Philippe Soupault estuvo en Bogotá cuando muchos desconocían su importancia para el movimiento surrealista
¿Qué vino a hacer Philippe Soupault en Bogotá? En los primeros días
de 1944 el poeta francés visitó nuestra ciudad con un propósito
sencillo: organizar, bajo la orden directa del presidente Charles de
Gaulle, una red de oficinas de prensa en América Latina para una agencia
que luego se llamaría Agence France Presse. Soupault, quien llevaba más
de año y medio sin pisar territorio francés por su condición de
exiliado durante la Segunda Guerra Mundial, debió haber aterrizado hacia
el 3 o 4 de enero. Si bien sus intenciones eran puramente
organizativas, los eventos literarios a los cuales seguramente lo
invitaron, y el ambiente general que vivió, debieron haber sido de
primer orden. De lo contrario jamás hubiera escrito la desconocida para
el público colombiano Oda a Bogotá, un poema en verso libre en el cual
Soupault se encarga de homenajear la devoción a la poesía que sus
“amigos colombianos” le demostraron en días tan oscuros para su país.
¿Quién
era Philippe Soupault? Esto es algo que aparentemente los periódicos
más importantes de la época no tenían muy claro. El Tiempo no publicó
una sola noticia o nota durante estos días para celebrar la visita del
francés. A comienzos de 1943, la actualidad nacional estaba ya de por sí
saturada con la visita del vicepresidente del Perú, el doctor Rafael
Lago Herrera. Esto obligó a los periódicos a ocupar sus páginas sociales
con espaciosas fotografías que borrosamente dejaban ver la elegancia
europea del banquete. Las noticias de El Espectador, aunque sí
informaron, no fueron del todo afortunadas. En su portada del martes 4
de enero se publicó en primera página una gran foto de Soupault. El
titular que la acompañaba decía: “Está en Bogotá M. Soupault, uno de los
Fundadores del Superrealismo”. Pueda ser que la “M” implicara Monsieur
Soupault, pero también puede ser que no tuvieran idea alguna de quién
era. En todo caso, el poeta francés fue un solemne desconocido en
tierras bogotanas.
Cualquier periodista cultural de la época,
colombiano o no, debía saber que Philippe Soupault, aunque expulsado
hacía casi 20 años del grupo surrealista francés liderado por André
Breton, fue uno de sus grandes fundadores. De hecho, hizo tanto por el
movimiento que sin él, ciertamente, otros textos surrealistas no
hubieran sido leídos ni escritos. En 1920 escribió en coautoría con
Breton Los campos magnéticos, libro sin el cual el surrealismo
difícilmente hubiera tomado vuelo y más difícilmente hubiera comenzado a
establecer sus parámetros y sus propósitos. Siendo que durante sus
primeros años el surrealismo se propuso “la expresión real del
pensamiento” a través de la escritura o cualquier otro tipo de actividad
artística, Los campos magnéticos resultaron tanto para Breton como para
Soupault una de las más difíciles pruebas de escritura. Se dedicaron
durante unos diez días a escribir frente a frente, a veces durante
lapsos de ocho a diez horas, una serie de textos que buscaban erradicar
la más mínima interferencia de la lógica del pensamiento. Dicho de otro
modo: querían escribir sin pensar, sujetos únicamente a los impulsos,
desconociendo qué podría salir de ellos mismos. Los resultados fueron
apabullantes. A partir de entonces, tanto Breton como Soupault
obtuvieron el conocimiento de una nueva forma poética. Nada sería igual
para el surrealismo desde entonces. Habían creído probar, a pesar de los
dolores físicos y temores mentales que esta intensidad de composición
había causado en ellos, que la escritura automática, esa posibilidad de
prescindir de la razón para llevar a cabo la escritura, era a todas
luces posible. No sólo eso: también resultaba fascinante.
Y antes
que eso, Soupault fue quien sacó a la luz un raro texto para la época
que habría de fundamentar tantos conceptos del naciente movimiento
surrealista. Hacia la primavera de 1918, hospitalizado presuntamente por
un ataque de tuberculosis, Soupault consiguió que los doctores le
permitieran salir a dar un pequeño paseo por las calles circundantes al
hospital. Su primer destino fue un local sobre el boulevard Raspail que
estaba situado al frente mismo del centro, decorado con unas grandes
letras que dejaban leer Librairie Ars et Vita, aún reconociendo el
sentimiento de antipatía que el nombre le despertaba. Al convaleciente
Soupault , ya dentro, no le tomó mucho distinguir un viejo libro en
edición rústica que llamaba la atención por una elocuente palabra
escrita con mina de plomo sobre su portada: “Raro”. Abrir ese texto en
la pequeña escapada del hospital terminó siendo fundamental no sólo para
él, sino para Breton y Aragon. Se trataba de Los cantos de Maldoror,
del desconocido Isidore Ducasse, también conocido como el Conde de
Lautréamont. Soupault ya lo había visto alguna vez publicado en la
revisa Vers et prose, de Paul Fort, pero entonces no le implicó
demasiado interés. Esa mañana en el boulevard Raspail, sin embargo, fue
definitivo. De allí saldría la famosa frase de carácter surrealista
(“¡bello como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de
coser sobre una mesa de disección!”) que tanto le sugirió y alimentó el
imaginario surrealista, ávido de encuentros maravillosos y fortuitos.
Y
al mismo tiempo cualquier periodista, interesado en escritores
franceses de vanguardia, debió haber sabido de su novela Las últimas
noches de París, esa obra maestra que a finales de la década de 1930
logró recrear una vez más la capital francesa como un escenario
nocturno, violento, misterioso y femenino. El personaje principal, la
prostituta Georgette, toma la forma de la ciudad misma durante las
noches: ella es el sinónimo del peligro, de las calles oscuras y poco
frecuentadas, de las pandillas criminales y de la seducción como arma de
primera fila. Con esta novela Soupault supo cerrar con broche de oro
una década fundamental en la caracterización surrealista de la ciudad de
París. Soupault forjó hasta sus últimas consecuencias esos tres pilares
sobre los cuales los surrealistas habían proclamado la ciudad de París
como su laboratorio de actividades: la noche, el deseo y la calle.
No
todos los bogotanos, sin embargo, ignoraron la visita de Soupault. A
pesar de que los diarios poco o nada registran, sí podemos imaginar que
hubo otro grupo, en este caso seguramente de poetas, que atendió a la
visita. Soupault asistió a una serie de eventos y compañías que lo
convencieron del gran atributo de sus anfitriones colombianos: la
devoción por la poesía. ¿Quiénes fueron estos poetas que le dieron la
bienvenida, quiénes fueron estos escritores que lo recibieron y le
mostraron la ciudad? Soupault redactó durante su viaje una larga carta
para su amigo Alexander Alexeieff, el artista e ilustrador ruso que
vivía por entonces en París, que finalmente nunca envió pero conservó
como anotaciones personales de su viaje. Su tono hace evidente la
situación personal de Soupault en relación con su ciudad natal, París,
prisionera durante la ocupación por las tropas nazis. Dos días antes la
ciudad había sufrido un bombardeo en el que murieron más de trescientas
personas. A pesar de que para la fecha los rusos ya habían entrado en
Polonia, el peso de la guerra —el exilio, la pérdida de amigos, la
esperanza que busca aferrarse a lo que sea— se ve como marcas
indelebles. Escribe en la carta a Alexeieff:
“Adoro de estos
amigos colombianos su devoción por la poesía. Esto es porque uno no
puede dejar de pensar en la sombra inmensa y sangrienta que se instaló
sobre Europa, sin apenas poder hablar sobre ella. Es una profanación
hablar de esos dolores sin medida, de esos sufrimientos presentes e
incesantes, de las vergüenzas cotidianas que corroen. Y al evocar este
misterio siento el asco y el horror de vivir al abrigo pero lejos de
esta agonía diaria. Sólo la poesía y lo que ella trae consigo de
elevación y simpatía verdadera me permiten respirar y existir”.
Esta
sensación balsámica es precisamente lo que Soupault, a manera de
homenaje a la ciudad, destacó en su Oda a Bogotá, publicada en París en
1946. En ella habla de una ciudad “adornada por nubes” que en su cumbre
es “sobre todo el lugar donde el amor por la poesía/ por la poesía
todopoderosa, por la poesía milagro/ nunca ha sido negado/ ni
rechazado”. Desde su altura, dice Soupault, los bogotanos contemplan el
espacio y el tiempo y así saben de sobra, como él mismo lo sabe, “que la
poesía es más fuerte/ que los estallidos de las bombas/ que la voz de
la poesía es más poderosa/ que el ruido del cañón”. Al contrario de su
ciudad, París, en la cual se ha instalado una “niebla sanguinolenta con
nubes de vergüenza”, la ciudad de Bogotá luce su fe poética desde su
altura celestial. No termina el poema sin antes establecer una especie
de hermandad entre las dos ciudades. Se trata de una hermosa estrofa
que, sin embargo, rápidamente caería en el olvido:
Pronto durante la aurora
Pronto desde París escucharán este llamado
Aló Bogotá Aquí París
La poesía está viva, la vergüenza ha muerto
Aló Bogotá Aquí París
no olvidamos a nuestros amigos
ni a los poetas
porque el amor y la amistad y la poesía
son la resurrección de la libertad y la vida
Soupault,
a partir de Bogotá, se permitió soñar con ese momento en que París
recobrara su libertad, a pesar de que entonces faltaban casi seis meses
para que el general Leclerc y su segunda división liberaran París. Así
como lo hizo con Nueva York, Londres, París y Praga, Soupault escribió
una oda sobre la capital colombiana luego de su desconocido viaje. Y la
tomó prestada para poder celebrar el momento en que la suya propia fuera
liberada. Ese fue el gran sueño que jamás sabremos cómo le otorgó
Bogotá. El de la libertad, el amor y la poesía al servicio de una
ciudad.
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