especial filbo 2012
El escritor colombiano presentará en la Feria del Libro su biografía de Rufino José Cuervo: El cuervo blanco. A propósito del lanzamiento de su nueva obra, desde México Vallejo habló por primera vez
Fernando Vallejo presentará El cuervo blanco, Sábado 28 de abril. Salón José Asunción Silva. De 5:00 a 6:00 p.m.foto.fuente:revistaarcadia.com El primer libro de Fernando Vallejo, Logoi, una gramática del lenguaje literario, está dedicado a Rufino José Cuervo. Fue la primera señal de una devoción que ha crecido y se ha hecho más pública con el tiempo. En el 2007, durante el Festival Malpensante, Vallejo volvió a declarar su deuda, o más bien su amor, por Cuervo: en el teatro del Gimnasio Moderno leyó un ensayo caudaloso titulado “El lejano país de Rufino José Cuervo”, donde por primera vez, al menos en público, lo declaraba santo: “Esta noche, aquí, en este liceo insigne y en uso de mis facultades plenas y de los privilegios que me confirió el Concilio canonizo a Cuervo, el más noble y el más bueno de los colombianos. A Rufino José Cuervo, que no odió, que no conoció el rencor ni la envidia, que no ocupó puestos públicos ni tuvo hijos, que amó como un iluso a este idioma y a esta patria lejana”. Al tiempo, hacía unas cuantas preguntas sobre Rufino José y su sombra, Ángel Cuervo: “Murieron ambos sin volver. ¿Extrañando a Colombia? Es lo que quisiera saber. ¿Pero cómo?”.
Vallejo insistió en la canonización de Cuervo en el discurso que leyó
en la Biblioteca Luis Ángel Arango el año pasado, “En el centenario de
la muerte de Rufino José Cuervo”, y agregó otras preguntas: “¿Y quién
trajo de París a Bogotá tu biblioteca? ¿Y por qué dejaste el Diccionario empezado?”.
Algunas de estas preguntas encuentran respuesta en su último libro, El cuervo blanco,
una biografía de don Rufino José de casi cuatrocientas páginas, que se
lee con deleite y que sorprende por la abrumadora cantidad de datos y
referencias. El escritor antioqueño ya había demostrado temple de
biógrafo inigualable con Barba Jacob el mensajero, donde
describió el recorrido de ambos, el biógrafo y el poeta de Santa Rosa de
Osos, por países, archivos, calles y salas de redacción de
Centroamérica y el Caribe. Allí detalla la vida del poeta, pero también
describe la búsqueda de sus huellas. Digamos, la biografía y la manera
en que se va construyendo. El cuervo blanco también la compuso de la misma manera, e incluso dice en algún párrafo cómo se hace una biografía.
En la página 134 de la biografía de Cuervo puede leerse:
“Para agarrar a un fantasma se procede así: primero hay que determinar
por dónde anduvo y cuándo. Luego pasa uno a considerar lo que escribió y
lo que leyó. Y finalmente empieza uno a oír el arrastre de las cadenas,
signo este de que va bien: o uno se está acercando al fantasma, o el
fantasma se está acercando a uno”. ¿Usted se acercó a Cuervo o él se
acercó a usted? ¿Cómo fue? ¿Cuándo supo que ese sonido era el de las
cadenas de Cuervo?
El fantasma fue el que se acercó a mí: de niño leí sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano,
un libro grueso color ladrillo que me esperaba desde hacía años en la
biblioteca de mi casa. Ese libro decidió mi vida. Y no porque me
enseñara a escribir, pues no era para eso, sino porque me enseñó a
querer y a respetar este idioma.
Cuervo pasó más de la mitad de su vida en salas de lectura y
bibliotecas. Veintinueve años, los mismos que vivió en París, estuvo
recluido en la propia, donde recibía pocas visitas. Podría uno pensar
que no es un personaje brillante, móvil, inquieto como, por poner un
ejemplo cercano a usted, Barba Jacob. ¿Qué retos plantea la biografía de
un personaje de este tipo? ¿Cómo se la planteó usted?
Yo soy capaz de escribirme la vida de una monja de clausura y hacerla
más interesante que la de un travesti que sale en las noches a
acuchillar senadores, representantes, diputados, concejales, alcaldes,
procuradores, contralores, fiscales, candidatos a la presidencia
elegidos o por elegir, y de paso a sus respetables madres.
El mensajero, Chapolas negras —su biografía
de José Asunción Silva— y esta de Rufino José Cuervo comparten una
estructura nada común en el género: no están divididas en partes o
capítulos. En El cuervo blanco encontré un asomo de
explicación: “La división de un libro en partes, y estas en capítulos, y
estos en subcapítulos, y estos en parágrafos, parece que lo hace muy
claro, pero no hay tal: da simplemente una falsa idea de claridad”, leo
en la página 276. Pero no encontré sus razones. ¿Por qué esas
subdivisiones, que casi son canónicas del género biográfico, dan una
falsa idea de claridad?
Frente a la vida de su biografiado el biógrafo es como Dios o casi,
que lo sabe todo, o por lo menos todo lo que se puede llegar a saber. No
tiene necesariamente que empezar pues por el nacimiento de su santo
puesto que ya sabe cómo murió: puede empezar por la muerte. O por el
entierro. O por el olvido en que se hundió como nos hundiremos todos. Lo
nuevo en las tres biografías que he escrito está en que me di cuenta de
que para el lector es tan importante saber no solo los hechos del
biografiado sino junto con ellos cómo los supo el biógrafo. Y en
consecuencia las fuentes están incorporadas en mis biografías. Esto que
digo lo supe por una carta, esto otro por una noticia de periódico, esto
por un documento notarial, o porque fulanito de tal me lo contó y
ustedes verán si le creen o no le creen y si me creen o no me creen...
Las fuentes, por lo tanto, deben hacer parte del texto mismo de la
biografía, y no estar relegadas a una bibliografía puesta al final, que
nadie lee ni está en capacidad de consultar porque por lo general se
trata de obras que no están al alcance de todos, ni en unas notas a pie
de página que lo único que hacen es entorpecer el relato.
La correspondencia de Cuervo fue copiosa y constante: ocupa
veinte volúmenes, alrededor de mil cartas escritas por él y mil
setecientas recibidas. ¿Podemos pensar que la correspondencia era para
Cuervo una manera de pensar, de argumentar? ¿Una especie de método de
trabajo?
Me imagino que fuera simplemente una forma de sentirse menos solo.
Sigamos con la correspondencia. ¿Por dónde empezó usted la revisión? Y ¿qué le dijeron sobre Rufino José Cuervo esas cartas?
Muchísimo. Fue un error suyo el no haberlas destruido: me habría
dejado a oscuras. O casi. El que se meta de ocioso a seguir la vida mía
en cambio se va a dar contra una pared muda y ciega porque yo no guardo
nada y lo que no rompo lo quemo. Sorpresitas sí se habría de llevar mi
hagiógrafo, si alcanzara a saber. Pero de lo mío el único que sabe es
Dios, quien en su Infinita Bondad calla.
En las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, en el Diccionario,
en su correspondencia con lingüistas de todo el mundo Cuervo intentó
una suerte de descolonización del castellano. Reclamó para el español de
América autonomía, y en ese sentido fue un crítico del establecimiento,
al menos del idiomático. Por otro lado, buscó siempre en sus escritos
la perfección científica, de ahí las múltiples ediciones, las
correcciones de galeradas que parecían no tener fin. ¿Cómo se explica
esto en una personalidad tan conservadora, tan católica, como la de
Cuervo? ¿Cómo convivían en él el espíritu científico y el espíritu
católico?
Cuervo pensaba que la Real Academia Española de la Lengua debía ser
la que rigiera este idioma, el árbitro. Yo pienso igual, pero juntándole
las otras veinte academias de la lengua, que se le fueron sumando, una a
una, a partir de la colombiana, la primera de las correspondientes en
fundarse. La fundó justamente Cuervo, con otros once, aunque él poco más
participó en ella pues poco después se fue del país para no volver.
Creo que desde antes, cuando toma la decisión de irse a París a trabajar en su Diccionario
y rechazar aquí el destino que le estaba asignado como funcionario
público, quizá incluso como presidente de la República, hay ya una
personalidad inconforme, en cierto sentido rebelde, revolucionaria.
¿Logró encontrar usted las razones de Cuervo para rechazar ese destino?
No una personalidad inconforme ni revolucionaria ni rebelde:
simplemente un hombre honorable. La presidencia de la República y los
altos cargos públicos son para bribones, hombres y mujeres, y las
incluyo porque de medio siglo para acá entraron en la vileza degradante
de la política... Harto mal ya hacían pariendo. Ahora quieren ser
presidentas de la República. La vagina presidenciable es lo más
asqueroso que ha producido la evolución. Y si no miren la porquería que
les cupo en suerte a los pobres argentinos con su nueva Evita...
Después de leer El cuervo blanco uno puede concluir
que, para usted, Cuervo fue el más grande gramático del español, pero al
mismo tiempo fracasó estrepitosamente. ¿Por qué?
Sí, tenía el sentido de la gramática más asombroso. Nadie lo ha
tenido al grado que él, nunca, contando desde Panini en la India y
Dionisio de Tracia en Grecia; Varrón, Prisciano y Donato en Roma; y
Nebrija en este idioma, que aunque fue el primero de los nuestros fue
tan poquita cosa... No entendió nada de nada. Era un lambeculos de la
reina Isabel, la que le entregó la tea a Torquemada.
En su columna de El Espectador, en julio del año pasado, Julio César Londoño escribió una frase que me llamó la atención sobre el Diccionario de construcción y régimen de Cuervo: “El que llega al Diccionario con una duda, sale con veinte”. ¿Comparte usted esta afirmación? ¿A quién está dirigido el delirante Diccionario de Cuervo? ¿Para qué sirve?
Para lo que sirven las obras de arte: para admirarse. Es el intento
de un hombre por apresar un río, el río torrentoso de este idioma.
¿Quién dijo que el Diccionario de Cuervo era para resolver
dudas? ¿Cuándo se ha visto, por ejemplo, que un tratado de teología
sirva para los que no creen en Dios? Le mando a decir al señor Londoño
que está orinando fuera del tarro, que apunte bien.
Hay un pasaje de su biografía de Cuervo sobre el que quiero
llamar la atención de los lectores de esta entrevista. Es cuando usted
comenta el Diccionario, lo explica al lector, lo compara con el
de la Academia, comenta sus usos y alcances. Creo (y quiero) que
después de leer este pasaje algunos curiosos se van a acercar al Diccionario de construcción y régimen
sin tantas prevenciones por su tamaño o por los mitos que lo señalan
como una obra imposible. Se le ve muy cómodo a usted comentando
diccionarios, comparando, detallando. Mostrando la belleza de estas
obras cada vez más en desuso. ¿Para qué sirven los diccionarios? ¿Por
qué son bellos? ¿Por qué lo embrujó a usted el de Cuervo?
Ah, me gasté cuatrocientas páginas diciéndolo. En un mísero parrafito ¡qué voy a poder!
Al comienzo de esta entrevista mencionábamos unas preguntas
que usted se hacía en los discursos que leyó aquí en Colombia sobre
Cuervo, y que algunas habían encontrado respuesta en El cuervo blanco.
¿Cuáles otras preguntas se abrieron después de escribir esta hermosa
biografía, y ¿qué más quisiera saber sobre Cuervo si tuviera esos
quinientos años que pide allí mismo, en el libro, para terminar el
trabajo?
Todo cuanto quería saber de Cuervo lo averigüé. Jamás me imaginé que
llegara a saber tanto de él. ¿Y total para qué? Para llegar a lo que me
sospeché de niño: que era un santo. Pues bien, ya le pueden rezar: ¡en El cuervo blanco
lo canonicé! ¡Juan Pablitos a mí! Ese viejito polaco y malo de Wojtyla,
el de la mano suelta, no tenía ni idea de canonizaciones. Haciendo
santos como buñuelos en una paila de manteca hirviendo... O como nuestro
paisano el señor Londoño: rociando con el hisopo de agua bendita fuera
del tiesto de la matica.
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