Levantamientos en el mundo árabe. Incipientes movimientos de reacción en Europa contra la crisis financiera y las políticas de ajuste
La revuelta social desbordó al capitalismo planetario. foto.fuente:pagina12.com.ar |
Una
modernización que recuerda a la primera mitad del siglo XIX. Con estos
ejes, el filósofo Alain Badiou escribió El despertar de la historia, un
libro urgente para los tiempos que se avecinan y que prevé revueltas en
gran parte del planeta. Aquí, un duro fragmento del prólogo en el que
Badiou hace un diagnóstico lapidario de la situación global.
¿Qué es lo
que está pasando? ¿De qué estamos siendo testigos, entre fascinados y
devastados? ¿De la continuación, cueste lo que cueste, de un mundo
cansado? ¿De una crisis benéfica del mundo, que ha caído presa de su
propia expansión victoriosa? ¿Del advenimiento de otro mundo? ¿Qué es lo
que nos está ocurriendo, pues, con el cambio de siglo, que no parece
tener ningún nombre claro en ninguna lengua tolerada?
Consultemos a nuestros amos: banqueros discretos, figuras
mediáticas, personas inciertas de las grandes comisiones, voceros de la
“comunidad internacional”, presidentes atareados, nuevos filósofos,
dueños de fábricas y de campos, hombres de la Bolsa y de los consejos de
administración, políticos charlatanes de la oposición, personalidades
de las ciudades y las provincias, economistas del crecimiento,
sociólogos de la ciudadanía, expertos en crisis de todo tipo, profetas
de la “guerra de las civilizaciones”, jefes principales de la policía,
de la justicia y de la “penitenticia”, evaluadores de beneficios,
calculadores de rendimientos, editorialistas mesurados de diarios
serios, directores de recursos humanos, personas que se consideran a sí
mismas hadas y magos y a las que habrá que estar atentos de no tomarlas
por personajes de ficción. ¿Qué están diciendo todos esos dirigentes,
todos esos hacedores de opinión, todos esos responsables, todos esos
“sátrapas-engañabobos”?
Todos dicen que el mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa,
y que tenemos que adaptarnos a ese cambio, so pena de caer en la ruina o
de terminar muertos (lo que, para ellos, es lo mismo); caso contrario,
tal como van las cosas, no seremos más que la sombra de nosotros mismos.
Que debemos comprometernos enérgicamente en la incesante
“modernización” y aceptar sin chistar los inevitables sufrimientos.
Dicen que, ante el áspero mundo competitivo que todos los días nos
vuelve a desafiar, hay que escalar las pendientes escarpadas de los
pasos de la productividad, de la reducción de los presupuestos, de la
innovación tecnológica, de la buena salud de nuestros bancos y de la
flexibilización laboral. Toda competencia es, en su esencia, deportiva:
para resumir, lo que tenemos que hacer es formar parte de la última
escapada de la carrera y ponernos junto a los campeones del momento (un
as alemán, un outsider tailandés, un veterano británico, un chino recién
llegado, sin contar con el siempre vigoroso yanqui...) y no quedar
jamás rezagados en la cola del pelotón. Para eso, todo el mundo tiene
que ponerse a pedalear: modernizar, reformar, ¡cambiar! ¿Qué político en
campaña puede prescindir de proponer la reforma, el cambio, la novedad?
La pelea entre el oficialismo gubernamental y la oposición adopta
siempre la siguiente forma: lo que el otro dice no es el cambio
verdadero. Es un conservadurismo apenas retocado. ¡El verdadero cambio
soy yo! Basta con mirarme para que se den cuenta. Yo reformo y
modernizo, llueven leyes nuevas todas las semanas, ¡bravo! ¡Rompamos con
la rutina! ¡Abajo los arcaísmos!
El despertar de la historia. Alain Badiou Nueva Visión 127 páginas
Entonces cambiemos.
Pero, de hecho, ¿cambiar qué? Si el cambio debe ser perpetuo, su
dirección, según parece, es constante. Conviene tomar urgentemente todas
las medidas necesarias que nos impone la coyuntura con el objeto de que
los ricos sigan enriqueciéndose, al tiempo que pagan menos impuestos;
que los efectivos de las empresas disminuyan gracias a una artillería de
despidos y de planes sociales; que todo lo que es público se privatice y
contribuya así, por fin, no al bien público (categoría particularmente
“antieconómica”), sino a la riqueza de los ricos y al mantenimiento, por
desgracia costoso, de las clases medias que forman el ejército de
socorro de los ricos en cuestión; que las escuelas, los hospitales, la
vivienda, el transporte y las comunicaciones, esos cinco pilares de la
vida aceptable para todo el mundo, primero se regionalicen (es un paso
hacia adelante), luego se los ponga en liza (algo crucial), con el
objeto de que los lugares y los medios donde y gracias a los cuales se
educan, se curan, habitan y se transportan los ricos y los semirricos,
no puedan confundirse con aquellos en los que sudan la gota gorda los
pobres y los asimilados; que los obreros de proveniencia extranjera que
viven y trabajan aquí a menudo desde hace décadas adviertan que sus
derechos se ven reducidos a nada, que persiguen a sus hijos, que se
rescinden sus papeles reglamentarios, y que soporten campañas furiosas
en su contra a favor de la “civilización” y de “nuestros valores”; que,
en particular las mujeres jóvenes, salgan a la calle únicamente con la
cabeza descubierta, y las demás también, preocupadas, como deben
estarlo, por reafirmar su “laicismo”; que los enfermos mentales sean
encerrados en la cárcel de por vida; que se acosen los innumerables
“privilegios” sociales que engordan al populacho; que se monten
sangrientas expediciones militares un poco por todas partes, pero sobre
todo en Africa, para hacer que se respeten los “derechos humanos”, es
decir, los derechos que tienen los poderosos a descuartizar los estados,
a poner en el poder en todas partes –por medio de una ocupación
violenta y de “elecciones” fantasmagóricas– a sirvientes corruptos,
quienes entregarán por nada a los susodichos poderosos la totalidad de
los recursos del país. Aquellos que, sean cuales fueren sus razones, e
incluso si en el pasado fueron útiles para la “modernización”, incluso
si fueron sirvientes solícitos, de pronto se opongan al despedazamiento
de su país, al pillaje por parte de los poderosos y a los “derechos
humanos” que vienen en el mismo paquete, serán llevados ante los
tribunales de la modernización y, de ser posible, ahorcados.
Tal es la verdad invariable del “cambio”, la actualidad de la
“reforma”, la dimensión concreta de la “modernización”. Tal es para
nuestros amos la ley del mundo.
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