Por eso quiero hablaros de la batalla interna que todos hemos de
librar antes de ponernos a escribir: el proceso creativo, también
conocido como la búsqueda de la idea o de la solución a un problema.
Todo proceso creativo pasa por cuatro fases: la preparación, la incubación, el descubrimiento y la puesta en marcha.
1. La preparación:
La llamada fase de preparación varía ligeramente dependiendo de si ya
existe una idea vaga de lo que queremos contar o si estamos buscando
una idea desde cero.
En el primer caso, pongamos por ejemplo que no tengo claro lo que
quiero contar pero sé que me apetece narrar una historia bélica. En este
caso, puedo llevar a cabo algo parecido a una etapa primitiva de
documentación. No se trata de documentación en sí porque todavía no sé
nada excepto el género que me apetece contar; no existe una idea en sí
misma, sólo el deseo de una idea.
Para ello, puedo empaparme de todo lo que encuentre que sienta puede
estar relacionado con el tema: libros, revistas, periódicos,
exposiciones, películas, documentales, testimonios directos…
En el segundo caso, cuando todavía no existe nada, ni siquiera el
tema de la idea que quiero tratar, puedo hacer lo mismo pero sin
restricciones. Se trata de leer, ver, conocer, moverse, escuchar…
Suelo comparar esta fase del proceso creativo con una coctelera vacía que tengo que ir llenando de cosas para después agitarla y ver qué sale. Y la coctelera, claro está, es mi cabeza.
2. La incubación:
A mí me resulta fácil identificar que he alcanzado esta fase porque
me siento llena de información, como una olla antes de hervir, con
muchos temas dando vueltas en mi cabeza aunque sin acabar de
concretarse.
Esta fase puede ser muy divertida ya que viene siendo la fase de “estar de vacaciones”. Estamos tan empapados de imágenes, sonidos, palabras, estímulos y todo lo que nos hemos encontrado por el camino que ya sólo queda agitar un instante la coctelera y dejarla reposar haciendo lo que más nos guste o relaje.
Irse a tomar algo con los amigos, dar largos paseos, cocinar,
practicar deporte, irse de compras, hacer maquetas, montar puzles,
pintar… Aquí cada uno sabe mejor que nadie qué es lo que le relaja y le
distrae.
Sea lo que sea lo que os ayude a desconectar, os recomiendo hacerlo
una vez os encontréis en esta fase, así el subconsciente trabajará mucho
mejor y más rápido. Obcecarse en encontrar la idea a toda costa suele atascara al cerebro en lugar de motivarlo.
Eso sí, tal vez sea útil en esta fase tomar notas si surgen pequeñas ideas, atisbos del camino a seguir. Pueden ayudar a perfilar luego la idea definitiva.
3. El descubrimiento:
Esta es una fase genial. La del chispazo, la iluminación, el momento en el que todas las piezas del rompecabezas encajan y exclamas: ¡Eureka!¡Lo tengo!.
Seguro que lo habéis experimentado montones de veces tras quedaros
atascados en un problema. Es justo cuando dejas de darle vueltas y te
pones a hacer otra cosa distinta -como irte a dormir, darte una ducha o
acudir a esa comida familiar- y de pronto la solución aparece sola ante
tus ojos, de una forma tan obvia que a mí a veces hasta me da rabia que
se le haya ocurrido a mi subconsciente antes que a mí.
Supongo que sobra decir que lo mejor que podemos hacer en ese momento
es correr a apuntar la idea donde sea, por si las moscas luego se nos
olvida.
4. La puesta en marcha:
Ésta es la última fase del proceso creativo y consiste, como su
propio nombre indica, en tomar esa idea y desarrollarla, bien sea
iniciando una fase de documentación, bien sea empezando a perfilando
cómo queremos llevarla a cabo. Pero bueno, a partir de aquí ya es harina
de otro costal, que se suele decir. O material para un post aparte.
Y eso es todo… Bueno, casi todo. Porque antes me gustaría añadir que,
hagas lo que hagas en las distintas etapas del proceso creativo, nunca
deseches una idea demasiado pronto. No te autocensures. La creatividad consiste casi siempre en ser capaces de soñar, de imaginar y de dejarnos llevar como cuando éramos niños.
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