3.4.12

La madre de todas las batallas

Alice Oswald reescribió la Ilíada. Su trabajo está a mitad de camino de la traducción y la creación. Le dio mayor relieve al maravilloso segundo plano
CABALLO TRAMPOSO. La Ilíada narra los hechos durante 51 días en el último año de la Guerra de Troya. foto.fuente: Revista Ñ

La decisión infantil de Alice Oswald de convertirse en poeta nació de una sola noche insomne. "Vivíamos en una gran casa llena de crujidos", cuenta, "y yo me asustaba muchísimo. Una noche, estuve despierta durante horas, aterrada. Cuando finalmente llegó el alba –el reconfortante cielo azul, el retorno del mundo conocido– no se me ocurrió otra manera de expresar mi alivio que a través de la poesía. Allí mismo tomé la decisión de que eso era lo que quería hacer. Cada vez que me tocaba un huesito de la suerte, era eso lo que pedía."

Y, por supuesto, puso manos a la obra, empleándose como jardinera al día siguiente de graduarse en Oxford "porque eso iba a dejar mi mente en libertad, me daría una casa y un sueldo y sería totalmente compatible con la poesía". A los 30 años, fue finalista del premio Forward por su primera antología, The Thing in the Gap-Stone Stile, obtuvo el premio TS Eliot con el segundo, un notable poema sobre el río Dart que abarca todo el libro, y hoy, quince años más tarde, es elogiada por todos como una de las voces más brillantes y bellas de la poesía británica. La silenciosa determinación con que ha moldeado su propia vida se hace evidente en sus poemas: fascinadas evocaciones del mundo natural que se expresan en una exquisita atención a los detalles y cadencias perfectas que imitan la respiración.

Oswald vive en Devon, sur de Inglaterra, con su marido, el dramaturgo Peter Oswald, y sus tres hijos. He venido a hablar con ella sobre su última colección, Memorial, y pasa a recogerme por la estación de Totnes, una figura tranquila y formal con un auto azul llamativamente sucio. El otoño aún no ha llegado hasta aquí; las hojas todavía están verdes y no han caído y, cuando nos sentamos en su cocina, la puerta trasera queda abierta para que entren y salgan el gato, el perro y la brisa. En la superficie, el libro parece un cambio de rumbo: los conocidos poemas meditativos sobre la luz de la luna, la vida de las plantas y el agua han sido reemplazados por una extraordinaria reescritura de la Ilíada de Homero. Pero es un Homero vía Oswald: hay un río melodioso de historias secundarias del cual se ha eliminado por completo el relato central sobre la gran pelea de Aquiles y Agamenón.

"Con la Ilíada, siempre me resultó muy frustrante que se la leyera mal", dice Oswald. "Que hicieran de ella un poema de escuela pública, cosa que no creo que sea. Esa visión idealizada de la guerra con héroes griegos de miembros blancos y hermosos cabellos se ha convertido en una parte estereotipada y muy Imperio Británico de nuestra cultura. Todas las traducciones están tan enamoradas de la historia principal que es casi invisible lo común y corriente de Homero, algo que a mí me encanta –el maravilloso segundo plano del poema con personas reales y peculiares que son sólo ellas mismas–." En la versión de Oswald, la ausencia de los monolíticos personajes principales deja al descubierto y da brillo, como si se tratara de rocas en la marea baja, a las historias de los soldados de la infantería que murieron entre las sombras. Es más, dice Oswald, Homero es cualquier cosa menos un desvío: la poesía de él merodea en la de ella desde que comenzó a escribir. Se encontró con él por primera vez en la escuela, en trocitos y retazos a los 15 años, y luego a través de la Odisea en los últimos años antes de tomarse un sabático.

Una experiencia de tanta inmersión resultó formativa. "Todos los poemas que llevo escritos son más o menos reacciones a mi fascinación inicial al leerlo", señala. "Como poeta oral, Homero tiene una forma diferente de hilvanar las frases: donde un poeta literario las ataría todas a un verbo conjugado y haría un verso todo plegado y retorcido y controlado, el poeta oral hace crecer las frases una de otra. Toma una frase rítmica y le adosa otra y otra. Entre las frases, hay una libertad que significa que, de algún modo, hay más espacio para que las cosas descritas sean ellas mismas. En un poema homérico, un árbol es un árbol, no el árbol de Homero, sino una cosa real, verde, frondosa. El enigma que he tratado de resolver durante toda mi vida de escritora es ¿cómo lo hace? Cada libro mío es un intento de ver cómo poner un árbol dentro de un poema."

La experiencia de volver al texto que es su piedra de toque fue exuberante y dolorosa a la vez. "Mentalmente, nunca me alejé, pero volver a leer el poema de punta a punta fue encantador. Fue un placer sacar mis diccionarios y volver a él. Pero también fue difícil, debido a las historias. Me descubrí acongojada y literalmente hechizada por él: no podía dormir de noche; tenía trozos del poema y las caras de los soldados en la cabeza."
El hecho de que hayan transcurrido dos milenios no atenúa en lo más mínimo el impacto de todas esas vidas perdidas –significativas y únicas y cercenadas súbitamente– que se apilan conforme avanza el poema: "EPICLES, un sureño de la soleada Licia" que fue "derribado por una piedra/y se hundió como un buceador"; "AXILO, hijo de Teutras" que "tanto amaba a sus amigos" pero "murió junto a Calesio/en un aturdimiento de soledad"; "POLIDORO… que amaba correr/Ahora alguien tiene que contarle a su padre/ese hombre exhausto reclinado contra el muro/que busca a su hijo predilecto". El poema está estructurado como un lamento, el de los soldados, con epitafios entremezclados con traducciones directas de los símiles extendidos de Homero, cada uno de los cuales es transcripto, como un arrullo, dos veces. "Uno de los motivos por los que repito los símiles es que se necesita un descanso de la pena", explica Oswald. "Tengo la esperanza de que los símiles reparen lo que rompen las biografías, como lo hace el mundo natural. Pienso en los símiles como un arte de sanación."

¿Memorial fue un acto de traducción o de creación? "Ambas cosas. De hecho, abordo mis otros poemas como un traductor. Trato de no inventar; simplemente trato de traducir el extraño lenguaje del mundo natural. Y no me interesa la propiedad absoluta de las cosas. El mismo Homero es un conjunto de poetas, uno de muchos. Aun cuando uno escriba sus propios poemas, tiene que hablarle a la gente, tiene que tomar palabras y cosas de aquí y de allá como una urraca. Estoy muy en contra de la cultura de los famosos que pretende decir: este es un genio, esta es una persona que ha hecho algo brillante. Siempre hay un centenar de personas en segundo plano que ayudaron a hacerlo."

Es una postura seductoramente democrática, que también sirve como perfecta descripción de la Ilíada que ha creado Oswald: no la leyenda imponente y única de Aquiles sino las numerosas historias pequeñas de personas cuyas vidas formaron la trama del poema. A los ojos de Oswald, esto está más cerca de la atmósfera del poema que leyó por primera vez de adolescente y, habiéndolo releído de manera tan abarcadora, siente que ahora, posiblemente, puede ser capaz de dejarlo atrás.

Traducción: Elisa Carnelli
© The Guardian

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