La escritora argentina recibe los cincuenta mil euros del galardón por Siete casas vacías
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La escritora argentina Samanta Schweblin, fotografiada este miércoles. / Tamara Somoza./elpais.com |
"Todos son fundamentales", opina, "no solo para el feliz ganador sino
para todo el que tenga que ver con el gremio. Por un lado el mercado se
beneficia, y por el otro se motivan los participantes, que al final son
los mejores lectores, los más ávidos". Al menos así le pasa a ella, que
muchas veces logra cerrar un texto gracias a la fecha límite de entrega
puesta por los organizadores. Aunque luego la atención de los medios la
ponga de los nervios. "Es mucha alegría, claro. Siempre tienes la
esperanza de ganar, pero de ahí a realmente conseguirlo hay mucha
distancia. Yo vivo como en mi propia cueva, me cuesta ser notada porque
soy una persona muy privada", admite por teléfono.
Pero le gusta que la lean. Esta vez, su narración se ha centrado en
la locura –"la sana, esa que a veces da pistas de lo insensato que es el
mundo a nuestro alrededor"–, las casas y sus exteriores, y las
relaciones fracasadas. "La tragedia de la crianza de un hijo es un tema
que se repite en estas historias. No es que estén interconectadas , pero
tienen cosas en común. Y ese tema me interesa porque el proceso de
formación implica la transmisión de miedos, de prejuicios. Es inevitable
sentir culpa en algún momento".
En marzo, su novela Distancia de rescate llegó a las
librerías españolas, aunque ya estaba en las argentinas desde septiembre
de 2014, y espera que su compilación de cuentos se publique en junio de
la mano de la Editorial Páginas de Espuma,
que lleva 15 años enfocada en los relatos breves. Mientras tanto ella
está en Berlín, adónde llegó en 2013 con una beca de un año y se ha
quedado para impartir talleres literarios. "En español, que me parece
una cosa insólita", dice entre risas. "Me gusta. Es algo que hacemos
mucho los argentinos, talleres literarios en la casa del escritor. Como
artesanos. Al final somos una generación de productores. Nuestros
abuelos y padres aprendieron leyendo, escuchando. Nosotros, haciendo.
Necesitamos aprehender las cosas, en todos los medios. Por eso hace
falta cambiar el paradigma de cómo debería difundirse la literatura, ya
no nos sirve que nos cuenten nada".
Entre copas y palabras
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
Esta mañana lluviosa, la argentina Samanta Schweblin recibió IV
Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero con la certeza
de ofrecerles a los lectores un libro, Siete casas vacías, en
donde se refleja “una sana locura que deriva en decisiones extrañas.”
Mientras el escritor Rodrigo Fresan, presidente del jurado, leía el acta
del fallo realizado el pasado 25 de marzo, la ganadora sonreía sentada
en la primera fila de la Sala Octavio Paz de la Casa de América de
Madrid. Cuando subió al estrado para leer su discurso de aceptación,
miró al público y se disculpó: “no se me da nada bien hablar. Por eso
escribo.” Su lectura fue breve y salpicada de recuerdos sobre el vino y
la literatura. Antes, sin embargo, se habían referido de manera extensa a
ella y a su libro ganador, Siete casas vacías, los miembros del presídium, encabezado por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
Rodrigo Fresán, presidente del jurado, dijo que tarde o temprano este
premio tenía que ganarlo alguien de Argentina. “Porque ahí el género
rey es el cuento y no la novela. Quizá porque se trata de un país en
que, constantemente, empiezan y terminan las cosas y eso es algo que
hace muy necesaria a la literatura breve.” El también autor de Vidas de santos
definió el libro de su compatriota como “un conjunto de relatos
costumbristas, fuertes pero con dosis de amor y ternura, que bien podría
estar en aquella antología de cuentos que hizo Rodolfo Walsh, Antología del cuento extraño. Porque Samanta parece una científica cuerda contemplando locos detrás de un microscopio y siempre con un bisturí en la mano.”
Andrés Neuman, también miembro del jurado, se refirió a los
finalistas del Premio, entre los que se encuentran el boliviano Edmundo
Paz Soldán y el español Alberto Olmos. “Todos merecían ganar por su
enorme calidad literaria y porque son grandes exponentes del género.
Pero se impuso una argentina que con su libro ha sabido crear un
territorio reconocido fácilmente en la geografía literaria: un sitio con
un terror implacable, escenario de convivencias vecinales, lleno de un
costumbrismo alucinado que nunca consigue despertar de sus propias
visiones.”
En su turno, la escritora y traductora Pilar Adón expresó que lo que
más le llamó la atención de las obras presentadas a este certamen
literario fue que “en todas priman los personajes desubicados, abatidos
por sensaciones de pérdida, miedo e insatisfacción por no encontrar su
propio espacio, en ambientes aparentemente sencillos, pero con una
crueldad soterrada.”
Por su parte, la mexicana Guadalupe Nettel se dispuso a “entregar la
corona” (ella ganó el Premio el año pasado). “Me encanta que Samanta sea
la ganadora. Ha escrito un libro con el que me he identificado y que no
ha dejado de perseguirme durante los últimos días. Es curioso, pero
ella, yo y todos los que hacemos cuentos somos, en realidad, unos
guerrilleros que no paramos de defender las historias cortas ante los
editores y los lectores”, dijo antes de pasar a brindar con copas llenas
del vino patrocinador.
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