4.4.12

Lo peor que le puede pasar a una novela

... Es que un psicoanalista bonaerense se empeñe en escribirla Y si encima, el sujeto es cantante melódico, ¡quilombo!
Portada Los padecientes de Gabriel Rolón. Destino. foto.fuente:elmundo.es

Allá vamos. Llegará un momento, de seguir las cosas así (tan negras, literalmente), en que hasta Pere Gimferrer anunciará un poemario/'thriller' titulado 'Ruiseñor o fiambre'. Son dos las preguntas sin respuesta, A y B, que hoy, por hoy, me producen un profundo resquemor: A) ¿Dónde vive escondido el único sueco del planeta que no escribe novela negra? Y B) ¿Por qué todos los trabajadores del mundo libro (versión cutrelux del concepto mundo libre), todos, sin excepción, acaban escribiendo su homenaje a la novela negra, ese género que los encandiló cuando empezaban en esto de la escritura? Pues eso. Que las respuestas, empeñadas en estar en el viento, siguen sin aparecer.

Gabriel Rolón ha sido el último advenedizo en subirse al carro de la moda 'negropolicial'. 'Wikipediando' con su genio y figura, que es gerundio. Veamos: "Gabriel Rolón es un psicoanalista, escritor y cantante argentino, famoso por su participación en varios programas de radio y televisión. Es autor del 'bestseller' 'Historias de Diván'". Y de Rolón nos llega ahora, como caído del cielo, 'Los padecientes', novela negra publicada por Destino. ¿Y quiénes son los padecientes?, se preguntará el lector menos avispado. ¿Y qué es poesía?, responderá, repreguntado a su vez, el poeta más avispado. Pues eso. Padecientes.

Argumento altamente desargumentado: Pablo Rouviot, reconocido psicoanalista (¡bingo!), es un hombre taciturno y solitario que no ha podido superar una turbulenta y recientísima historia de amor. Cierta noche, una 'mina' [nótese el argentinismo] se planta en su consultorio y le formula un pedido peculiar: ayuda detectives para constatar que no fue a su hermano, joven bastante 'zumbado', a quien se le fue la mano al acuchillar salvajemente en un descampado al papá de ambos. Lo que necesita Paula, que tal es el nombre de la 'mina', es que Pablo le ayude a demostrar que su hermano es, como Francisco Camps, inimputable. Eso sí, en este caso por tratarse de alguien incapaz de comprender la peligrosidad de sus actos. Y hasta aquí podemos leer, como si esto fuese una de las tarjetitas del '¡1,2,3... responda otra vez!' que tanto añoramos.

¿El resto? De serie, si es que lo hay. La consabida y mil y una vez repetida pseudotrama policial en la que médicos, polis, rubias y abogados alargan con sus tejemanejes una historia sin más fundamento que el de mostrarnos el frenético día a día del buen psicoanalista. Thriller psicológico llaman ahora a este tipo de producto prototípico del ese mercado literario que, según Ruiz Zafón (experto en la materia), tiene mucho más de mercado que de literario. Es 'Los padecientes' la primera novela que escribe el psicoanalista y cantante argentino Gabriel Rolón [con añadido de última hora: me entero ahora de que también es dramaturgo; ¿quién dijo que ya no quedaban hombres del Renacimiento cuando bastaba con buscar en Argentina?], apodado por su legión de fans como 'El nuevo Bucay'. Y eso se nota un poco. Aun así, se trata de un relato que en su Cono Sur natal ya ha vendido 80.000 ejemplares. 80.000, que se dice pronto. Y están pensando en hacer la película. Ricardo Darín, ¡ya podéis dejar de 'googlear'!

Aunque casi es mejor que juzguéis vosotros mismos, ¿no? Para algo sois los otros 'padecientes' de esta novela. Ahí va un párrafo:

"La verdad late sojuzgada y silenciosa. Oculta en los rincones más oscuros de la mente, olvidada en oscuros archivos judiciales, encubierta en los confusos dictámenes oraculares o simplemente presa de la represión o el desconocimiento, como si se tratara de uno de esos animales que invernan largo tiempo sin manifestarse, pero que aun en ese estado siguen vivos. La verdad. Eso tan deseado y tan temido al mismo tiempo. A veces por maldad, otras por dolor o simplemente porque el tiempo extendió un velo de fatal encubrimiento, yace oprimida y, cuanto más oculta, más fuerte. Porque no sabe morir. Porque puede ser silenciada, ocultada u olvidada, pero aun así clama a su manera por hacerse notar, por gritar su presencia. Omnipresente en su aparente ausencia. Marcando y condicionando el modo de gozar y padecer, de relacionarnos con otros y con nosotros mismos".

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