25.6.14

Graciela Montaldo: Latinoamérica como construcción intelectual

Entrevista. Una de las académicas argentinas más prestigiosas en los EE.UU., retoma aquí un ensayo reciente sobre Rubén Darío. Anticipa además, su nuevo libro, acerca de los inicios de la cultura de masas
Catedrática al aire libre. En Nueva York, donde Montaldo vive y enseña desde 2003. En el puente de Williamsburg, entre Manhattan y Brooklyn./revista Ñ

Su nombre empezó a figurar en los lejanos tiempos de la revista Babel, por la época en la que también aparecía su primer libro, un trabajo crítico pionero sobre El limonero real , de Juan José Saer. Allí, Graciela Montaldo ya mostraba un punto de vista agudo y personal, el mismo que caracterizará toda su producción posterior: una mirada amplia y a la vez precisa, que detecta cuestiones centrales y las ubica en un contexto que ilumina su aparición.
Venía de La Plata, pero se doctoró en la UBA y en 1990 los vientos académicos la llevaron a ejercer durante varios años en la Universidad Simón Bolívar, de Caracas, donde escribió sus primeros libros. “Me fui un poco por casualidad –le cuenta a Ñ momentos antes de regresar a Nueva York junto con su marido, el escritor Sergio Chejfec– porque quería hacer una experiencia de unos dos años fuera de Argentina. Me quedé catorce. Fue un tiempo muy productivo, de mucho aprendizaje. Allí escribí mis tres primeros libros. Me fui de Caracas porque había empezado a perder esa energía. La situación política se había complicado mucho en 2003; no tenía lugar para nuevos proyectos ni capacidad para involucrarme en una coyuntura que devenía más y más autoritaria.” De pronto, el campo. Literatura argentina y tradición rural abrió la serie de sus ensayos cuyos temas, inicialmente enfocados en escritores de nuestro país, se fueron expandiendo hacia fenómenos comunes al resto del continente, especialmente los que tuvieron lugar entre el fin del siglo XIX y principios del XX. Quizá esto sea resultado de la distancia y de la capacidad de Montaldo para detectar coincidencias que derriban las fronteras del localismo. Así surgieron La sensibilidad amenazada. Fin de Siglo y Modernismo y Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina .
Salvo The Argentina Reader , preparado en colaboración con Gabriela Nouzeilles, que presenta al público universitario norteamericano textos básicos del país, el resto de sus libros se publicó aquí, donde es habitual verla circular, invitada a algún congreso o dictando cursos de posgrado. Justamente, acaba de inaugurar la Maestría en Literaturas de América Latina, de la UNSAM, con un curso sobre la violencia en la literatura de la región. A fines del año pasado, Montaldo dio a conocer Viajes de un cosmopolita extremo , un conjunto de crónicas imprescindibles de Rubén Darío que seleccionó y prologó para el Fondo de Cultura Económica. La construcción de la figura del intelectual latinoamericano y su rol en distintos momentos ha sido uno de los ejes de sus indagaciones. Por eso no sorprende su interés por el poeta nicaragüense que, también como cultor de la crónica, es un maestro insoslayable.
–¿Qué enseña Darío como cronista?
–Fue uno de los primeros, junto con José Martí, en desarrollar el género en términos modernos. Esas crónicas interpelan fuertemente el presente y la relación conflictiva de la literatura con la profesionalización del escritor. Darío resolvió ese conflicto dándole a la crónica una entidad poco frecuente en su época. Concibió el periodismo como una forma de intervención política y cultural. Si bien distingue el ámbito de la poesía como el lugar de reserva de lo estético, hay muchos cruces entre su literatura y la crónica. Nos enseña cómo se puede ser moderno a través de un uso de la escritura que en el periodismo fue muy notable. Y también, de qué manera posicionarse frente a las demandas del mercado. Darío no lo repudió ni se entregó a él, hizo algo más inteligente: generó un tipo de interés para un público nuevo, eventualizando acontecimientos que parecían no tener atractivo y que él puso en el centro de un debate moderno.
–¿Cuáles son las características de la modernidad de Rubén Darío?
–Haber visto los problemas de su tiempo con una clarividencia asombrosa. Darío detectó fenómenos incipientes a los que puso de relieve por medio de la palabra. Por ejemplo, la cultura masiva, los movimientos que se estaban produciendo en el público, el consumo, la generación de nuevos discursos sociales para la masa y la multitud. Registró muy rápidamente los nuevos bailes, la moda, las nuevas formas de diversión entre los jóvenes, los espectáculos que experimentaban con técnicas novedosas de visualización. Otros escritores y artistas observaron esos fenómenos despreciándolos. El se dedicó a reflexionar sobre ellos y procesarlos.
–¿Fue esto lo que lo convirtió en una figura intelectual prominente?
–Otro aspecto de su modernidad y de su visión de futuro fue haber pensado la cultura en español en términos transnacionales. Recordemos que Darío tuvo una vida peregrina (vivió varios años en la Argentina, en España y en Francia, y recorrió Sudamérica y América Central, los EE.UU., el norte de Africa y buena parte de Europa) y gracias a eso logró capturar esa dimensión que hoy llamaríamos global y que fue en su momento transnacional, internacionalista y, a fines del siglo XIX, absolutamente moderna. Por entonces, se estaban constituyendo los Estados nacionales y el problema de la nación era muy fuerte. Sin embargo, él se despegó de ese aura nacional y se instaló en un mundo completamente transatlántico, pensando en España y América en paralelo.
–De allí lo de cosmopolita extremo…
–Elegí ese título porque Darío no es el mero cosmopolita que se mueve por todos lados. La diferencia radica en que él a la vez reflexionó mucho sobre lo que estaba observando y sobre esa nueva identidad del escritor viajero. Tenía una conciencia muy grande de lo que estaba generando.
–Tanto en Darío como en Martí, la identidad del intelectual hispanoamericano se construye en la toma de distancia de Europa como de Norteamérica. ¿Qué otras notas lo definen?
–Martí y Darío instalan esta nueva figura muy ligada al desarrollo del periodismo. Las crónicas de Martí no sólo se leían en Nueva York, donde las escribía, sino que el resto de los periódicos de América compraban sus notas que, además, ¡se pirateaban muchísimo! Por lo tanto, era leído por un gran número de hispanoamericanos. La suya era una escritura que ya atravesaba un proceso de trasnacionalización. Darío es el otro que genera ese nuevo tipo de relaciones escribiendo desde Europa. Frente a la decadencia de España por la pérdida de las últimas colonias y los conflictos políticos internos, la intelectualidad de los países hispanoamericanos comienza a tener un protagonismo muy grande por primera vez. Darío genera nuevos vínculos entre España e Hispanoamérica. Promovió una cultura de la lengua a través de la cual se creó una conciencia de participación. Este proceso se dio simultáneamente con el fortalecimiento de la idea de nación en cada país. Pero por detrás del aparato de la nación, los intelectuales estaban tejiendo también una trama que fortalecía la cultura hispanoamericana frente a la hegemonía española.
–Si la opción de Darío a fines del XIX fue por lo hispanoamericano, ¿cuál pudo haber sido la opción para nuestros intelectuales en el fin del XX?
–Existe la tentación de pensar que también en el siglo XX hubo una transnacionalización importante, pero no fue así. Por entonces, la literatura era muy fuerte como institución, mientras que en el último fin de siglo, la literatura es una práctica más entre muchas otras prácticas estéticas disponibles. Además, hay otro tipo de difusión. Con la globalización se produjo un debilitamiento de las instituciones y todo se hizo más transversal.
–Habla de las crónicas de Darío como una intervención estética y de política cultural, ¿cuáles fueron los efectos inmediatos de esas intervenciones?
–Por un lado, la difusión de la cultura letrada y lo estético entre un público que empieza a ser masivo. Darío sabía que estaba escribiendo para un público que ya no era de pares, y que, por ser anónimo, no tiene un carácter nacional sino que pertenece a las diferentes regiones. Y por otro lado, la conformación de una suerte de bloque con esos intelectuales que lograron construir un discurso potente y reforzar las instituciones culturales en un sentido hispanoamericano que hasta entonces no existía como tal. Darío fue muy importante en la construcción de lo hispanoamericano en oposición al avance intervencionista norteamericano y en la constitución de una identidad regional basada en el español. Claro que esto tuvo graves efectos colaterales: muchas lenguas indígenas fueron borradas del mapa de la cultura y reaparecieron recién un siglo después.
–En un ensayo señala que en hoy la distancia entre proyecto y obra se superpone. ¿No es posible pensar a futuro en un sentido programático?
–El proyecto siempre es una puesta en escena de la idea de futuro, pero la idea de futuro no está en un más allá; viene inserta en la obra misma. La diferencia con lo que ocurría en otro momento es que ahora no existe la pretensión de la perdurabilidad. En el arte contemporáneo y en la literatura, los plazos se han acortado y no están pensados para el futuro sino para la comunidad, en intervenciones sobre ámbitos específicos. Lo que ahora pretende la literatura o el arte no es que se los siga viendo o leyendo. El futuro al que aspiran está en la posibilidad de que estas obras generen otras obras. Su futuro es proyectarse en otros, no pervivir en sí mismos.
–¿Y qué planes tiene Ud. en su futuro inmediato?
–Estoy escribiendo un libro sobre el comienzo de la cultura de masas en la Argentina y sus consumos en el cambio del siglo XIX al XX. Tomo un corpus muy heterogéneo de gente que escribió sobre esos fenómenos contemporáneamente y que incluye historiadores, memorialistas, policías y anarquistas. Abordo relaciones más que objetos. Por ejemplo, actrices de revista se contactan con sabios europeos; la violencia del suburbio que se vincula con las represiones obreras de los grupos de choque o cómo los jóvenes de la elite tomaron el tango como práctica cultural y bajo ese denominador derivaron luego en las patotas o en las brigadas patrióticas. Es como ver el lado B de las instituciones culturales: la red que hace posible que la gran literatura se produzca y el gran arte se consolide. Quiero investigar qué nos dicen esas relaciones que quizá nos ayuden a entender algunos fenómenos del presente.

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