Las ciudades y la novela negra
Góndolas en el embarcadero./elpais.com |
"Durante más de mil años, Venecia
fue algo único entre las naciones, mitad oriental, mitad occidental,
mitad tierra, mitad mar, situada entre Roma y Bizancio, entre el
cristianismo y el islam, un pie en Europa, el otro en Asia. Se llamaba a
sí misma La Serenísima e incluso llegó a tener su propio calendario, en
el que los años arrancaban el 1 de marzo y los días empezaban por la
noche". Esta frase, con la que Jan Morris arranca
su libro sobre la ciudad, resume perfectamente lo que representa
Venecia. Su ensayo no hace concesiones a la nostalgia: "Venecia es lo
que es", asegura al describir la presencia invasora del turismo de
masas. "¿Se puede llegar a amar un lugar así?". La respuesta para
cualquiera que haya tenido la suerte de pasear por la ciudad, aunque
solo sea una tarde, es obvia.
No importa cuántos millones de turistas la visiten cada año; ni que
los transatlánticos, que atracan cerca de la Plaza de San Marcos, se
hayan convertido en una presencia invasora; ni siquiera que las máscaras
de carnaval se hayan transformado en un icono kitsch o que sea
más fácil encontrar un restaurante de comida rápida, que ofrece pizza
chiclosa, que unos genuinos boquerones en escabeche. Venecia sigue
siendo Venecia. Basta con doblar una esquina, salir de una calle
principal, toparse con una plaza inesperada, para encontrarse en otro
mundo. Venecia es un ecosistema frágil, imposible de mantener intacto (y
no se trata solo del peligro de inundaciones), pero sigue siendo la
única ciudad que no se parece a ninguna otra y atesora una densidad
literaria sin competencia, ni siquiera en Italia.
"Mientras avanzas por estos laberintos, nunca sabes si persigues
alguna meta o huyes de ti mismo, si eres cazador o presa", escribió Joseph Brodsky en Marca de agua, un impresionante poema en prosa sobre la ciudad (existe una estupenda traducción castellana de Menchu Gutiérrez en Siruela).
La frase del premio Nobel ruso se aplica bastante bien a Guido
Brunetti, el protagonista de la serie de novelas negras (publicadas en
España por Seix Barral) de Donna Leon, una escritora estadounidense que hace casi tres décadas decidió convertirse en veneciana.
Tras trabajar como profesora en países como Irán o Arabia Saudí, se
instaló en La Serenísima en los años ochenta pero no comenzó a publicar
las historias del comisario Brunetti hasta los noventa. Se estrenó con Muerte en la Fenice,
en la que unía la literatura con su otra pasión cultural: la música
barroca. Desde entonces ha escrito sus novelas al ritmo de una al año y
acaba de aparecer la número 22, El huevo de oro. Como es normal
en una serie tan larga, hay entregas mejores y peores. Esta última es
excelente, de las mejores, por el oficio con el que Donna Leon construye
la intriga tras una muerte aparentemente accidental: la de un muchacho
sordo que se ha atiborrado de pastillas para dormir, por accidente o
voluntariamente.
Los relatos de Donna Leon son profundamente venecianos, tanto que existe una guía de la ciudad a través de Brunetti –Paseos por Venecia, de Toni Sepeda–, incluso un libro de recetas –El sabor de Venecia,
de la propia autora junto a Roberta Pianaro–. Pero, a la vez, la
escritora utiliza la ciudad como metáfora de Italia y de Europa. Al
igual que el sueco Hening Mankell o el siciliano Andrea Camilleri, Donna
Leon se sirve de la novela negra para despedazar el mundo actual. Y, como ocurre con el padre del comisario Montalbano, cada día está más cabreada.
"Porque, al fin y al cabo, todos estamos en la misma situación: el
sistema, que no tiene pinta de cambiar, nos vapulea a todos por igual;
los que están en la cima y hacen exactamente lo que les da la gana, nos
pisan el resto", asegura un policía en la última entrega. Donna Leon
trata numerosos temas en su serie pero hay uno que está en el corazón de
todas: el poder del Leviatán para que las cosas no cambien. Por eso,
nunca se acaba de saber totalmente si el honesto comisario Brunetti es
cazador o presa del sistema.
PD. Otra autora estadounidense, Patricia Highmisth, ambientó en Venecia una de sus mejores novelas, El juego del escondite. Y John Berendt, el autor de Medianoche en el jardín del bien y del mal, escribió un estupendo relato sobre Venecia, La ciudad de los ángeles caídos, que
en parte es una novela negra en torno al incendio de la Fenice. Más
allá de la literatura, el gran relato policiaco ambientado en la ciudad
es Mujeres en Venecia, una obra maestra del gran Joseph L. Mankiewicz, una versión contemporánea y, sobre todo, muy veneciana de Volpone.
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