Costumbres. El Mundial, “ese gran instante”, impone otra rutina: se cambian citas, se reprograman cirugías y hasta los desapasionados hablan de fútbol
El campeonato que logra detener el tiempo./revista Ñ |
Pasolini decía que hay momentos que son puramente poéticos: por ejemplo, los momentos del gol.
Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del
código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad.
Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el
mejor poeta del año .
Gritar gol es como nombrar la vida. Tal
vez se trate de eso, de un sonido que insiste para alcanzar una pelota
brillante en deseos. Esa pelota que es también sol y que, por momentos,
encandila.
Cuenta Horacio Quiroga que el jugador de El
Nacional, el goleador Abdón Porte, que integró la selección uruguaya y
ganó el primer Campeonato Sudamericano en 1917, se suicidó en el Estadio
Gran Parque Central. Lo encontraron así, muerto, y lo llevaron a otra
parte, al cementerio de la Teja, donde descansaban otros jugadores. Pero
Abdón Porte hubiese querido que lo dejaran en el estadio.
Yo tampoco quiero que me lleven a otra parte. Si me muero quiero que desparramen mis cenizas en la cancha .
¿En cuál?
Los
que hablan son un hombre y una mujer paraguayos, hablan en guaraní.
Ante la pregunta se ponen a llorar, no están en su patria y este año no
juegan en el Mundial.
¿Y vos? ¿Por quién vas a hinchar?
Argentina, por suerte,
volverá a reunirse en la pasión, habrá un solo cuerpo durante un mes
que no será un mes porque el tiempo estará detenido. Será un gran
instante. Ya todo se va preparando. Se compran televisores, plasmas más
grandes que los de hace cuatro años, se cambian las fechas de las
agendas.
Se sabe, por experiencia, que estarán vacíos los
pasillos de tribunales, que en los hospitales y hasta en las prepagas se
cancelarán las cirugías posibles, sólo se atenderán las guardias y se
intentará que sean los médicos de los países vecinos los que tengan que
ir a trabajar. Alguien propuso que fueran las médicas pero un solo grito
de “machistas” hizo cambiar de idea. En las calles, universidades,
ministerios, bancos, fábricas, sucede la organización.
Un grupo
quiere convencer a otro, mínimo aunque gritón, de la importancia de
este momento. Mientras los inadaptados dicen que todo es un hecho para
adormecer las conciencias ciudadanas y campesinas y que Borges no veía
nada bueno en el fútbol, el otro grupo recuerda que Antonio Gramsci,
Albert Camus, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Martín Heidegger, Jacques
Derrida, jugaban al fútbol. Que Derrida se tuvo que conformar con la
filosofía, la semiología, por ser un pata dura. Escucho que alguien dice
que hasta Kafka aprendió el alemán por amor al fútbol y, por supuesto,
a su padre. Alguno más valiente, postula que Arquímedes “vio” la
esfera sólo para que se creara la pelota que ya está en todas partes y
la pelota viene hasta el Mundial a tocar música, al decir de Fernando
Pessoa. Arquímedes no sólo inventó la esfera sino que con su vista
atravesó los tiempos y vio a Maradona.
¡Eh!, no exageres.
La
gente se reúne, la gente quiere comenzar su calentamiento. Algunos
llevan carpas y caminan hasta Parque Centenario, otros hasta Plaza San
Martín. Quieren ver los partidos en las plazas porteñas donde se podrán
compartir los 64 encuentros. Hay quien se apura, retrocede hasta la
agencia de la esquina de Scalabrini Ortiz para jugar ese número a la
quiniela. También jugale al 12, al 6, al 14 y al 7, le grito recordando
cuándo empieza y termina el Mundial. No olvidemos el 2014.
Otros
inadaptados hablan de las manifestaciones en Brasil; ¿no se dan cuenta
de que ante semejante suceso el país elegido como una tierra prometida
tiene que tirar su casa por la ventana? Construir maravillosos estadios,
teatros lujosos para que todo el pueblo, sin excepción, pueda lucirse. Y
no importa si alguien va al palco, a la platea, al gallinero. ¿Acaso no
te acordás en el Mundial anterior de aquel hombre como salido del
tiempo, de alguna Edad Media que, no se sabe cómo, entró a este siglo
XXI durmiendo en la vereda? Se despierta, se pone de pie y abraza a ese
otro hombre tan vestido, traje nuevo, corbata, zapatos nuevos, que deja
de lado su portafolio y su inteligente celular para vitorear, vociferar,
responder el abrazo del lumpen. Como en 2001, que con el grito de: “Que
se vayan todos”, se tocaban unos a otros, confusos, en la Plaza de
Mayo.
Para el Mundial también, cabecitas y blanquitos, un solo
corazón. Excluidos e incluidos, oprimidos y opresores, gordos y flacos.
Un solo cuerpo, un único destello.
¿Es una alternativa o son dos?: ganar, perder.
Bailamos
al ritmo de los jugadores. Una alegría muscular se impone. “El fútbol,
para ser serio, tiene que ser juego. Y por más orden que busquemos, por
más ciencia que hagamos, el partido se decidirá por el arte de lo
imprevisto”, decía Dante Panzeri, un periodista deportivo que brilló en
El Gráfico. Es decir, no es lo mismo la teoría que la práctica. No es lo
mismo llenar en un pizarrón las jugadas que, de pronto, comenzar a
correr, sentir el aire en el cuerpo, los pensamientos deliberando
descalzos.
Dentro de ese gran instante del que hablé, hay
instantes pequeños. Uno es en la cancha, en el juego mismo. Cuando los
jugadores hacen malabarismos, magia, gambeteos, maravillas. Cuando el
talento va de la cabeza a los pies. Jugadores-santos-visionarios. No
importa si fueron alguna vez desnutridos, no importa si nacieron en
Fuerte Apache o en la 31 y el espacio amontonado. Lo único que importa
durante el juego, mientras corren por la cancha, es lo que son capaces
de hacer con su don, su sabiduría.
Otro es el instante en que
aquellos pocos, ese uno por ciento ostentador de riquezas, así como
reyes y príncipes de Inglaterra, España, Holanda y hasta la mismísima
Máxima, tienen que agacharse, inclinarse antes sus ídolos, aplaudirlos.
¡Pensar que en un partido de fútbol grita y se arrodilla más gente que en una de las procesiones!
, escribía Silvina Ocampo en uno de sus cuentos. Y también gritan desaforadamente el gol.
Cuando
termine el Mundial, cuando nos saquemos la camiseta y quede la cara
descubierta, aún si triunfadores, ¿llegará el hastío, la sensación de
fracaso o habrá sólo un recreo hasta recomenzar los ensayos, los
entrenamientos? Así, siempre, un próximo Mundial y las voces que claman:
juguemos. Juguemos mejor.
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