Rubem Fonseca
Cualquier semejanza no es mera coincidencia
En la madrugada del día 3 de mayo, una vaca marrón camina por el
puente del río Colorado, en el kilómetro 53, en dirección a Río de
Janeiro.Un turista de la empresa Unica Autocares, matrícula
RF-80-07-83 y JR-81-1227 circula por el puente del río Coroado en
dirección a Sâo Paulo.
Cuando ve a la vaca, el conductor Plinio Sergio intenta desviarse. Da contra la vaca, da contra el muro del puente, el autocar se precipita al río.
La vaca está muerta encima del puente.
Debajo del puente, están muertos: una mujer vestida con falda larga y blusa amarilla, de alrededor de 20 años y que nunca será identificada; Ovidia Monteiro, de 34; Manuel dos Santos Pinhal, portugués, de 35 años, que usaba un carné de socio del Sindicato de Empleados de Fábricas de Bebidas; el niño Reinaldo, de 1 año, hijo de Manuel; Eduardo Varela, casado, 43 años.
Fueron testigos del accidente Elías Gentil dos Santos y su mujer Lucilia, residentes en las cercanías. Elías manda a su mujer que traiga un cuchillo de la casa. ¿Un cuchillo?, pregunta Lucilia. Un cuchillo, de prisa, imbécil, dice Elías. El está preocupado. íAh!, cae en la cuenta Lucilia. Lucilia corre.
Asoma Marcilio da Conçeiçâo. Elías lo mira con odio. Aparece también Ivonildo de Moura Júnior. íY esa imbécil que no trae el cuchillo!, piensa Elías. Le da rabia todo el mundo, sus manos tiemblan. Elías escupe en el suelo varias veces, con fuerza, hasta que se le seca la boca.
Buenos días, don Elías, dice Marcilio. Buenos días, dice Elías entre dientes, mirando a los lados. íEse mulato!, piensa Elías.
Qué cosa, dice Ivonildo, después de inclinarse sobre el paredón del puente y mirar a los bomberos y los policías que están abajo. Enfrente, además del conductor de un coche de la Policía de Tráfico, sólo están Elías, Marcilio e Ivonildo.
La situación no está nada bien, dice Elías mirando a la vaca. No logra despegar los ojos de la vaca.
Es verdad, dice Marcilio.
Los tres miran a la vaca.
A lo lejos se ve la silueta de Lucilia, corriendo.
Elías se puso a escupir de nuevo. Si pudiese, también yo sería rico, dice Elías. Marcilio e Ivonildo menean la cabeza, miran a la vaca y a Lucilia, que se acerca corriendo. A Lucilia tampoco le gusta ver a los dos hombres. Buenos días, doña Lucilia, dice Marcilio. Lucilia responde meneando la cabeza. ¿He tardado mucho?, pregunta, sin aliento, al marido.
Elías sujeta el cuchillo con la mano, como si fuese un puñal; mira con odio a Marcilio e Ivonildo. Escupe en el suelo. Corre hacia la vaca.
En el lomo es donde está el solomillo, dice Lucilia. Elías corta la vaca.
Marcilio se acerca. ¿Después me presta el cuchillo, don Elías?, pregunta Marcilio. No, responde Elías.
Marcilio se aleja, andando deprisa. Ivonildo corre a gran velocidad.
Van a buscar cuchillos, dice Elías con rabia, ese mulato, ese cornudo. Tiene las manos, la camisa y los pantalones llenos de sangre. Deberías haber traído una cesta, una bolsa, dos bolsas, idiota. Ve a buscar dos bolsas, ordena Elías.
Lucilia corre.
Elías ya ha cortado dos trozos grandes de carne cuando asoman, corriendo, Marcilio y su mujer Dalva, Ivonildo y su suegra Aurelia y Erandir Medrado con su hermano Valfrido Medrado. Todos llevan cuchillos y cuchillas. Se arrojan sobre la vaca.
Lucilia llega corriendo. Apenas puede hablar. Está embarazada de ocho meses, tiene lombrices y su casa queda en lo alto de una colina, el puente en lo alto de otra colina. Lucilia ha traído un segundo cuchillo. Lucilia corta la vaca.
Que alguien me preste un cuchillo; si no, incauto todo, dice el conductor del coche de la policía. Los hermanos Medrano, que han traído varios cuchillos, le prestan uno al conductor.
Con una sierra, una cuchilla y una hachuela aparece Joâo Leitâo, el carnicero, acompañado de dos ayudantes.
Usted no puede, grita Elías.
Joâo Leitâo se arrodilla junto a la vaca.
No puede, dice Elías dándole un empujón. Joâo cae, sentado.
No puede, gritan los hermanos Medrano.
No puede, gritan todos, con excepción del conductor de la policía.
Joâo se aparta; a diez metros de distancia, se detiene, se queda observando con sus ayudantes.
La vaca está semidescarnada. No fue fácil cortar el rabo. Nadie consiguió cortar la cabeza y las patas. Nadie quiso las tripas.
Elías ha llenado las dos bolsas. Los otros tres hombres usan las camisas como si fuesen sacos.
Quien primero se retira es Elías con su mujer. Hazme un filete, le dice a Lucilia sonriendo. Voy a pedirle unas patatas a Doña Dalva, te haré también unas patatas fritas, responde Lucilia.
Los despojos de la vaca están desparramados en un charco de sangre. Joâo llama con un silvido a sus dos auxiliares. Uno de ellos trae una carretilla. Allí disponen los restos de la vaca. En el puente sólo queda el charco de sangre.
Cuando ve a la vaca, el conductor Plinio Sergio intenta desviarse. Da contra la vaca, da contra el muro del puente, el autocar se precipita al río.
La vaca está muerta encima del puente.
Debajo del puente, están muertos: una mujer vestida con falda larga y blusa amarilla, de alrededor de 20 años y que nunca será identificada; Ovidia Monteiro, de 34; Manuel dos Santos Pinhal, portugués, de 35 años, que usaba un carné de socio del Sindicato de Empleados de Fábricas de Bebidas; el niño Reinaldo, de 1 año, hijo de Manuel; Eduardo Varela, casado, 43 años.
Fueron testigos del accidente Elías Gentil dos Santos y su mujer Lucilia, residentes en las cercanías. Elías manda a su mujer que traiga un cuchillo de la casa. ¿Un cuchillo?, pregunta Lucilia. Un cuchillo, de prisa, imbécil, dice Elías. El está preocupado. íAh!, cae en la cuenta Lucilia. Lucilia corre.
Asoma Marcilio da Conçeiçâo. Elías lo mira con odio. Aparece también Ivonildo de Moura Júnior. íY esa imbécil que no trae el cuchillo!, piensa Elías. Le da rabia todo el mundo, sus manos tiemblan. Elías escupe en el suelo varias veces, con fuerza, hasta que se le seca la boca.
Buenos días, don Elías, dice Marcilio. Buenos días, dice Elías entre dientes, mirando a los lados. íEse mulato!, piensa Elías.
Qué cosa, dice Ivonildo, después de inclinarse sobre el paredón del puente y mirar a los bomberos y los policías que están abajo. Enfrente, además del conductor de un coche de la Policía de Tráfico, sólo están Elías, Marcilio e Ivonildo.
La situación no está nada bien, dice Elías mirando a la vaca. No logra despegar los ojos de la vaca.
Es verdad, dice Marcilio.
Los tres miran a la vaca.
A lo lejos se ve la silueta de Lucilia, corriendo.
Elías se puso a escupir de nuevo. Si pudiese, también yo sería rico, dice Elías. Marcilio e Ivonildo menean la cabeza, miran a la vaca y a Lucilia, que se acerca corriendo. A Lucilia tampoco le gusta ver a los dos hombres. Buenos días, doña Lucilia, dice Marcilio. Lucilia responde meneando la cabeza. ¿He tardado mucho?, pregunta, sin aliento, al marido.
Elías sujeta el cuchillo con la mano, como si fuese un puñal; mira con odio a Marcilio e Ivonildo. Escupe en el suelo. Corre hacia la vaca.
En el lomo es donde está el solomillo, dice Lucilia. Elías corta la vaca.
Marcilio se acerca. ¿Después me presta el cuchillo, don Elías?, pregunta Marcilio. No, responde Elías.
Marcilio se aleja, andando deprisa. Ivonildo corre a gran velocidad.
Van a buscar cuchillos, dice Elías con rabia, ese mulato, ese cornudo. Tiene las manos, la camisa y los pantalones llenos de sangre. Deberías haber traído una cesta, una bolsa, dos bolsas, idiota. Ve a buscar dos bolsas, ordena Elías.
Lucilia corre.
Elías ya ha cortado dos trozos grandes de carne cuando asoman, corriendo, Marcilio y su mujer Dalva, Ivonildo y su suegra Aurelia y Erandir Medrado con su hermano Valfrido Medrado. Todos llevan cuchillos y cuchillas. Se arrojan sobre la vaca.
Lucilia llega corriendo. Apenas puede hablar. Está embarazada de ocho meses, tiene lombrices y su casa queda en lo alto de una colina, el puente en lo alto de otra colina. Lucilia ha traído un segundo cuchillo. Lucilia corta la vaca.
Que alguien me preste un cuchillo; si no, incauto todo, dice el conductor del coche de la policía. Los hermanos Medrano, que han traído varios cuchillos, le prestan uno al conductor.
Con una sierra, una cuchilla y una hachuela aparece Joâo Leitâo, el carnicero, acompañado de dos ayudantes.
Usted no puede, grita Elías.
Joâo Leitâo se arrodilla junto a la vaca.
No puede, dice Elías dándole un empujón. Joâo cae, sentado.
No puede, gritan los hermanos Medrano.
No puede, gritan todos, con excepción del conductor de la policía.
Joâo se aparta; a diez metros de distancia, se detiene, se queda observando con sus ayudantes.
La vaca está semidescarnada. No fue fácil cortar el rabo. Nadie consiguió cortar la cabeza y las patas. Nadie quiso las tripas.
Elías ha llenado las dos bolsas. Los otros tres hombres usan las camisas como si fuesen sacos.
Quien primero se retira es Elías con su mujer. Hazme un filete, le dice a Lucilia sonriendo. Voy a pedirle unas patatas a Doña Dalva, te haré también unas patatas fritas, responde Lucilia.
Los despojos de la vaca están desparramados en un charco de sangre. Joâo llama con un silvido a sus dos auxiliares. Uno de ellos trae una carretilla. Allí disponen los restos de la vaca. En el puente sólo queda el charco de sangre.
Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925). Escritor y guionista de cine brasileño. Fue formado en Derecho, habiendo ejercido varias actividades antes de dedicarse enteramente a la literatura. En 2003, ganó el Premio Camões, el más prestigiado galardón literario para la lengua portuguesa, una especie de nobel para escritores lusos; y el de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
En 31 de diciembre de 1952 inició su carrera en la policía, como comisario, en el 16º Distrito Policial, en São Cristóvão, en Río de Janeiro. Muchos de los hechos vividos en aquella época y de sus compañeros de trabajo están inmortalizados en sus libros. Alumno brillante de la Escuela de Policía, no demostraba, entonces, propensiones literarias. Pasó poco tiempo en las calles. La mayor parte del tiempo en que trabajó, hasta ser exonerado el 6 de febrero de 1958, un policía de oficina. Cuidaba del servicio de relaciones públicas de la policía.
En junio de 1954 recibió una licencia para estudiar y después dar clases sobre ese tema en la Fundación Getúlio Vargas, en Río de Janeiro. En la Escuela de Policía se destacó en psicología. Los contemporáneos de Rubem Fonseca dicen que, en aquella época, los policías eran más jueces de paz, separadores de pelea, que autoridades. Rubem veía, debajo de las definiciones legales, las tragedias humanas y conseguía resolverlas. En ese aspecto, afirman, él era admirable. Escogido, junto con otros nueve policías cariocas, para especializarse en Estados Unidos, entre septiembre de 1953 y marzo de 1954, aprovechó la oportunidad para estudiar administración de empresas en la Universidad de Nueva York. Después de salir de la policía, Rubem Fonseca trabajó en la Light hasta que comenzó a dedicarse integralmente a la literatura.
Es reconocidamente una persona recluida que adora el anonimato y se rehúsa a dar entrevistas, como Dalton Trevisan y como Thomas Pynchon, que es su amigo personal. Aun así es descrito por sus amigos como persona simple, afable y de óptimo humor. Tello Garrido nos narra un comentario que le hizo Fonseca durante una visita a México sobre los motivos que lo llevan a mantenerse al borde de los reflectores literarios:
Al parecer Rubem Fonseca prefiere pensar que un escritor puede decir todo lo que a él le parezca importante, independientemente de lo que los lectores puedan opinar al respecto, pero siempre a través de sus obras y no como personaje público que dicta sentencias en cuanto tiene un micrófono enfrente. Él mismo me comentó después que John Updike le había dicho alguna vez que la fama es como una máscara que los hombres suelen ponerse, y que resulta peligrosa porque devora el rostro original, le impone gestos, niega la identidad de quien se la ha echado encima.
Las obras de Rubem Fonseca generalmente retratan, en estilo seco, áspero y directo, la lujuria sexual y la violencia humana, en un mundo donde marginales, asesinos, prostitutas, delegados y pobres miserables se mezclan. Fonseca dice que un escritor debe tener el coraje de mostrar lo que la mayoría de la gente teme decir. La historia a través de la ficción es también una marca de Rubem Fonseca, como en las novelas Agosto (su libro más famoso) en la que retrataba las conspiraciones que resultaron en el suicidio de Getúlio Vargas, y en El Salvaje de la Ópera en la que retrata la vida de Carlos Gomes, o aún sobre la obra La Caballería roja, libro de Isaac Babel retratado en Vastas Emociones y Pensamientos Imperfectos. Casi todos los autores brasileros contemporáneos reconocen la importancia de Fonseca, y algunos de la nueva generación, tales como Patrícia Melo o Luis Ruffato, dicen que es una gran influencia.
Creó, para protagonizar algunos de sus cuentos y novelas, un personaje antológico: el abogado Mandrake, mujeriego, cínico y amoral, además de profundo conocedor del submundo carioca. Mandrake fue transformado en serie para la cadena de televisión HBO, con guiones de José Henrique Fonseca, hijo de Rubem, y el actor Marcos Palmeira en el papel protagonista.
Pues le interesa profundamente el arte cinematográfico, escribe también guiones para filmes, muchos premiados.
Es viudo y tiene tres hijos.
Obra. Los Prisioneros (cuentos, 1963). El Collar del Perro (cuentos, 1965). Lucía McCarney (cuentos, 1967). El Hombre de Febrero o Marzo (antología, 1973). El Caso Morel (novela, 1973). Feliz Año Nuevo (cuentos, 1975). El Cobrador (cuentos, 1979). El Gran Arte (novela, 1983). Bufo & Spallanzani (novela, 1986). Vastas Emociones y Pensamientos Imperfectos (novela, 1988).Agosto (novela, 1990).Romance Negro y otras historias (cuentos, 1992). El Salvaje de la Ópera (novela, 1994).El Agujero en la Pared (cuentos, 1995). Historias de Amor (cuentos, 1997).Y de este Mundo Prostituto y Vano, Sólo Quise un Cigarro en mi Mano (novela corta, 1997). La Cofradía de los Espadas (cuentos, 1998). El Enfermo Molière (novela, 2000). Secreciones, Excreciones y Desatinos (cuentos, 2001).Pequeñas Criaturas (cuentos, 2002). Diario de un Libertino (cuentos, 2003).64 Cuentos de Rubem Fonseca (cuentos, 2004).Mandrake, la Biblia y el bastón (novela, 2005).[1].Ella y otras mujeres (cuentos, 2006).La novela murió (Crónicas, 2008). El Seminarista (Novela, 2010)
Sus cuentos reunidos fueron publicados en 1994 bajo el sello Alfaguara títulado: Mejores relatos.
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