21.4.12

Amado o la voz de Brasil

especial filbo 2012

Jorge Amado es sin duda, una de las PLUMAS fundamentales de la literatura brasileña

Dos brasileños fundamentales: Pele y Jorge Amado.foto.fuente:eltiempo.com
Mucho del Brasil ha quedado sintetizado en la vasta obra novelística de Jorge Amado (1912-2001).  En primer lugar, el mundo de las haciendas de cacao al sur de Bahía, donde su padre tuvo una. Luego en el litoral, en la ciudad de Ilheus respirará el aire marino de sus playas y asimilará historias de pescadores y navegantes también recurrentes en su narrativa. Alumno de los jesuitas, en 1932 entrará en la Juventud Comunista, algo que ya había presagiado en su primera novela El país del carnaval (1931), donde un personaje que retorna de Europa se topará con la mujer y el carnaval en un descubrimiento de raíces soslayadas por la bohemia de un grupo de amigos en torno a un Sócrates local.

Vivir, desde 1927, en una casa de pensión, en la ladera de Pelourinho, zona popular de Salvador de Bahía, le mostrará a Amado mestizaje, sincretismo afrobrasileño en música y comida, y un sentido libérrimo del vagabundaje, que contrastará con los héroes positivos que la rigidez ideológica del estalinismo le dictó, en la primera etapa "comprometida" de su obra.
Es el caso de Cacao (1933), que el crítico Gómez de Almedia describe así: "A partir del retrato de la vida de los trabajadores de una hacienda de cacao, el autor se propone denunciar las precarias condiciones de vida del medio rural".
Pero la novela, que pretendía ser proletaria, "quedó apenas como una novela "panfletaria". Amado, que se autodefiniría más tarde con humor como el "García Márquez de los pobres", cumplió los requisitos políticos del momento: lucha contra la dictadura de Getulio Vargas, biografía del líder comunista Luiz Carlos Prestes, publicada en su exilio argentino en 1942, como El caballero de la esperanza, y diputado por el Partido Comunista de 1945 a 1948.
Pero la fórmula mágica de política, sexo, color local y lenguaje coloquial solo se daría más tarde cuando mira a su personajes con lirismo comprensivo y piedad humanitaria. El primero, y uno de los mejores, será, sin duda, Quincas Berro, quien abandona su respetabilidad formal de funcionario público ya viejo y se libera, al vivir, entre prostitutas y vagabundos, en los muelles.
Su muerte y su entierro, en el tormentoso mar, es una farsa deliciosa que se transmuta en tragedia profunda, de gran calado sicológico. Solo cuenta vivir y morir como a uno le da la real gana, aunque la familia se abochorne de su comportamiento.
En 1958, con Gabriela, clavo y canela, Amado se entrega con deleite a su torrencial flujo narrativo, donde las prostitutas de corazón de oro y los malandrines, tan pícaros como borrachos, hacen saltar todos los prejuicios y vencen a los pusilánimes y encogidos.
Ya no más héroes positivos y líderes carismáticos. Solo una deslumbrante sucesión de nombres de mujer, como Doña Flor y sus dos maridos (1966) y Teresa Batista cansada de guerra (1972), que serán leídas en por lo menos cuarenta idiomas y en las cuales, además de recetas de cocina, los muertos vuelven del más allá para revelarnos que "Dios es gordo" y que el lecho conyugal bien puede estremecerse de nuevo con estos deseados fantasmas.
Llevados a la televisión y el cine, con la sensual y apetitosa Sonia Braga, sus textos ya se convirtieron en definición de un Brasil. Un Brasil que en el sociólogo Gilberto Freyre, en el cine de Glauber Rocha, en el poeta Joao Cabral de Melo Neto, en los músicos como Tom Jobim, Caetano Veloso, todos ellos amigos de Amado, canta, baila, come, crece y conjura y retrasa la muerte en los rituales del candomblé, donde el velorio es también una fiesta, de impecable blanco.
Y en los terreiros, donde las madres de santo vislumbran el futuro, en las escuelas de samba que siempre renacen, en la literatura de cordel donde trovadores ambulantes aún nos hablan de los pares de Francia, nutren el rico cosmos de Jorge Amado, quien fotografiado al lado de Pelé o de Sartre nunca se desdibuja, en la autenticidad de quien dio voz a su mundo, con sus camisas floreadas y sus bigotes blancos, llevándonos de la mano por las calles secretas de Salvador de Bahía.
Ciudad que, a los ojos de Luis Alberto Sánchez: "En efecto, Bahía del Salvador es una ciudad que parece arrancada del África noroccidental e incrustada en América. El plano inferior, el del puerto, semejante a Marsella, está poblado de trabajadores en continuo quehacer.
El de la ciudad, situado en un segundo plano, es más quieto, alumbrado por el sol implacable y poblado de humanos fantasmas de color oscuro. El mercado es un zoco, como el de cualquier ciudad de África septentrional. Las calles empinadas conducen, según ocurre en casi todo el Caribe y el Mediterráneo, a la ciudadela en donde se recluirán los defensores cuando desembarquen los piratas o los sarracenos mercantes de esclavos".

Desde ese mirador comparable, donde se fusionan razas y culturas, misterios y hechicerías, sigue hablándonos la voz inconfundible de Jorge Amado, la voz de Brasil.

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