La edición de Donde se enseñará a ser feliz puede llegar a desmentir varios de los lugares comunes que se tejieron alrededor de la obra de Clarice Lispector. En él se incluye la última y más extensa entrevista que concedió esta escritora a la que se recuerda por su fobia a dar reportajes. Se publican los fragmentos más destacados de esa entrevista que dio poco tiempo antes de morir, a fines de 1977, en la que repasó toda su obra y confesó las claves más ocultas de cómo escribía
Clarice Lispector tenía ciertos poderes sobrenaturales con su escritura. foto.fuente:pagina12.com.ar |
La
única razón atendible, seria e incontrastable por la cual es cierto que
algunos escritores sobreviven a su propia muerte es porque, en cierta
forma, escribieron su destino en muchos libros y dejaron la vida en su
escritura.
Cuando Clarice Lispector publicó La hora de la estrella –título que
alude a la epifanía de la muerte–, algunos críticos brasileños hablaron
del nacimiento de una nueva Lispector y cometieron, así, un doble error:
no tuvieron en cuenta que aun en la Lispector más estética y
reconcentrada de su anterior obra, en el fluir de la conciencia y la
psicología de sus personajes, había ya una impronta social mucho más
fuerte y eficaz que lo aportado por las novelas de tesis. Y se
equivocaron también porque, al poco tiempo, el 9 de diciembre de 1977,
moría Clarice Lispector, por lo que La hora de la estrella se
transformó, así, en su última novela, a punto casi de ser póstuma: “En
la hora de la muerte las personas se vuelven brillantes estrellas de
cine, es el instante de gloria de cada uno y es como cuando en el canto
coral se oyen agudos sibilantes”. Así adelantaba Lispector en aquel
libro la muerte de Macabea, una nordestina pobre, frágil, sensible, cuya
única riqueza era su gran singularidad y esa mujer real de tan
literaria, que tenía notables semejanzas con la autora, conmovió a los
críticos que celebraron, así, la aparición de la dimensión política en
su obra, sin tener en cuenta que ella misma había aclarado alguna vez
que “el ciclo del Noreste significó usar un lenguaje brasileño en una
realidad brasileña y pensar la lengua portuguesa de Brasil significa
pensar psicológicamente, filosóficamente, lingüísticamente sobre
nosotros mismos”. También Lispector auguraba, de esta manera, su propia
muerte.
Una de las joyas más destacadas de Donde se enseñará a ser feliz y
otros escritos, que acaba de aparecer, es la extensa entrevista –sobre
todo si tenemos en cuenta la fobia de la autora a la hora de
concederlas– que realizó en 1976, poco antes de morir, a sus amigos
Affonso Romano de Sant’Anna y Marina Colasanti, en la cual habla de todo
y también de la novela que, por ese entonces, estaba escribiendo: La
hora de la estrella. Pero, además, se publican por primera vez en este
libro los relatos que antecedieron a su exitosísima primera novela,
Cerca del corazón salvaje: relatos breves y algo hipnóticos que, como
sucede en casi toda la obra de Lispector, se centran en ese punto de
intersección que hay entre el amor y el egoísmo, la lucha por el poder
y, por supuesto, la constitución del sujeto femenino. Una mujer que se
queda paralizada mirando el techo de su habitación lamentándose por una
separación que le hace descubrir su inconmensurable fortaleza; otra
mujer que descubre que el amor –y las relaciones sentimentales– pueden
pensarse en términos de síntesis dialéctica hegeliana, son algunas de
las propuestas de estos cuatro relatos de una autora principiante que
empezaba a prometer consagración, una escritora sin muchas influencias
confesables, con la única excepción de una influencia que hoy muy pocos
reconocerían, como la de Herman Hesse y su Lobo estepario.
Hay también diversos textos periodísticos, una notable conferencia
sobre la literatura de vanguardia en Brasil en la que dice que entender
la vanguardia como experimentación “es confuso porque todo verdadero
arte es experimentación y, lamento contrariar a muchos, pero toda
verdadera vida es experimentación”. Una de esas frases que dan cuenta de
que Lispector –“se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia
Woolf”, según dijo de ella su traductor Gregory Rabassa– es de esas
escritoras que, como críticas o incluso teóricas, llegan a partir de la
vía de la intuición a conclusiones que a otros les merecerían años de
academicismo, como el ruido que le provoca, cuando aún lo advertía, la
división entre forma y fondo.
Pero, acaso, la mayor curiosidad que ofrece este volumen ineludible
para todo aficionado a la obra de Lispector tiene que ver con su
exposición cuando fue invitada al Primer Congreso Mundial de Brujería,
celebrado en Bogotá en 1975, año en que Colombia se encontraba en estado
de excepción y las fuerzas armadas se habían manifestado contra la
realización del congreso. Ahí Lispector –escritora mágica que tenía
supersticiones como mecanografiar sus textos contando siete espacios
entre los párrafos–- además de hablar de la relación entre literatura y
magia leyó el cuento “El huevo y la gallina”, que presentó diciendo: “Si
media docena de personas sienten este texto me daré por satisfecha”.
Definitivamente, hoy Lispector debe estarlo.
En 1976 –un año antes de su muerte–, Clarice Lispector,
contradiciendo su fama de detestar las entrevistas, concede las más
extensas declaraciones de su carrera al Museu da Imagem e do Som de Río
de Janeiro.
De hecho, a lo largo de su vida, Clarice concedió pocas entrevistas
y, en muchas, declaró abiertamente su incomodidad en ellas: “Cuando
empiezan a hacerme muchas preguntas complicadas, me siento como el
ciempiés al que un día preguntaron cómo no se confundía al andar con
cien pies. El quiso demostrar su técnica y acabó olvidando lo que sabía.
A mí también me da miedo eso”, justificó al periodista del Jornal do
Brasil, en unas declaraciones concedidas en enero de 1971.
La entrevista al Museu da Imagem e do Som fue concedida a los
escritores Affonso Romano de Sant’Anna y Marina Colasanti a petición de
Clarice, por tratarse de amigos personales. Affonso recuerda que la
escritora temía que las declaraciones se transformasen en una cosa
pomposa, oficial y, como quería sentirse lo más cómoda posible, designó a
la pareja de amigos para esa tarea. Completa el grupo de
entrevistadores Joao Salgueiro, entonces director del Museu da Imagem e
do Som. En la entrevista, de casi dos horas Clarice habla sobre su vida y
sobre su obra, comentando incluso una gran parte de los “perfiles”
destacados en esta edición: la escritora principiante, la periodista, la
autora de páginas femeninas, la madre, la traductora y, finalmente, la
ensayista y conferenciante del congreso de literatura en Texas y del de
brujería en Bogotá.
Entrevista a la escritora Clarice Lispector, grabada el 20 de
octubre de 1976 en la sede del Museu da Imagem e do Som de Río de
Janeiro
Affonso Romano de Sant’Anna: Clarice, ¿empezamos con algunos datos biográficos?
Clarice Lispector: Nací en Ucrania, pero ya en
fuga. Mis padres pararon en una aldea que ni aparece en el mapa, llamada
Tchetchelnik, para que yo naciera, y vinieron al Brasil, adonde llegué
con dos meses. De manera que llamarme extranjera es una tontería. Soy
más brasileña que rusa, evidentemente.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿La gente te llama extranjera por el acento?
Clarice Lispector: Por la “erre”. Creen que es
acento, pero no lo es. Es el frenillo. Podrían habérmelo cortado, pero
es muy difícil ya que es un lugar siempre húmedo, de difícil
cicatrización. Ahora ya da igual.
Affonso Romano de Sant’Anna: Y tus primeras lecturas literarias, ¿cuándo empezaron, más o menos?
Clarice Lispector: Cuando aprendí a leer... Bueno,
antes de aprender a leer y a escribir, yo ya fabulaba. Incluso inventé
con una amiga mía, un poco pasiva, una historia que no acababa. Era lo
ideal, una historia que no acabase nunca.
Affonso Romano de Sant’Anna: La amiga pasiva de quien hablas es una amiga imaginaria, ¿no?
Clarice Lispector: No. Era real, pero quieta, me
obedecía. Porque yo era un poco líder. La historia era así: yo empezaba,
todo era muy difícil, los dos muertos... Entonces entraba ella y decía
que no estaban tan muertos. Y ahí volvía todo a empezar... Después,
cuando aprendí a leer, devoraba los libros, y pensaba que eran como un
árbol, como un bicho, algo que nace. No sabía que había un autor detrás
de todo. Luego descubrí que era así y dije: “Yo también quiero”. En el
Diário de Pernambuco, los jueves, publicaban cuentos infantiles. Yo no
me cansaba de mandar mis cuentos, pero nunca los publicaban, y yo sabía
por qué. Porque los otros decían: “Erase una vez y esto y lo otro...”. Y
los míos eran sensaciones.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Guardaste alguna copia de esos cuentos o los publicaste en otro sitio?
Clarice Lispector: No, no he guardado nada.
***
Marina Colasanti:El título Cerca del corazón salvaje procede de Joyce, si no me equivoco.
Clarice Lispector: Es de Joyce, sí. Pero yo no había leído nada de él. Vi esta frase que sería como un epígrafe y la aproveché.
Marina Colasanti: Porque Joyce aparece, es decir,
puede ser él o no serlo, en un personaje llamado Ulisses. Una vez, en
unas declaraciones en la PUC, dijiste que no tenía nada que ver con el
Ulises de Joyce, ni con el de Homero, que no había ahí ninguna cita
escondida y que era sólo un muchacho que habías conocido en Suiza.
Clarice Lispector: Cierto. Y que se había enamorado
de mí. Y yo estaba casada, de manera que se fue de Suiza y nunca más
volvió. Era estudiante de filosofía.
Marina Colasanti: Tienes un perro, Uli-sses, ¿verdad?
Clarice Lispector: Tengo un perro llamado Ulisses, sí.
Affonso Romano de Sant’Anna: En aquella charla, una
alumna había hecho precisamente una pregunta sobre el origen de tus
personajes, porque ella veía una serie de relaciones entre ese personaje
y las características míticas que estarían presentes en la Odisea e
incluso en Joyce.
Clarice Lispector: Bueno, corresponde a los críticos establecer las comparaciones.
Affonso Romano de Sant’Anna: Lo que la crítica
siempre exaltó en tu trabajo es que apareciste ya con un estilo
completo: no era un estilo en progresión. En Cerca del corazón salvaje
ya eras Clarice Lispector y eras todavía una niña de diecisiete,
dieciocho años.
Clarice Lispector: Es curioso que yo no haya tenido influencias. Ya estaba guardado dentro de mí. Ya había escrito cuentos antes.
Affonso Romano de Sant’Anna: Hay una influencia que
parece que tú misma has reconocido una vez, si no como influencia
directa, por lo menos como lectura constante tuya, que era El lobo
estepario, de Herman Hesse.
Clarice Lispector: Lo leí a los trece años. Me
volví medio loca, me entró una fiebre terrible, y empecé a escribir.
Escribí un cuento que nunca se acaba y que yo no sabía muy bien cómo
hacer, entonces lo rompí y lo tiré.
Marina Colasanti: ¿Rompes muchas cosas?
Clarice Lispector: Ahora he aprendido a no romper
nada. Mi asistenta, por ejemplo, tiene órdenes de dejar como esté
cualquier pedacito de papel con algo escrito.
Affonso Romano de Sant’Anna: Porque si no, pedirías
que la USP colocase un funcionario en tu casa. La universidad está
comprando los archivos de todos los escritores brasileños y así ya
tendríamos un funcionario recogiendo tus papelitos para adelantar el
expediente.
Clarice Lispector: No me digas, ¿cuánto pagan?
Affonso Romano de Sant’Anna: Una fortuna. Allí está la biblioteca de Mário de Andrade, entre otras. Podías haber pedido un buen dinero.
Clarice Lispector: ¡Ay, Dios mío! He roto tantos papeles.
Affonso Romano de Sant’Anna: Puedes vendérselos a ellos o venderlos, en dólares, a las universidades norteamericanas.
Clarice Lispector: Una universidad de Boston me
escribió una vez pidiendo detalles de mi vida. No respondí porque me da
mucha pereza escribir cartas. Y había un amigo a quien le dije:
“Responde por mí. Di lo que quieras y di que yo estoy de acuerdo”.
Después recibí un diploma de Boston. Se me consideraba como parte de la
biblioteca de la universidad. Ni sé dónde está eso.
Marina Colasanti: Estabas diciendo que empezaste escribiendo cuentos para niños, y de vez en cuando vuelves a ellos. ¿Es otra actividad paralela?
Clarice Lispector: Sí. Hoy mismo me han
entrevistado cuatro niñas de once años del Santo Inácio, con fotografías
y preguntas y más preguntas a causa de La mujer que mató a los peces y
si era verdad que me gustaban los animales. Dije: “¡Claro! ¡Yo también
soy un animal!”. Después se fueron... Me dejaron muy cansada.
Marina Colasanti:¿Y por qué escribes libros infantiles esporádicamente?
Clarice Lispector: Bueno, primero mi hijo Paulo, en Washington...
Marina Colasanti: ¿Cuántos hijos tienes?
Clarice Lispector: Dos. Uno vive con su padre y el
otro está casado, Pedro y Paulo Gurgel Valente. Cuando estaba
escribiendo La manzana en la oscuridad en Washington, mi hijo Paulo me
pidió, en inglés –yo hablaba portugués con él, pero él hablaba inglés
conmigo–, que escribiese una historia para él, y le respondí: “Después”.
Pero él dijo: “No, ahora”. Entonces saqué el papel de la máquina y
escribí El misterio del conejo que pensaba, que es una historia real,
una cosa que él conocía. Por esa vez, fue todo. Lo escribí en inglés
para que la criada se lo pudiese leer, ya que entonces él todavía no
sabía... He preguntado a un médico si es normal tener tantas ideas al
mismo tiempo y me ha dicho que todo el mundo las tiene, por eso me
pierdo. Ya no sé qué estaba diciendo... ¡Ah! Por esa vez, fue todo.
Pasado un tiempo, un escritor de San Pablo, ya no me acuerdo de su
nombre, que editaba libros infantiles, me preguntó si yo quería
escribirlos o si tenía alguno. Dije que no. De repente me acordé de que
todavía tenía la historia del conejo y que sólo había que traducirla al
portugués, cosa que hice yo misma.
Affonso Romano de Sant’Anna: Vimos en Buenos Aires una edición española, creo que de La manzana en la oscuridad, ¿no?
Clarice Lispector: Han publicado casi todos mis libros. Cuando llegué allí me quedé pasmada. He estado este año.
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Y esa gente te paga?
Clarice Lispector: No, nada. A veces pregunto, pero es tan inútil,
porque tampoco pagan. Es otro país, es otra cosa, ¡si aquí me pagan mal!
¿Cómo va a ser en otro país? En Argentina se han publicado muchas cosas
mías y yo me quedé pasmada cuando llegué, no sabía que me conocían.
Dieron un cóctel, treinta periodistas, hablé por la radio, medio
teledirigida, porque era todo tan extraño, tan inesperado, que actuaba
casi sin saber. Ni noté que estaba hablando por la radio.. Yo qué sé...
Una mujer me besó la mano.
***
Joao Salgueiro: En 1964 apareció La pasión según G. H.
Clarice Lispector: Pero fue escrito en 1963. Es
curioso, porque yo estaba en la peor de las situaciones, tanto
sentimental como de familia, todo complicado, y escribí La pasión...
¡que no tiene nada que ver con eso, no lo refleja!
Affonso Romano de Sant’Anna:¿Crees que no?
Clarice Lispector: No, en absoluto. Porque yo no
escribo como catarsis, para de-sahogarme. Nunca me he desahogado en un
libro. Para eso sirven los amigos. Yo quiero la cosa en sí.
Affonso Romano de Sant’Anna: Permíteme que te
plantee un problema. Sabes que la crítica literaria actual tiene la
siguiente teoría: el texto es exactamente igual al sueño, tiene un
contenido manifiesto y un contenido latente.
Clarice Lispector: Estoy de acuerdo.
Affonso Romano de Sant’Anna: Entonces, ¿no crees
que sería posible que en el inconsciente del texto se localice todo eso?
Es decir, hay un cierto nivel del texto que, como en el sueño, escapa
al control del soñador...
Clarice Lispector: Sí, escapó del control cuando
yo, por ejemplo, supe que la mujer G. H. iba a tener que comerse el
interior de la cucaracha. Me estremecí de miedo.
Affonso Romano de Sant’Anna:¿Por qué G. H.?
Clarice Lispector: Porque era ella hablando sobre sí misma, es
decir, no se llamaba a sí misma, pero hay un momento en que ella
consigue un nombre, puesto que en la maleta estaban las iniciales G. H.
Entonces quedó “según G. H.”.
***
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Sabías que Clarice es una bruja tremenda? (risas)
Clarice Lispector: Ah, eso fue un crítico, no
recuerdo de qué país latinoamericano, que dijo que yo usaba las palabras
no como escritora, sino como bruja. Por eso, quizá, me mandaron una
invitación para participar en el Congreso de Brujería de Colombia. Me
invitaron y fui.
Marina Colasanti: La única bruja brasileña (risas)
Affonso Romano de Sant’Anna: Pero cuenta tus
relaciones con la brujería, Clarice. Si tuvieses que introducir al
lector en esos misterios, ¿cuáles serían los datos?
Clarice Lispector: ¡No hay, no hay!
Joao Salgueiro: ¿La idea de la brujería nació del crítico y tú no la desarrollaste?
Clarice Lispector: No, no. No tuvo consecuencias,
tampoco me acostumbré al clima de Bogotá, en Colombia. Tenía dolor de
cabeza y un día me encerré en el cuarto, sola. No cogía el teléfono,
sólo llamaba para pedir comida y bebida. Me parecía muy aburrido. Me
aburro fácilmente de las cosas...
Affonso Romano de Sant’Anna: ¿Cómo fue tu presentación allí?
Clarice Lispector: Dijeron que querían un texto
mío. Yo no sabía hacer un texto sobre brujería porque no soy bruja, ¿no?
Entonces traduje al inglés “El huevo y la gallina”. Pedí a un tipo,
cuyo nombre no recuerdo, que lo leyera. El tenía la traducción española.
La mayor parte de la gente no sabe qué era lo que se leyó, no
entendieron nada. Pero un norteamericano se quedó tan alucinado que me
pidió una copia de aquel cuento...
***
Joao Salgueiro:¿Conociste al pintor Giorgio De Chirico?
Clarice Lispector: Sí, lo conocí. Yo estaba en Roma
y un amigo mío me dijo que seguramente a De Chirico le gustaría
pintarme. Se lo preguntó y él dijo que sólo después de verme. Me vio y
dijo: “Pintaré su retrato”. Lo hizo en tres sesiones y dijo: “Podría
continuar pintando interminablemente este retrato, pero temo estropearlo
todo”.
Joao Salgueiro: ¿Dónde está ese retrato?
Clarice Lispector:Está en casa.
Marina Colasanti: Tienes una buena colección de retratos. Varios artistas han pintado a Clarice.
Clarice Lispector: Lo que pasa es que yo, según parece, tengo un rostro un poco exótico. Y eso atrae mucho a los pintores.
Affonso Romano de Sant’Anna: Eres medio asiática...
Clarice Lispector: Cuando estaba en Wa-shington, en
un cóctel, un hombre se me quedó mirando, mirando, se acercó a mí y me
preguntó: “¿Es usted rusa?”. “Nací en Rusia, pero no soy rusa, ¿por
qué?” “Porque tiene usted el tipo fino de los rusos.” Le pregunté quién
era y me dijo no sé qué Tolstoi; era pariente de Tolstoi.
Marina Colasanti: Clarice, ¿cómo conseguiste conciliar tu personalidad tímida y la carrera diplomática que tenían que seguir?
Clarice Lispector: Lo odiaba, pero cumplía con mis
obligaciones para ayudar a mi ex marido. Daba cenas, hacía todo lo que
había que hacer, pero con náuseas...
Marina Colasanti: ¿Y escribías paralelamente? Porque la vida diplomática ocupa mucho.
Clarice Lispector: ¡Sí, escribía! Escribía, atendía
al teléfono, los niños gritaban, el perro entraba y salía... La manzana
en la oscuridad fue así...
Marina Colasanti:La presencia de tus hijos es muy constante en cuentos, notas, pasajes... Has vivido siempre muy unida a ellos, ¿no?
Clarice Lispector: Sí, estoy muy unida a ellos.
Marina Colasanti: ¿Y cómo viven ellos el hecho de que seas escritora? ¿Son lectores tuyos?
Clarice Lispector: No lo sé, nunca se lo he
preguntado, pero Paulo habló un día de un cuento mío, así supe que lo
había leído. Porque lo que yo era, y soy, principalmente, es su madre,
no una escritora. Y debe de ser pesadísimo tener una madre escritora.
Marina Colasanti: Las madres siempre son pesadas, Clarice, no hay modo de evitarlo...
Clarice Lispector:Sí, las madres son pesadas...
Marina Colasanti: Pero los cuentos infantiles, al menos los que hiciste para ellos, sabes que los han leído.
Clarice Lispector: Sí, lo sé. Y les gustaron, porque yo no miento a los niños.
***
Joao Salgueiro: Como persona, en el mundo actual, ¿te sientes integrada en la sociedad o te sientes solitaria?
Clarice Lispector: Mira, tengo amigos, amistades, pero escribir es un acto solitario. Fuera del acto de escribir me llevo bien con la gente.
Joao Salgueiro:¿Quieres decir que no sientes soledad?
Clarice Lispector: A veces, a veces, e incluso muy
profunda... Alceu Amoroso Lima escribió una cosa, muy repetida después,
dijo que yo estaba en una trágica soledad en las letras brasileñas.
Affonso Romano de Sant’Anna: No sé si será una indiscreción, pero ¿podrías contar la historia de las palomas? Esta historia, en sí, daría un cuento.
Clarice Lispector: Sí, lo daría, pero un cuento
fantástico, que nunca sería considerado real. Pero sucedió... fue así:
el 1º de enero de 1964, una amiga mía entró en su casa a buscar algo y
yo me senté en la escalera a esperarla. De repente, me entró una
desesperación tan grande con aquel sol y el agua vacía, el primer día
del año, que dije: “Ay, Dios mío, dame al menos un símbolo de paz”.
Cuando abrí los ojos tenía una paloma junto a mí. Después fui al cine.
Las tiendas estaban cerradas, pero junto al cine Paissandú, en un
escaparate, había un plato con cuatro palomas que, al día siguiente,
compré. Ahora lo tengo medio abandonado... Pero el tercer hecho fue el
más impresionante: yo iba a la ciudad en un día de calor, tomé un taxi y
estaba tan cansada, con las gafas oscuras, que apoyé la cabeza en el
asiento de enfrente. De repente, noté una cosa entre el ojo y las gafas y
miré qué era. Era una pluma de paloma... Después me fui a hacer una
visita de camaradería a un amigo mío médico, y le conté la historia. Le
pregunté: “¿Cómo te lo explicas?”. El sólo dijo: “Lo que es bueno no
necesita explicación...”. Y pregunta: “¿Quieres una pluma de paloma?”.
Asustada, le pregunté: “¿Tienes una?”. Entonces él cogió una y me la
dio... Otra vez, cuando iba al médico, tomé un taxi que, durante el
trayecto, dio un frenazo brusco. Le pregunté al taxista: “¿Qué ha
pasado?”. Y me dijo: “Gracias a Dios, he evitado matar a una paloma”.
Una historia increíble...
Marina Colasanti:Hace un tiempo atravesabas un
período de crisis respecto de la escritura. Es decir, no querías
escribir. Habías acabado el libro anterior a la novela que escribes
ahora. Decías incluso que tu liberación sería poder no escribir.
Clarice Lispector: ¡Claro...! ¡Escribir es un peso!
Joao Salgueiro: Clarice, esta pregunta es de una periodista: “Eres una intuitiva. Entonces, ¿cómo encaras lo sobrenatural en tu vida?”.
Clarice Lispector: Mira, lo natural es también sobrenatural. No creas que está tan lejos. Lo natural es ya en sí un misterio.
Donde se enseñará a ser feliz y otros escritos. Clarice Lispector Siruela 216 páginas
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