22.4.12

Robinson Crusoe, esa novedad

especial filbo 2012

"Un clásico", dice Calvino en una de las frases más manoseadas de los últimos tiempos, "es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir" 

Juan Gabriel Vásquez participa junto a Leila Guerrieiro, en el lanzamiento de Nosotros, los malditos, donde incluye un perfil sobre Porfirio Barba Jacob.

Todo lector dedicado sabe a qué se refiere: uno relee un libro creyendo conocerlo y siente, mágicamente, que lo lee por primera vez. ¿Pero qué pasa cuando releemos un clásico y nos damos cuenta (la magia no es menor en este caso) de que no lo habíamos leído nunca? ¿Qué pasa cuando el clásico, el libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, en realidad no ha comenzado a decirlo?

Es la revelación casi sobrenatural que tuvieron los lectores españoles cuando, a principios de este año, la editorial Edhasa publicó la nueva traducción de Robinson Crusoe. Decir "nueva traducción", sin embargo, es una cortesía, pues estamos, para todos los efectos prácticos, ante la primera traducción íntegra en nuestra lengua de los dos tomos maravillosos con los cuales Daniel Defoe (los ingleses suelen estar de acuerdo en este punto) fundó un nuevo género. Así es: si ustedes han leído Robinson Crusoe en español, lo más probable es que no la hayan leído. Pues bien, la pueden leer ahora; y cuando lo hagan, recuerden dedicarle un pensamiento de infinita gratitud al responsable de subsanar este error cósmico que ha durado casi cuatro siglos: el novelista español Enrique de Hériz.
La historia es la siguiente. En 2004, mientras escribía un artículo sobre Foe —aquella extraordinaria novela de Coetzee que se propone reescribir Robinson Crusoe—, Enrique de Hériz quiso citar un pasaje que le parecía especialmente revelador, y quiso hacerlo siguiendo la traducción más conocida, célebre además por el nombre de su traductor: un tal Julio Cortázar. Pero no logró encontrar el párrafo: en la traducción de Cortázar, el párrafo no estaba. Una revisión posterior llegó a una conclusión espeluznante: la traducción de Cortázar, con la cual crecieron los lectores hispanohablantes desde 1941, había sido mutilada en un treinta por ciento, y lo mutilado era todo lo que se salía del molde de la novelita de aventuras. "Todas las versiones de Robinson Crusoe a lo largo de casi trescientos años", escribe Enrique de Hériz en un apasionante ensayo que publicó en Letras Libres, "contienen una de dos limitaciones (si no ambas): excluyen el segundo volumen, o incluyen los dos pero recortan brutalmente el texto. Hay una sola excepción, mediado el siglo XIX, que comete el error contrario: glosarlo en exceso con la excusa de la intención didáctica".
El descubrimiento de Enrique de Hériz, y sobre todo el trabajo heroico de traducir las más de setecientas páginas de esta novela sin la cual el género sería muy distinto, es una de las grandes noticias que los lectores en español hemos recibido últimamente. Robinson Crusoe abre un territorio que antes no existía: es la novela que descubre la individualidad o quizá la inventa, la novela cuya voz íntima define o modela la voz de tantas grandes novelas, desde Notas del subsuelo, de Dostoievski, hasta Vértigo, de Sebald. Pensar que la hemos estado leyendo sin leerla da casi miedo.
"Toda relectura de un clásico", dice Calvino (en una frase menos manoseada que la anterior), "es una lectura de descubrimiento como la primera".
A veces, como habrán visto ustedes, es así literalmente.

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