A cincuenta y cinco años de habérsele concedido el Premio Nobel, las teorías y versiones cruzadas sobre la muerte del escritor francés siguen dejando cabos sueltos. Militancia, denuncia Y literatura fueron las tres columnas de su vida y su muerte
COMPROMETIDO. Albert Camus lee el diario en las calles de París en 1957, tres años antes del Nobel. foto.fuente: Revista Ñ. |
Los sindicalistas franceses no son nenes de pecho. No levantan
huelgas en pleno conflicto, a menos que por ejemplo sea el 4 de enero de
1960 y muera un tal Albert Camus, el segundo escritor más joven en
recibir el Premio Nobel de Literatura.
La radio oficial francesa
rompió la medida de fuerza en acuerdo con las Comisiones de huelga e
interrumpió las grabaciones de música, lo único que transmitía junto con
breves boletines informativos. Tardaron en enterarse, un poco por la
huelga pero fundamentalmente porque las comunicaciones de aquellos años
no tenían la velocidad de las de ahora. Los autos, tampoco, pero la
velocidad con la que impactó el Facel Vega último modelo en cuyo asiento
delantero –y sin cinturón de seguridad– viajaba el autor de La peste
junto a Michel Gallimard, el sobrino de su famoso editor, su esposa
Janine y su hija Anne, fue suficiente para quitarle la vida, y que
trozos del automóvil volaran a cientos de metros. Sólo las mujeres, que
viajaban atrás, salvaron sus vidas. En el auto viajaba también el
manuscrito El primer hombre, la novela inconclusa de Camus, publicada en 1995.
En
las crónicas de la época y hasta ahora nadie dudó jamás que la rotura
de un neumático fue lo que provocó el fatídico choque en La Chapelle
Champigny, a 113 kilómetros de París. El vehículo quedó tan destrozado
que los servicios de asistencia que intercedieron demoraron varias horas
en extraer el cuerpo todavía agonizante del escritor. Tenía el cráneo
fracturado y el cuello quebrado. El cuerpo sin vida del Nobel fue
llevado al ayuntamiento donde fue velado.
Pero quizás no fue un
accidente, quizás fue un asesinato. Quizás la temible KGB –el servicio soviético de inteligencia– mató a Albert Camus. La hipótesis no es de ningún medio sensacionalista ni de ningún otro sitio conspirativo en Internet. La novedad se diseminó tras la publicación en Francia e Italia de Toda mi vida, los diarios íntimos de Jan Zabrana, poeta checo, traductor y amigo de Camus. Las dos publicaciones eligieron
publicar una versión reducida de esos diarios. La traducción y la
edición de ambos textos –que eliminaron cien páginas sobre un total de
mil doscientas– no contemplaron un sugerente párrafo referido a la
muerte de Camus que no pasó desapercibido para un amigo italiano de
Zabrana, el poeta y eslavista Giovanni Catelli.
“De un hombre que
sabe muchas cosas y tiene fuentes confiables, escuché una cosa muy
extraña. El afirma que el incidente de tránsito de 1960 en el que murió
Camus fue arreglado por el espionaje soviético. Fueron ellos quienes
dañaron un neumático del auto gracias a un instrumento técnico que con
la elevada velocidad logró cortar el neumático o hacer un agujero en
él”, escribe Zabrana en 1980.
La orden para esta acción fue dada
por el ministro Shepilov, como una recompensa por el artículo que Camus
publicó en Franc Tireur en marzo de 1957 en el que se refería a los
hechos de Hungría y en el que atacó a ese ministro al nombrarlo
explícitamente.
Camus responsabilizaba al canciller soviético
Dmitri Shepílov de la represión en Hungría de 1956. Stalin había muerto
pocos años atrás y durante el XX Congreso del Partido Comunista de la
Unión Soviética, el nuevo líder Nikita Kruschev condenó con dureza los
crímenes de su temible antecesor. Sin embargo, cuando la resistencia
húngara se levantó contra los invasores rusos, el Ejército rojo reprimió
con la brutalidad acostumbrada. El levantamiento húngaro duró apenas 18
días, pero quebró el temor que imperaba detrás de la cortina de Hierro.
Camus lo vio entonces y tiempo después escribiría su recordada carta
abierta, “La sangre de los húngaros”, en la que también criticó la
pasividad –ese vicio constante, vigente y espasmódico– de Occidente.
“Hungría conquistada y encadenada ha hecho más por la libertad y la
justicia que ningún otro pueblo del mundo en los últimos 20 años”,
sentenció Jean-Paul Sartre, enemistado con Camus, y quien todavía
entonces era un comunista decidido, cuestionó a los soviéticos en su
artículo “El fantasma de Stalin”. Pero Camus fue decididamente mucho más
lejos.
Los testigos
Un año después,
el 15 de marzo de 1957 y a pocos meses de recibir el Nobel que lo
consagraría, Camus pronunció en el famoso anfiteatro de Salle Wagram, en
París, un nuevo discurso contra la represión rusa en Budapest. Las
repercusiones fueron grandes y tres días después apareció una crónica en
las páginas del Franc-Tireur. Camus describió la operación rusa en
Hungría como “masacres cubiertas y ordenadas por Shepilov y aquellos que
se le asemejan”. La militancia antisoviética del escritor creció el año
siguiente, cuando se convirtió en uno de los principales promotores de
la candidatura al Nobel del disidente ruso Boris Pasternak, autor de
Doctor Zhivago , que por esas paradojas de la vida y la literatura fue
traducido al checo por Zabrana.
“Es imposible que la noticia haya
llegado desde Occidente. En aquellos años, era imposible recibir una
noticia tan detallada sobre un hecho que había ocurrido 20 años antes”,
infiere vía mail ante la consulta de Ñ el propio Catelli.
Fue la
viuda de Zabrana, Maria Zabranova, quien redujo al mínimo la lista de
posibles informantes. “Mi marido podía tener distintos informantes. Jiri
Zuzanek me contó hace un año que él no sabía nada al respecto. Sin
embargo, hasta 1968 estaba en contacto permanente con mi marido. Era una
persona fidedigna y bien informada, pero negó que hubiera hablado con
mi marido sobre el tema”, explica, ante la consulta de Ñ , la mismísima
Zabranova. El profesor de la Universidad de Waterloo en Canadá, Jiri
Zuzanek, no contestó ninguna de las preguntas para este reportaje.
El
círculo de los posibles informantes señalados por Zabranova se completa
con dos obituarios: George Gibian –profesor de literatura rusa– y el
traductor Jirí Barba, murieron hace tres años. “El escritor Josef
Kvoreck, amigo de mi marido, que vive en Canadá me escribió hace poco
diciéndome que mi marido estaba en contacto el escritor ruso Vasilij
Aksjonov, que emigró a los Estados Unidos. Su madre estaba en un Gulag
así que seguramente sabía cosas oscuras, pero lamentablemente también ha
muerto”, asegura la viuda.
El veredicto
La
familia de Camus, en tanto, prefirió el silencio que abona el suspenso
de esta trama. El que no tardó en pronunciarse, en cambio, fue el
polémico filósofo francés Michael Onfray, autor de una de las más
recientes biografías sobre el escritor. “Es probable que los soviéticos
quisieran quitarse de encima a Camus, pero el argumento del sabotaje no
se tiene en pie. Según los expertos, el accidente se debió a la falta de
estabilidad del Facel Vega”, explicó al diario Le Monde y a La
Vanguardia.
Otro biógrafo, el ex corresponsal de la BBC Olivier
Todd, salió rápidamente al cruce. “No hay un solo dato que convalide la
teoría de Zabrana”.
Catelli no quiso ser menos y redobló la
apuesta. Consultado por Ñ , acusó a Todd de tener una visión
filosoviética. Todd había sugerido que la versión del italiano esconde
una intencionalidad política contra la ex Unión Soviética. “Onfray dijo
estar convencido de que los soviéticos querían eliminar a Camus, pero da
a entender que lo hubiesen hecho de otro modo (y así, sin querer, abona
la teoría del atentado)”, insiste.
Si hay algún dato que
certifique una orden desde el Kremlin, y eche luz sobre los días, duerme
en un archivo custodiado con la discreción que los sucesivos gobiernos
posteriores a 1991 heredaron de sus antecesores soviéticos. Como en
cualquier buena ficción, lo que importa es que sea verosímil.
También
resuena la sentencia con la que el propio escritor se refirió para
explicar la muerte del ciclista Fausto Coppi una semana antes que la
suya: “No conozco nada más idiota que morir en una accidente de
automóvil”.
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