La revista Jot Down se lanza al papel tras triunfar en la Red Artículos larguísimos y entrevistas oceánicas son la marca de la casa
Una de las fotos publicadas en la edición de papel de Jot Down. foto: Alberto Gamazo. fuente:elpais.com |
Del Evangelio según los gurús de lo digital: “En la Red solo se leen
artículos breves; la gente ya no tiene tiempo; hay dos clases de
periodistas: los rápidos y los malos”. Tal vez esa liturgia, que se
repite un día sí y el otro también en muchas redacciones por el mundo,
sea cierta. Pero cierto también es que a la religión del periodismo en
Internet le ha surgido un hereje. Se llama Jot Down Magazine, publica artículos online de miles y miles de caracteres, cuenta con un diseño vintage
en blanco y negro y –increíble pero cierto- triunfa. Tanto que, tras un
año de vida en Internet, la revista se ha permitido el lujo de sacar un número de autohomenaje en papel, del que ya se han vendido más de 8.000 copias.
“Hacemos lo que nos gusta, lo que buscábamos y no encontrábamos en
otros medios. Queríamos artículos menos superficiales, análisis en
profundidad. Jot Down es un himno al fuego lento”, explican
desde la dirección de la revista. Por cierto, y antes de se pregunten
por qué una referencia tan genérica, es esta otra de las cosas que les
gusta a los fundadores de Jot Down: no figurar. “La estructura
no tiene interés, ni tampoco las personas. No queremos tomar el
protagonismo”, asegura Carles A. Foguet, director de comunicación de Jot Down.
Al fin y al cabo, es también una manera de dirigir los focos hacia
sus contenidos. “Los protagonistas son los entrevistados y los que
escriben”, defienden. En realidad, sobre todo los primeros. Las largas
charlas con artistas, políticos y (muchos) periodistas son la auténtica
marca de la casa de Jot Down. Y, para ello, la revista ha establecido dos conditio sine qua no:
la conversación dura al menos una hora. Y nada de hablar con creadores
que promocionan su último libro/disco/película/cualquier otra cosa que
intenten vender.
De Álex de la Iglesia a Oscar Tusquets, de Vicente del Bosque a Angels Barceló, ya hay unos 150 que han aceptado jugar con las reglas de Jot Down.
Y seguramente más seguirán, al ritmo de dos por semana. Siempre y
cuando, eso sí, el texto cumpla con dos criterios básicos: que sea de
calidad y que diste años luz de la prensa rosa. Pocas reglas pero
imprescindibles para ser fieles al lema que la revista ha robado al
Polonio del Hamlet de Shakespeare: “Hay método en nuestra locura”.
Lo hubo, al parecer, desde el big bang. Es decir, desde que en mayo de 2011 Jot Down
pasó de ser el sueño de dos amigos a una página de carne, hueso y
píxeles. Los dos fundadores (el informático Ángel Fernández y la
directora) y otros cuatro miembros conformaron el equipo de dirección.
Y, con un presupuesto de 45.000 euros, se lanzaron a la aventura del
periodismo.
Aparte del entusiasmo, les unía la seguridad de que llegarían a algún
lado: “Hacemos lo que creemos que se debe hacer. Si no conseguimos
salir adelante será únicamente nuestra responsabilidad". Y también
compartían una condición peculiar para dirigir una revista: ninguno de
los seis es periodista.
En el fondo, lo que hacen tampoco tiene mucho que ver con lo que
publican los diarios. “Hacemos periodismo, pero no reporterismo ni
investigación. No damos noticias, ni nos interesa la actualidad”, relata
Foguet. Más bien, se trata de reflexiones infinitas sobre un tema que
puede ir de la carrera de Roger Federer al Padrino, al Ulises de Joyce, o de diálogos oceánicos con un entrevistado. Aunque una de las críticas más frecuentes que recibe Jot Down habla precisamente de charlas muy blandas y poco cañeras.
“No es nuestra intención poner a alguien en aprietos. Es un proyecto
amable, buscamos una relación con el entrevistado. Me parecería fuera de
lugar ir a por él”, aclara Foguet.
Una fórmula que convenció a Ferran Adrià, uno de los primeros entrevistados, pero no a Norman Foster, que rechazó hablar con Jot Down.
Sea como fuere, los síes se han ido multiplicando, y con ellos los
lectores, hasta los 600.000 al mes. También se fue ampliando la
estructura de la revista, que hoy cuenta con 10 redactores en plantilla,
más de 80 colaboradores (que cobran) y firmas como las de Félix de Azúa y Fernando Savater.
“Por un lado, rastreamos la Red en busca de talentos. Por otro, gente
a la que entrevistamos se propuso para ayudar sugiriendo otras posibles
charlas o llevándolas a cabo ellos mismos. Y nos escribe mucha gente a
diario ofreciéndose para colaborar”, cuenta Foguet del crecimiento de Jot Down. Mercancía rara en un mundillo que tiembla por un doble terremoto: económico y del modelo de negocio. "Jot Down
no pretende sentar cátedra, no nos presentamos como ejemplo a seguir
para ayudar a salvar el sector (si es que eso es posible)”, matiza el
director de comunicación.
De hecho, de momento la revista ni siquiera les da para comer. Todos
sus miembros tienen otro, y principal trabajo. La poca publicidad por
ahora no compensa los esfuerzos, menos aún ya que el número de papel les
ha costado otra inversión de 26.000 euros. De ahí que estén “en el
límite del capital inicial”.
Sin embargo, la escasez de recursos no parece ser un problema
dramático, al menos a juzgar por sus ambiciones futuras: “Hemos puesto
en marcha la editorial Jot Down books: publicaremos libros de material propio y de divulgación científica. Lanzaremos nuestro merchandising e intentaremos que la revista impresa sea trimestral”. Algo así como una vuelta al primer amor. Jot Down
iba a nacer en papel, hasta que un “tipo de bigotes” les dijo que
aquello sería un suicidio. Así que replegaron hacia Internet, pero no
cambiaron la fórmula.
El sueño en el cajón también sigue siendo el mismo: “Aspiramos en el futuro a ser el New Yorker
en castellano”. ¿Imposible? Desde luego complicado. Pero cuidado con
las certezas apresuradas. Se corre el riesgo de quedar desmentidos. Como
los gurús.
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