El capital en el siglo XXI pone en entredicho el mito de que el capitalismo mejora la vida de todos. "He querido dirigir el libro al lector general, con información bien clara para todo aquel que quiera leerlo"
Una de las consignas del movimiento del 15-M fue que "el capitalismo no
funciona". Ahora, en una obra excepcional e innovadora ('El capital en
el siglo XXI'), el economista francés Thomas Piketty explica por qué eso
es cierto, y sus tesis han suscitado un debate internacional. Nos
encontramos con Piketty en su facultad parisina y analizamos a fondo el
que ya puede decirse que es el libro del año 2014
La Escuela de Economía de París está situada en una parte muy poco
parisina de la ciudad. Se encuentra en el bulevar Jourdan, en el extremo
inferior del 14e arrondissement, junto al parque Montsouris. A
diferencia de lo que ocurre en la mayoría de jardines franceses, ese
parque exhibe una absoluta falta de rigor cartesiano; en realidad, con
su lago, sus espacios abiertos y sus entrometidos y golosos patos, muy
bien podría estar situado en cualquier ciudad británica. En cambio, el
pequeño campus de la Escuela de Economía de París se parece
inconfundible y reconfortantemente al de casi todos los campus
universitarios franceses. Es decir, que es gris, monótono, destartalado y
con pasillos que huelen vagamente a col. Es ahí donde he concertado una
entrevista con el profesor Thomas Piketty, un tímido joven francés
(tiene cuarenta y pocos años) que ha pasado la mayor parte de su carrera
en archivos y recopilando datos, pero que está a punto de convertirse
en el pensador más importante de su generación; un pensador
independiente y un demócrata -según lo definió el profesor de Yale Jacob
Hacker- que se ha convertido nada menos que en "un Alexis de
Tocqueville para el siglo XXI".
Y ello a causa de su última obra, titulada El capital en el siglo XXI. Se trata de un libro voluminoso, de alrededor de un millar de páginas, lleno de notas, gráficos y fórmulas matemáticas. A primera vista, su aspecto es descaradamente académico, abrumador e incomprensible al mismo tiempo. El caso es que, a lo largo de los últimos meses, el libro ha desatado en Estados Unidos acalorados debates acerca de la dinámica del capitalismo y, en especial, acerca del auge aparentemente imparable de la minúscula élite que controla una porción cada vez mayor de la riqueza del mundo. También ha suscitado polémicas acerca del poder y el dinero en sitios web y blogs no especializados, y ha puesto en entredicho el mito que constituye el núcleo mismo de la vida estadounidense: que el capitalismo mejora la calidad de vida de todos. No es exactamente así, afirma Piketty, quien lo demuestra de un modo claro y riguroso echando por tierra todo aquello en lo cual creen los capitalistas sobre la ética de ganar dinero.
El carácter innovador del libro ha sido reconocido en un largo artículo publicado en The New Yorker, en el que se cita a Branko Milanovic -antiguo economista jefe del Banco Mundial-, quien describe el volumen de Piketty como "uno de los libros decisivos del pensamiento económico". En la misma línea, un colaborador de The Economist ha afirmado que la obra de Piketty ha reescrito doscientos años de pensamiento económico sobre la desigualdad. De modo muy resumido, las polémicas se han centrado en dos polos: el primero es la tradición iniciada por Karl Marx, quien creyó que el capitalismo acabaría autodestruyéndose en la interminable búsqueda de unos rendimientos decrecientes. En el extremo opuesto del espectro se encuentra la obra de Simon Kuznets, ganador del premio Nobel en 1971, para quien la brecha de la desigualdad se reduce forzosamente a medida que las economías evolucionan y se hacen más desarrolladas.
Según Piketty, ninguno de esos razonamientos se sostiene frente a las pruebas que él ha acumulado. Es más, logra demostrar que no hay razón para creer que el capitalismo sea capaz de resolver el problema de la desigualdad; un problema, que, según insiste, lejos de mejorar, empeora. De la crisis bancaria del 2008 al movimiento indignado del 2011, es algo que ya había sido intuido por la gente común. La singular importancia de su libro es que demuestra de modo científico que esa intuición es correcta. Por eso el libro ha traspasado los círculos especializados, porque dice lo que muchas personas ya piensan.
"He querido dirigir el libro al lector general", afirma Piketty al inicio de nuestra conversación, "y, aunque es a todas luces un libro susceptible de ser leído también por especialistas, mi objetivo era que la información esté bien clara para todo el que quiera leerlo." En realidad, hay que decir que El capital en el siglo XXI es sorprendentemente legible. Está repleto de anécdotas y referencias literarias que iluminan toda la narración. En inglés, ha sido una gran ayuda la ágil traducción de Arthur Goldhammer, un gran estilista literario que se ha enfrentado a autores de la talla de Albert Camus. No obstante, contemplando en las estanterías del despacho de Piketty títulos tan fácilmente inductores de jaqueca como Principios de microeconomía y La influencia política del keynesianismo, una persona corriente como yo necesita alguna ayuda adicional. Así que le hice la pregunta más evidente de todas: ¿cuál es la idea fundamental que recorre todo el libro?
"Empecé investigando un problema muy concreto", dice en un inglés teñido de un elegante acento francés. "Hace unos años me pregunté dónde estaban los datos brutos que sostenían todas las teorías acerca de la desigualdad, desde David Ricardo y Marx hasta los pensadores más contemporáneos. Empecé buscando en Gran Bretaña y Estados Unidos y descubrí que no había gran cosa. Y luego descubrí que los datos existentes contradecían casi todas las teorías, incluidas las de Ricardo y Marx. Cuando me puse a estudiar otros países, vi que aparecía un patrón: que el capital, y el dinero producido por él, se acumula más deprisa que el crecimiento en las sociedades capitalistas. Y que ese patrón, observado en el siglo XIX, se hizo más predominante a partir de la década de 1980, cuando se eliminaron los controles sobre el capital en muchos países ricos."
De modo que la tesis de Piketty, respaldada por una exhaustiva investigación, es que la desigualdad económica del siglo XXI está en aumento y se acelera a un ritmo peligroso. De entrada, este análisis modifica el modo en que consideramos el pasado. Ya sabíamos que el final del capitalismo predicho por Marx nunca se produjo; y que incluso en el momento de la revolución rusa de 1917 ya estaban subiendo los salarios del resto de Europa. También sabíamos que Rusia era según todos los parámetros el país menos desarrollado de Europa y que por esa razón arraigó allí el comunismo. Sin embargo, Piketty añade que fueron las diversas crisis del siglo XX (principalmente, dos guerras mundiales) las que impidieron el crecimiento continuado de la riqueza nivelando temporal y artificialmente la desigualdad. En contra de nuestra percepción del siglo XX como una época en la que disminuyó la desigualdad, lo cierto es que en términos reales no dejó de crecer.
En el siglo XXI, es así no sólo en los llamados países ricos (Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa occidental), sino también en Rusia, China y otros países en fase emergente de desarrollo. Existe un peligro real de que si no se detiene el proceso la pobreza aumente al mismo ritmo; y, según Piketty, muy bien puede resultar que el siglo XXI sea un siglo con más desigualdad y, por lo tanto, más discordia social que el siglo XIX.
Cuando me explica sus ideas con fórmulas y teoremas, todo me suena demasiado técnico (tuve problemas con las matemáticas en la escuela primaria). Sin embargo, siguiendo atentamente sus explicaciones (es un buen maestro, muy paciente) y descomponiendo el análisis en pequeños fragmentos, todo empieza a cobrar sentido. Piketty explica a su principiante que la renta es un flujo, que se mueve y puede crecer según el rendimiento. El capital es un patrimonio, su riqueza procede de lo que se ha acumulado "a lo largo de todos los años anteriores juntos". Es un poco como la diferencia entre tener un descubierto y tener una hipoteca; y si uno no consigue ser dueño de la propia casa nunca tendrá patrimonio alguno y siempre será pobre.
En otras palabras, lo que está diciendo en términos globales es que quienes poseen capital y activos generadores de riqueza (como, por ejemplo, un príncipe saudí) siempre serán más ricos que los emprendedores que intentan conseguir capital. La tendencia del capitalismo en este modelo concentra cada vez más riqueza en manos de cada vez menos personas. ¿Acaso no lo sabíamos ya? ¿Que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres? ¿No cantaban acerca de eso mismo los Clash y otros grupos en la década de los setenta?
"Bueno, en realidad, no lo sabíamos, aunque podíamos haberlo sospechado", dice Piketty, animándose con el tema. "En primer lugar, es la primera vez que hemos reunido datos que demuestran que eso es así. En segundo lugar, es evidente que este movimiento, que está adquiriendo velocidad, tendrá implicaciones políticas: todos seremos más pobres en el futuro y eso es una situación que genera crisis. He demostrado que en las actuales circunstancias el capitalismo no puede funcionar."
De modo interesante, Piketty afirma ser un anglófilo y, de hecho, empezó su carrera investigadora con un estudio sobre el sistema del impuesto sobre la renta inglés ("uno de los mecanismos políticos más importantes de la historia"). Sin embargo, también afirma que los ingleses tienen una fe demasiado ciega en los mercados, que no siempre comprenden. Debatimos la actual crisis de las universidades británicas que, tras haber impuesto unas tasas de matrícula, ahora descubren que carecen de liquidez porque el gobierno no calculó bien lo que tendrían que pagar los estudiantes y no es capaz de asegurarse la devolución de los préstamos concedidos para el pago las matrículas. Dicho en otras palabras, el gobierno creyó que conseguía una fuente de ingresos introduciendo tasas de matrícula y, en realidad, al no poder controlar todas las variables del mercado, lo que hizo fue apostar con dinero público y parece que va a perder de modo espectacular. Piketty dice con una sonrisa: "Es el ejemplo perfecto de cómo provocar deuda en el sector público. Algo increíble y difícil de concebir en Francia".
A pesar de su simpatía por Gran Bretaña y Estados Unidos, Piketty confiesa que sólo se siente cómodo en Francia. El capital en el siglo XXI contiene una multitud de referencias francesas (una figura clave es el historiador François Furet); y Piketty admite que el panorama político que mejor comprende es el francés. Creció en Clichy, en un barrio principalmente de clase trabajadora. Sus padres eran militantes de Lucha Obrera, un partido trotskista que aún goza de bastante predicamento en Francia. Como muchos en aquellos años, decepcionados por el fracaso de la casi revolución de Mayo del 68, se retiraron a criar cabras cerca de Carcasona (la clásica trayectoria de muchos progres de esa generación). Sin embargo, el joven Piketty estudió en París y acabó obteniendo un doctorado en la Escuela de Economía de Londres a los 22 años. Luego se fue al Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde destacó como profesor, y acabó regresando a París y se convirtió en el primer director de la escuela en la que tiene lugar la entrevista.
Su propio itinerario político empezó, me cuenta, con la caída del muro de Berlín en 1989. Viajó a Europa oriental y quedó fascinado por las ruinas del comunismo. Fue esa fascinación inicial la que lo llevó a emprender una carrera como economista. También influyó en él la guerra del Golfo de 1991. "Vi entonces que muchas malas decisiones eran tomadas por los políticos porque no sabían de economía. Yo no soy político. No es mi trabajo. Pero me encantaría que los políticos leyeran mi obra y sacaran conclusiones de ella."
La afirmación es un tanto equívoca, puesto que Piketty sí que trabajó como consejero de Ségolène Royal en el 2007, cuando la dirigente socialista fue candidata en las elecciones presidenciales. No fue una etapa feliz para él, puesto que por esa misma época acabó entre enconadas acusaciones mutuas su romance con la política y novelista Aurélie Filipetti, otra seguidora de Royal. Se entiende que, tras aquel turbio asunto, Piketty quiera distanciarse del fragor y las trifulcas de la política diaria.
No importa, ¿Qué hemos aprendido? Que el capitalismo es malo. Muy bien. ¿Cuál es la respuesta? ¿El socialismo? Es de esperar. "No es tan sencillo", afirma, decepcionando a este antiguo adolescente marxista. "Lo que defiendo es un impuesto progresivo, un impuesto global, basado en la imposición a la propiedad privada. Es la única solución civilizada. Las otras son, en mi opinión, mucho más bárbaras; y me refiero al sistema oligárquico ruso, en el que no creo, y a la inflación, que en realidad sólo es un impuesto sobre los pobres." Explica que la oligarquía, en especial el actual modelo ruso, no es más que el gobierno de los muy ricos sobre la mayoría. Es un sistema tiránico y que no se diferencia mucho de una forma de gangsterismo. Añade que la inflación no suele afectar a los muy ricos, porque su riqueza aumenta de todas formas; los pobres, en cambio, se llevan la peor parte porque aumenta el coste de vida. Un impuesto progresivo sobre la riqueza es la única solución sensata.
Sin embargo, aunque cuanto dice tiene sentido, y no sólo sentido sino mucho sentido común, le comento que ningún partido político, de derechas o de izquierdas, se atrevería a acudir en Gran Bretaña o Estados Unidos a las urnas con unas propuestas tan idealistas. François Hollande recibe hoy un rechazo generalizado no por sus aventuras sexuales (que, en realidad, le valen una amplia admiración), sino por el severo régimen impositivo que intenta imponer.
"Es verdad", dice Piketty. "Claro que es verdad. Pero también es verdad, como mis colegas y yo hemos demostrado en este libro, que la presente situación no puede sostenerse por mucho tiempo. No se trata necesariamente de una visión apocalíptica. He hecho un diagnóstico de situaciones pasadas y presentes, y creo que hay soluciones. Pero antes de ponerlas en práctica, tenemos que comprender la situación. Cuando empecé a recopilar datos, me quedé muy sorprendido de lo que encontraba, que la desigualdad crece muy deprisa y que el capitalismo no parece estar en condiciones de eliminarla. Muchos economistas empiezan al revés, haciéndose preguntas acerca de la pobreza; pero lo que yo quería comprender era de qué forma actúa la riqueza o la superriqueza para aumentar la brecha de desigualdad. Y lo que encontré, como decía, es que la velocidad a la que crece la brecha de la desigualdad es cada vez mayor. Tiene uno que preguntarse qué significa eso para la gente corriente, para los que no son multimillonarios ni lo serán nunca. Bueno, creo que significa ante todo un deterioro del bienestar económico colectivo; en otras palabras, una degradación del sector público. Sólo hay que ver lo que quiere hacer Obama (reducir la desigualdad en la asistencia sanitaria y en otros ámbitos) y lo difícil que resulta conseguir eso para comprender lo importante que es. Existe entre los capitalistas una creencia fundamentalista según la cual el capital salvará el mundo y no es así. No por lo que dijo Marx acerca de las contradicciones del capitalismo, sino porque, como he descubierto, el capital es un fin en sí mismo y nada más."
Piketty pronuncia su charla, erudita y convincente, con pasión tranquila. Es, da la impresión, un personaje un tanto tímido y retraído, pero le encanta su tema y, en realidad, es un placer encontrarse en medio de un seminario privado sobre el dinero y cómo funciona. Es cierto que su libro es largo y complejo, pero sus exposiciones acerca del modo cómo funciona el mundo capitalista son comprensibles por todos los que viven en él (es decir, todos nosotros). Una de las más penetrantes es la que se refiere al auge de los directivos o superdirectivos, que no producen riqueza, sino que obtienen de ella un salario. En realidad, sostiene Piketty, se trata de una forma de robo, aunque ese no es el peor delito de los superdirectivos. Mucho más perjudicial es el modo en que se han embarcado en una competencia con los multimillonarios, cuya riqueza -que se acelera más allá de la economía- será siempre inalcanzable. Eso crea una carrera permanente en la que las víctimas son los perdedores, es decir, la gente corriente que no aspira a semejante posición o riqueza, pero que no obstante es despreciada por los presidentes, vicepresidentes y otros lobos de Wall Street. En ese apartado, Piketty hace trizas una de las grandes mentiras del siglo XXI: que los superdirectivos se merecen sus sueldos porque, como los futbolistas, poseen habilidades especializadas poseídas sólo por una élite casi sobrehumana.
"Una de las grandes fuerzas divisivas que existen hoy -afirma-, es lo que llamo el extremismo meritocrático. Es el conflicto entre multimillonarios, cuya renta procede de la propiedad y los activos, como en el caso de un príncipe saudí, y los superdirectivos. Ninguna de esas dos categorías hace o produce nada salvo su propia riqueza; en realidad, se trata de una superriqueza separada por completo de la realidad cotidiana del mercado, que rige la vida de la mayoría de las personas ordinarias. Peor aun, ambos grupos compiten entre sí para incrementar su riqueza; y el peor de todos los escenarios es el modo en que los superdirectivos, cuya renta se basa realmente en la codicia, siguen subiéndose los sueldos al margen de la realidad del mercado. Es lo que sucedió con los bancos en el 2008, por ejemplo".
Este es el tipo de pensamiento que hace tan atractiva y fascinante la obra de Piketty. A diferencia de muchos economistas, insiste en que el pensamiento económico no puede separarse de la historia o la política; eso proporciona al libro un carácter, definido por el premio Nobel estadounidense Paul Krugman, como "excepcional" y de "visión panorámica". La influencia de Piketty está creciendo mucho más allá de la reducida microsociedad de los economistas universitarios. En Francia es cada día más conocido por sus comentarios sobre los asuntos públicos, con artículos en Le Monde y Libération, sobre todo; y sus ideas son debatidas con frecuencia por políticos de todas las tendencias en programas de actualidad. De modo quizás más importante y menos usual, su influencia está creciendo en las corrientes dominantes de la política angloestadounidense (al parecer, su libro es uno de los favoritos entre el círculo de Ed Miliband, líder del Partido Laborista británico), un entorno tradicionalmente indiferente a los profesores de economía franceses. A medida que aumenta la pobreza en todo el planeta, todo el mundo está obligado a escuchar a Piketty con gran atención. Sin embargo, aunque su diagnóstico es preciso y convincente, resulta difícil, cuando no imposible, imaginar que la cura propuesta (impuestos y más impuestos) pueda ponerse en práctica en un mundo donde, desde Pekín hasta Washington pasando por Moscú, es el dinero y sus mayores acumuladores quienes llevan la batuta.
Y ello a causa de su última obra, titulada El capital en el siglo XXI. Se trata de un libro voluminoso, de alrededor de un millar de páginas, lleno de notas, gráficos y fórmulas matemáticas. A primera vista, su aspecto es descaradamente académico, abrumador e incomprensible al mismo tiempo. El caso es que, a lo largo de los últimos meses, el libro ha desatado en Estados Unidos acalorados debates acerca de la dinámica del capitalismo y, en especial, acerca del auge aparentemente imparable de la minúscula élite que controla una porción cada vez mayor de la riqueza del mundo. También ha suscitado polémicas acerca del poder y el dinero en sitios web y blogs no especializados, y ha puesto en entredicho el mito que constituye el núcleo mismo de la vida estadounidense: que el capitalismo mejora la calidad de vida de todos. No es exactamente así, afirma Piketty, quien lo demuestra de un modo claro y riguroso echando por tierra todo aquello en lo cual creen los capitalistas sobre la ética de ganar dinero.
El carácter innovador del libro ha sido reconocido en un largo artículo publicado en The New Yorker, en el que se cita a Branko Milanovic -antiguo economista jefe del Banco Mundial-, quien describe el volumen de Piketty como "uno de los libros decisivos del pensamiento económico". En la misma línea, un colaborador de The Economist ha afirmado que la obra de Piketty ha reescrito doscientos años de pensamiento económico sobre la desigualdad. De modo muy resumido, las polémicas se han centrado en dos polos: el primero es la tradición iniciada por Karl Marx, quien creyó que el capitalismo acabaría autodestruyéndose en la interminable búsqueda de unos rendimientos decrecientes. En el extremo opuesto del espectro se encuentra la obra de Simon Kuznets, ganador del premio Nobel en 1971, para quien la brecha de la desigualdad se reduce forzosamente a medida que las economías evolucionan y se hacen más desarrolladas.
Según Piketty, ninguno de esos razonamientos se sostiene frente a las pruebas que él ha acumulado. Es más, logra demostrar que no hay razón para creer que el capitalismo sea capaz de resolver el problema de la desigualdad; un problema, que, según insiste, lejos de mejorar, empeora. De la crisis bancaria del 2008 al movimiento indignado del 2011, es algo que ya había sido intuido por la gente común. La singular importancia de su libro es que demuestra de modo científico que esa intuición es correcta. Por eso el libro ha traspasado los círculos especializados, porque dice lo que muchas personas ya piensan.
"He querido dirigir el libro al lector general", afirma Piketty al inicio de nuestra conversación, "y, aunque es a todas luces un libro susceptible de ser leído también por especialistas, mi objetivo era que la información esté bien clara para todo el que quiera leerlo." En realidad, hay que decir que El capital en el siglo XXI es sorprendentemente legible. Está repleto de anécdotas y referencias literarias que iluminan toda la narración. En inglés, ha sido una gran ayuda la ágil traducción de Arthur Goldhammer, un gran estilista literario que se ha enfrentado a autores de la talla de Albert Camus. No obstante, contemplando en las estanterías del despacho de Piketty títulos tan fácilmente inductores de jaqueca como Principios de microeconomía y La influencia política del keynesianismo, una persona corriente como yo necesita alguna ayuda adicional. Así que le hice la pregunta más evidente de todas: ¿cuál es la idea fundamental que recorre todo el libro?
"Empecé investigando un problema muy concreto", dice en un inglés teñido de un elegante acento francés. "Hace unos años me pregunté dónde estaban los datos brutos que sostenían todas las teorías acerca de la desigualdad, desde David Ricardo y Marx hasta los pensadores más contemporáneos. Empecé buscando en Gran Bretaña y Estados Unidos y descubrí que no había gran cosa. Y luego descubrí que los datos existentes contradecían casi todas las teorías, incluidas las de Ricardo y Marx. Cuando me puse a estudiar otros países, vi que aparecía un patrón: que el capital, y el dinero producido por él, se acumula más deprisa que el crecimiento en las sociedades capitalistas. Y que ese patrón, observado en el siglo XIX, se hizo más predominante a partir de la década de 1980, cuando se eliminaron los controles sobre el capital en muchos países ricos."
De modo que la tesis de Piketty, respaldada por una exhaustiva investigación, es que la desigualdad económica del siglo XXI está en aumento y se acelera a un ritmo peligroso. De entrada, este análisis modifica el modo en que consideramos el pasado. Ya sabíamos que el final del capitalismo predicho por Marx nunca se produjo; y que incluso en el momento de la revolución rusa de 1917 ya estaban subiendo los salarios del resto de Europa. También sabíamos que Rusia era según todos los parámetros el país menos desarrollado de Europa y que por esa razón arraigó allí el comunismo. Sin embargo, Piketty añade que fueron las diversas crisis del siglo XX (principalmente, dos guerras mundiales) las que impidieron el crecimiento continuado de la riqueza nivelando temporal y artificialmente la desigualdad. En contra de nuestra percepción del siglo XX como una época en la que disminuyó la desigualdad, lo cierto es que en términos reales no dejó de crecer.
En el siglo XXI, es así no sólo en los llamados países ricos (Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa occidental), sino también en Rusia, China y otros países en fase emergente de desarrollo. Existe un peligro real de que si no se detiene el proceso la pobreza aumente al mismo ritmo; y, según Piketty, muy bien puede resultar que el siglo XXI sea un siglo con más desigualdad y, por lo tanto, más discordia social que el siglo XIX.
Cuando me explica sus ideas con fórmulas y teoremas, todo me suena demasiado técnico (tuve problemas con las matemáticas en la escuela primaria). Sin embargo, siguiendo atentamente sus explicaciones (es un buen maestro, muy paciente) y descomponiendo el análisis en pequeños fragmentos, todo empieza a cobrar sentido. Piketty explica a su principiante que la renta es un flujo, que se mueve y puede crecer según el rendimiento. El capital es un patrimonio, su riqueza procede de lo que se ha acumulado "a lo largo de todos los años anteriores juntos". Es un poco como la diferencia entre tener un descubierto y tener una hipoteca; y si uno no consigue ser dueño de la propia casa nunca tendrá patrimonio alguno y siempre será pobre.
En otras palabras, lo que está diciendo en términos globales es que quienes poseen capital y activos generadores de riqueza (como, por ejemplo, un príncipe saudí) siempre serán más ricos que los emprendedores que intentan conseguir capital. La tendencia del capitalismo en este modelo concentra cada vez más riqueza en manos de cada vez menos personas. ¿Acaso no lo sabíamos ya? ¿Que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres? ¿No cantaban acerca de eso mismo los Clash y otros grupos en la década de los setenta?
"Bueno, en realidad, no lo sabíamos, aunque podíamos haberlo sospechado", dice Piketty, animándose con el tema. "En primer lugar, es la primera vez que hemos reunido datos que demuestran que eso es así. En segundo lugar, es evidente que este movimiento, que está adquiriendo velocidad, tendrá implicaciones políticas: todos seremos más pobres en el futuro y eso es una situación que genera crisis. He demostrado que en las actuales circunstancias el capitalismo no puede funcionar."
De modo interesante, Piketty afirma ser un anglófilo y, de hecho, empezó su carrera investigadora con un estudio sobre el sistema del impuesto sobre la renta inglés ("uno de los mecanismos políticos más importantes de la historia"). Sin embargo, también afirma que los ingleses tienen una fe demasiado ciega en los mercados, que no siempre comprenden. Debatimos la actual crisis de las universidades británicas que, tras haber impuesto unas tasas de matrícula, ahora descubren que carecen de liquidez porque el gobierno no calculó bien lo que tendrían que pagar los estudiantes y no es capaz de asegurarse la devolución de los préstamos concedidos para el pago las matrículas. Dicho en otras palabras, el gobierno creyó que conseguía una fuente de ingresos introduciendo tasas de matrícula y, en realidad, al no poder controlar todas las variables del mercado, lo que hizo fue apostar con dinero público y parece que va a perder de modo espectacular. Piketty dice con una sonrisa: "Es el ejemplo perfecto de cómo provocar deuda en el sector público. Algo increíble y difícil de concebir en Francia".
A pesar de su simpatía por Gran Bretaña y Estados Unidos, Piketty confiesa que sólo se siente cómodo en Francia. El capital en el siglo XXI contiene una multitud de referencias francesas (una figura clave es el historiador François Furet); y Piketty admite que el panorama político que mejor comprende es el francés. Creció en Clichy, en un barrio principalmente de clase trabajadora. Sus padres eran militantes de Lucha Obrera, un partido trotskista que aún goza de bastante predicamento en Francia. Como muchos en aquellos años, decepcionados por el fracaso de la casi revolución de Mayo del 68, se retiraron a criar cabras cerca de Carcasona (la clásica trayectoria de muchos progres de esa generación). Sin embargo, el joven Piketty estudió en París y acabó obteniendo un doctorado en la Escuela de Economía de Londres a los 22 años. Luego se fue al Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde destacó como profesor, y acabó regresando a París y se convirtió en el primer director de la escuela en la que tiene lugar la entrevista.
Su propio itinerario político empezó, me cuenta, con la caída del muro de Berlín en 1989. Viajó a Europa oriental y quedó fascinado por las ruinas del comunismo. Fue esa fascinación inicial la que lo llevó a emprender una carrera como economista. También influyó en él la guerra del Golfo de 1991. "Vi entonces que muchas malas decisiones eran tomadas por los políticos porque no sabían de economía. Yo no soy político. No es mi trabajo. Pero me encantaría que los políticos leyeran mi obra y sacaran conclusiones de ella."
La afirmación es un tanto equívoca, puesto que Piketty sí que trabajó como consejero de Ségolène Royal en el 2007, cuando la dirigente socialista fue candidata en las elecciones presidenciales. No fue una etapa feliz para él, puesto que por esa misma época acabó entre enconadas acusaciones mutuas su romance con la política y novelista Aurélie Filipetti, otra seguidora de Royal. Se entiende que, tras aquel turbio asunto, Piketty quiera distanciarse del fragor y las trifulcas de la política diaria.
No importa, ¿Qué hemos aprendido? Que el capitalismo es malo. Muy bien. ¿Cuál es la respuesta? ¿El socialismo? Es de esperar. "No es tan sencillo", afirma, decepcionando a este antiguo adolescente marxista. "Lo que defiendo es un impuesto progresivo, un impuesto global, basado en la imposición a la propiedad privada. Es la única solución civilizada. Las otras son, en mi opinión, mucho más bárbaras; y me refiero al sistema oligárquico ruso, en el que no creo, y a la inflación, que en realidad sólo es un impuesto sobre los pobres." Explica que la oligarquía, en especial el actual modelo ruso, no es más que el gobierno de los muy ricos sobre la mayoría. Es un sistema tiránico y que no se diferencia mucho de una forma de gangsterismo. Añade que la inflación no suele afectar a los muy ricos, porque su riqueza aumenta de todas formas; los pobres, en cambio, se llevan la peor parte porque aumenta el coste de vida. Un impuesto progresivo sobre la riqueza es la única solución sensata.
Sin embargo, aunque cuanto dice tiene sentido, y no sólo sentido sino mucho sentido común, le comento que ningún partido político, de derechas o de izquierdas, se atrevería a acudir en Gran Bretaña o Estados Unidos a las urnas con unas propuestas tan idealistas. François Hollande recibe hoy un rechazo generalizado no por sus aventuras sexuales (que, en realidad, le valen una amplia admiración), sino por el severo régimen impositivo que intenta imponer.
"Es verdad", dice Piketty. "Claro que es verdad. Pero también es verdad, como mis colegas y yo hemos demostrado en este libro, que la presente situación no puede sostenerse por mucho tiempo. No se trata necesariamente de una visión apocalíptica. He hecho un diagnóstico de situaciones pasadas y presentes, y creo que hay soluciones. Pero antes de ponerlas en práctica, tenemos que comprender la situación. Cuando empecé a recopilar datos, me quedé muy sorprendido de lo que encontraba, que la desigualdad crece muy deprisa y que el capitalismo no parece estar en condiciones de eliminarla. Muchos economistas empiezan al revés, haciéndose preguntas acerca de la pobreza; pero lo que yo quería comprender era de qué forma actúa la riqueza o la superriqueza para aumentar la brecha de desigualdad. Y lo que encontré, como decía, es que la velocidad a la que crece la brecha de la desigualdad es cada vez mayor. Tiene uno que preguntarse qué significa eso para la gente corriente, para los que no son multimillonarios ni lo serán nunca. Bueno, creo que significa ante todo un deterioro del bienestar económico colectivo; en otras palabras, una degradación del sector público. Sólo hay que ver lo que quiere hacer Obama (reducir la desigualdad en la asistencia sanitaria y en otros ámbitos) y lo difícil que resulta conseguir eso para comprender lo importante que es. Existe entre los capitalistas una creencia fundamentalista según la cual el capital salvará el mundo y no es así. No por lo que dijo Marx acerca de las contradicciones del capitalismo, sino porque, como he descubierto, el capital es un fin en sí mismo y nada más."
Piketty pronuncia su charla, erudita y convincente, con pasión tranquila. Es, da la impresión, un personaje un tanto tímido y retraído, pero le encanta su tema y, en realidad, es un placer encontrarse en medio de un seminario privado sobre el dinero y cómo funciona. Es cierto que su libro es largo y complejo, pero sus exposiciones acerca del modo cómo funciona el mundo capitalista son comprensibles por todos los que viven en él (es decir, todos nosotros). Una de las más penetrantes es la que se refiere al auge de los directivos o superdirectivos, que no producen riqueza, sino que obtienen de ella un salario. En realidad, sostiene Piketty, se trata de una forma de robo, aunque ese no es el peor delito de los superdirectivos. Mucho más perjudicial es el modo en que se han embarcado en una competencia con los multimillonarios, cuya riqueza -que se acelera más allá de la economía- será siempre inalcanzable. Eso crea una carrera permanente en la que las víctimas son los perdedores, es decir, la gente corriente que no aspira a semejante posición o riqueza, pero que no obstante es despreciada por los presidentes, vicepresidentes y otros lobos de Wall Street. En ese apartado, Piketty hace trizas una de las grandes mentiras del siglo XXI: que los superdirectivos se merecen sus sueldos porque, como los futbolistas, poseen habilidades especializadas poseídas sólo por una élite casi sobrehumana.
"Una de las grandes fuerzas divisivas que existen hoy -afirma-, es lo que llamo el extremismo meritocrático. Es el conflicto entre multimillonarios, cuya renta procede de la propiedad y los activos, como en el caso de un príncipe saudí, y los superdirectivos. Ninguna de esas dos categorías hace o produce nada salvo su propia riqueza; en realidad, se trata de una superriqueza separada por completo de la realidad cotidiana del mercado, que rige la vida de la mayoría de las personas ordinarias. Peor aun, ambos grupos compiten entre sí para incrementar su riqueza; y el peor de todos los escenarios es el modo en que los superdirectivos, cuya renta se basa realmente en la codicia, siguen subiéndose los sueldos al margen de la realidad del mercado. Es lo que sucedió con los bancos en el 2008, por ejemplo".
Este es el tipo de pensamiento que hace tan atractiva y fascinante la obra de Piketty. A diferencia de muchos economistas, insiste en que el pensamiento económico no puede separarse de la historia o la política; eso proporciona al libro un carácter, definido por el premio Nobel estadounidense Paul Krugman, como "excepcional" y de "visión panorámica". La influencia de Piketty está creciendo mucho más allá de la reducida microsociedad de los economistas universitarios. En Francia es cada día más conocido por sus comentarios sobre los asuntos públicos, con artículos en Le Monde y Libération, sobre todo; y sus ideas son debatidas con frecuencia por políticos de todas las tendencias en programas de actualidad. De modo quizás más importante y menos usual, su influencia está creciendo en las corrientes dominantes de la política angloestadounidense (al parecer, su libro es uno de los favoritos entre el círculo de Ed Miliband, líder del Partido Laborista británico), un entorno tradicionalmente indiferente a los profesores de economía franceses. A medida que aumenta la pobreza en todo el planeta, todo el mundo está obligado a escuchar a Piketty con gran atención. Sin embargo, aunque su diagnóstico es preciso y convincente, resulta difícil, cuando no imposible, imaginar que la cura propuesta (impuestos y más impuestos) pueda ponerse en práctica en un mundo donde, desde Pekín hasta Washington pasando por Moscú, es el dinero y sus mayores acumuladores quienes llevan la batuta.
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