Michel Houellebecq tiene escolta oficial. Después del atentado contra Charlie Hebdo el pasado 7 de enero, el Gobierno francés prefiere no arriesgarse: como otras personalidades locales, el autor de Plataforma
va ahora a todas partes flanqueado por dos policías de civil. Bromea
con ellos y parece cómodo con la situación. Aunque no deja de resultar
algo irreal entrevistarlo en esta brasserie de Saint-Germain,
bebiendo vino blanco, mientras Houellebecq (Saint Pierre, Isla Reunión,
1958) habla con entusiasmo de los cuentos de Borges y sus custodios
echan discretos vistazos a los edificios cercanos en busca de
francotiradores.
Parece una escena de una mala película, pero es sólo uno más en la sucesión de malentendidos que han rodeado la publicación de Sumisión (Anagrama). En la actualidad, Houellebecq es tan importante en su país que el primer ministro habla de su nuevo libro como si fuera un asunto de Estado; un efecto colateral es que nadie lo toma como una novela. Se lo compara con El suicidio francés, de Éric Zemmour, o El gran reemplazo, de Renaud Camus, best sellers
estridentes que machacan dos ideas obsesivas: el Occidente
judeocristiano está en retirada, los bárbaros musulmanes se aprestan a
tomar el poder.
No se trata de negar la dimensión social de Sumisión, que
pinta una Francia al borde de la guerra civil. En esta fábula política
el conflicto se resuelve con el triunfo electoral de Mohammed Ben Abbes,
candidato de la imaginaria Fraternidad Musulmana, y la conversión de Francia en Estado islámico,
pero el libro está lejos de presentar el hecho como un desastre. Al
contrario: para el protagonista, solitario profesor experto en el
escritor decadente Joris-Karl Huysmans, lo urgente es encontrar una fe.
“¿Cuánto tiempo puede una sociedad subsistir sin una religión
cualquiera?”, se leía ya en Las partículas elementales (1998).
Ahora el adjetivo “cualquiera” resulta sugerente: si ya no es posible
ser cristiano, ¿por qué no abrazar otra religión más vigorosa?
Sumisión es una sorpresa para sus
lectores. Aunque la inquietud religiosa aparece en todo lo que ha
escrito, es la primera vez que describe a un personaje que busca una fe y
que, además, la encuentra. ¿Cómo se le ocurrió esta historia?
Jugó un papel el hecho de que mi protagonista, François,
sea un profesor experto en Huysmans; en su obra, esa búsqueda que
menciona juega un papel crucial. Huysmans tiene novelas enteras
dedicadas a su relación con el catolicismo. Ahí tenemos el caso de una
conversión religiosa relatada en la ficción.
¿Es usted creyente?
Tiendo a creer cuando voy a misa; pero apenas salgo, se me pasa.
Así que ahora lo evito, porque el bajón es desagradable. Pero la misa en
sí misma es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que
conozco. Y mejor todavía son los entierros, porque ahí se habla mucho de
la supervivencia después de la muerte, y con una apariencia de
convicción total. La verdad es que mi ateísmo no salió indemne de la
muerte de mis padres y de mi perro Clément.
Pero entonces, ¿todo es cuestión de querer creer?
Pues sí. Porque, en realidad, la razón no se opone a la fe de una
manera tan clara. Si nos fijamos en la comunidad científica, los ateos se cuentan sobre todo entre los biólogos.
Los astrónomos, en cambio, son cristianos sin mayor dificultad. Esto
tiene una explicación, y es que el universo está bien organizado. Cuando
se trata de seres vivos, la cosa es más dudosa. Los seres vivos no
están bien organizados, y son un poco repugnantes. Un matemático no
tiene mayor dificultad para creer en Dios; al contrario, trabajar con
ecuaciones pega bien con la idea de un orden, y por ende un creador de
orden.
El islam siempre evitó pronunciarse sobre cuestiones como si la Tierra giraba alrededor del Sol. No había nada en juego en ello”
De todos modos, su cristianismo es selectivo. Le interesa la vida eterna, pero no tanto, digamos, el perdón o la caridad.
Sí, eso me importa menos. Pero san Pablo lo dice con toda claridad: si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana.
Así que Cristo, mal que mal, vino por eso. Para prometernos que la
muerte había sido vencida. La caridad, bueno, no es algo específico del
cristianismo. Y en cuanto al perdón de los pecados, es algo que le
importa más a los protestantes. Antes, en el catolicismo, el perdón de
los pecados era algo casi automático. Ego te absolvo, y ya está.
Su protagonista, François, afirma que tampoco hay oposición entre la ciencia y la fe musulmana.
Yo diría incluso menos. El islam siempre evitó pronunciarse acerca
de cuestiones del tipo de: “¿Gira la Tierra alrededor del Sol?”. Evitó
meterse en dificultades que el catolicismo, por su parte, podría haber
evitado. No había nada en juego para la fe cristiana en el hecho de que
la Tierra gire en torno al Sol.
François tiene otro argumento a favor del islam: dice que es la única religión que acepta el mundo tal como es.
Es que es un muy buen argumento. Incluso los yihadistas, que no
aceptan el orden político del mundo, aceptan el mundo natural tal como
es. Si lees a Darwin te das cuenta de que, en el fondo, lo que lo aleja
de Dios —porque Darwin no creía en Dios, aunque haya fingido lo contrario—
son las consideraciones morales. Por ejemplo, en una carta analiza el
ciclo de vida de no recuerdo qué parásito que vive dentro del ojo, y
exclama: ¡No, un Dios de bondad no puede ser el autor de este mundo!
Podemos arriesgar un teorema: cuanto más se observa a los ácaros, más
disminuye la fe en Dios. En mi caso, desgraciadamente, estudié biología,
así que empecé con mal pie.
François busca a Dios a través de ciertas figuras
femeninas. Hay dos momentos clave: primero, cuando François pierde a su
amante, y después, cuando entra a la iglesia de Rocamadour y parece a
punto de recuperar la fe, pero fracasa. La pérdida de su amor y la
pérdida de la fe representan una misma clausura en su vida.
Es muy cierto, esos son los dos momentos clave. Mas en general, te
diría que la construcción de este libro es bastante simple: pongo en
escena a este personaje y progresivamente le quito todo. Empiezo por lo
más grave, le quito el amor. Después, y ya es menos importante, le quito
a sus padres. Después, en esa escena en la iglesia de Rocamadour, le
quito la posibilidad de creer en Dios. Y para terminar le quito su
relación con Huysmans, que califico como la más antigua de su vida.
Porque es verdad —y yo lo sé por haber dedicado todo un libro a
Lovecraft— que escribir de manera profunda acerca de un escritor
significa, en la práctica, privarse de releerlo. Pasado cierto punto, no
puedes más. Así que a este pobre personaje yo le quito todo, hasta que
sólo le queda convertirse.
En su libro, una vez que el régimen islámico se instala en
Francia, las mujeres adoptan el velo, dejan de trabajar y se dedican a
la familia. ¿No hay en esto algo de expresión de los deseos del
protagonista? Después de todo, perdió a su chica porque era demasiado
independiente.
Sí, él personalmente no tiene motivo para solidarizarse con el
régimen laico. La solución que le proponen, mal que bien, funciona.
Como dice al final: “No tendré nada que lamentar”.
Esa frase puede entenderse como usted dice, pero también al revés:
tendrá mucho que lamentar. Haber perdido a Myriam, para empezar. Y
también haber perdido a la Virgen de Rocamadour. Aunque cueste creerlo,
mi proyecto inicial era que él se convirtiera al catolicismo. Lo cual
habría dado lugar a un libro bastante gracioso; mi personaje se habría
convertido a un catolicismo que ha cambiado mucho desde la época de
Huysmans. Un catolicismo, por decirlo de algún modo, un poco bobo.
¿Y por qué no lo escribió?
Porque no pude. A ver: supongamos que la Virgen de Rocamadour
hubiera funcionado, que François hubiera recuperado la fe. Después de
eso, yo ¿cómo sigo mi libro? (ríe). En cambio, en Sumisión no
hay verdaderos creyentes, ni cristianos ni musulmanes. Incluso para Ben
Abbes se trata de una opción política. Esto ya estaba a mi alcance.
Ben Abbes aparece como un salvador, en un momento en que el sistema político ya no funciona…
Esa parte es real. Viví 10 años fuera de Francia, y cuando volví
me impresionó el desprecio total de los franceses por sus élites
dirigentes y mediáticas. Quizá el periodismo sea la única profesión más
despreciada que la de los políticos. Hay que decir que la situación es
relativamente alucinante. Ya en 2012, Hollande fue elegido presidente, a pesar de que Francia se había volcado a la derecha.
Y ahora no es imposible —como imagino en mi libro— que Hollande sea
reelegido en 2017, aunque Francia está aún más a la derecha. La
estrategia del Partido Socialista, que es impulsar al Frente Nacional
para excluir al centroderecha, ha llevado las cosas a un lugar
insalubre. Y el hecho es que la vida en Francia se ha deteriorado. Hay
muchos más pobres que antes. Hay cada vez más gente que no cree lo que
dicen los medios. Y lo que te muestra que somos un país extraño es que,
pese a todo, los franceses se siguen reproduciendo: salvo Irlanda,
tenemos la natalidad más alta de Europa.
Es un argumento contra la idea del “suicidio francés”.
Es que no es un suicidio, es un asesinato.
¿Cometido por quién?
Por nuestras clases dirigentes.
Es usted muy duro con los políticos de su país.
Es que se les fue la mano. El caso más impresionante que conocí
fue el referéndum de 2005 sobre la Constitución europea. Los franceses
votaron claramente por el no. Y semanas más tarde el Gobierno
lo hizo aprobar por vía parlamentaria. Es un desprecio muy claro a la
democracia. Así que la hostilidad de la gente contra los dirigentes es
muy fuerte, y eso en un momento de crisis económica y desempleo alto. Y
tenga en cuenta que el paro en Francia es desempleo de verdad: no hay
trabajo en negro, como en España o América Latina, y tampoco hay
solidaridad familiar, eso desapareció. La gente está totalmente
desvalida.
En Occidente la palabra masculina ha desaparecido. Lo que los varones piensan, nadie lo sabe. El varón ya no habla, la mujer sí”
Hablemos del proyecto político de Ben Abbes. ¿Podría
funcionar su idea de expandir la Unión Europea hacia el sur, de
convertirla en una Unión Mediterránea?
No es ninguna tontería. Para empezar, muchos países mediterráneos
lo percibirían como una garantía —aunque quizá se equivoquen— contra sus
islamistas radicales. Europa del Norte pasaría a segundo plano. Pero,
para ser honestos, la principal interesada en esto sería Francia. La
verdad es que Francia nunca aceptó el hecho de perder el liderazgo. Por
eso tenemos una relación extraña con Alemania; nos gusta flagelarnos
diciendo que somos menos que ellos. Malestar que, dicho sea de paso, es una de las claves del éxito de Marine Le Pen.
Muchas veces ha hablado contra el patriotismo. Pero después del atentado contra Charlie Hebdo, parecería que está dispuesto a defender ciertos valores franceses. Como dicen en Rambo III: esta vez, es personal.
Es que es personal: han matado a alguien a quien yo quería, a Bernard Maris.
Y además está la cuestión de la libertad de expresión, que me
concierne. Esa libertad la hemos perdido. Cuando yo era adolescente, en
los años setenta, había más cosas permitidas. En la actualidad, el
debate de ideas se limita a la detección de los derrapes. Una vez que el
derrape ha sido cometido, el responsable puede disculparse; a eso se
limitan sus derechos.
Su protagonista se define como machista. ¿Cree que en esto François es representativo?
Lo que pasa es que en Occidente la palabra masculina ha
desaparecido. Lo que los varones piensan, nadie más lo sabe. Una
hipótesis horrible, pero verosímil, es que no han cambiado; sólo han
aceptado cerrar la boca. El varón occidental ya no habla; la mujer sí.
La vida mental masculina ahora es algo desconocido, y por eso es
verosímil pensar que el varón estaría dispuesto, si se presentara el
caso, a una vuelta inmediata al patriarcado.
¿Sus novelas serían las últimas noticias de esa vida mental masculina?
Pues sí, las mujeres pueden leerlas para enterarse de lo que realmente piensan los hombres.
¿Cree realmente que Europa, al perder la religión, la reemplazó con el patriotismo, y que terminará por volver a la religión?
Sí, aunque para mí es absurdo imaginar que el patriotismo pueda
reemplazar a la religión. La cristiandad duró más de mil años; el
patriotismo, un poco más de cien, desde la Revolución Francesa hasta la
Primera Guerra Mundial. También podemos decir las cosas de una manera
más siniestra: el patriotismo, para alcanzar la incandescencia, necesita
enemigos.
¿Mientras que el único enemigo de la religión es la muerte?
Y es un enemigo más confiable.
Gonzalo Garcés es escritor argentino, autor de la novela Los impacientes (Seix Barral).
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