6.2.11

El cuento del domingo

Ambrose Bierce
Aceite de perro

Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.

A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.

Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto. Mi padre ya se había retirado. La única luz del lugar venía de la hornalla, que ardía con un rojo rico y profundo bajo uno de los calderos, arrojando rubicundos reflejos sobre las paredes. Dentro del caldero el aceite giraba todavía en indolente ebullición y empujaba ocasionalmente a la superficie un trozo de perro. Me senté a esperar que el policía se fuera, el cuerpo desnudo del niño en mis rodillas, y le acaricié tiernamente el pelo corto y sedoso. ¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.

Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. "Después de todo", me dije, "no puede importar mucho que lo ponga en el caldero. Mi padre nunca distinguiría sus huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pudiera causar el reemplazo de la incomparable Lata de Óleo por otra especie de aceite no tendrán mayor incidencia en una población que crece tan rápidamente". En resumen, di el primer paso en el crimen y atraje sobre mí indecibles penurias arrojando el niño al caldero.

Al día siguiente, un poco para mi sorpresa, mi padre, frotándose las manos con satisfacción, nos informó a mí y a mi madre que había obtenido un aceite de una calidad nunca vista por los médicos a quienes había llevado muestras. Agregó que no tenía conocimiento de cómo se había logrado ese resultado: los perros habían sido tratados en forma absolutamente usual, y eran de razas ordinarias. Consideré mi obligación explicarlo, y lo hice, aunque mi lengua se habría paralizado si hubiera previsto las consecuencias. Lamentando su antigua ignorancia sobre las ventaja de una fusión de sus industrias, mis padres tomaron de inmediato medidas para reparar el error. Mi madre trasladó su estudio a un ala del edificio de la fábrica y cesaron mis deberes en relación con sus negocios: ya no me necesitaban para eliminar los cuerpos de los pequeños superfluos, ni había por qué conducir perros a su destino: mi padre los desechó por completo, aunque conservaron un lugar destacado en el nombre del aceite. Tan bruscamente impulsado al ocio, se podría haber esperado naturalmente que me volviera ocioso y disoluto, pero no fue así. La sagrada influencia de mi querida madre siempre me protegió de las tentaciones que acechan a la juventud, y mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay, que personas tan estimables llegaran por mi culpa a tan desgraciado fin!

Al encontrar un doble provecho para su negocio, mi madre se dedicó a él con renovada asiduidad. No se limitó a suprimir a pedido niños inoportunos: salía a las calles y a los caminos a recoger niños más crecidos y hasta aquellos adultos que podía atraer a la aceitería. Mi padre, enamorado también de la calidad superior del producto, llenaba sus cubas con celo y diligencia. En pocas palabras, la conversión de sus vecinos en aceite de perro llegó a convertirse en la única pasión de sus vidas. Una ambición absorbente y arrolladora se apoderó de sus almas y reemplazó en parte la esperanza en el Cielo que también los inspiraba.

Tan emprendedores eran ahora, que se realizó una asamblea pública en la que se aprobaron resoluciones que los censuraban severamente. Su presidente manifestó que todo nuevo ataque contra la población sería enfrentado con espíritu hostil. Mis pobres padres salieron de la reunión desanimados, con el corazón destrozado y creo que no del todo cuerdos. De cualquier manera, consideré prudente no ir con ellos a la aceitería esa noche y me fui a dormir al establo.

A eso de la medianoche, algún impulso misterioso me hizo levantar y atisbar por una ventana de la habitación del horno, donde sabía que mi padre pasaba la noche. El fuego ardía tan vivamente como si se esperara una abundante cosecha para mañana. Uno de los enormes calderos burbujeaba lentamente, con un misterioso aire contenido, como tomándose su tiempo para dejar suelta toda su energía. Mi padre no estaba acostado: se había levantado en ropas de dormir y estaba haciendo un nudo en una fuerte soga. Por las miradas que echaba a la puerta del dormitorio de mi madre, deduje con sobrado acierto sus propósitos. Inmóvil y sin habla por el terror, nada pude hacer para evitar o advertir. De pronto se abrió la puerta del cuarto de mi madre, silenciosamente, y los dos, aparentemente sorprendidos, se enfrentaron. También ella estaba en ropas de noche, y tenía en la mano derecha la herramienta de su oficio, una aguja de hoja alargada.

Tampoco ella había sido capaz de negarse el último lucro que le permitían la poca amistosa actitud de los vecinos y mi ausencia. Por un instante se miraron con furia a los ojos y luego saltaron juntos con ira indescriptible. Luchaban alrededor de la habitación, maldiciendo el hombre, la mujer chillando, ambos peleando como demonios, ella para herirlo con la aguja, él para ahorcarla con sus grandes manos desnudas. No sé cuánto tiempo tuve la desgracia de observar ese desagradable ejemplo de infelicidad doméstica, pero por fin, después de un forcejeo particularmente vigoroso, los combatientes se separaron repentinamente.

El pecho de mi padre y el arma de mi madre mostraban pruebas de contacto. Por un momento se contemplaron con hostilidad, luego, mi pobre padre, malherido, sintiendo la mano de la muerte, avanzó, tomó a mi querida madre en los brazos desdeñando su resistencia, la arrastró junto al caldero hirviente, reunió todas sus últimas energías ¡y saltó adentro con ella! En un instante ambos desaparecieron, sumando su aceite al de la comisión de ciudadanos que había traído el día anterior la invitación para la asamblea pública.

Convencido de que estos infortunados acontecimientos me cerraban todas las vías hacia una carrera honorable en ese pueblo, me trasladé a la famosa ciudad de Otumwee, donde se han escrito estas memorias, con el corazón lleno de remordimiento por el acto de insensatez que provocó un desastre comercial tan terrible.

Ambrose Gwinett Bierce (Ohio, Estados Unidos, 24 de junio de 1842 – ¿1914?) fue un escritor, periodista y editorialista estadounidense. Su estilo lúcido y vehemente le ha permitido conservar la popularidad un siglo después de su muerte, mientras que muchos de sus contemporáneos han pasado al olvido. Ese mismo estilo cáustico hizo que un crítico le apodara El amargo Bierce (Bitter Bierce).

Bierce nació en Horse Cave Creek, en el condado de Meigs, Ohio y creció en el condado de Kosciusko, Indiana. Fue el décimo de trece hijos. Sus padres, Marcus Aurelius y Laura, granjeros de honda fe calvinista, les dieron a todos ellos nombres que empezaban con la letra «A».

Al comienzo de la Guerra Civil Estadounidense, el 19 de abril de 1861, se alistó en el 9º Regimiento de Voluntarios de Infantería de Indiana. Participó en la campaña de Virginia Occidental como soldado raso, luchando en las batallas de Philippi, Rich Mountain y Greenbrier River. En agosto de 1861 fue ascendido a sargento, y en febrero de 1862 a teniente, siendo comisionado entonces como ingeniero topográfico encargado de levantar mapas para determinar los campos de batalla apropiados en la brigada del general Willian Hazen, perteneciente al Ejército de Ohio (luego Ejército de Cumberland) del general Buell. Ese mismo año luchó en la batalla de Shiloh, experiencia terrible que utilizó más tarde en algunos de sus cuentos. Participó también en el asedio de Corinth, en la batalla de Stones River, en la campaña de Tullahoma, en la batalla de Chickamauga y Chattanooga. En 1864 estuvo con su unidad integrada al Ejército de Sherman en la campaña de Atlanta, combatiendo en Rocky Face Ridge, Resaca, Kennesaw Mountain, siendo en esta última herido el 27 de junio. En septiembre de 1864 estaba de nuevo en combate, luchando en la batalla de Franklin, que le valió el ascenso a capitán en campaña (brevet), y en la batalla de Nashville, siendo días después licenciado, en enero de 1865, obteniendo el ascenso a comandante -mayor- en campaña. En el verano de 1866 participó con su antiguo jefe, general Hazan, en una expedición por los territorios indios, y solicitó su ingreso en el ejército regular. Cuando a finales de año la expedicíón regresó a San Francisco, Bierce era aceptado en el ejército como segunto teniente, no como capitán, que era lo que él esperaba, renunciando entonces a la vida militar.

En 1871 se casó con Mary Ellen (Molly) Day, con la que tuvo tres hijos: Day, Leigh y Helen. En 1888 se separó tras descubrir unas cartas comprometedoras de un admirador a su esposa. En 1904 obtuvo el divorcio.

Bierce sobrevivió a sus hijos varones, aunque estuvo enfermo toda su vida, a consecuencia del asma y de las secuelas de sus heridas de guerra.

Tras licenciarse se dio a conocer como periodista en San Francisco, donde colaboró en The Argonaut, The Overland Monthly y The News Letter, del que fue nombrado director en 1868.

Desde 1872 hasta 1875 vivió y escribió en Londres. De vuelta a Estados Unidos, se estableció de nuevo en San Francisco, donde se convirtió en columnista y editorialista del San Francisco Examiner, propiedad de William Randolph Hearst. En 1889 se trasladó a Washington D.C., pero continuó su relación con los diarios de Hearst hasta 1906.

En Londres escribió sus primeras narraciones cortas, aparecidas en revistas y recopiladas más tarde en tres tomos, le crearon fama de humorista cáustico y mordaz. Su estilo se caracteriza por el constante uso de la ironía. Misántropo, expresó su pesimismo en cuentos y relatos cortos que no se hacen excesivas ilusiones sobre la bondad esencial del hombre y la mujer. También compuso Fábulas fantásticas y un Esopo enmendado, críticas corrosivas de la corrupción política estadounidense. De regreso a San Francisco se convirtió en el árbitro de los círculos políticos y literarios. Hizo gala de su humor macabro en The Monk and the Hangman's Daughter (1892) y de ingenio satírico en su libro de versos Shapes of Clay (1903).

Se le considera heredero literario directo de sus compatriotas Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y Herman Melville. Cuentista de primer orden, le debemos algunos de los mejores relatos macabros de la historia de la literatura: La muerte de Halpin Frayser, La cosa maldita, Un suceso en el puente sobre el río Owl, Un habitante de Carcosa, Un terror sagrado, La ventana tapiada, etc. Bierce es el escritor que gran parte de la crítica sitúa al lado de Poe, Lovecraft y Maupassant en el panteón de ilustres cultivadores del género terrorífico. A través de sus contundentes filigranas se evidenció como maestro absoluto en la recreación de tensas atmósferas desasosegantes en medio de las cuales detona repentinamente un horror «físico», absorbente y feroz.

El también escritor de relatos de horror H. P. Lovecraft tomó algunos elementos de la obra de Bierce para incorporarlos a sus Mitos de Cthulhu. Sobre los relatos de Bierce, escribió que «en todos ellos hay una maleficencia sombría innegable y algunos siguen siendo verdaderas cumbres de la literatura fantástica estadounidense». Si bien se lo suele encasillar como un autor de cuentos de terror, no todos sus textos pertenecen a ese género, en cambio, sus textos suelen contener una fuerte dosis de sarcasmo o de lúcida ironía, que a menudo se convierte en un agudo humor negro. Se considera su mejor libro In the midst of life, conocido también como Cuentos de soldados y civiles, que comprende sus más sombríos relatos. Su obra más conocida es El diccionario del diablo.

En octubre de 1913, el septuagenario Bierce partió de Washington D. C. para recorrer los viejos campos de batalla de la Guerra Civil. En diciembre cruzó a México por El Paso, que por entonces estaba en plena revolución. En Ciudad Juárez se unió al ejército de Pancho Villa como observador, llegando hasta Chihuahua, donde su rastro se desvanece. La última noticia cierta fue una carta que escribió a un amigo íntimo, fechada el 26 de diciembre. Se trata de una de las desapariciones más famosas de la historia de la literatura. Aunque desde entonces se han lanzado muchas teorías, el misterio permanece.

Antes de partir con rumbo a México, en una carta fechada el 1 de octubre de 1913, escribió a una de sus familiares en Washington: «Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!».

La Enciclopedia Británica aventura que pudo ser asesinado en el sitio de Ojinaga (enero de 1914). En efecto, un documento de la época consigna la muerte en esta batalla de «un gringo viejo». La fecha generalmente aceptada de su muerte es 1914. La tradición oral de la villa de Sierra Mojada (Coahuila), documentada por el sacerdote Jaime Lienert, atestigua que Bierce fue ejecutado por fusilamiento en el cementerio del pueblo.[1

Al menos se han hecho tres películas sobre el cuento Lo que pasó en el puente de Owl Creek: una muda de 1920; otra, francesa, llamada La Rivière du Hibou, de 1962, y una tercera versión en 2005. La segunda de ellas fue utilizada para un episodio de la serie de televisión Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), y una adaptación suya se incluyó en la serie Alfred Hitchcock presenta.

El novelista Carlos Fuentes escribió una novela titulada Gringo viejo, que se llevó al cine como Old Gringo, interpretado por Gregory Peck.

Como personaje Ambrose Bierce aparece en la película From Dusk Till Dawn 3: The Hangman's Daughter protosecuela de From Dusk Till Dawn en donde es interpretado por Michael Parks.

Libros

  • The Fiend's Delight (1873)
  • Cobwebs from an Empty Skull (1874)
  • The Dance of Death (con Thomas A. Harcourt y William Rulofson como William Herman) (1877)
  • Un habitante de Carcosa (An Inhabittant of Carcosa, 1887)
  • Lo que pasó en el puente de Owl Creek (An Occurrence at Owl Creek Bridge, 1891)
  • Cuentos de soldade Fragmento de Cuentos de soldados y civiles]</ref> (Tales of Soldiers and Civilians, 1891), Valdemar, 2003, ISBN 84-7702-438-3
  • Black Beetles in Amber (1892)
  • The Monk and the Hangman's Daughter (1892)
  • ¿Pueden suceder tales cosas?[2] (Can Such Things Be?, 1893), Valdemar, 2005, ISBN 84-7702-501-0
  • Fantastic Fables (1899)
  • The shadow on the dial, and other essays (1909)
  • El diccionario del diablo[3] (The Devil's Dictionary, 1911), Galaxia Gutenberg, 2005, ISBN 84-8109-359-9
  • Collected Works (1909)
  • Write It Right (1909)
  • A Horseman in the Sky, A Watcher by the Dead, The Man and the Snake (1920)??
  • A Vision of Doom: Poems by Ambrose Bierce (1980)
  • g-Bird



    1. Según Donswaim.com (monumento en el cementerio de Sierra Mojada, en Coahuila, que atestigua que Bierce fue fusilado en el cementerio del pueblo).
    2. Fragmento de ¿Pueden suceder tales cosas?
    3. Fragmento de El diccionario del diablo
foto:internet.Semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com

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