17.4.12

El afán de decirlo todo

El catalán Jaume Cabre construye en Yo confieso una novela monumental que atraviesa toda la historia española
Jaume Cabre, es guionista de cine y TV. foto.fuente:Revista Ñ

Yo confieso, del catalán Jaume Cabré, es una novela monumental. Desde la experimentación con la forma y la estructura de la narrativa latinoamericana de la década del sesenta (Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, y Cambio de piel, de Carlos Fuentes, por ejemplo) no se ha escrito una novela de semejante aliento épico y afán totalizador de la realidad, una novela-océano donde afluyan tantos ríos que vayan a dar a la mar y desborden de significación y pluralidad de sentidos.

Adrià Ardèvol (protagonista de la novela y pariente del hombre-libro Peter Kien, el memorable personaje de Auto de fe, de Elías Canetti) ha sido educado por su padre, Félix, para ser un erudito y acicateado por su madre, Carme, para convertirse en un virtuoso violinista. La novela es el largo monólogo de Adrià para esclarecer quién fue realmente su padre (y, por lo tanto, una honda reflexión sobre el nombre del Padre) y un ejercicio de introspección para exhumar aquello que fue elidido durante su infancia y adolescencia: el signo y el alcance de su propio deseo. Monólogo engañoso en tanto que el punto de vista narrativo se alterna sin transiciones (de la primera persona del narrador confesional a la tercera del narrador testigo), muda que se verifica incluso en una misma frase y que modifica, en consecuencia, las referencias espacial y cronológica. Del itinerario personal de Adrià Ardèvol (desde su infancia y adolescencia traumáticas hasta el progresivo deterioro de su vejez asediada por el Alzheimer) surgen historias donde confluyen la Inquisición y el nazismo, la historia de España atravesada por el franquismo, la persecución de infieles, catalanes, judíos o heterodoxos; este punto de fuga y convergencia es uno de los modos de pensar la novela: un vertiginoso enlace de cabos que por más que parezcan desatados y remotos están, en rigor, concatenados y próximos. En este sentido, Adrià Ardèvol (que deviene, al fin, catedrático universitario) asume su fracaso consistente en no haber podido escribir una exhaustiva monografía en torno al mal (el mal radical, el mal absoluto, el mal cotidiano, el mal divino).

Yo confieso es, entre otras cosas, esa demoledora monografía que Adrià Ardèvol cree haber dejado inconclusa. Y también, como contracara, es una historia de amor: la de Adrià Ardèvol con Sara Voltes-Epstein (a ella es a quien va dirigido el largo monólogo), un precipitado de todos los temas del folletín romántico: encuentros, desencuentros, malentendidos, separaciones, pasión tormentosa y desdichado final.

Yo confieso es un texto hiperliterario cuyo mayor homenaje se dirige, como no podía ser de otra manera, a la literatura. Si hay un tema clásico que la narrativa ha trajinado es el del objeto perdido, buscado y que reaparece en el transcurso del tiempo (la carta robada, la estatuilla del halcón maltés, el manuscrito inhallable, etc.); aquí, a falta de uno, hay tres: una medallita de la Madonna dai Ciüf, un violín Storioni del siglo XVIII y el retazo de una servilleta de cuadros azules y blancos; la reconstrucción del errático destino de los tres objetos reconstruye la novela y los destinos de sus personajes, de Adrià hacia adelante y hacia atrás, como una cinta de Moebius que no reconoce principio ni fin. Y las frecuentes remisiones literarias son asimismo un tributo a la literatura: desde una alusión a Las afinidades electivas, de Goethe, hasta una frase que comienza así: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Adrià Ardèvol comprendió que...".

Armado de la misma lógica que la cinta de Moebius, en una nota final el autor declara: "Di por definitivamente inacabada esta novela el 27 de enero de 2011"; se puede pensar que hay cierta clase de libros cuya característica constitutiva es la incompletud merced, paradójicamente, al afán de decirlo todo. En una célebre carta a un editor que quería publicar su Tractatus..., Wittgenstein señala que el libro consta de dos partes: la escrita y aquella que, sin duda, es la más interesante: la que no pudo escribir. Se puede constituir una toda una biblioteca integrada con obras maestras inacabadas: Ser y Tiempo, Bouvard y Pécuchet, El idiota de la familia, la obra kafkiana; el lugar de Yo confieso se halla entre esos libros, un lugar de merecido privilegio.

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