16.5.13

La paradoja de Sherezada

La novela nació moribunda o al menos le han diagnosticado desde el comienzo una enfermedad terminal que no acaba de matarla. ¿Morirá finalmente algún día? Mírese el lector al espejo y verá al posible asesino

Toma, lee, novelas./elespectador.com

Si usted (y gente como usted) un día deja de leer novelas, los ilusos de siempre dejarán de escribirlas y hasta ahí habrá llegado el afamado artefacto.
Quizás el nacimiento de la novela nos diga algo sobre su muerte. La novela nació de un vacío. Nadie contaba de forma verosímil y escueta aquellas historias, tan comunes en la fantasía, en las que gente imaginaria se imbrica de manera conflictiva. Vino entonces un veterano de guerra, manco por más señas, y se puso a perseguir por escrito la locura laberíntica de un caballero que cada vez lo desconcertaba más. El largo recuento de esa persecución permitió a otros entender que era posible acompañar con lentitud y en detalle la vida inventada. La novela hizo entonces explosión.
Los artefactos del siglo XXI han conseguido sumirnos en una paradoja que afecta a la novela, porque lograron acelerar a la gente y convencerla de que no tiene tiempo libre, pese a que en la cruda realidad es cada vez más el que tiene, dado que hoy la vida se prolonga y el trabajo se hace de forma rápida y productiva. ¿Ha visto usted a esas personas que en los aviones revisan hojas de cálculo como si el mundo se fuera a acabar al aterrizar? Ellos son los que dicen no tener tiempo libre.
Yo también, debo confesarlo, soy víctima de estas novedades y leo ahora menos novelas que antes, sobre todo menos novelas nuevas. Sucede que la novela carga con el bacalao de su maravilloso pasado. Pudiendo uno leer las muchas novelas que le faltan de los grandes maestros rusos o los títulos de Dickens o Balzac que nunca leyó, ¿realmente querrá internarse en la narración incierta del publicitado novelista que surgió ayer por la mañana? Sí y no. Este novelista de ayer por la mañana recurre, al menos en potencia, a una mirada contemporánea y por lo tanto tiene a su alcance algo que no tiene Tolstoi: puede hablarnos del presente.
El único fenómeno contemporáneo que se acerca a la novela patentada por Cervantes es la serie de televisión cerrada. No haré aquí mi lista de favoritas, aunque cada forofo tiene una, pero estas series permiten conocer personajes y vidas con una profundidad que hasta ahora uno sólo asociaba con las novelas de gran aliento. Creo, sin embargo, que las series que se ven en casa en una pantalla ojalá grande y de buena definición —guácala la proyección 3D, que cansa más que un kilo de arequipe— son sobre todo una amenaza para el cine argumental que, en comparación, se ve superficial e incompleto. Las novelas, en cambio, siguen viviendo sin problemas en el barrio de al lado.
Cierto sí es que el ciclo vital de las novelas en las distintas literaturas e idiomas sigue siendo tan caprichoso como siempre. ¿No hay hoy en español —o uno no lo conoce— un novelista de 40 años que tenga el potencial que Gabo tenía a esa edad? Ya vendrá alguien a dejarnos con la boca abierta pasado mañana y, si demora mucho, el lector podrá explorar la vitalidad de otras literaturas o, vuelta y juega, la gran literatura del pasado.
El obituario de la novela es, pues, en extremo prematuro. No obsta que sea interesante tratar de matarla, porque es al lado del patíbulo donde más viva la siente uno. Llamémosla la paradoja de Sherezada, vigente desde que nació la novela.

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