Una vez, un profesor universitario me dijo que nunca debía olvidar que antes que nada siempre está la literatura
Portada No leer, los ensayos de Alejandro Zambra. foto.fuente:revistadeletras.net |
“Nunca pensé que mi oficio apelara a los autores”, confiesa Alejandro Zambra en las notas introductorias a los textos que conforman su último libro No leer.
Zambra no tardó en descubrir que su oficio, el de ser crítico
literario, apelaba siempre a los autores cuyas obras comentaba; su
oficio no era el del simple lector, evidentemente gran parte de su labor
residía en la lectura, sin embargo, iba mucho más allá, su lectura
individual e íntima se convertía en crítica, en artículos públicos que
salían del ámbito privado para dirigirse a los potenciales lectores así
como, y éste es el dato que sorprende a Zambra, a los propios autores.
Parece inevitable que la labor crítica apele a los autores, por extrañas
combinaciones muy alejadas de lo meramente literario, los autores se
convierten en los principales interlocutores del crítico, lejos de
plantear una reflexión en torno a la obra, a la propuesta literaria, la
crítica se convierte en una misiva cuyo destinatario es
inexplicablemente el autor.
Puede que sea ésta la razón que
justifique el poco reconocimiento público del crítico, a quien raras
veces -¿nunca?- se le dedican plazas, calles o edificios… estos
emplazamientos están reservados a la conmemoración de los autores que,
al fin y al cabo, y lejos de aplaudir el ostracismo al que a veces la
crítica ha sido condenada, son los que hacen posible la labor crítica.
Una vez, un profesor universitario me dijo que nunca debía olvidar que
antes que nada siempre está la literatura; por entonces yo no comprendí
una afirmación tan categórica, aunque el tiempo le ha dado la razón, una
razón que, ahora, se reafirma en cada uno de los textos-ensayos de
Alejandro Zambra para quien el trabajo ideal consistía en “hablar sobre
libros que quería leer, sobre autores que admiraba o sobre temas que
realmente me interesaban”. Tras algunos años dedicados a la crítica,
Zambra empieza a escribir sobre los libros “que quería leer”, sus nuevos
artículos dejan de encasillarse en la sección de crítica para abrirse a
un género más ensayístico dedicado a la reflexión literaria. ¿Acaso la
crítica no debe ser reflexión literaria? ¿No es ésta, la reflexión
literaria, la perfecta manifestación de la labor crítica?
No leer es ante todo una
invitación a la reflexión, no solamente en torno a la literatura, sino, y
sobre todo, en torno a la crítica, a lo que quiere decir ser crítico
literario. En cada uno de los textos que componen su libro, Zambra
propone una crítica literaria basada en la reflexión, no sometida a las
novedades editoriales y ajena a los entresijos de un mundo literario
representado en demasiadas ocasiones como un mundo en el que “los
escritores se la pasan peleando y dándose codazos”, olvidando, escribe
Zambra, que es “un mundo donde se comparte”. Dejando de lado las
imposturas que, con demasiada frecuencia, han impregnado la crítica en
nombre de valores completamente extra-literarios, el lector -porque el
crítico, como así el escritor, es ante todo lector- que ha sobrevivido a
la lista de lecturas obligatorias en sus años escolares, que ha
sobrevivido “a esos profesores que hicieron todo lo posible para
demostrarnos que leer era la cosa más aburrida”, no puede volver a
sucumbir a una nueva lista, esta vez, a una lista de novedades, de
posibles éxitos o fracasos editoriales. La crítica no está para
encumbrar obras, el crítico no está para promover el éxito en ventas,
pero tampoco está, en nombre de venganzas ruines, para promover el
fracaso de un libro. El crítico está para la reflexión literaria, para
abrir aún más si cabe los interrogantes propuestos por las obras, para
proponer claves de lectura, interpretaciones que el propio autor no
creería posible.
Decía María Zambrano que un libro no leído es “en potencia como una bomba que no ha estallado”, una bomba que el oficio del crítico debe hacer estallar: a través de su lectura, el crítico, sin entrar en los más que discutibles tópicos del elitismo intelectual, es capaz de apoderarse de la obra. La lectura y, sobre todo, la lectura crítica, escribía Maurice Blanchot, hace posible aprehender la obra, “reduciendo y suprimiendo toda distancia con ella”. El crítico con las mayúsculas que tanto gustaban a Mario Levrero, quiere hacer de la distancia que se establece entre el autor y su obra y, habría que añadir, entre la obra y el lector, “el principio de una nueva génesis”. Para ello, la crítica literaria debe liberarse de todas las ataduras, debe volver a ser lectura: al igual que Zambra rehuye los cánones de Harold Bloom, se hace indispensable rehuir de los rankings que, en nombre del mercado o de una determinada estética, clasifican las obras y sus autores, obligando al más cruel de los silencios, el silencio de la palabra, a todas aquellas obras que, como sus autores, no están inscritas en ninguna generación, en ninguna escuela, sino que son solamente creaciones literarias, literatura.
Alejandro Zambra se presenta a sí mismo
como lector, miembro de la generación Ercilla, compañero de aquellos que
sucumbieron a la lectura a través de los títulos publicados por esta
editorial; sólo posteriormente, el lector Zambra se convirtió en crítico
y en escritor, solamente después pudo hacer de la lectura su oficio,
sus lecturas se convirtieron en su equipaje, en aquellos libros
indispensable para viajar hacia una reflexión literaria que, sea desde
la crítica-ensayo sea desde la creación, le permiten explorar, a la vez
que refrescar, el nuevo panorama literario. “Me costaría un mundo buscar
afinidades reales con un estilo o tendencia”, se lee en el último
ensayo de No leer, “en especial porque preferiría no tener un
estilo y no adherir a tendencia alguna”, afirma el Alejandro Zambra
novelista y poeta, pero también el crítico, los tres rehuyen la rigidez
de las tendencias estilísticas, rehuyen ser encasillados en una
determinada tendencia, ellos pertenecen al grupo de Ercilla, al grupo de
los lectores. Solamente desde fuera, desde la libertad que ofrece la
independencia de no pertenecer a ninguna tendencia, de no tener que
suscribir los dictámenes del mercado, de los estilos y de las modas, es
posible “refrescar” el panorama literario del cual, si bien la
literatura, como dijo el sabio profesor, siempre va primero, la crítica,
entendida como reflexión, no puede ser excluida.
No leer es una extraordinaria
reflexión literaria, Alejandro Zambra vuelve a dar sentido a la lectura y
a la escritura, “se escribe para leer lo que queremos leer”, afirma el
autor, pero también “se escribe cuando no queremos leer a los otros”; la
lectura y la escritura se convierten en las dos caras de una misma
moneda y la crítica reúne en sí misma estas dos actividades, ya no
entendidas desde la lógica de los opuestos, sino como dos elementos
complementarios, dos suplementos de una totalidad siempre superior y
siempre inesperada llamada Literatura. Como lo hace Zambra de la mano de Clarice Lispector,
es necesario decir “no” a la literatura, porque sólo así la literatura
se convierte en ese espacio inesperado, en un artefacto que al estallar
hace que todavía sea posible seguir escribiendo, pues no hay todavía
conclusión posible. Con el mismo verso -“etcétera, etcétera,
etcétera”-con que Brodsky cerraba su poema, Zambra deja
abierta su reflexión: La tarea del crítico no ha terminado, así como la
Literatura sigue abriendo nuevos panoramas, la crítica debe reflexionar
sobre sí misma para seguir dando luz, una luz propia y auténticamente
literaria, a las futuras obras. Alejandro Zambra lo hace, No leer hace que aquel libro no leído de Blanchot empiece a ser escrito.
No leer. Alejandro ZambraAlpha Decay (Barcelona, 2012)
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