El jueves, el escritor paisa, después de reunir a cientos de seguidores en la Luis Ángel Arango, habló del filólogo del Siglo XIX, al que llamó “el más bueno, noble, generoso”.
Afuera de la Biblioteca Luis Ángel Arango, el jueves a las 5:30 de la tarde, había una turba enfurecida que estaba amenazando con ir a apedrear la casa de Rufino José Cuervo, casa que históricamente ha estado a unas cuadras de ahí. Tanta excitación se debía a que la sala de la biblioteca en donde hablaría de manera gratuita el escritor Fernando Vallejo se había llenado, dejando a cientos de estudiantes sin la posibilidad de ver al que a la luz de cualquier espectador desprevenido parecía la espera ansiosa por una diva o una estrella del pop. Vallejo, asediado por las cámaras, salió a hablar con esos lectores, con sus seguidores para calmarlos, y negoció la posibilidad de poner unas pantallas afuera para que más gente, además de los pocos que se habían podido colar en la sala, oyeran su charla conmemorativa del centenario del fallecimiento del gramático Rufino José Cuervo.
Después de tan inéditos incidentes precediendo la charla de un escritor, Vallejo, elegante y de corbata roja, se dispuso a rememorar cómo caminando por París, caminando las calles de la capital francesa, país que dijo "no ser una patria, sino una masacre", encontró la tumba primero de Ángel Cuervo, nacido en 1938, y al lado, tragada ya por la maleza, la tumba del otro hermano Cuervo: Rufino José, 1844. "Alguien te llevó a esa tumba", preguntó con tono de niño Vallejo que dejó saber su devoción por el filólogo del Siglo XIX. "Nadie ha empezado una campaña tan grande y tan hermosa…Pero los vicios del lenguaje no se han corregido, han perdurado y ahora del Presidente para abajo, todos gesticulan, manotean", dijo el escritor.
De pequeño, Fernando Vallejo recibió de su padre 'Las apuntaciones críticas del lenguaje Bogotá', un libro que dejó una profunda huella en su existencia. "Los estudiaba para aprender a escribir, pero era realmente para aprender a amar este idioma", aprendí, añadió Vallejo "que uno es como habla, que cada quien es sus palabras y que tú querías salvarle el alma a la lengua castellana".
Recordó Vallejo, los amigos de Don Rufino, entre ellos el otro joven entusiasta del lenguaje Miguel Antonio Caro, pero uno a uno Vallejo fue develando cómo todos se habían convertido en presidentes "¡Carajo! Es que en este país ¿nunca ha habido nadie decente?". Pero Rufino José Cuervo, recordó el escritor paisa, nunca fue como los otros, nunca un tinterillo en busca de público, "su loable oficio de cervecero –haciendo referencia a la cervecería que los dos hermanos Cuervo habían emprendido- te permitió irte", leyó el escritor.
Se devolvió en el tiempo, para contar cómo antes de 1985, un día se encontró con los dos tomos del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana escritos por Cuervo, uno de 900 páginas, el otro de 1348, y al darse cuenta que la joya costaba una bicoca, sacó de sus bolsillos rotos un billete para pagarlos y llevarlos con devoción a su casa. "¿Dónde acabaron los diccionarios?", acabaron igual que el piano Steiner que brillaba todos los días, destruidos por el terremoto del 85, en México, "terminaron en mi recuerdo doloroso", dijo Vallejo, quien admitió que para él Don Rufino José había sido "el más bueno, el más noble, el más generoso". Para finalizar, Vallejo dijo: "Te llamé Don, permíteme llamarte por tu nombre. No ocupaste cargos públicos, aquí ya todos te olvidaron, yo nunca Rufino José".
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