2.5.13

Las máscaras de Pessoa

 ¿Cómo entrar en la inmensidad del individuo? 

Fernando Pessoa, una y múltiples personalidades./eltiempo.com

Es un dilema que se presenta de tajo al abordar a Fernando Pessoa y a sus varias personalidades poéticas, que encarnan estéticas y pensamientos distintos. Este hombre múltiple siembra el camino de sugerencias y acercársele es un riesgo lleno de matices, oquedades y silencios.
Su gran sombra atraviesa el siglo XX y ocupa un inhóspito lugar en una sociedad que busca la uniformidad del individuo y no su propia identidad, que busca al sumiso, al repetidor de necesidades, y no al hombre anónimo que se multiplica para nunca encontrarse en él: paradójicamente, Pessoa es la(s) máscara(s) más auténtica(s) de sí mismo. Somos hijos de la época caótica y él se adelantó con una lucidez delirante, de sacrificio laico, para señalarnos uno de los caminos más aventados: romper con coherencia esquizofrénica las personalidades que llevamos dentro y darles carácter autónomo y estético a cada una de ellas, darles un lenguaje propio y mandarlas al mundo a que se defendieran solas.
Siete años después de la muerte del poeta (1888-1935), quien mientras vivió y gimió en silencio, sólo publicó Mensagem, un ajustado volumen de poesía, el secreto comienza a desvelarse y escandalizar a los incrédulos. Uno de sus más fieles y lúcidos exploradores, Antonio Tabucchi, en Un baúl lleno de gente, cuenta el descubrimiento postmortem de una serie de obras firmadas por Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares y otros heterónimos, cuya autoría recaía sobre un solo hombre: Fernando Antonio Nogueira Pessoa.
Después de un largo silencio público y una creación indeclinable este fue su legado para una porción de la humanidad. Y entonces Tabucchi, advirtiendo los tenues límites entre la realidad y la ficción, escribe con escabrosa certeza el milagro: "Pessoa es una múltiple, monstruosa y mala conciencia: la mía, la nuestra, la vuestra, la de todos los hombres de buena voluntad, sea la que sea la buena voluntad de que se trate... Pessoa es una concreción, una de esas criaturas que parecen ungidas por el destino para asumir para sí penas que pertenecen a los demás", a todos.
Pessoa fue un mártir de sí mismo y allí la deformidad genial de su peregrinación. Y en esas páginas de un hombre literalmente muerto que como un Lázaro moderno resucita del fondo de un anónimo baúl, encontramos en el Libro del desasosiego escrito por su heterónimo Bernardo Soares, una de las claves secretas de este misterio literario; texto que al margen de su obra poética sintetiza en corrosivos fragmentos el estertor y luminosidad de toda su panacea creativa.
Este raro y conmovedor libro escrito en una prosa íntima, es también un espejo atroz y clarividente del desolado paisaje del hombre contemporáneo. ¿Qué temática atraviesa esta pieza de horrorosa lucidez?, que leemos con el ritmo del desasosiego, unas veces vibrante y otras resarcirse en su propia y lenta consumación.
Más allá de la angustia natural de vivir hay un móvil poderoso que atraviesa la escritura, y es, el atormentado testimonio de un escritor absoluto: un hombre que vive para las palabras y sumergido en ellas traza su propio drama y desenlace. Allí encontramos el herrumbroso ejercicio literario, las brumas, la luz disidente, la inutilidad social de la literatura, los parpadeos de la gran noche insomne, también al náufrago amarrado con fervor y paciencia al único madero que lo sostiene en el inmenso mar: el arte literario. ¿Acariciando la utopía, buscando redenciones en el paraíso cristiano? No, nos responde Pessoa, agitando su pluma yerta y clara en medio de la oscuridad del alma, derrumbando los muros de la individualidad, ampliando los yoes con la vehemencia de un artista iluminado.
Aquí surgen, entre otros, dos grandes paradigmas del siglo XX, Kafka y Borges. Cada uno a su manera, creó su propio Proceso y Aleph, que sólo pueden nacer de una pasión literaria sin límites. Y el delgado empleado Pessoa, el anónimo transeúnte de Lisboa, el suspicaz alcohólico nocturno, la arrastró hasta sus últimas consecuencias y con la particularidad de que el portugués para sus lectores es un hombre póstumo, recuperado azarosamente de un baúl de tesoros.

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