierto? El poeta sonríe, pero su sonrisa se apaga rápido: habría que recordar que un día de abril de 1930 tomó una Browning española y se pegó un tiro en el corazón, en su corazón transparente. Con lentitud, responde: “Y ahora muere mi verso, muere como un soldado, porque me importa un carajo el bronce prestigioso, y un carajo me importa el mármol. Sólo quiero que sepáis que un poeta llamado Maiakovski lamió para vosotros los escupitajos de la tisis con la lengua áspera de los carteles”.

Combate por el futuro del libro

 El duelo entre Amazon y Hachette definirá la forma en que compramos y leemos
Centro logístico de Amazon en San Fernando de Henares. / Álvaro García ./elpais.com

El enfrentamiento de Amazon con editoriales de Estados Unidos y Alemania es mucho más que un conflicto comercial por los márgenes de beneficios sobre los libros electrónicos. Para muchos profesionales del sector se trata de una guerra cuyo resultado definirá el futuro del libro. “Esto es muy importante, mucho más de lo que creemos”, asegura una editora con años de experiencia que, como muchas de las personas consultadas para elaborar este reportaje, prefiere no ser citada por su nombre porque los acuerdos que las editoriales firman con Amazon están protegidos por una cláusula de confidencialidad o porque declinan entrar en un debate público con el gigante de las compras en Internet. “Hemos alcanzado un punto en el que lo que está en juego es la sostenibilidad de todo el ecosistema del libro. Puede parecer una declaración demasiado dramática, pero es así”, afirma Antonio Ramírez, propietario de la cadena de librerías La Central
“La resolución de este conflicto va a crear un precedente en todo el mundo”, señala Javier Celaya, responsable del portal dosdoce.com y experto en el libro electrónico. “Esto va a marcar el futuro del mercado y, sobre todo, el de los libros electrónicos”, declaró a The New York Times el agente alemán Matthias Landwehr, varios de cuyos autores se han visto afectados por el enfrentamiento. España no se ha visto alcanzada todavía por la primera guerra mundial del libro, pero, como afirma un editor alemán que también pidió no ser identificado, “llegará cuando Amazon tenga la fuerza suficiente”. “El precio fijo no nos protege porque no se trata de una guerra de precios, sino de los márgenes que se lleva la editorial o el vendedor. Si dependes tanto de un vendedor, tienes todas las de perder. Si Amazon gana, tratará de extender el conflicto a otros países”, agrega Celaya.
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué esta vez es tan importante? La respuesta a esta segunda pregunta tiene que ver con su poder: Amazon ya controla en torno al 60% del mercado del libro en EE UU y cerca del 25% en Alemania. En el caso de los libros electrónicos, en 2010 controlaba casi el 90% del mercado estadounidense, aunque en estos últimos cuatro años Apple se ha convertido en un competidor importante y ha reducido su dominio hasta el 65%. No resulta fácil conocer los detalles de su presencia en el mercado español porque Amazon es una empresa muy secretista: no proporciona datos sobre el número de Kindle, su lector de libros electrónicos, que vende, ni sobre el porcentaje que los libros representan en sus ventas totales, ni sobre la diferencia con sus competidores, ni, en realidad, sobre casi nada. Los datos que está obligada a entregar en EE UU revelan que en todo el mundo sus ventas netas en 2013 fueron de 74.450 millones de dólares, un 22% más que en 2012. El beneficio global fue de 274 millones. En España, Amazon factura a través de Luxemburgo, por lo que no es posible conocer tampoco sus ventas, aunque su filial española, que recoge la facturación de productos desde su centro logístico de San Fernando de Henares, en 2013 aumentó un 65% la cifra de negocio (de 10,56 a 17,46 millones) con respecto al ejercicio anterior. Sólo una pequeña parte de ese porcentaje corresponde a la venta de libros. En todo el mundo, según una investigación de la revista The New Yorker, representan el 7% de sus ventas.
En el mercado del libro electrónico existen dos fórmulas para marcar los precios. La llamada “del agente” consiste en el que el editor fija el precio del libro y se reparte el dinero con el vendedor (70% para la editorial, que paga a su vez al autor; 30% para el vendedor es el porcentaje habitual). El segundo sistema, llamado reseller, funciona en los países sin precio fijo: el editor pacta el precio al que vende el libro y luego el vendedor pone el precio que quiere. Los editores aseguran que la empresa de Jeff Bezos llega a vender el libro perdiendo dinero para ofrecer precios más bajos que la competencia. La guerra comercial actual, siempre según fuentes del sector y la prensa estadounidense y alemana porque un portavoz de Amazon no ha querido hacer comentarios, consiste en que quieren cambiar los porcentajes —según el blog Futurebook, que analiza el mercado del libro en EE UU, su objetivo es llevarse el 50% de cada título— o comprar los títulos al precio más barato posible. Cuando la negociación no responde a sus intereses, entonces la compañía penaliza a las editoriales: los plazos de envío se alargan indefinidamente, el botón para poder encargar un libro por adelantado (muy útil para el vendedor, pero también para el editor, que puede prever mucho mejor sus tiradas) desaparece, los precios se disparan…
Es algo que está ocurriendo desde mayo con la filial estadounidense de Hachette —cuarta empresa del sector en EE UU—; pero también en Alemania con Bonnier Media Group, una compañía sueca que tiene cuatro editoriales, Pipper, Ullstein, Carlsen y Berlin Verlag. También ha saltado al DVD y afecta en la actualidad a Time Warner con el lanzamiento estrella del verano, Lego, la película. Ya había pasado algo similar en 2010 con una distribuidora, Independent Publisher Group, y con Macmillan, pero el impacto fue menor porque entonces el libro electrónico era mucho menos importante.
Las críticas de la prensa estadounidense y alemana fueron contundentes: diarios como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung le han acusado de utilizar prácticas intimidatorias y chantajistas mientras que se recordó en diferentes foros una célebre frase que el libro The everything store. Jeff Bezos and the age of Amazon, del periodista Brad Stone, atribuye al fundador de la compañía: “Tenemos que ver a las editoriales como un guepardo contempla a una gacela enferma”. El escándalo fue tan amplio —entre otros lanzamientos afectó a la última novela de J. K. Rowling, The silkworm, escrita con el seudónimo de Robert Galbraith— que Amazon rompió su tradicional silencio y se pronunció a través de un post en un foro de su página web. Reconocía el motivo del conflicto así como el tipo de represalias, y concluía: “Si necesita cualquiera de los títulos afectados con rapidez, sentimos las molestias y le recomendamos que compre una versión a través de alguno de nuestros socios o a través de cualquiera de nuestros competidores”.
La Comisión Europea, a través del comisario de la Competencia, Joaquín Almunia, se limitó a asegurar en mayo que “estaba tratando de entender lo que ocurría”, mientras que la ministra de Cultura francesa, Aurélie Fillippetti, que nunca se ha mordido la lengua en sus críticas a la compañía de Seattle, fue contundente y llamó a la Comisión a “vigilar las tentaciones de Amazon de abusar de su posición dominante”. “Chantajear a los editores al restringir el acceso del público a los libros de sus catálogos para imponerles condiciones comerciales más duras no es tolerable. El libro no es un producto como cualquier otro”, aseguró. El precio que pagan las editoriales afectadas es enorme. La revista Publishing Perspectives publicó la semana pasada que Hachette vende en el Reino Unido el 78% de sus libros electrónicos a través de Amazon y un 60% en Estados Unidos. Su margen de negociación es, por lo tanto, muy pequeño.
Paquetes en fila en el centro logístico de Amazon en Madrid. / ÁLVARO GARCÍA
La mayoría de los editores españoles consultados comparten una opinión sobre la librería virtual —y distribuidor de todo tipo de productos, que hace honor al viejo lema de Harrod’s, “ofrece desde un elefante a un alfiler”—: Amazon es un vendedor importante —para muchos es el quinto o sexto cliente— con el que, por ahora, no han tenido mayores problemas. Pero miran al futuro cada vez con mayor inquietud. El reproche más generalizado es que su principal obsesión es el precio. “La máxima de Amazon es que cuanto más barato, más se vende, da igual que sean cafeteras o libros”, asegura Paula Canal Huarte, de Anagrama, la más grande de las editoriales independientes españolas que tiene en su catálogo desde a Rafael Chirbes hasta a Roberto Bolaño o Ian McEwan. “Pero con los libros no funciona exactamente así, ya que por muy baratos que sean la mayoría no se van a vender más, sino que se va a reducir tanto el beneficio del editor que no le será posible seguir publicando libros más minoritarios, caros de traducir o de editar”. Para ilustrar su forma de operar, el analista Javier Celaya explica que Amazon cambia de precios en todo el mundo dos millones y medio de veces al día.
El mercado del libro electrónico, que es donde Amazon es más fuerte, representa, según los últimos datos de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), un 3% del total, aunque en 2013 subió un 8% con respecto al año anterior. “En el mundo analógico no tienen una posición mayoritaria, pero en el libro digital controlan en torno al 40%”, afirma Antonio María Ávila, secretario de la Federación de Editores. La cifra del 3% es engañosa por la piratería, un problema especialmente grave en España: según diferentes fuentes se venden muchos lectores electrónicos y muy pocos ciberlibros, lo que quiere decir que, como señala un librero, “la gente consume títulos gratuitos o se piratea mucho, o un poco de cada cosa”. Editores y libreros consultados también aseguran que Amazon es una empresa que funciona bien, que liquida en tiempo y forma y que envía millones de títulos con mucha rapidez —el 90% de los libros de papel que venden no están en la lista de best sellers, sino que son obras de fondo—. En el caso del Kindle, que llegó al mercado en 2007 y se impuso rápidamente a sus competidores, se trata de un dispositivo con el que resulta muy sencillo comprar libros, que ofrece un catálogo enorme y creciente.
El enfrentamiento en Alemania ha preocupado especialmente a los editores españoles porque, a diferencia de Estados Unidos y el Reino Unido, donde el precio es completamente libre, allí como aquí los libros tienen un precio fijo (es el editor el que lo decide y éste no se puede cambiar, más allá de un descuento del 5% en las grandes superficies, de un 10% en ferias o el Día del Libro, incluso regalar el envío se considera un descuento y no está permitido). “El precio fijo es la mayor garantía que podemos tener”, señala Antonio Ramírez, de La Central, que sin embargo sí cree que el conflicto acabará por alcanzar a nuestro país. “Alemania es un país con una red de librerías muy tupida, con un sistema de distribución muy bueno, con muchos lectores y, sin embargo, controlan el 25% del mercado. Nadie puede permitirse el lujo de perder de golpe un cuarto de sus clientes”, prosigue.
La máxima de Amazon es que cuanto más barato, más se vende, da igual que sean cafeteras o libros
Dos editores independientes consultados aseguran que sus negocios dependen del apoyo de las librerías y de los lectores, que, en un mundo de guerras de precios constantes, nunca sobrevivirían y que muchos proyectos culturales de largo aliento se verían afectados. Todos los profesionales consultados consideran que el precio fijo es vital para la supervivencia del mundo del libro. El precio fijo del libro de papel está muy claro: un libro vale lo que vale en su cubierta o en su ISBN. En cambio, con los electrónicos el asunto es mucho más complejo: “El precio es fijo pero variable”, lo define un editor. Precio fijo significa que es el editor quien pone el precio y que lo puede cambiar, siempre que lo haga para todo el mundo (no es legal ofrecer un precio especial a un vendedor). Otra posibilidad es que, dado que el precio va asociado a un número ISBN, basta con hacer una nueva edición para tener un nuevo número y un nuevo precio. Esto en papel es complejo y caro; en un libro digital, no.
¿Qué efecto tiene eso? Que los vendedores de libros electrónicos, no sólo en Amazon sino también en la Casa del Libro, ofrecen promociones y descuentos de acuerdo con los editores, como Kindle Flash o Tagus Today. Varios editores explican que si se baja mucho el precio del libro, las ventas suben y se puede colocar entre los más vendidos, lo que arrastra también las ventas cuando regresa a su precio normal (de nuevo un portavoz de la compañía no quiso pronunciarse sobre esta estrategia de ventas). Otra ventaja de Amazon sobre sus competidores españoles es su ingeniería fiscal. No se trata sólo de los trucos para pagar menos impuestos, como hacen los principales gigantes de Internet (un asunto que la Comisión Europea está estudiando con lupa para atajarlo), sino que, en este caso, tiene un efecto muy concreto: al tener su sede en Luxemburgo, aplica el IVA a los libros electrónicos de este país (un 3%), mientras que en España es del 21%.
Las guerras de precios “nos llevan por un camino peligroso”, asegura una editora. “Muy probablemente estamos depreciando el valor de lo que creamos. Lo podemos hacer porque el libro electrónico representa una parte mínima de nuestra facturación y aplicamos sus costes a lo que ingresamos por el libro de papel. Si la situación cambiase y los libros electrónicos representasen la mayor parte de nuestras ventas, sería insostenible”, prosigue. “Amazon vive en un mundo donde sólo hay consumidores, pero los consumidores son también ciudadanos, que deben velar por la riqueza cultural”, señala Paula Canal Huarte, de Anagrama. Los escritores consultados todavía notan muy poco la presencia de Amazon en sus liquidaciones, aunque, como señala Javier Moro, autor de Pasión india, “sí ha influido en el precio de los libros electrónicos”. “Cuanto más barato, menos te piratean, prefiero el 25% de poco al 25% de nada”, agrega. El poeta y novelista Carlos Pardo, que ha sido librero muchos años, critica “sus métodos de trabajo” (Amazon ha tenido conflictos laborales por las condiciones de trabajo), pero sobre todo el peligro que las condiciones sobre precios pueden llegar a representar para “las pequeñas editoriales”, que encarnan actualmente una de las apuestas más claras por la cultura. Paco Roca, premio Nacional de Cómic que ha publicado recientemente Los surcos del azar, señala que apenas nota las ventas digitales, pero sí le preocupa el efecto de los gigantes de Internet sobre la cultura —aclara que no se refiere sólo a Amazon, sino también a Apple—: “Los monopolios de la distribución de la cultura dan cierto miedo porque pueden llegar a influir sobre los contenidos”.
Mientras sigue el debate, la empresa de Jeff Bezos continúa creciendo y ampliándose a nuevos sectores —acaba de lanzar un teléfono móvil y un servicio de música online—. La distorsión que provoca la piratería y la ausencia de datos proporcionados por la propia compañía, sumado al hecho de que Amazon no lleva ni tres años en España (llegó en septiembre de 2011), hace difícil saber con precisión cuál es su efecto en nuestro mercado. Pero hay una cosa clara: todo el sector está pendiente de cada uno de sus movimientos.

Libros, fideos y bujías en el bazar virtual

Amazon. El sitio que empezó vendiendo libros hoy ofrece mil y un rubros comunes e insólitos. Los prolegómenos de su proyectada sede local, en suspenso por el cerrojo cambiario y la ley del Libro 
Phoenix. Galerías infinitas repletas de productos (entre ellos, libros) en uno de los 11 depósitos de Estados Unidos de la megatienda virtual.
Fire Phone. Jeff Bezos presentó la semana pasada el flamante teléfono celular de Amazon.
Drones. La Administración Federal de Aviación de EE.UU. acaba de prohibir la entrega de paquetes de Amazon por esta vía.
Consoladores. Amazon amplió su universo consumista y ofrece accesorios sexuales para todos los gustos.
Se prohíben los Kindle en el reino de Hay”, se lee en una librería galesa durante el Festival Literario Hay, que terminó el 1 de junio. /Samanta Schweblin./revista Ñ

Seducción tecnológica, belleza futurista: el consumo teledirigido. Todo esto encierra el nuevo teléfono celular de Amazon Fire Phone. El poder de fuego está en su nombre, algo de lo que nadie puede prescindir. Sí, estamos hablando de aquel portal que nació como la mayor librería del mundo en la que cabía el mundo entero –una especie de archivo imperial, de British Museum–, y que devino en el megadepósito, la trastienda invisible de un hipermercado más que de una librería que hoy genera una tentación irresistible con un teléfono cuya última y relegada función es hablar con otra persona. Un ícono permite una compra instántanea o compulsiva. ¿Dónde si no?, en Amazon. Es la más sofisticada herramienta tecnológica para el consumo sin mediación de operaciones de hardware o software; es casi neurológico, como el zapping: lo quiero ahora y me lo compro ya . Así se consume en la galaxia Amazon, así se consigue un libro de Heidegger, de García Márquez pero también un tomito agotado del exquisito poeta John Ashberry –fabricado express para esa demanda– o de Paulo Coelho, una tv, papel higiénico, un Kindle –dispositivo para leer e-books–, fideos o juguetes. ¿Y los libros?: perdidos entre electrodomésticos y consoladores. Y claro, también produjo su moneda: el Amazon Coins que sirve –obvio–para comprar productos del “sistema de depósitos caóticos” de su fundador Jeff Bezos. En EE.UU. hay 11; 9 en Gran Bretaña; 8 en Japón; 7 en Alemania; 4 en Francia; 3 en China y uno en Canadá, México, España, Irlanda, Italia, República Checa y la India.
Pero, de acuerdo con un exhaustivo y venenoso artículo de George Packer en la revista The New Yorker (febrero 2014), Amazon está mucho más interesado en otras ramas del saber y del poder: firmó un contrato con la CIA para proporcionarle una nube privada por 600 millones de dólares por diez años: un espacio de almacenamiento de información virtual propio y hermético. Según Packer, Amazon intentó vender libros como una forma de recolectar información sobre compradores educados y acaudalados. Una confesión que traza un link entre el origen y el fin último de lo que hoy es una empresa cercana al modelo que en la Argentina conocemos como el de Farmacity: uno entra a comprar un antibiótico y termina llevándose un cd de música para hacer yoga. Y un chocolate.
El martes último, Amazon tuvo su primera gran derrota oficial, cuando la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos (FAA) suspendió los permisos para emplear drones en función delivery. La FAA sostiene que el uso de estos dispositivos con motivos recreativos no es ilegal pero considera que enviar paquetes a personas y cobrar sí lo es, al menos con las regulaciones actuales.
Además el consumo compulsivo tiene su contracara. Un documental con cámara oculta de la BBC de Londres, ingresó en una bodega de Amazon en Swansea, Gales, y reveló la explotación laboral. El periodista infiltrado trabajó recolectando órdenes de compras con un carro en un turno nocturno de diez horas y media (la jornada nocturna es de 8 horas). Caminaba unos 17 kilómetros diarios y debía recoger un paquete cada 33 segundos. Terminaba cada mañana con los pies llagados. Debía utilizar un scanner que le indicaba la ubicación de cada paquete a recolectar y que activaba un conteo regresivo para medir cuánto tardaba en hacerlo. Un pitido alertaba si el “operario” superaba el lapso establecido. “La seguridad de nuestros empleados es nuestra prioridad número uno y nosotros cumplimos con toda la legislación laboral vigente. Según nuestro experto laboral independiente, las condiciones en que se desempeña el recolector son similares a las de otros lugares” respondió Amazon después de emitirse el programa en diciembre de 2013.
En el comienzo fue el papel...
Las noticias contra Amazon se multiplican y casi siempre se vinculan con situaciones jurídico-financieras laberínticas, que suele ganar basándose en la libertad de comercio. En muchos casos es acusada de prácticas desleales con la industria editorial y hasta con los propios autores. En las últimas semanas el mar de fondo escaló a la portada del New York Times; luego la revista inglesa The Economist tituló en tapa: “¿Hasta dónde llegará Amazon?” Actualmente, la megatienda está enfrentada con Hachette, una de las editoriales más importantes de EE.UU. y Europa, por los precios de venta de los e-books. En 2007, Amazon lanzó el Kindle, la primera herramienta que permitió descargar libros a 9,99 dólares cada uno. Las editoriales empezaron a perder márgenes de ganancia; se ponía en marcha el primer rival concreto del libro en cinco siglos. Si hace algunos años ésta habría sonado a amenaza apocalíptica, mera tecnofobia, hoy esa afirmación se reproduce en titulares. Tres semanas atrás, Hachette se negó a otorgarle más descuentos a Amazon y la empresa de Bezos suprimió el botón de “encargar por adelantado con un solo clic” para esa editorial y les puso plazos de entrega de “tres a cinco semanas”, cuando el servicio clásico puede acercar un libro en dos días dentro de EE.UU.. Fue un cachetazo virtual con consecuencias económicas reales y cuantiosas, justo cuando Hachette estaba lanzando The Silkworm (El gusano de seda), nuevo libro de J. K. Rowling escrito bajo el seudónimo de Robert Galbraith. De buenas a primeras, Amazon le quitó la pre-compra, que permite vender antes de imprimir, y así ajustar la tirada a la demanda.
Por otra parte, Amazon se cruzó con Apple y la llevó a la justicia acusándola de pactar los precios de sus e-books con cinco editoriales. Estos acuerdos se produjeron en el año 2009, poco antes del lanzamiento del primer iPad, lector con el que Steve Jobs salía a competir con el Kindle. Finalmente, Apple pagó 840 millones de dólares para cerrar el caso.
Hoy muchos coinciden en que en Amazon la venta del libro de papel ha quedado banalizada y su autor, contenido, editorial, diseño, ocultos tras las etiquetas de precios. Carlos Marx había anticipado el destino oculto del trazo humano en su trabajo “El fetichismo de la mercancía”. Dice: “El carácter misterioso de la forma mercancía estriba en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo y como si la relación social que media entre productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores”, sostenía. Para Amazon las mercancías están desprovistas de subjetividad, no hay nada ni nadie allí detrás, se vinculan entre sí. Packer cuenta en su artículo que los editores contratados por Amazon para sus comentarios han manipulado las etiquetas, valoraciones, consensos y orígenes de todos los libros por igual, en una coctelera de ofertas que ya no evocan ninguna colección ni género.
El río más caudaloso
La aventura de Amazon comenzó modestamente como empiezan los sueños de los emprendedores estadounidenses: en un garaje de Seattle en 1994. Entonces, en esa ciudad, moría Kurt Cobain y desaparecía Nirvana, justo en su clímax. Pero al joven Jeff Bezos no le importaba, escuchaba Simon & Garfunkel y se dedicaba a lanzar el sitio para el que había elegido un nombre ambicioso, el del río más caudaloso del mundo. Antes había estudiado Ingeniería Eléctrica e Informática en Princeton. Luego trabajó para una compañía de fibra óptica y en Wall Street.
Bezos lanzó el sitio el 16 de julio de 1995 bajo el dominio cadabra.com (actualmente en venta); luego relentless.com (inclaudicable). Finalmente lo registró con el nombre del río sudamericano y ofrecía 200.000 títulos que se podían pedir por e-mail. En 1997 amazon.com comenzó a cotizar en bolsa; en 2002 logró un beneficio de 3.900 millones de dólares que creció hasta triplicarse cuatro años después. En 1999, la revista Time subió a Bezos al altar de personaje del año.
Por su fecha, los orígenes de Amazon para los argentinos se vinculan con el deseado paraíso del peso convertible: también el universo de los libros había dejado de exigirnos visa. Es que la gran librería electrónica siempre tuvo su mayor sentido en comunidades periféricas o aisladas, desde lo geográfico, idiomático o cultural: encarnó el acceso absoluto de un plumazo, el mejor rostro de lo global.
El crecimiento exponencial de Amazon comenzó a generar una cantidad impensada de dinero: Bezos empezó a absorber empresas y ampliar la frontera del emporio. Compró: Audible (audiolibros), BookSurge (libros de baja demanda), Mobipocket (e-books y accesorios) o Fabric.com (¡empresa de costura!). El cielo era el límite y Bezos compró Alexa Internet; a9.com; Shopbop; Kongregate; Internet Movie Database (IMDb); Zappos.com; DPreview.com y el diario The Washington Post en 250 millones de dólares, una cifra que representa el 1% del valor de Amazon.
De ellas vale la pena recordar que Alexa es una empresa que nació con el plan muy ambicioso de ser un universo donde alojar toda la producción de Internet. Hoy funciona como un archivo donde puede rastrearse el movimiento de millones de webs activas o inahallables. Es de Amazon.
Las páginas web de Borders.com, entre otras antiguas cadenas poderosas de libros y música, que quebraron estrepitosamente, redirigen a secciones de amazon.com para captar restos de su clientela. Además amazon.com ofrece servicios web para manejar las tiendas en líneas de los locales para que éstos sólo se preocupen de la parte corporativa; éste tipo de prestaciones ya lo tienen algunas compañías y empresas como Target Corporation, Marks & Spencer, la NBA, Sears Canadá, Timex o Bombay Company. Según The Wall Street Journal en el primer trimestre de 2009 obtuvo ganancias un 24% superiores respecto de 2008.
¿Hasta dónde piensa llegar Amazon? Bien, una parte de la respuesta la ofrece el proyecto de utilizar drones para el reparto de sus entregas que acaba de ser suspendido. El delivery debía tardar media hora como máximo. ¡Antes que una pizza! Y a todas partes.
La otra parte de la respuesta está en la oferta infinita. La semana pasada Bezos desde un escenario con su fabuloso celular en la mano, decía: “El botón Firefly te permite identificar direcciones en la red y de email, números telefónicos, códigos de barra, obras de arte y más de 100 millones de artículos, entre ellos canciones, películas, programas de televisión y productos..., y tomar acción en cuestión de segundos”. El teléfono se encarga de conseguir lo deseado: toma decisiones en las góndolas de Amazon. Años atrás, le preguntaron a Bezos cuál era su banda preferida y dijo los Beatles; le pidieron que eligiera un tema favorito y dijo: “América”. Lástima. Si hubiera tenido su maravilloso Fire Phone habría podido reconocer que ese tema no era de los Beatles sino de aquel dúo que escuchaba en sus días de garaje: Simon & Garfunkel.

Un poco de charla inteligente

En 1949 hacía tres años que Hannah Arendt estaba en Estados Unidos. Antes había sido refugiada en París y prisionera en un campo de concentración. Ese año, en un bar de Manhattan, conoció a la escritora Mary McCarthy, un poco menor que ella y con una vida menos azarosa, pero una valentía y libertad de pensamiento similar
Hanna Arendt y Mary Mc Carthy, Entre amigas intelectuales./pagina 12.com.ar

La amistad entre ambas quedó reflejada en casi cuarenta años de correspondencia recopilada en Entre amigas (Lumen), donde las mujeres se unen para enfrentar a los críticos insidiosos, chusmean, se corrigen sus artículos y novelas, hablan de amor y de la a veces ingrata vida familiar y, sobre todo, dejan testimonio de una amistad femenina única entre dos mujeres brillantes que, cada una desde su lugar, fueron grandes protagonistas de siglo XX
En Hannah Arendt, la película de Margarethe Von Trotta estrenada a fines del año pasado, se ve a la filósofa alemana nacida en 1906, quien fuera amante y discípula de Heidegger, conversar en su living, animosamente, con una mujer. Esa mujer, en la vida real de Arendt, fue Mary McCarthy. La que se toma un avión de París a Escocia el 5 de mayo de 1974, cuando Arendt ya viuda, y a poco de morir, sufre su primer ataque al corazón. Mary McCarthy (EE.UU., 1912-1989) es considerada una de las escritoras más comprometidas del siglo XX, crítica de su época, militó desde las letras contra la guerra de Vietnam y Nixon. Mantuvo con Arendt un vínculo duradero y constructivo, “que se profundizó hasta un grado que no tiene equivalente entre los intelectuales modernos”, escribe Carol Brightman en la introducción a Entre amigas, compilación de la correspondencia Arendt-McCarthy desde que se conocieron en 1949 –cuando Mary tenía 37 años y Hannah 43– hasta la muerte de Arendt, en 1975. Ahora, el libro, publicado por Lumen en 1999 y hasta hace poco imposible de encontrar, vuelve a las librerías con una renovada edición.

Al momento de conocerse, Arendt hacía tres años que había llegado a Estados Unidos, tras dejar Alemania en 1933, cuando la persecución nazi estaba en los comienzos y dispuesta a no ser parte de la “adaptación al régimen” que argumentaban incluso sus amigos más cercanos, como Heidegger y Leo Strauss. Arendt pasa siete años refugiada en París, hasta que la envían a un campo de concentración, del cual logra escapar a los pocos días. En EE.UU. se casa por segunda vez con Heinrich Blücher (su fiel compañero hasta la muerte), trabaja como traductora, y para cuando conoce a McCarthy, sus artículos aparecían en Commentary y Partisan Review. Por su parte, McCarthy, recién separada de su segundo marido (tendrá cuatro), el famoso crítico literario Edmund Wilson (con quien tuvo su único hijo, Reuel Wilson), ya tenía dos libros publicados, The Company She Keeps (1942) y Míralo fríamente (1944), y era docente en el Bard College.

En aquel primer encuentro en el Murray Hill Bar de Manhattan, las dos mujeres no estaban solas. Era una reunión y la gente hablaba del maltrato francés a los alemanes que ocupaban París. McCarthy, irónica, dijo, que “lo lamentaba por Hitler, porque era un hombre tan absurdo que hasta deseaba el amor de sus víctimas”. Dicen que Arendt se dio vuelta y enfurecida le dijo cómo se atrevía a hablar así frente a alguien “que ha estado en un campo de concentración”. Un tiempo más tarde, se encontraron en una estación de subte, Arendt se acercó y le dijo: “Terminemos con esta tontería. Pensamos de forma muy parecida”. Y le escribió a McCarthy la primera carta de una larga correspondencia el 10 de marzo de 1949: “Acabo de leer The Oasis y debo decirle que es un libro delicioso. Usted ha escrito una verdadera obrita maestra”.

Ya para 1951, la correspondencia se hace fluida, y es ahora McCarthy la que elogia: “He pasado los últimos quince días absorbida por la lectura de tu libro (Los orígenes del totalitarismo), lo leía en la bañera, en el automóvil, haciendo cola en la tienda. Constituye un avance del pensamiento humano de por lo menos una década”. En esa misma carta, aparece lo que será un sello: la hermandad ante la crítica. “Las objeciones hipócritas de David Riesman me parecieron terriblemente estúpidas; creo que no entendió casi nada del libro ni de su construcción, que es magnífica.” Con las cartas –que a veces cruzaban el océano, porque ambas viajaban por placer y trabajo– enviaban manuscritos que se devolvían marcados con detalladas justificaciones. El 8 de diciembre de 1954, Mary escribe: “Mi novela (Una vida encantada) avanza, pero tus reproches imaginarios han sido tan eficaces que la he vuelto a escribir”.

INFORME EICHMANN Y EL GRUPO


McCarthy resultó una correctora de lujo para Arendt en el uso del inglés, ya que era su tercera lengua después del alemán y el francés. Cuando el mundo judío cae sobre Arendt por su Informe sobre el juicio a Adolf Eichmann (publicado en The New Yorker en febrero y marzo de 1963) y su polémico concepto sobre “la banalidad del mal”, Mary le advierte en la carta del 9 de junio de 1971, que se había “descuidado con el lenguaje” al emplear la palabra thoughtlessness aludiendo a la incapacidad de Eichman para pensar. “Me parece un error pretender darle a una palabra, clave en un ensayo, un sentido que no es el que habitualmente tiene (...) la diferencia entre lo que denominas thoughtlessness y lo que designas como estupidez no me resulta evidente.” Es que, en inglés, thoughtlessness define algo parecido al descuido o a la distracción antes que a la traducción literal del no-pensamiento. La comunidad judía acusó a Arendt de insinuar que los Consejos Judíos habían acatado las exigencias de los nazis entregando los nombres de los miembros de sus organizaciones. En la carta del 20 de septiembre de 1963, Arendt cuenta cómo su amigo Lionel Abel (rabino y poeta a quien más adelante Sartre calificaría como “el hombre más inteligente de la ciudad de Nueva York”), “anda por la ciudad diciendo calumnias sobre mí y sobre Heinrich”. “Preocupada como estoy, no creo que pueda seguir conservando la cabeza fría y no estalle.”

En paralelo a esta controversia, McCarthy publica El grupo, su novela de mayor éxito editorial y que le llevó once años escribir, basada en su experiencia como estudiante en el prestigioso Vassar College (en 1957 ya había escrito Memorias de una joven católica). “Me encanta verte en la lista de libros más vendidos y que ganes mucho dinero”, le escribe Hannah. Pero Norman Mailer la criticó comparándola con una novela para “mujeres que leen revistas femeninas”. A raíz de esa reseña, Mary escribe el 24 de octubre de 1963: “Me siento traicionada por la gente del New York Book Review. Me resulta extraño que personas que se supone son mis amigos le encarguen la reseña a alguien que es declarado enemigo mío”. En esa misma carta, y en referencia a los ataques a Arendt (en The New York Times el juez Michel Musmanno la había acusado de defender a la Gestapo y de calumniar a las víctimas judías), McCarthy escribe: “Me siento doblemente dolorida, por ti y por mí, y me produce mareos. Es como una puerta giratoria en la que una queda atrapada, sin salida, y en esta visión múltiple –como una imagen de Picasso– no tienes otra mejilla que ofrecer”. Mary instó a su amiga a refutar las acusaciones, a “defender sus ideas”. Hannah le respondió: “No hay ‘ideas’ en este Informe. Sólo hay hechos y algunas conclusiones”, y se mantenía firme en no responder a quienes llamaba “la turba intelectual”. Finalmente, en enero de 1964, Arendt hizo un descargo de doce páginas en Partisan Review.

LA VIDA MISMA


En enero de 1960, Mary deja a su tercer marido (“Me estoy aburriendo a muerte, salvo cuando escribo 10 horas por día”) y se casa con el diplomático Jim West, con quien se instala definitivamente en París: “Nunca me sentí tan cómoda con un hombre, tanto me imagino, como cuando era jovencita, sola dentro de mi piel”. A Hannah la impacientaba que Mary se volviera a casar y creyera en el amor de una manera que a ella le parecía ingenua. Y en mayo de ese mismo año, a raíz de una violenta escena de celos que West le hace a McCarthy –pasajes como éstos se leen como maravillosos cuentos cortos– le escribe: “Por favor, no te engañes, ningún hombre se ha curado jamás de nada, rasgo de carácter o hábito por una simple mujer, por más que todas las chicas crean precisamente que pueden lograrlo”. West tenía tres hijos que pasaban temporadas en casa de McCarthy, que solía quedarse sin niñera, no podía escribir y se ponía de pésimo humor. En la carta del 29 de septiembre de 1971 cuenta cómo se la agarra con el marido: “Jim es el blanco de unas flechas envenenadas con pócima Women’s Lib (se refiere a “liberación femenina”) que le arrojo yo por la ausencia de María”.

Por otra parte, los comentarios graciosos y cómplices sobre libros y autores funcionan como una guía acerca de qué y cómo se leía en ese momento. “¿Has leído El tambor de hojalata, de Gunther Grass? Creo que el ‘vuelo épico’ es un error, un pecado de vanidad.” (McCarthy, 28/11/62). “Estuve leyendo durante semanas La forcé des choses, de Beauvoir, me servía de pastilla para dormir.” (Arendt, 2/4/65). Y los chismes –cortos y al pie– que bien podrían igualarse a un intercambio de whatsapp de hoy: “Estuve con Margaret Mead, un monstruo, y Marianne Moore, un ángel” (20/6/60). “¿Qué se sabe de Susan Sontag? Cuando la vi la última vez, contigo en casa de los Lowell, era evidente que procuraba seducirte.” (McCarthy, 19/11/67). “Capote es muy desagradable, pretencioso y vulgar.” (Arendt, 28/5/68).

ESCRIBEME


 
Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy 1949-1975 Lumen 457 páginas

“Estuve en Friburgo y volví a casa muy deprimida. Súbitamente, Heidegger se ha puesto viejísimo, está muy cambiado con respecto al año pasado, muy sordo, lejano, inabordable, como nunca antes lo había visto. Desde hace semanas estoy rodeada de personas viejas que de pronto se han vuelto muy viejas”, escribe Hannah el 22 de agosto de 1975, antes de sufrir otro ataque al corazón el 4 de diciembre de 1975. Murió instantáneamente, en su departamento de Riverside Drive. En su máquina de escribir quedó una hoja en blanco para comenzar la tercera parte de La vida del espíritu. Tras su muerte, McCarthy abandona su novela Caníbales y misioneros para editar a su amiga durante tres años. “Sé que está muerta, pero a la vez sé que está aquí, en este cuarto, escuchando estas palabras mientras las escribo, asintiendo acaso con un mohín reflexivo, acaso ahogando un bostezo”, dice McCarthy en el Epílogo. Se habían visto por última vez a fines de 1974, cuando Hannah viajó a París para pasar juntas la Navidad. Un tiempo antes cerraba una carta: “Mary, escríbeme si no es demasiada molestia. Un poco de charla inteligente me haría muchísimo bien.”

29.6.14

El cuento del domingo

Amilcar Bernal 
Hablando de fútbol

Dijo que él, cuando estaba en la escuela, escribía a mano con una letra Palmer muy bonita, por contrato y a destajo, las escrituras y actas de la notaría de su padre, en un pueblo perdido de Boyacá.

Su hija, mi consuegra, creía que la vida de su padre era memorable, y me pidió que fuera a visitarlo para ver si yo me le medía a escribir su biografía. Entonces el viejo tenía 86 años y estaba a punto de enviudar, mientras en la calle no se hablaba de otra cosa que del mundial de fútbol, que acababa de comenzar. Íbamos, creo, por ahí en 1994.

Estábamos sentados, después del almuerzo, en la sala de su casa de campo. El viejo tomó la palabra después de ir, con su mirada a través de la ventana, hasta la infancia para traer lo que iba a decirme:

“Papá, abogado y notario del pueblo, mi jefe, cansón de tan honesto que era, guardaba religiosamente mi salario, dos centavos por cada acta escrita, para que mi futuro lo gastara. Eso entendía, y me parecía injusto pues no era el tiempo quien trabajaba sino yo, que lo imaginaba a él como un viejito jorobado, canoso, de bastón y oloroso a almanaque, parado al otro lado de mi escritorio en nuestra notaría, leyendo con voz mohosa la primera escritura del mundo, que yo sostenía cerca de sus ojos azules para que su ceguera pudiera leerla; entonces el papel se deshacía al contacto con su mirada dejándome las manos amarillas, una sensación de incompetencia y dos centavos menos en mis ahorros”.

De la cocina vino su esposa con un café para mí y un consomé para él.

“Ahora que lo pienso,” siguió, “yo a ratos desconfiaba de la existencia del viejito de marras pues la infancia, que éramos yo y todos mis amigos, ignoraba el futuro: el tiempo, para ella, la infancia, sólo era oscuro o soleado, dormido o despierto y, por raro que parezca, todo, desde el comienzo de la historia sagrada, se llamaba Hoy. Pues bien: un domingo, cuando ya tenía suficientes ahorros, papá decidió que yo debía invertir mi dinero; entonces nos fuimos, a caballo y bien tempranito, hasta la capital para comprar, con mi dinero, el primer par de zapatos de cuero para los pasos de mi vida. Antes los caminos sólo sabían de mis tropezones y mis alpargatas. Al mediodía regresamos al pueblo, yo con mis zapatos nuevos y él con la certeza de que su hijo era pobre otra vez y por tanto debía seguir trabajando: es que para los papás de mi tiempo el trabajo era más que el salario recibido. Hoy creo que sucede lo contrario”.

De nuevo se quedó como dormido al comienzo de una mirada azul que salía por la ventana e iba por ahí hasta mil novecientos.

“Como siempre que salía, y antes de volver al abrazo de mamá, que para él era la casa, papá fue a la droguería a comprar algún remedio que generalmente no necesitábamos (quizás por eso yo ahora me enfermo a cada rato), y me dio permiso para ir al parque donde mis amigos jugaban al fútbol. Estaba tan emocionante el partido que no me aguanté las ganas y entré a jugar con mis zapatos nuevos.”

Aquí el viejo se detiene, inmortal, me mira con ojos de tragedia y boca que sonríe, como si el recuerdo de la catástrofe fuera feliz, un juego, y dice:

“Pues los pinches zapatos no aguantaron hasta el final del partido. Se dañaron de tanta patada contra el cuero. Quedaron inservibles. Tanto trabajo para nada, y además, para colmo, quedamos cero a cero”.

Ahora el viejo se nota cansado, mira alrededor e intenta pararse de su asiento, como si quisiera irse. Pero no, decide quedarse, me mira y me dice, como dejándome una herencia:

–¿Sabe qué, señor?: a mí desde ese día ese deporte no me gusta. 
 Amílcar Bernal Calderón, ganador de algunos premios de narrativa y poesía a nivel local e internacional; autor de dos poemarios premiados en concursos de Colombia y España, e incluido en antologías internacionales de cuento y poesía; publicamos un cuento alusivo al fútbol, por estos días tema omnipresente.
Texto y foto: Con-fabulación

28.6.14

Formas religiosas del mundo futbolístico

Una pasión que se ha convertido en uno de los rituales de la sociedad secular
El templo de la pasión: el estadio./eltiempo.com

Eric Hobsbawn decía que “el fútbol es la religión laica de la clase obrera”. Eduardo Galeano definía el fútbol como “la única religión que no tiene ateos”. Vázquez Montalbán esbozaría una definición ‘posmoderna’ diciendo que “el fútbol es una religión laica de masas”. Muchos consideran el fútbol como un nuevo ritual de alcances sociales que se ha transformado en la gran religión de los tiempos modernos.
En este sentido los estadios se miran hoy día como los grandes recintos sagrados suplantándose por los recintos tradicionales que congregan a los fieles de una creencia religiosa. De esta manera puede decirse que muchas manifestaciones que se generan en los rituales religiosos pueden extrapolarse, mutatis mutandis, a la excitación y emoción generadas alrededor de la pasión futbolística.
A diferencia del texto bíblico el fútbol fue primero acto y después fue verbo. El fútbol, si nos remontamos a sus orígenes, no es un deporte que deriva del rugby. El fútbol proviene de las prácticas de juego de pelota realizadas en la Inglaterra medieval y que se conocían con el nombre de hurling. De tal forma que la relación del fútbol con el rugby la podemos establecer de forma horizontal o simultánea y no vertical o evolutiva, como pretenden afirmar algunos, cayendo en la charlatanería barata.
En un comienzo el fútbol fue praxis, lúdica feliz, libre de ataduras. Después, cuando en la célebre reunión de la Freemason’s Tavern, en 1863, se estipularon las 13 reglas que dieron origen al primer reglamento de fútbol, empezó a ser Iglesia. Una Iglesia que hasta la fecha no tiene disidencia, como otras iglesias.
De ahí que la estructura y organización del fútbol en el mundo actual sea de naturaleza eclesial y esa gran Iglesia está expresada en ese gran ente que se llama Federación Internacional del Fútbol Asociado FIFA.
El poder de la FIFA, hoy día, es inconmensurable. La FIFA está por encima de los Estados. Tiene más miembros que la ONU. Y tiene la fortuna de que todos sus miembros se someten a su voluntad sin ningún reproche. Estar por fuera de la FIFA significa no existir para la comunidad del fútbol.
Por eso podemos decir que el fútbol es una Iglesia que no tiene disidencia. El mundo se reúne cada 4 años en una especie de ecumenismo futbolístico. La unidad del fútbol se plasma en un solo lenguaje, el lenguaje del fútbol. El fútbol expresa en las copas del mundo al mundo como unidad, más allá de las diferencias de raza, naciones y credos políticos y religiosos.
La organización del fútbol goza de una gran ventaja respecto a otras religiones. Es una religión que no tiene cismas frente a sus principios fundamentales. Sus normas son acatadas por todos sus miembros y ese hecho la legitima como la máxima autoridad Ex cathedra ante la cual no hay poder humano que remueva sus dictámenes. Casi que puede decirse que su poder trasciende lo mundano para transformarse en una autoridad de “características divinas”.
Pero la Iglesia de la FIFA apenas tiene 100 años. Es una Iglesia joven si la comparamos con otras Iglesias que han sido protagonistas de crisis que han hecho temblar sus cimientos. Por ahora la Iglesia del fútbol goza de buena salud en sus principios de fe, y eso parece augurar que, al menos en un futuro próximo, la comunidad del fútbol asociación garantizará la unidad de los principios aprobados en aquella reunión de la Freemason’s Tavern en octubre de 1863.

 Rafael Jaramillo Racines.Investigador. Miembro de Asciende, Asociación de Investigación y Estudio del Deporte.

Borges: "Desde chico he sabido que mi destino es la literatura"

 Apuntes sobre su vida y su obra, y esquelas que informan sobre uno de sus viajes son el signo distintivo de las reveladoras cartas que Borges le envía a Victoria Ocampo; la escritora, a su turno, tiene pasajes de recriminación
Jorge Luis Borges visto por Sábat./adncultura.com
 
Yo estoy orgulloso de ese encuentro y de la espontaneidad de su aprobación y de haber motivado en usted esas precisiones hermosas sobre la imprecisión de nuestro lenguaje. De cualquier lenguaje, diríamos.
Yo, menos afortunado que usted, no creo tocar la realidad con ninguna palabra. Que el signo, que la cifra convencional para eso que suelo ver en el cielo, se diga moon o "luna", me es indiferente; lo torpe es que haya signos cerrados, palabras que diferencian la luna del cielo en que está y de las azoteas debajo de ella y de los sonidos y fragancias que estaban con ella cuando la vi. La realidad no está en ningún idioma: no sabe de verbos ni de sustantivos ni de adjetivos. El francés, desde luego, parece idioma mejor organizado que el español, más discreto, más unobstrusive, ¡otra palabra que nos hace falta!, menos orgulloso de sus tramoyas.
Aquí dejo de razonar y vuelvo a decirle -sencillamente- mi gratitud. Si alguna vez escribo una página que me satisfaga, prometo mandársela.
Jorge Luis Borges

[c. octubre de 1941]

Querida Victoria: Júbilo y gratitud por su carta. (La recibí el domingo, a causa de un ligero anacronismo en la dirección: desde el mes de enero vivo en Quintana 263.) Yo pensé que mi artículo era un acto de sentido común; ya algún colega que es también mi cuñado (un frère est un ami donné par la Nature, un beau-frère est un Espagnol donné par la Nature) me acusa de arbitrariedad. Goethe dice que al cabo de unas páginas abandonó el estudio de Kant, porque en ningún momento de la lectura "se sintió mejorado"; nosotros, Victoria, diríamos lo mismo del Quijote y quizá de Goethe. El Martín Fierro me conmueve, pero a la manera de los estilos o de las milongas: me gustan, pero no pierdo la conciencia de estar en un mundo muy playo.
Entiendo que muy pronto aparecerá mi libro de cuentos fantásticos, notas sobre autores imaginarios, etcétera. He recordado su indulgencia con la literatura policial; me he atrevido a dedicarle un breve ejercicio en ese género endiablado.
Aquí, pocas noticias. Adolfito y yo estamos corrigiendo las pruebas de una antología para la Editorial Sudamericana.
Suyo, con repetida gratitud,
J. L. B.
[Membrete: Comisión Honoraria de Bibliotecas Públicas Municipales]

[c. abril-mayo de 1946]

Le ruego, Victoria, perdone esta demora. He aquí unos datos quizá útiles:
He nacido en la ciudad de Buenos Aires, en 1899. En mi familia (como en toda familia de estas repúblicas) abundan los destinos violentos: el coronel Francisco Borges, mi abuelo, murió en la revolución de 1874; mi bisabuelo, el coronel Isidoro Suárez, decidió la victoria de Junín y murió en el destierro; otro antepasado, el general Soler, comandó la vanguardia del ejército de los Andes (y el ala izquierda del ejército argentino en Ituzaingó) y dedicó su vida a inextricables intrigas y conjuraciones, almost invariably unsuccessful; otro (Laprida) fue lanceado en Mendoza, etcétera. En esos muertos (cuyas espadas y cuyos retratos estaban en casa) he pensado mucho: ahora sé que infinitamente difiero de ellos y que me sería incómodo el diálogo con sus sombras. Más importante me parece la circunstancia de que una de mis abuelas era inglesa; más importante aún, el haber pasado la infancia (y toda la vida) entre libros de Stevenson y de Dickens, de Kipling y de Edgar Allan Poe.
He viajado mucho: Londres, París, Ginebra, Lucerna, Zürich, el Sur de Francia, el Norte de Italia, Portugal, toda España (salvo Asturias y Galicia), el Uruguay, una semana en Rio Grande do Sul. Ignoro si es importante esa geografía: mi recuerdo más vívido de Lugano (1918) es la apasionada lectura de las visiones de De Quincey; mi recuerdo más vívido de Madrid, algunas discusiones con Rafael Cansinos Asséns.
Desde chico he sabido que mi destino es la literatura. He aprendido (y olvidado) el latín; he aprendido sin maestros el alemán y lo leo sin demasiada incomodidad. Me avergüenza casi todo lo que he publicado, salvo algunos ejercicios fantásticos y alguna observación analítica.
En esta nota (que usted, Victoria, sabrá justificar y razonar) prescindo de fechas y de sucesos. Yo vivo, o trato de vivir, impersonalmente: tengo la certidumbre de haber evolucionado muy poco; de ser el mismo (centralmente) que he sido y que seré.
La firme gratitud, la amistad de
Jorge Luis Borges
Algunos datos adicionales:
En 1922 fundé (con Eduardo González Lanuza, Francisco Piñero y Guillermo Juan) la revista Proa, de aparición irregular y secreta; en 1924 (con Ricardo Güiraldes, Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz) la revista mensual Proa, que duró un año.
He publicado tres libros de versos (el primero, Fervor de Buenos Aires -curiosa mezcla de topografía y de metafísica-, es de 1923; el último, Cuaderno San Martín, de 1930). Ahora estoy revisándolos, a ver si de los tres sale uno.
Con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares he publicado una Antología de la literatura fantástica y una muy censurada Antología de la poesía argentina. (Los editores le pusieron Antología poética argentina.)
En breve saldrá una tercera, de cuentos policiales. Cuando el destino me depare algunos meses libres, escribiré una corta novela o un cuento largo en el que estarán de algún modo todas las páginas de mi obra anterior. Se trata de una narración alegórica: sucederá en 1899, en Buenos Aires.
He traducido: del francés, obras de Michaux y de Gide; del inglés, The wild palms, de Faulkner, A Room of one's own y Orlando, de Virginia Woolf; del alemán, Die Verwandlung de Kafka y cuentos de Martin Buber, de Kasimir Edschmid, de Gustav Meyrink, de A. Ehrenstrim, etcétera.

Buenos Aires, 13 de julio de 1953

Querida Victoria: Mis especialidades (mis preferencias) desgraciadamente no corresponden a las expected in a Latin American writer. En el Colegio Libre de Estudios Superiores y en la Asociación Argentina de Cultura Inglesa he dictado cursos sobre los clásicos norteamericanos (Hawthorne, Emerson, Edgar Allan Poe, Whitman, Melville, Thoreau, Mark Twain, Henry James, Henry Adams), sobre literatura inglesa, sobre las antiguas literaturas germánicas (los anglosajones, los escandinavos, los alemanes), sobre los pensadores presocráticos, sobre budismo (better keep this dark), sobre Bernard Shaw, sobre Yeats, sobre Martin Buber y sobre Kafka. El 24 de este mes iniciaré un "cursillo" sobre el siglo XVIII inglés: Pope, Hume, Macpherson, Gibbon, Boswell y Blake. ¿Me atreveré a agregar que en Santiago del Estero hablé, ante un auditorio judío, sobre Moisés de León y la Cábala? También he hablado sobre literatura fantástica.
Yo podría, en los Estados Unidos, hablar sobre literatura española e hispanoamericana. Conozco la primera pasablemente y bien la argentina. Con Adolfo Bioy Casares he editado y comentado a Quevedo (Quevedo: prosa y verso, Emecé Editores, Buenos Aires, 1948) y a los poetas gauchescos (Fondo de Cultura Económica, Méjico). El ensayo, la poesía o la narrativa argentina podrían, tal vez, interesar. Vuelvo a agradecerle su bondad, querida Victoria. Suyo, muy cordialmente,
Jorge Luis Borges

Austin, Oct. 11 /1961

Querida Victoria:
Estamos groping our way en este extraño mundo de América, en el que cada cosa es ligeramente distinta. Los aborígenes están llenos de buena voluntad y tratan de ayudarnos. La Universidad es espléndida; nuestra Biblioteca Nacional cabría cómodamente dos veces en la de esta provinciana casa de estudios. Estoy iniciando a los texanos en los deleites de Ascasubi y Hernández. A fines de Enero estaremos en Nueva York. Aquí los árboles nos traen recuerdos de San Isidro y, no sea mal pensada, de Adrogué. Vaya un plural abrazo, sin olvidar a la querida Angélica.
Suyo siempre,
Georgie y Leonor
Austin - nov. 30 [1961]
Querida Victoria:
Nuestra gratitud por su carta. La vida americana nos agrada y a veces nos sorprende, a los dos; por el momento, nada precioso o siquiera novedoso puedo declarar sobre América, pero un poema está acechándome y en cuanto se defina del todo, lo tendrá usted. El lunes 4 dic. saldremos para el Oeste y daré conferencias en las universidades de Albuquerque (New México) y en California (creo haber leído que los pioneers inscribían en sus carretas California or bust!) No sé si me atrevo a pedir alguna tímida noticia de cierta Antología personal que dejé por ahí. Afectos a Angélica y a los amigos de Sur que me recuerdan, con mis deseos de Merry Xmas.
Un abrazo,
Georgie
Escríbanos. Volveremos el 12. El 20 de Enero salimos ?para N. York, ¿y no la veremos por allá?

(Sin fecha)

Querido Georgie:
Gracias a Leonor -que me lo prestó- he podido ojear (no es una errata) el Jorge Luis Borges de L'Herne (no sé qué parentesco tendrá esta revista con "l'hydre de Lerne"... suena parecido). Desde luego, usted merecía ese homenaje (tardío) y mucho más. Digo mucho más, porque no todas las colaboraciones de este número están a las alturas de que habla José Bianco al referirse a sus colaboraciones de usted en SUR y a cómo desnivelaban la revista. Sin embargo, en esta "publicación" han aparecido cuentos, ensayos y poemas de los mejores escritores europeos y americanos contemporáneos. No ha estado usted en tan mala compañía.
En cuanto al nivel no siempre muy alto de las colaboraciones de L' Herne, en esta ocasión, empiezo por citar mis propias páginas. No sé si al releerlas (yo había enviado otras, y sin avisarme siquiera, las cambiaron por una ya publicada en Cuadernos) me parecieron peores de lo que recordaba, tal vez por fallas inherentes a toda traducción, por buena que sea. Temo que usted no comparta esta opinión, pues le he oído afirmar que la traducción de Ibarra del Cementerio Marino era mejor que el original de Valéry.
Algunas aclaraciones me parecen necesarias, desde mi punto de vista personal. Ya sabe usted y por añadidura todo el mundo, que soy muy personal y que sólo hablo de mí misma (esto es por lo menos algo de que han tratado de convencerme). Dice usted, en su diálogo con Ibarra, que sorprendió ver en el primer número de SUR fotos del Iguazú, de la Cordillera, de Tierra del Fuego y de las Pampas (plural). Verdadero manual geográfico. Se le ocurrió entonces a usted que yo quería mostrarles el país a mis amigos europeos. Pero no. Se lo quería mostrar a los argentinos. A mí misma. Esta tierra de climas y aspectos tan variados es la nuestra -significaban aquellas fotos. Hoy, a cada rato tropezamos en La Prensa, LA NACION etc., etc., con fotos de nuestros paisajes, incluso con el de esas plazas de provincia que se distinguen por sus faroles, bancos y una que otra pérgola desprovista de enredadera. Nada de esto se destina a ojos extranjeros, supongo (y espero).
SUR, mi querido Georgie, ha sido para mí un medio costoso de desasnarme, téngalo presente. Y antes de dedicar las fotos en cuestión al lector desconocido (nuestro eterno cliente) me las dedicaba a mí misma, figúrese. Así es tu tierra -me decían. No lo olvides, ignorante.
Otro punto a aclarar: Adolfo Bioy Casares observa que al comienzo de la amistad de ustedes dos, usted lo puso en guardia: "Si quiere escribir, no dirija una editorial, ni una revista". Nunca se dio consejo más sano a un debutante. Quien dirige (o hace como si dirigiera) una Editorial o una Revista (no mencionemos a los que para colmo de desventura están a la cabeza de ambas catastróficas empresas) saldrá siempre perdiendo, si es escritor. Su ocuparse y preocuparse de hacer conocer a otros escritores se confundirá con una incapacidad innata de escribir él mismo. Quedará desdibujada su fisonomía. Escritores serán todos los que él publica, y él será el eterno editor, o director de alguna "publicación" más o menos fracasada.
Sin embargo, este oficio sacrificado (cuando no es lucrativo) trae aparejado algo positivo, a veces. Por ejemplo, si la revista SUR no hubiera invitado en 1939 a Roger Caillois, autor joven y desconocido, para dar conferencias en Buenos Aires, tal vez la traducción de sus obras, querido Georgie, hubiera tenido que esperar algunos años más. Desde luego, se hubiera tratado sólo de una demora. Otro Colón lo hubiera descubierto (para los europeos). Pero en este caso, la feliz elección de SUR resultó beneficiosa para la difusión de la obra de Jorge Luis Borges, argentino desconocido allende los mares (pese a lo mucho que yo, personalmente, había hablado de él en las capitales europeas y estadounidense).
Paso por alto un artículo en que se cuentan incidentes relacionados con mi revista (asunto que carece de vinculaciones con sus escritos, Borges). Lo paso por alto porque su autor no habla con lealtad ni buena fe y porque no se puede ser desmemoriado hasta ese punto. Además, en caso de amnesia, bastaba con mirar los números de SUR. Allí están enteras las declaraciones de las que solamente parece recordar la parte que le cuadra, en la ocasión. Hasta resulta cómico recordar que usted firmó una declaración violentísima contra el castrismo en esa fecha. Yo no la firmé. Y si usted en esa emergencia hubiera dirigido una revista, y hubiera ocurrido en ella lo que ocurrió en SUR, hubiera tenido que decir algo, como lo hice yo, lo más discretamente y prudentemente posible. No deja de ser pintoresco que un secretario, o jefe de redacción le advierta al director de una revista que no tolerará que éste puntualice su modo de pensar y la orientación de dicha publicación. O esto se llama totalitarismo, o ignoro el sentido de la palabra.
Nada más, querido Georgie. Quiero de nuevo dejar sentado que ni me gustan las violencias del régimen castrista (por ellas me he apartado de él), ni apruebo el racismo norteamericano (del que Kennedy no fue cómplice). Tal vez sea una utopía pensar que se puede cambiar el mundo usando los métodos que utilizó Gandhi. Pero éste es el único político de nuestro siglo que he venerado totalmente.
Lo admira su amiga.
Victoria Ocampo