Murió sin un dólar hace treinta años antes del estreno millonario de Blade Runner. Hoy es el escritor que más nutre el imaginario de Hollywood. "El poder del mal es hacer que la realidad deje de existir", decía. Una crisis nerviosa en 1974 le hizo creer que habitaba en dos mundos paralelos
DE CULTO. Un paisaje de Blade Runner (1982), la película basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? un libro de Dick. foto.fuente: Revista Ñ. |
Es uno de los grandes escritores del siglo XX y sin embargo es
de los menos leídos por los grandes escritores. Philip K(indred) Dick
(1928-1982) es un autor popular que escribió más de 120 relatos y 30
novelas y cuya influencia sigue creciendo de la mano de filmes basados
en sus obras, como Blade Runner (Ridley Scott) o Minority report
(Spielberg), Lin Wiseman estrena el 14 de septiembre el remake de
Desafío total, Ridley Scott prepara una adaptación de El hombre del
castillo y están en marcha las versiones de Ubik, Fluyan mis lágrimas,
dijo el policía y El rey de los elfos. Beben de sus obras El show de
Truman (inspirado claramente en Tiempo desarticulado), The Matrix, Abre
los ojos, eXistenZ, El sexto día o El origen y escritores como
Stanislaw Lem, Roberto Bolaño ("Dick era una especie de Kafka pasado
por el ácido lisérgico y la rabia"), Rodrigo Fresán, Jonathan Lethem o
Murakami se declararon fans de sus libros, mientras otros le imitan
(Martin Amis con La flecha del tiempo tan similar a El mundo contra
reloj).
La biografía del autor podría resumirse en que fue un
pobre diablo, al que su fracaso como escritor que quería escribir como
Kurt Vonnegut le llevó a ganarse la vida con relatos pulp de ciencia
ficción y al que las drogas y una crisis de esquizofrenia paranoide (el
2 del 2 de 1974) le hizo creer que hablaba con Dios y que llevaba una
doble vida en mundos paralelos, una como escritor de novelas
fantasiosas en el siglo XX, asediado por la CIA, el FBI y Nixon, y otra
como cristiano del siglo I en Judea. Pero, como decía Nabokov, lo
importante en una novela o en una biografía, son los detalles.
La escritura acelerada, ansiosa y desordenada de Philip K. Dick trasciende su encasillamiento en la ciencia ficción, del mismo modo que Hammet o Chandler desbordaron la novela negra. La vida de Philip K. Dick, trazada por Emanuel Carrère en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, reúne los elementos propicios para congregar el fervor de mitómanos. Murió sin un dólar en 1982 con sólo 53 años, apenas unos meses antes del estreno millonario de Blade Runner, basada en¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. La construcción de la leyenda del autor se inicia con un nacimiento trágico. Su hermana melliza murió a los pocos días y sobre la lápida de la tumba se grabó su nombre junto al de su gemela fantasma, con la fecha de caducidad en blanco (1928-....) Culpó a su madre por haber dejado morir a su hermana por malnutrición y nunca le abandonó la mala conciencia de haber sobrevivido a su célula melliza.
La escritura acelerada, ansiosa y desordenada de Philip K. Dick trasciende su encasillamiento en la ciencia ficción, del mismo modo que Hammet o Chandler desbordaron la novela negra. La vida de Philip K. Dick, trazada por Emanuel Carrère en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, reúne los elementos propicios para congregar el fervor de mitómanos. Murió sin un dólar en 1982 con sólo 53 años, apenas unos meses antes del estreno millonario de Blade Runner, basada en¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. La construcción de la leyenda del autor se inicia con un nacimiento trágico. Su hermana melliza murió a los pocos días y sobre la lápida de la tumba se grabó su nombre junto al de su gemela fantasma, con la fecha de caducidad en blanco (1928-....) Culpó a su madre por haber dejado morir a su hermana por malnutrición y nunca le abandonó la mala conciencia de haber sobrevivido a su célula melliza.
Trasladado
de Chicago a la California beat, el malditismo de Philip K. Dick se
fue nutriendo después con su adicción a los alucinógenos y a las
anfetaminas y a sus cada vez más frecuentes episodios esquizoides. En
sus indigeribles diarios –The Exegesis– sostiene que un día de 1974,
descansando en su casa, después de haber ido al dentista, y atormentado
por el dolor, reclamó por teléfono analgésicos a la farmacia. Cuando
abrió la puerta de la calle, la mensajera, que lucía un collar con el
símbolo cristiano del pez, le disparó un rayo láser rosa que la
transmitió conocimientos arcanos. Descubrió la anamnesis, la pérdida
del olvido, y jura que en un parpadeo recordó que en realidad era un
griego que vivía en el año 50 después de Cristo. El propio Philip K.
Dick bromeaba con que sostener con demasiada obstinación la veracidad
de sus visiones le hubiera conducido directamente al manicomio. Sus
escritos se hicieron más ininteligibles; fracasado de nuevo en su
enésimo matrimonio, su casa se vio poblada de yonquis, camellos de tres
al cuarto y prostitutas baratas, y su mente fue invadida por visiones
mesiánicas y religiosas. Atiborrado de sedantes y barbitúricos, e
inútiles las curas de desintoxicación, soñaba que el universo le
hablaba y que la radio le insultaba. Quedó atrapado en el mundo que
había imaginado.
La escritura de Philip K. Dick no hubiera pasado
ningún examen académico. Es obsesiva, deshilvanada, absorbente. Quiso
ser un escritor mainstream (Confesiones de un artista de mierda), pero
enamoró a lectores underground, como John Lennon, Timothy Leary o
Robert Crumb, y al final fortaleció la creencia de que sólo la
literatura popular merecía la pena. La divinidad -decía– se revela en lo
humilde y sus mensajes son enviados por medio de anuncios televisivos,
novelas baratas o acertijos en la prensa.
"Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema". escribió Dick. No sólo creía que el mundo era teatro.También el tiempo era para él una ficción. En su misticismo delirante creía que Dios enviaba información codificada al mundo y que los seres humanos tenían que desvelarla. O en lenguaje más actual: "parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento -una falla- en la recuperación de la memoria". Como los gnósticos, creía que un demiurgo malévolo había construido un contramundo falso y que sólo el amor o la empatía podía deshacer el engaño de las apariencias y recuperar el mundo original. Si Mary Shelley daba un final trágico a Frankenstein, cuya existencia artificial retaba el monopolio creador de Dios, Philip K. Dick actualiza la sátira de Swift y los yahoos sabios, convirtiendo a los humanos deshumanizados, idólatras de la razón, en seres más mecánicos que los robots e indiferentes y pasivos ante el poder que determina sus vidas.
"Me gusta construir universos que se deshacen. Me gusta verlos desbaratarse y ver cómo los personajes en las novelas se adaptan a este problema". escribió Dick. No sólo creía que el mundo era teatro.También el tiempo era para él una ficción. En su misticismo delirante creía que Dios enviaba información codificada al mundo y que los seres humanos tenían que desvelarla. O en lenguaje más actual: "parece que somos bucles de memoria (portadores de ADN capaces de experiencia) en una sistema computacional pensante en el que, aunque hemos correctamente grabado y almacenado miles de años de información experiencial, y cada uno de nosotros posee depósitos un tanto diferentes de todas las otras formas de vida, hay un mal funcionamiento -una falla- en la recuperación de la memoria". Como los gnósticos, creía que un demiurgo malévolo había construido un contramundo falso y que sólo el amor o la empatía podía deshacer el engaño de las apariencias y recuperar el mundo original. Si Mary Shelley daba un final trágico a Frankenstein, cuya existencia artificial retaba el monopolio creador de Dios, Philip K. Dick actualiza la sátira de Swift y los yahoos sabios, convirtiendo a los humanos deshumanizados, idólatras de la razón, en seres más mecánicos que los robots e indiferentes y pasivos ante el poder que determina sus vidas.
"El
poder del mal es hacer que la realidad cese de existir. Es el lento
diluirse de todo lo existente hasta que la vida se difumine como un
fantasma", escribió en La divina invasión. En sus libros los humanos
programan estados de ánimo a conveniencia para huir de sus realidades o
pasan a vivir realmente en el mundo de los muñecos Barbie y Kent.
"La
herramienta básica para la manipulación de la realidad es la
manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las
palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras. ¿Cuál
es la verdadera base del poder político? No las armas ni las tropas,
sino la habilidad de hacer que los demás hagan lo que uno desea que
hagan". No estaba alienado cuando decía odiar los Estados que se
interfieren en las vidas privadas de los ciudadanos: "La idea que se
aferró a mi hace 27 años es ésta: toda sociedad en la que la gente
interfiere en la vida privada de los demás no es una buena sociedad;
todo Estado en que el gobierno 'sabe de usted más que usted', es un
Estado que debe ser derribado".
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