William Ospina, es autor de El país de la canela, Premio Rómulo Gallegos; prepara La serpiente sin ojos, que culmina la trilogía iniciada con Ursúa. foto:archivo.fuente:elespectador.comLas guerras actuales no se parecen a las guerras antiguas. El mundo de hoy no se parece al mundo de ayer
Hace siglo y medio Walt Whitman podía declarar en un poema su asombro ante la infinita capacidad del mundo de recibir desechos y podredumbre y devolver en cambio vida, rosas fragantes, cebollas cristalinas, lavanda y anís. Podía celebrar que, a pesar de la actividad humana, a pesar de los infiernos de la historia, la naturaleza seguía siendo limpia por siempre y siempre, quizás alterada en la superficie pero intocada en sus fuentes profundas.
Algo tremendo ha cambiado. Hoy tenemos el temor de que las fuentes de la vida están siendo alteradas. Estamos manipulando las semillas, estamos degradando los océanos, estamos modificando el equilibrio del planeta; ya no podemos estar tan seguros como Whitman de que todo seguirá igual, de que la vida estará a salvo para siempre.
También las guerras, repito, han cambiado. Antes podían significar la muerte de guerreros de una y otra tribu, de una y otra religión, de una y otra raza, ahora pueden acarrear el daño irreparable del escenario de nuestra existencia, la desaparición de la especie entera. Una guerra salida de madre puede ser el fin de la aventura humana. Sobre todo si se trata de ese tipo de guerra que está suspendida como espada de pesadilla sobre la nuca de la humanidad hace 66 años: la conflagración nuclear.
Es sin duda esa conciencia la que ha movido esta semana a Günter Grass a escribir un poema sobre el peligro de un ataque israelí sólo por la sospecha de que Irán esté desarrollando un arma atómica. No lo mueve sólo ese riesgo sino el hecho de que Alemania, su país, haya entregado a Israel un submarino nuclear capaz de apoyar eficazmente ese ataque. Los alemanes llevan 66 años de silencio sobre la política judía, porque cargan a la vez con un estigma a los ojos del mundo y con una conciencia culpable.
Hablar por primera vez del tema supone para ellos una dificultad mucho mayor que para otros pueblos. Günter Grass no sólo ha utilizado el argumento de que está viejo, de que está escribiendo "con la última tinta", y de que "mañana podría ser demasiado tarde", también que no ha escrito una página de opinión o un ensayo sino, inesperadamente, un poema. Otros discutirán en su sabiduría si el poema es afortunado o no, si contó con el favor de las musas, pero es harto significativo que, en tiempos en que la poesía parece asordinada y en penumbra, un escritor, para expresar sus temores más profundos y su mayor incertidumbre, recurra al lenguaje de la poesía.
¿Puede la poesía hablar de la historia, de los conflictos políticos, de los hechos críticos de actualidad? Hay quienes piensan que su ámbito debe limitarse a los secretos de la intimidad o al tono de la celebración y la evocación; que la poesía es sólo sentimiento y armonía verbal, exploración de los misterios del lenguaje o cifra de los abismos de la conciencia.
Pero la poesía nunca se privó de hablar de la historia y de la política. Homero habló desde el comienzo de los guerreros y de las armas. Un libro o colección de libros orientales que se volvió con los siglos el alma misma de Occidente, la Biblia, está lleno de conflictos políticos, de guerras, de luchas por el poder, de la alianza del poder con la religión. La Divina Comedia es un fresco de las luchas de Blancos y de Negros, de güelfos y de gibelinos; Shakespeare es un mosaico de las guerras inglesas y los conflictos sociales; Víctor Hugo hizo un memorable libro de poemas para demoler el pedestal del imperio de Luis Napoleón.
Los comentaristas han sugerido que Günter Grass ha escrito su poema Lo que hay que decir, para enmascarar un discurso político y hacerse perdonar la temeridad de censurar a Israel, siendo alemán. Yo me atrevo a pensar que lo que ha hecho es más grande y más complejo. Una columna de opinión o un ensayo sería algo más efectivo y polémico para plantear un tema de tanta actualidad y de tal importancia, y él no lo ignora. Por otra parte, si en verdad siente que está escribiendo con su "última tinta", no le preocupará el juicio de sus contradictores o sus críticos.
Creo que Günter Grass quiere decirnos que no está hablando simplemente de política, de conflictos mediáticos, de escándalos de actualidad o de polémicas que apasionan a las facciones que hoy se disputan el mundo, sino de hechos gravísimos para el destino de la especie, de cosas que comprometen la supervivencia misma del lenguaje y del espíritu. Nos está diciendo que de esas cosas no se puede hablar de un modo pragmático o trivial.
Es el misterio mismo del mundo lo que está en juego. Y en esos momentos, cuando bien podría ser la última tinta de la especie lo que está en juego, tal vez sólo la poesía podría hacernos ver la magnitud del riesgo, la enormidad de lo que puede sacrificarse en una decisión apresurada. Quizás nos dice que el mundo podría perderse por una sospecha, en un lance de dados, y ante los ojos abiertos de una humanidad que siempre se conforma con medias verdades.
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