Debate. En época de Mundial, revive la polémica entre los intelectuales que denigran del deporte más popular del planeta y los que lo consideran una expresión del espíritu
Jorge Luis Borges: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos”. |
Jorge Valdano: “En ningún sitio aprendí tanto de mí y de los demás como en la cancha”. |
Juan Villoro: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos”. |
Rudyard Kipling: “Fútbol: las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. |
Aún
mucho cuentan esta historia como quien recita la alineación de un
inolvidable equipo de fútbol. Jorge Luis Borges, durante la final del
Mundial de Argentina 1978, cometió una de las más grandes ‘herejías’ que
recuerden ese deporte y aquel país: organizó una conferencia sobre la
inmortalidad en pleno partido. Y en Buenos Aires, aquella tarde del 25 de junio de 1978, se llenaron tanto el estadio como su biblioteca, lugar de la charla. El escritor no ocultó así su odio hacia un deporte sobre el cual él explicó de forma memorable la razón de su éxito: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.
Este
acontecimiento, desde entonces, marcó visiblemente una frontera entre
aquellos intelectuales que odian el fútbol y entre los que lo idolatran,
una separación que revive cada cuatro años, cuando se realiza la Copa
del Mundo. En algún lugar del planeta, por esta fecha, siempre habrá una
resistencia encarnada en un escritor o en un pensador diciendo cosas
como que el fútbol es enajenación, mercantilismo, agresividad, mafia,
una forma de fomentar lo peor de los nacionalismos. Pero en la otra
orilla estarán sus defensores que hablan de un mundo unido, de
identidad, de héroes y de sublimes epopeyas. De este lado, los
adjetivos y la pasión no se ocultan, como lo hace Eduardo Galeano, el
uruguayo autor de Las venas abiertas de América Latina, quien cada vez
que comienza un Mundial pega un cartel en la puerta de su casa que dice
“Cerrado por fútbol”.
Pero a veces la disputa
pasa de la provocación al enfrentamiento, que no va más allá del papel.
Hace unos años el diario La Razón de España reunió a un grupo de
intelectuales (el escritor Fernando Sánchez Dragó, el historiador Román
Gubern y el filósofo Salvador Pániker) que declararon por qué no
quieren al fútbol y de paso arremetieron contra aquellos eruditos que lo
veneran. “Casi todos los intelectuales son ahora animalillos domésticos
y apesebrados”, sentenció el escritor. El filósofo, por su parte,
recalcó en que el balompié en una época fue denostado en ambientes
cultos; ahora, en cambio, hay muchos intelectuales que presumen de sus
camisetas. Y el historiador concluyó que la pasión de los intelectuales
por el fútbol forma parte de un esnobismo generalizado.
Nunca
hubo señalamientos, nombres en particular, tampoco respuestas, pero sí
unos sospechosos de siempre: Juan Villoro, Javier Marías, John Carlin,
Nick Hornby y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Todos ellos han
visto en el fútbol inspiración, arte y cultura, como dice el escritor
colombiano Juan Esteban Constaín, autor del libro Calcio: “Para algunos
escritores el balompié llega a tal adoración que se vuelve tema de sus
creaciones. El fútbol es cultura y menospreciarlo sería también
menospreciar a la cultura”.
Cuando nadie lo
esperaba, del propio fútbol brotó un filósofo, el exgoleador argentino
Jorge Valdano, que saltó de las canchas a la máquina de escribir. Y uno
de sus propósitos ha sido zanjar esa brecha. Su idea es que el fútbol
estuvo alejado del pensamiento porque los intelectuales dejaron solo a
este deporte. “Ahora empieza a dar la sensación de que ellos le
perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para
intentar entender por qué mueve a tanta gente y por qué mueve tantas
emociones”, le dijo este año al diario La Jornada de México.
La otra vía
Así
como Borges es el lado más radical de los que odian el fútbol, Albert
Camus, el autor de La peste, nobel de literatura francés, lideró el
grupo de los devotos. A los 16 años, cuando como arquero anunciaba una
carrera profesional exitosa, tuvo que dejar el fútbol por una
tuberculosis. Se perdía así a un deportista, pero se ganaba a un
excepcional escritor, uno de los primeros en reflexionar sobre fútbol,
en llevarlo a la academia y en dejar varias sentencias que se retoman
hoy como referencia, como esa que dice que “un país es su selección de
fútbol” o “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las
obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Antes de Camus,
entre intelectuales, con pena se ocultaba el aprecio por el fútbol, era
tan mal visto como seguir hoy un melodrama.
En
fin, esos años en los que el fútbol era despreciado por los
intelectuales parecen haber quedado en el pasado. El escritor y
columnista Ricardo Silva Romero asegura que ya ha sido probado hasta la
saciedad que el fútbol es una de las ocho artes.
Aun
así, hay pensadores a los que el balompié jamás conquistará, como el
periodista Antonio Caballero, quien considera muy monótono a este
deporte y del cual no le interesaría escribir. “Los intelectuales –dice
el columnista– lo miran porque está de moda, como en su momento lo
fueron las carreras de carrozas bizantinas”.
Amor,
odio, indiferencia, pasión, el fútbol es como la vida: nunca logrará
que a su alrededor todos se pongan de acuerdo. Ni los más ilustrados han
podido.
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