Folclore. El estreno de Maléfica revive la importancia del cuento popular para interpretar culturas, descifrar símbolos y determinar orígenes varios
Angelina mala. La película es un éxito, la tradición en la que se basa es larga y todavía hoy genera polémicas en su interpretación./revista Ñ |
El último fin de semana la exhibición de la película Maléfica
convocó a 338.989 espectadores en los cines argentinos. Un éxito. Si
se toman las cifras en otros países de América o Europa se repiten,
duplican y demuestran que el filme tuvo una respuesta evidente en la
masividad. Y también una convocatoria desde lo popular. Las historias
con hadas siempre resultan atractivas y aunque se conozcan los guiones
clásicos, el misterio persiste.
La Maléfica de Angelina Jolie tenía una carga extra. Es la historia del hada perversa de La bella durmiente
y el relato transcurre desde su mirada. Es mala pero intenta redimirse
y recomponer la situación para lograr el idilio que las audiencias
esperan desde hace siglos. Este es un planteo inteligente para la
recaracterización de la mercancía.
El cuento de hadas vende,
interesa, gusta y hasta nos promete enseñanzas, mensajes, reflexiones y
lecciones de vida. Las historias suelen ser tan inquietantes como
atractivas. Y sabemos que las historias que leemos junto a nuestros
hijos son en realidad versiones edulcoradas, muy distintas de aquellas
historias temerarias del Medioevo. Allí se originaron las más clásicas
que Disney se encargó de llevar hasta el empalago.
En el último
medio siglo, el estudio académico de los cuentos folclóricos orales y
los cuentos de hadas literarios han florecido en todo el mundo y parece
haberse difundido de manera proporcional al auge irresistible que
genera en ámbitos culturales y comerciales. “Caperucita Roja”; “La bella
durmiente”; “Blancanieves”, “Hansel y Gretel”; “Cenicienta” son algunas
de las historias más conocidas y persistentes que atraviesan culturas y
mapas para explicar los orígenes, el porqué de cuestiones que la
filosofía intentó responder a lo largo de su existencia.
Vivimos y respiramos cuentos de hadas, tienen vida propia que luego nosotros personificamos, dice Jack Zipes, autor de El irresistible cuento de hadas
(FCE). “Los cuentos de hada comienzan con un conflicto: no estamos
adaptados al mundo y debemos encontrar la manera de adaptarnos,
adaptarnos a las demás personas; debemos inventar o encontrar el método,
a través de la comunicación, de satisfacer y resolver los deseos e
instintos en conflicto”, interpreta Zipes en su libro reciente publicado
en nuestro país.
Uno de los autores que mejor analizó la función,
estructura y origen del cuento popular ha sido el estadounidense Robert
Darnton, especialista en el siglo XVIII francés y autor de La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa
(FCE). Darnton investigó el recorrido de estos relatos que fueron
recogidos por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm a fines del siglo XVIII
alemán que se volvieron célebres al publicar sus Cuentos de hadas
. Darnton explica que en realidad tomaron los cuentos “El gato con
botas”, “Barba azul” y “Caperucita roja” del relato de Jeanette
Hassenpflug, una vecina y amiga íntima de ellos en Cassel; ella los
había aprendido de labios de su madre, quien provenía de una familia
hugonota francesa. Los hugonotes habían traído su repertorio de cuentos a
Alemania donde habían huido de la persecución de Luis XIV. Pero no los
habían tomado directamente de la tradición oral. Los habían leído en los
libros de Charles Perrault, Marie Cathérine d’Aulnoy y otros
escritores, cuando estuvieron de moda los cuentos de hadas en los
círculos parisinos elegantes a fines del siglo XVII.
Perrault, a
su vez, había tomado su material de la tradición oral de la gente común
(se supone que su fuente principal haya sido la niñera de su hijo).
Según Darnton, lo retocó para que se adaptaran al gusto de los refinados
y cortesanos de los salones a los que dedicó su primera versión de Mamá
Oca ( Contes de ma mère l’oye , 1697). Por eso los cuentos que
llegaron a los Grimm, a través de la familia Hassnpflug, no eran muy
alemanes ni representativos de la tradición popular. Desde luego, los
Grimm reconocieron su carácter literario y afrancesado; por ello los
suprimieron en la segunda edición de Kinder-und Hausmärchen, excepto
“Caperucita roja”. Así, quedaban atrás las versiones del lobo
sanguinario y violador y devino una historia que conservó cierta tensión
pero con un, claro, final feliz.
Por su parte, las reinas y las
princesas de la Baronesa D’Aulnoy (1651-1705) no recurren al dios
cristiano ni a la Iglesia para que les conceda un hijo o las asista en
el nacimiento, sino a las hadas. Si bien algunas de ellas pueden ser
maléficas, los cuentos transmiten la idea de que “sólo las hadas pueden
poner la casa en orden, poner fin al engaño y al abuso”.
El
material que ofrecen las historias también tentó al psicoanálisis y esto
generó una polémica aun persistente respecto del uso arbitrario de las
versiones vigentes para el análisis sin tener en cuenta las traumáticas
historias originales. Por lo menos así lo entienden los filólogos.
Bruno Bettelheim, autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas
(Crítica) lee en “La bella durmiente” el despertar sexual. Dice que en
los meses anteriores a la primera menstruación, y a veces algún tiempo
después, las chicas dan muestras de cierta pasividad, parecen como
dormidas y sumidas en sí mismas: así pues, parece razonable que un
cuento de hadas, en el que se inicia un largo período de sopor al
comenzar la pubertad, se haya hecho famoso durante tanto tiempo. “Los
cuentos que como ‘La bella durmiente’ tienen por tema central la
pasividad, hacen que el adolescente no se inquiete durante ese período
de inactividad: se da cuenta de que no permanecerá siempre en aparente
no hacer nada, aunque en ese instante parezca que este período de calma
haya de durar más de cien años”. Y concluye “A pesar de las enormes
variaciones en cuanto a los detalles, el argumento de todas las
versiones de ‘La bella durmiente’ es que, por más que los padres
intenten impedir el florecimiento sexual de su hija, éste se producirá
de modo implacable. Además, los obstinados e imprudentes esfuerzos de
los padres no conseguirán más que evitar que la madurez se alcance en el
momento preciso. Este retraso en la maduración está simbolizado por los
cien años de letargo de Bella durmiente, que separan su despertar
sexual de la unión con su amante”.
El psicoanalista alemán Erich
Fromm interpreta el cuento como un acertijo del inconsciente colectivo
en la sociedad primitiva, y lo resuelve “sin dificultad” descifrando su
“lenguaje simbólico”. Sostiene que el cuento se refiere a una
confrontación de la adolescente con la sexualidad adulta. Su significado
oculto se muestra en su simbolismo. Para Darnton en el caso de
“Caperucita roja”, los símbolos que él encuentra en su versión del
texto se basan en detalles que no existieron en las versiones conocidas
por los campesinos de los siglos XVII y XVIII. “Saca mucho provecho de
la caperuza roja (que no existe) como símbolo de la
menstruación, de la botella (que no existe) que lleva la niña como
símbolo de su virginidad, y de la advertencia (que no existe) de la
madre a la muchacha de que no se aleje del camino ni se interne en
despoblado, donde puede romper la botella. El lobo es el macho violador.
Y las dos piedras (inexistentes) que son colocadas en la barriga del
lobo por el cazador (inexistente) después de que saca a la niña y a la
abuela, representan la esterilidad, el castigo por violar un tabú
sexual. El psicoanalista nos introduce en un universo mental que no
existe, por lo menos no antes del surgimiento del psicoanálisis”.
De
todos modos se trata de una de las literaturas más persistentes y que,
como señala el sociólogo Arthur Frank,“Puede ser que los cuentos no
respiren de manera real, pero pueden dar vida”.
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