17.8.12

Mallo: “La ficción puede decir la verdad”

Referente del policial clásico local, el escritor explica por qué Lascano, el protagonista de sus tres últimas novelas, es un policía en lugar de un detective privado. Y reconoce que la prosa sin nombres y apellidos le permite revelar el submundo criminal de la trata de personas

AQUI Y AHORA. Como no existen los detectives privados del policial clásico norteamericano, Ernesto Mallo eligió un policía.foto.fuente:Revista Ñ

Los argentinos amantes de la novela policial tienen que estar agradecidos a Ernesto Mallo por dos motivos. Primero –y principalmente– por sus tres novelas protagonizadas por “el perro” Lascano: La aguja en el pajar; Delincuente argentino; y Los hombres te han hecho mal, que acaba de ser publicada. Todas novelas de primer orden de la escuela negra, basadas en investigaciones y contactos íntimos de Mallo con el mundo criminal, además de ser entretenidas contienen un fuerte elemento de denuncia a la corrupción en la sociedad argentina. El segundo motivo por cual el rubro tiene que felicitar a Mallo es la creación y la organización del festival Buenos Aires Negro (BAN!), que reunió este año a escritores locales e internacionales pero también a ex-delincuentes, forenses y otros personajes del mundo criminal-policial en su acepción más amplia. Mallo pretende seguir con una segunda edición el año que viene, para la cual ya tiene el compromiso de Hernán Lombardi, secretario de cultura de la ciudad de Buenos Aires. 

La nueva novela de Mallo, Los hombres te han hecho mal, encuentra a su héroe, el policía “perro” Lascano, recién jubilado. Azarosamente, una mujer de la alta sociedad se contacta con él para investigar el caso de una niña desaparecida, hace años, en Mar del Plata. Lascano toma el caso, que lo lleva al mundo de los prostíbulos y el crimen organizado de la trata de personas. Mallo conoce del mundo sobre cual escribe. Nos cuenta en su departamento cerca de la estación de Retiro, la clave de escribir un buen policial: “Cada escritor hace su camino, pero hay una cosa segura y es que hay que salir a la calle y mezclarse en los ambientes donde están los que saben. ¿Quiénes son los que saben? Los criminales y los policías”. Y cómo conoce el este mundo, preguntamos: “Bueno, yo tuve una vocación por eso… Durante la dictadura fui un delincuente subversivo y eso me llevó a relaciones con otros delincuentes, subversivos o no. Pero hay como una hermandad en la delincuencia. Y bueno. Me metí en esos mundos. Además son gente que me gusta…”
 ¿Cómo se convirtió en escritor?
-Era muy mal alumno, básicamente porque tenía mala conducta. Y además, aquellas materias que no me interesaban no las prestaba atención. Entonces, caía en esa categoría de mal alumno para los profesores. Me tenían de mal alumno y no se ocupaban más de mí.
Y un día la citan a mi madre a la escuela, cosa que era frecuente. Entonces mi madre me dice, “¿Que hiciste ahora?” La verdad, que no sabía. Cuando fue a la escuela querían felicitarla por una composición que yo había hecho para una de las fiestas escolares y le pidieron permiso para leer esa composición para un acto. Entonces, se remontó todo un revuelo allí. Descubrí que había algo en cual era bueno.
 ¿Qué edad tenia?
-Nueve años… Entonces decidí seguir por allí. Y seguí escribiendo.
Escribió la primera novela de esta serie en un estado de desesperación: se había quedado sin nada en 2001, ¿fue difícil escribir en esas condiciones?
-Muchas obras se hacen en situaciones de mucho estrés. La comodidad no es buena para los artistas. Cuando se ponen cómodos no producen nada bueno. Yo siempre digo que lo que es malo para la humanidad es bueno para la literatura.
 Acá en esta novela, uno disfruta de la lectura enormemente, pero los hechos son horribles. ¿Cómo funciona eso, en general? ¿El goce de lo horrible y lo sórdido?
-Creo que es una manera de –como dicen los psicoanalistas– sublimar lados oscuros que uno tiene. Hay muchos autores, y yo me incluyo en ellos, que si no fuéramos escritores, quizás seríamos asesinos seriales. Por ejemplo pienso en Bret Easton Ellis o en Norman Mailer… autores muy, muy densos que lo que hacen es un acto de valentía, y al mismo tiempo como de catarsis de aspectos más oscuros de su propia personalidad.
 ¿Está contento con la recepción que ha tenido esta novela? Tengo la sensación que le va mejor afuera que acá.
-Vendo mucho más en España que acá. Vendo mucho más en Francia que acá. Pero bueno, nadie es profeta en su tierra.
¿Y cómo interpretan las novelas en el exterior? ¿Cómo funcionarán los detalles localistas, por ejemplo?
-En la traducción siempre hay alguna pérdida. Pero he tenido mucha suerte con mis traductores. Por otro lado, soy bastante exigente, especialmente si conozco la otra lengua. En inglés, francés e italiano intervengo. Allí me pongo mucho más firme y controlo mucho la traducción. En Inglaterra, de hecho, hubo un traductor que pedí a la editorial que lo cambiara, porque no funcionaba.
¿Y cuál era el problema? ¿Con los modismos? ¿Con el ritmo de la prosa?
-No, el problema era… que era un idiota (carcajadas) El estaba escribiendo otra novela. No entendía y además discutía conmigo. Cosa que nunca debería hacer un traductor. Durante mucho tiempo yo hice traducciones y jamás me atrevía de discutir con el autor. Aun cuando los libros eran malísimos. El autor es el autor… pero bueno, en alemán por ejemplo no puedo intervenir, pero tengo amigos que hablan en alemán y me dicen que están bien. En España es donde mas controlo la traducción.
 Buen chiste. Cambiando de tema: ¿Cómo llegó a esta forma de presentar los diálogos todos juntos en un párrafo sin distinguir los interlocutores?
-Eso fue una casualidad. Lo que pasó fue que mi primera novela, La aguja en el pajar, antes de ser novela había sido un guión cinematográfico. Y cómo me toma allí el corralito y todo eso no había quién pusiera un centavo en teatro ni en cine. Entonces dije, ¿qué hago ahora? Voy a transformar esto en una novela. En los guiones se escribe el nombre del personaje y abajo el texto, lo que dicen. Entonces, para transformarla en una novela, fui borrando y borrando. Y al borrarlo se me van quedando todos juntitos. Lo ví y me dije: ¡Queda fantástico así! Hay una reseña que dice algo interesante, que esa manera de escribir los diálogos le daba la sensación al lector que estaba escuchando a escondidas a una conversación ajena. Me pareció bueno eso.
 Sí, e interrumpe el tiempo de la lectura. Entonces el libro tiene como dos velocidades diferentes.
-Siempre digo que mis lectores tienen que trabajar. Es decir, yo no se las doy todas resueltas. Y en los diálogos pasa eso: tienen que deducir quién esta hablando. Una vez que el lector pesca el mecanismo, va rápido. Y en la primera novela antes del primer diálogo hay una conversación a través de la radio de Lascano con su central. Yo no me di cuenta en el momento, pero allí le estoy dando al lector una lección en cómo se leen los diálogos.
 ¿Cómo nació Lascano en su imaginación?
-Lascano… la verdad es que no sé cómo fue que apareció. El nombre, por ejemplo, lo saqué pensando en inglés Last Cana. Pero esto es de la cocina, ¿no? El personaje… Yo tenía la dificultad de escribir un policial sin la figura del detective privado que en la novelística norteamericana es el personaje, pero acá en la Argentina no existen. Lo único que existe son tipos que siguen maridos infieles. No se meten en crímenes, no tienen estatus, nada. Entonces, tenía que poner un policía. Y además quería situar la novela en la época de la dictadura. Esto creaba otro problema, porque las fuerzas armadas y las fuerzas policiales fueron cómplices de la dictadura. Entonces dije: bueno, este cana no es cómplice. Eso ya le daba al personaje una perspectiva diferente. De allí creció. De los elementos de su personalidad, hay cosas tomadas del personaje de Harvey Kietel en El pianista. Esa idea del salvaje tierno. En fin, los personajes son como mosaicos de gente que conozco, de mí mismo, de personajes de historietas, de novelas. Así se arman. El cóctel, el mix que surgió con Lascano dio un personaje muy potente. Con Lascano la gente se siente identificada.
 Y hay investigaciones detrás de estas novelas. ¿Tiene algún miedo al escribir?
-Sí, con eso de meterse con gente pesada… No escribo denuncia. Mientras no pongas nombre y apellido y lo señales, no pasa nada. Por eso la ficción puede decir la verdad.
¿Es legítimo leer esta novela como una crítica social? Escribe sobre cosas que están mal en el país…
-Absolutamente. Y no sólo en el país. La trata de personas es un tema internacional… Hay más esclavos hoy que en cualquier momento en la historia, pasa que están encubiertos. Y además están protegidos por los políticos y por la policía. Es un negocio de mucho dinero.
 
-¿Cómo explica este boom de la novela policial?

-El policial es un género que siempre está funcionando. Hay momentos que levanta, en que hay más o menos interés. Y ahora es un momento que esta en alza.
 ¿Eso es aleatorio? ¿O hay un motivo?
-Seguro que hay un motivo. El motivo es que lo que también está en alza es la criminalidad. La gente necesita entender qué es lo que pasa. Y no puede confiar en eso ni en los medios ni en los políticos. Porque ninguno de los dos puede decir la verdad. Ninguno puede revelar las complicidades y de qué manera están entrelazado el crimen con los gobiernos y con los medios. No es que son dos cosas diferentes. Forman parte de lo mismo… Entonces, creo que la gente tiene una gran necesidad de entender. Y la novela policial, esencialmente la novela negra, que se mete con temas políticos y sociales, es la que dice la verdad. La dice a través de la mentira, a través de una ficción. Pero como es una ficción, puede decir cosas que los demás no pueden decir. Y una es hasta qué punto el crimen esta entrelazado con la política. No son dos cosas diferentes.

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