Cambian con las modas, pero son siempre signo y máscara. El pelo siempre ha sido leído como significador social, distinguiendo géneros, generaciones y jerarquías. Hay una generación enemiga de su cabello, que sueña un peinado inalterable y, de patillas abajo, todo lo depila
Pelo para moño; Se despelucó; Se jalaron las mechas; De pelos, Se despeinó; ¡Peínate! Tantas expresiones de doble sentido: Sin Pelos en la lengua. fotoilustración:archivo. fuente:lavanguardia.com |
No, no es lo mismo llevarlo corto que largo, greñudo que repeinado; no
es lo mismo con barba que afeitado, peludo que depilado. Desde siempre,
el pelo habla por nosotros y dice mucho de cada cual. Los pelos tienen,
pues, sus significados, mucho menos inocentes de lo que a menudo podemos
creer: los pelos son moda, pero son también política
Pocos elementos de nuestro cuerpo han adquirido un valor comunicativo tan activo como el pelo,
cosecha córnea de la piel que, debidamente organizada, puede decirmucho
sobre lo que somos y aspiramos a ser. “Todos los peluqueros trabajan
para el gobierno. Tus pelos son antenas. Captan señales del cosmos y las
transmiten directamente al cerebro. Es por eso que los calvos no
entienden nada”, dice un personaje iluminado en la reivindicable Withnail & I
(Bruce Robinson,1987). La cita refleja perfectamente el prestigio que
han tenido las melenas descuidadas entre los genios, artistas,
librepensadores y revolucionarios en general. Y la asociación no es
nueva, la expresión música de pelos largos se usaba mucho antes
de que existieran The Beatles, pero para referirse a la música clásica,
dada la gran cantidad de compositores que lucían cabello largo y
alborotado. Hoy son más bien los directores de orquesta quienes lucen
melenas imposibles, aunque la excentricidad capilar ha sido norma en la
música pop, y muy habitual en mundo del arte, la moda y el cine.
Capítulo aparte merecerían algunos sabios y científicos, que ilustran en
sus (des)peinados su desprecio por las rutinas terrenales.
De lo que no hay duda es de que el pelo impone sus deberes y, poco o
mucho, hay que disciplinarlo. Y de ese negociado, origen de modas y
tradiciones, derivan no pocas contestaciones. El pelo ha sido leí- do
siempre como un significador social, distinguiendo géneros, generaciones
y jerarquías. Pequeñas alteraciones en el corte o el tocado han
implicado evoluciones en la moda, distinciónentre clanes y hasta
transgresiones inasumibles para la mayoría. En la mente de todos figuran
movimientos como el hippismo, el punk o los skinheads, definidos
precisamente por su estética capilar.
Pero no hace falta recurrir al shock con el que fueron recibidas
aquellas tribus para darnos cuenta de hasta qué punto valoramos
constantemente el pelo y su aspecto, ausencia o presencia. La prensa
internacional, por ejemplo, ha comentado recientemente con asombro el
experimento que lleva a cabo desde hace un año la periodista británica
Emer O'toole, que no es otro que haber dejado de depilarse las axilas.
No puede conseguirse más atención haciendo menos.
Los debates y microdebates en torno al pelo son constantes, basta guglear las palabras hair y politics
para sorprenderse por algunos, sobre gente rechazada en el trabajo por
su peinado, el sentido de las rastas en jóvenes blancos, el grado de
negritud que pueden peinar los Obama sobre sus cabeza y otras pesquisas
sobre ese tema tan delicado que se conoce como presidential hair, es decir, lo rígido que debe lucir el peinado de presidentes y presidenciables, sin llegar a parecer un personaje de Mattel.
Un presidente que, por lo visto, no atiende a recomendaciones es el nuestro, Artur Mas. Para Patrycia Centeno (Política y moda,
Península, 2012), Artur Mas es poco menos que un adicto a la laca,
alguien tan orgulloso de su casco capilar que haría suyas las palabras
que Mitt Romney lanzo a sus oponentes en el 2008: “Decid lo que queráis,
¡pero de mi pelo, nada!”. La frasecita, aparentemente inocua, se volvió
contra Romney poco después, cuando trascendió una novatada en la que
participó en 1965, nada menos que humillar a un compañero de instituto
cortándole el pelo, largo y teñido, entre insultos homófobos.
El pelo era en aquellos años, recordémoslo, poco menos que un
manifiesto. Dylan había dicho en 1963: “Cuando miro a nuestros
gobernantes y me doy cuenta de que no tienen ni un pelo en la cabeza, me
deprimo”. Los años sesenta no sólo fueron los de la melena hippy, que
unificaba escandalosamente a hombres y mujeres, fueron también los de
los peinados afro, uniforme de activistas como Angela Davis, las barbas
revolucionarias, y la sacralización del peluquero como mago de la moda.
Desde Janis Joplin a Christine Keeler (la chica del escándalo Profumo
peinada por Vidal Sasoon), pasando por Jean Seberg o Keith
Richards, no hubo celebridad en la década de quien su pelo no dijera
algo, políticamente interpretable. Estaba la canción que decía “Si vas a
San Francisco, asegúrate de llevar flores en el pelo”, pero también los
adhesivos que rezaban “Embellece América, córtate el pelo”. La idea de
que al hombre le es apropiado el pelo corto, frente a la melena
femenina, puede rastrearse hasta el mismísimo San Pablo, quien en su
primera Carta a los corintios afirmaba que lo natural era que los
hombres, para gloria deDios, llevaran el pelo corto y las mujeres, para
gloria de Dios, no. Es por eso que loshombres se descubren al rezar y
las mujeres se cubren al orar. Yo tampoco lo entiendo.
El antropólogo Desmond Morris (Manwatching, 1977), dijo
respecto al pelo que “sus posibilidades son infinitas, pero nunca
permanentes”. Nada lo es cuando se trata del pelo, lo que escandaliza en
un tiempo y lugar es norma en otro. El Pedro Melenas de Heinrich
Hoffman, ejemplo de todo lo que no debería hacer ni parecer un niño, es
el niño hippy de los sesenta, el punki de los setenta o el grunge de los
noventa. ¿Qué podríamos decir del niño de los ochenta? Pues que
seguramente peinaba ese horror conocido como mullet, típico de la suburbia anglosajona más conservadora, pero que en nuestra geografía conocemos como cortilargo abertzale o corte Melendi.
En el pelo mandan las mismas reglas que rigen la moda en general:
nada dura mucho, lo que funciona allí no tiene porque servir aquí y las
tendencias se contagian de abajo hacia arriba y de los márgenes al
centro. Es por eso que las adolescentes de hoy visten como las
prostitutas de mediados del siglo XX, pero ese es otro tema.
Las cabezas rapadas, antes cosa de pandillas fascistoides, son hoy la
solución estandarizada con que dignificar los procesos de calvicie, muy
común además en el mundo de la cultura. Por el contrario, una cabellera
demasiado cuidada, a lo Cristiano Ronaldo, es hoy vista como un signo
de superficialidad y bajo nivel cultural. Es en estas cabezas, cuidadas,
que no sembradas, en las quemejor puede apreciarse la traslación de
influencias que ha hecho norma de lo marginal.Podemos observarlo en
programas juveniles del tipo Hombres, mujeres y viceversa
(ejemplo de la televisión como ingeniera social que será estudiada por
sociólogos y antropólogos del futuro) en los que esta obsesión
masculina, metrosexual, por el cabello mejor integra elementos étnicos
(rapados laterales, perfiles asimétricos, dibujos afeitados) y
contraculturales (pelopincho, coletillas) en lo que debe considerarse
una apropiación asombrosa de cuanto era excéntrico hasta no hace mucho.
El toque final a la paradoja lo ponen los piercings, tatuajes y
camisetas ajustadas que uniformizan a todos y que nos devuelven a las
fantasías portuarias de Genet, aunque habíamos quedado en que ese era
otro tema.
Los antiguos signos que distinguían al salvaje y el disidente son hoy
sello de conformismo y banalidad. Las lacas, fijadores y espumas son
fundamentales en este proceso de asimilación, o domesticación, que exige
obediencia al pelo. Se trata de una generación, quizás no lo sepan,
enemiga de su propio cabello, que sueña con un peinado sólido e
inalterable (la promesa más pronunciada en la publicidad cosmética), que
lo depila todo de patillas para abajo y que prefiere cepillar
extensiones antes que dejar crecer el pelo natural. Si las greñas de los
hippies eran una metáfora generacional sobre los sueños de libertad,
¿qué nos dicen estos peinados de nuestros tiempos? Donde había alegría
ya no hay pelo y sin pelo no es posible desmelenarse.
Fijar el pelo es reprimir los sueños, basta ver qué gente se
engominaba tradicionalmente. ¿Cómo interpretar la cabellera engominada?
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