Los herederos invitan al escritor John Banville a resucitar al detective de Chandler. La polémica está servida: ¿tiene sentido esta operación más allá del lucro?
Humphrey Bogart puso rostro a Marlowe en su encarnación más célebre en el filme El sueño eterno (1946). foto.fuente:elpais.com |
Uno de los mejores escritores irlandeses del siglo pasado fue Flann O’Brien, autor de novelas magistrales como El archivo de Dalkey, Nadan dos pájaros o El tercer policía (todas en Nórdica). El problema era que Flann O’Brien no existía, era un mero nom de plume bajo el que se ocultaba Brian O’Nolan (1911-1966). Al crear un alter ego,
O’Nolan, excelente escritor y periodista, se creó a sí mismo un
problema que lo persiguió más allá de la tumba: jamás lograría a brillar
a la altura del autor inventado por él. John Banville,
otro irlandés, esta vez de nuestro tiempo, es uno de los escritores más
importantes de su país, autor de una rigurosa obra que comprende una
docena de títulos de ficción y que culmina con la publicación en 2005 de
El mar, novela que obtuvo el Man-Booker, uno de los galardones
más prestigiosos de la lengua inglesa, y fue declarada la mejor novela
irlandesa del año. Tras su publicación, su autor hizo una revelación
desconcertante a The Paris Review: “Odio a Banville”, afirmó. “Sus obras me parecen detestables”. Un año después, bajo el seudónimo de Benjamin Black,
iniciaba la publicación de una serie de novelas negras ambientadas en
el lóbrego Dublín de los años 50 y protagonizadas por un tipo taciturno,
atormentado y solitario, patólogo de profesión, que respondía al nombre
de Quirke. Con ser sumamente interesante, nada de esto ha despertado
tanta expectación en los círculos literarios anglosajones como el
anuncio de que el irlandés ha aceptado la invitación que le han hecho
los herederos de Raymond Chandler
de escribir una novela protagonizada por uno de los personajes más
enigmáticos y atractivos de todos los tiempos: el imperturbable Philip Marlowe.
Años después, Banville volvería a escribir novelas firmadas con su
nombre, sin dejar de hacerlo como Benjamin Black. Hace apenas una semana
se publicó Venganza, espléndida novela del alter ego de Banville, quien pronto publicará también novela sin seudónimo.
La situación no es nueva, por supuesto. La combinación entre la
avidez de los lectores por seguir leyendo aventuras de personajes a los
que son adictos y el hecho de que se trate de una industria que mueve
muchos millones de dólares ha llevado a una serie de secuelas de
relieve: Sherlock Holmes, James Bond, Sam Spade, Scarlett O’Hara, o
Peter Pan son algunas de las más notorias.
La ley lo permite, pero para obrar la milagrosa resurrección de
célebres personajes es necesario que contar con el beneplácito de los
herederos, que sacan por ello grandes beneficios. O dejar que pase el
suficiente tiempo. En España, la Ley de Propiedad Intelectual protege
las obras (y los personajes, como “obra derivada”) hasta 70 años después
de la muerte de su autor. En Estados Unidos, la ley amplió el plazo de
50 años después de la muerte del autor (o 75 años para una obra de
creación corporativa) a 70 años (y hasta 120 años en las creaciones
empresariales). Chandler murió en 1959, es decir, hace 53 años.
A Philip Marlowe ya lo resucitó en su día Robert B. Parker,
también a petición de los herederos de Chandler. Como escritor, Parker
era una fuerza de la naturaleza, que creó no uno sino toda una serie de
personajes noir como Spenser, Hawk, Susan Silverman o Jesse
Stone, que seguían con fervor millones de lectores. Parker, fiel
discípulo de Chandler, cuya obra analizó concienzudamente en su tesis
doctoral, se aplicó con respeto y disciplina a la tarea de poner fin a Poodle Springs,
la novela que Chandler dejó inacabada al morir. Cuando el resultado vio
la luz se produjo una situación inexplicable: Todo estaba ahí, el
argumento, el personaje, el ambiente, el lenguaje hasta la voz. Algunos
críticos señalaron incluso que la prosa de Chandler escrita por Parker
superaba a la del maestro. Y sin embargo los lectores se sintieron
decepcionados. No era posible identificar con exactitud lo que faltaba…
el alma de Marlowe, tal vez. Fuera lo que fuese, Chandler se lo había
llevado consigo al otro barrio.
Parker, que no sabía hacer otra cosa que no fuera escribir, murió con
77 años frente al teclado, dejando huérfana a toda una cohorte de
personajes a los que dieron vida otros escritores en secuelas que a la
postre… tampoco funcionaron. El negocio de las secuelas es demasiado
lucrativo como para dejarlo de lado. Cuando Robert Ludlum falleció en
2001 dejó una máquina de generar beneficios interrumpida en plena
producción con sus tres novelas de Jason Bourne. Tras su muerte Eric Van
Lustbader lleva siete novelas dedicadas al legado de ese personaje.
Pero estamos mezclando demasiadas clases de escritores, y hay que
distinguir entre lo que es literatura de lo que no lo es. Parker era más
de la estirpe de Black que de la de Banville, en el sentido de que no
era un autor “literario”, sino de género. De hecho, a los puristas de la
novela negra no les gusta demasiado Benjamin Black, en quien ven a un
intruso que desprende un tufillo a literatura seria. Demasiada
complejidad. Más profundidad psicológica de la cuenta. El lector no
quiere tantas complicaciones.
Lo que hace interesante la ecuación Banville-Marlowe es que esta vez
el reto pasa a manos de un escritor de verdad que además no cuestiona la
validez del género negro ni la grandeza de Chandler. Volviendo a la
pelea que el escritor sostiene consigo mismo, el autor de El mar
ha explicado: “Lo que hace Banville es el resultado de un esfuerzo de
concentración. Lo que hace Black es pura espontaneidad. El primero es un
artista, el segundo un artesano”. Mientras que las novelas que firma
como Banville le suponen una tortura, las que firma como Black tarda
apenas tres o cuatro meses en ultimarlas.
Que un escritor de la talla de Banville esté dispuesto a dar vida a
Marlowe, además de un gesto de reconocimiento y humildad supone un reto
fascinante. Que la cosa salga bien es otra historia, pero como sabía muy
bien Philip Marlowe, dar con las cosas verdaderamente interesantes
exige meter las narices donde nadie quiere hacerlo. Es de buena ley
celebrar la decisión de Banville. Algún día, también él nos dejará.
Huérfanos, Black y Quirke quedarán a merced de los demonios. Esperemos
que no falte quien quiera resucitarlos.
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