29.8.12

La desolación de la belleza

Michael Taussig, profesor de la Universidad de Columbia, publica La bella y la bestia, un libro que parte de su asombro por la desaforada búsqueda de la belleza en Colombia a través de la cirugía plástica. ¿Qué misterios esconde ese deseo de cambio violento? ¿Es acaso una metáfora de las otras violencias que asolan el país?

Michael Taussig investigó la cirugía cósmica que se someten las mujeres colombianas como métafora de la violencia de los paracos, guerrillos y narcos. foto.fuente:revistaarcadia.com

En octubre del 2006 el London Review of Books publicó extractos del diario que el prestigioso antropólogo australiano Michael Taussig llevó durante su trabajo de campo en Colombia, antes de la versión final del libro La bella y la bestia (publicado el pasado 30 de julio por The University of Chicago Press). Los lectores tuvieron acceso a primeras impresiones como la siguiente: “Pese a que hay una necesidad desesperada por el acceso a servicios de salud (…) no disminuyen los implantes mamarios, liposucciones y reconstrucciones del himen, tratamientos que ascienden a los 400 dólares, en una sociedad en la que el salario básico es aproximadamente 160 dólares mensuales. (...) Entre tanto, el gobierno Uribe, amigo de Bush, embelesado con la economía de libre mercado, destroza el sistema de salud. El Ministerio de Salud no existe, me cuenta un periodista inglés que reside hace mucho en Colombia”.
Días después, el reconocido historiador de la Universidad de Oxford, Malcom Deas, envió una carta a la revista: “Si Michael Taussig escoge ver a Colombia en términos de cirugía plástica y liposucción, esa es su decisión, pero yo encuentro este diario arrogante. Algunas de las cosas que dice simplemente no son ciertas. ‘El Ministerio de Salud no existe’ escribe Taussig. (…) Mi empleada del servicio fue sometida, el año pasado y a través del sistema público de salud, a una cirugía de corazón”.
Una semana más tarde Taussig replicó en una carta titulada “¡Vote por Uribe!”: “Aunque estoy muy aliviado al escuchar que la ama de llaves de Malcom Deas fue atendida por el servicio público de salud, no puedo dejar de preguntarme si tan buena suerte tiene que ver con las conexiones de Deas con el señor presidente, cuyas políticas neoliberales han llevado a un sistema que ya era débil, al punto de quiebre. Con respecto a la cirugía plástica, pienso en ella como metáfora. Así como la cirugía plástica está pensada para embellecer a la persona, así también la apariencia —pero solo la apariencia— de la nación está siendo manipulada”. Deas envió un último mensaje asegurando que nada había tenido que ver Uribe en la cirugía de su empleada del servicio e invitando irónicamente a Taussig a escribir una misiva titulada “¡Vote por Chávez!” o “¡Vote por Raúl Castro!”.
La polémica entre los dos connotados académicos, aunque anecdótica, permite hacerse a una idea del lugar desde el que escribe Taussig. A diferencia de otros colombianistas, no es amigo de aparecer en la prensa ni asesorar políticos o intimar con poderosos. En sus trabajos no solo se basa en la observación etnográfica, incursiona en el mapeo de los hechos, estudia archivos, emplea las herramientas de la crítica literaria y se interesa por las contradictorias memorias de las poblaciones con las que trabaja.
Médico de formación, doctor en Antropología y profesor de la Universidad de Columbia, Taussig vino por primera vez a Colombia hacia finales de los sesenta y ha regresado una vez al año desde entonces. Viajó al país en tanto que académico comprometido que, como muchos en su época, vio con simpatía los vientos de revolución que soplaban ya no solo en Colombia sino en América Latina. En palabras de Carlos Alberto Uribe: “Antes que etnólogo, Michael Taussig se hizo médico por entrenamiento en Australia y, luego, al tiempo que hacía una especialización en Psiquiatría en el decenio de 1960, decidió jugar su corazón al azar de la antropología en la London School of Economics y se lo ganó la Violencia”.
La metáfora quirúrgica
En octubre del 2011 periodistas de todos los medios se esforzaban por conseguir una entrevista con Jessica Cediel. La modelo, que había sufrido complicaciones tras someterse a un procedimiento para agrandar sus glúteos, se disponía a dar su versión de los hechos y decenas de personalidades, televidentes y oyentes querían opinar al respecto. Meses atrás, la explosión de uno de los implantes mamarios de la presentadora Laura Acuña había generado un furor similar.
Biopolímeros adulterados que se volvieron piedras, prótesis de silicona que estallaron en aviones, intestinos perforados por corsés vibradores “quema-grasa” y litros de pus drenados de traseros sépticos. Jóvenes que tras intervenciones para agrandar los ojos no pudieron volver a cerrarlos nunca jamás, ni para dormir. Estas fueron algunas de las anécdotas escuchadas por Michael Taussig a lo largo de su trabajo de campo en las calles, plazas, peluquerías, plantaciones y ríos del suroeste de Colombia. Son historias que generan fascinación y curiosidad. Historias sobre el abismo, sobre mujeres que cayeron por el precipicio de la fealdad justo cuando creían estar ascendiendo hacia la perfección. Mujeres que al autor le recuerdan a ciertos corteros de caña de azúcar que entablaban pactos con el diablo para recibir sus favores, pero pagaban un precio, muriendo trágicamente.
En su nuevo trabajo, La bella y la bestia, el antropólogo parte de estas complicaciones, deformaciones y dolencias para preguntarse por la belleza, la violencia y la cirugía cosmética. Eso que llama “la cirugía cósmica”, porque cambia la manera en que existimos en el mundo, en el cosmos.
Cirugía cósmica, consumo compulsivo
“La sonrisa es todo y a través de ella se puede saber quién es cada ser humano” se lee en la publicidad de una clínica de “estética dental” con sedes en varias ciudades del país: “Diseñamos su sonrisa por $1.200.000, incluye blanqueamiento, corte de las encías, alargamiento dental y consulta con cirujano plástico. Flexibilidad en los planes de pago”.?
No se “hace” ni se “crea”, una sonrisa, se “diseña”. ¿Por qué se escoge esa palabra? Una sonrisa de diseñador como una falda de diseñador, aunque mucho más difícil. Taussig se imagina las peripecias que deben hacer médicos u odontólogos para pensar un proyecto de sonrisa (cientos de proyectos de sonrisa), y la cantidad de retoques cósmicos necesarios para diseñar algo tan revelador de la intimidad como una nueva forma de reírse. ¿Qué significa, pues, reconfigurar algo tan misterioso como la sonrisa?
En el pasado, la fisionomía se ocupaba del estudio de aquellos signos corporales que, se creía, revelaban condiciones permanentes o transitorias del alma. “Hay ciertos caracteres en nuestros rostros que llevan en ellos el lema de nuestras almas”, se lee en alguno de los antiguos tratados de fisionomía humana. Para Taussig, es posible que lo que justifique la cirugía cósmica sea precisamente ese razonamiento, en su versión radical: cambiar lo exterior y modificar el rostro para crear un nuevo interior. Una vez que se está ahí, en ese nuevo interior, la suerte cambiará y los retoques cósmicos, como la alquimia, llevarán al cambio de rumbo. La manipulación de la fisionomía implicaría no solo un lifting facial, sino un lifting del alma.
Pero no solo con la sonrisa y el rostro se experimenta. Como sentenció la modista Olivia Mostacilla mientras preparaba el almuerzo en su casa a las afueras de Cali y contaba historias de lipoesculturas, costillas extraídas y vaginas reconstruidas: “Todo lo que le queda a la persona es el nombre”. Desde hace poco más de una década, la cirugía está en todas partes, explicó Mostacilla. Taussig escuchó sobre la oferta de procedimientos en las clínicas, casas y garajes de varias ciudades del Valle y Risaralda, en donde cualquier persona, médico o aprendiz, enfermero, peluquero o autodidacta ofrece servicios como cirujano cósmico. Durante su recorrido por uno de los pueblos arruinados y agroindustriales al sur de la ciudad de Cali, conoció también la importancia del “pelo prestado”, esas largas extensiones de pelo falso, costoso y brillante que, sin importar la pobreza, niñas y adultas se cosen al cuero cabelludo.
Mientras una peluquera con un extravagante vestido de baño fucsia le cortaba el pelo, y rodeado de mujeres con pelo prestado hasta la cintura, Taussig reflexionó sobre la belleza como derroche, como tsunami de consumo extravagante, barroco. Recordó cómo durante su infancia, en la Australia de los años cuarenta, gastar a manos llenas no era bien visto, y lo que debía hacer la gente responsable de la clase media era invertir, ahorrar. Sin embargo, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial el consumo se convirtió en algo noble, civilizado. Si antes los símbolos del progreso eran las fábricas y los automóviles, ahora lo son los zapatos deportivos Nike, las camisetas de marca, los vestidos de diseñador.
La historia de la enfermera afrocolombiana que, “insatisfecha con su nariz chata”, se sometió a una rinoplastia, deja entrever esta relación entre belleza, cirugía y consumo desenfrenado. Tras el primer procedimiento que salió mal, una segunda cirugía la dejó, en palabras de su tía, “respirando como un gato”. Poco después decidió someterse también a una liposucción. Vecinos y familiares relataron a Taussig cómo “la joven que ronronea” se encierra todos los días, después del trabajo, a ponerse, admirar (y luego esconder) las joyas que compra. Se le escucha pasar la noche en vela con su nueva nariz, su nueva cintura, sus nuevas joyas, encerrada, contemplándose. Su consumo, dictamina el autor, no es solo de mercancías: ella misma es el derroche.
De ahí Taussig vuelve a su aguda mirada hacia el capitalismo ya no en tanto que producción sino como consumo. El llamado progreso o la dominación de la naturaleza, explica, ahora incluye la intervención quirúrgica del cuerpo femenino. Y en Colombia, al paso de un lado al otro se agrega la particularidad de algunos de sus protagonistas: narcotraficantes, paramilitares y guerrillas.
Diseño de sonrisa, de cuerpo, de nombre
El papel higiénico que alias El Mexicano mandaba decorar con sus iniciales en oro, las cajas de pomada contra el acné que alias Jacobo Arenas hacía cargar por el monte (y que acabaron dejándole el rostro “como el de un albino”) y, en general, los caprichos y vanidades de hombres del bajo mundo, son ejemplos perfectos de derroche y consumo extravagante. Taussig documenta cómo estos hombres poderosos han recurrido constantemente a la cirugía cósmica: alias “Chupeta”, el hombre que ordenó más de trescientos asesinatos, pasó por quirófanos colombianos y brasileros; el paramilitar Pedro Julio Rueda se hizo coser las yemas de los dedos de un campesino para cambiar sus huellas digitales, y Salvatore Mancuso se practicó un diseño de sonrisa.
Pero “los malos” no solo se construyen nuevas caras y nuevas mujeres. La cirugía cósmica habría sido igualmente la firma o el acto distintivo de los paramilitares que acudieron a la mutilación con motosierra o ácido. Para Taussig, el diseño de sonrisa de Salvatore Mancuso es el complemento perverso para la carnicería paramilitar del pasado reciente colombiano. La cristalización de “la bella y la bestia”: el villano sonríe mientras sus víctimas son despojadas.
Y tras las lipoesculturas, mamoplastias, rinoplastias y diseños de sonrisa de tantos narcos, paras, actrices y novias, Taussig percibe una tendencia: desde hace un tiempo, escribe, es el propio Estado el que ha sido sometido a un “cambio extremo”, a una cirugía cósmica a través de la cual el rostro es continuamente intervenido para esconder el otro rostro, el del control paramilitar y mafioso de concejos, alcaldías, gobernaciones y asambleas, el del Congreso y los niveles más altos del Gobierno.
Agroindustria y desolación
Cerca de la peluquería donde conoció el “pelo prestado”, el autor encuentra el río La Paila que corre, represado, para beneficio de la agroindustria. A orillas del río un joven lucha por sacar una bolsa de la garganta de una vaca, pues el plástico puede enredársele en los intestinos. El agua está llena de bolsas blancas y flotantes “que juegan como pájaros que vuelan bajo”. Taussig describe los cambios en el paisaje que trajo consigo la creación de megacultivos de caña de azúcar en los años sesenta, “la cirugía cósmica le fue practicada al paisaje antes de que le fuera practicada a los cuerpos de las colombianas”.
La historia de la belleza no solo incluye la cronología del cuerpo femenino, comprende la belleza de las calles, los edificios, los tugurios, las plantaciones de la agroindustria que “se extienden hasta lo que solía ser el horizonte”, los ríos fétidos, la maquinaria con la que se reemplaza cotidianamente a los corteros de caña, la tierra devastada por pesticidas y hormonas. Es una historia de la fealdad que se expande mientras los hijos de los corteros forman pandillas como “los sin futuro” o “los dandies” y compran zapatos de marca, “en un mundo destinado a eliminarlos mientras ellos se eliminan entre ellos”.
Bellas víctimas mudas
Al final del día, La bella y la bestia no es un libro sobre la cirugía estética. La cirugía, para Taussig, es una metáfora de las mutilaciones de la violencia paramilitar, la farsa del proceso de paz y la devastación agroindustrial.
Sin embargo, y por el bien de la metáfora misma, hubiera sido interesante escuchar las voces de las mujeres operadas, drenadas, deformes o adoloridas. Taussig sabe de sus historias a través de vecinas, tías, amigas, chismosas, pero nunca se sienta a conversar con ellas. A excepción de una brevísima llamada telefónica en que el autor le pregunta a la “sobrina de una amiga” por los motivos que tuvo para operarse (esta le contesta lacónicamente “porque mis amigas son flacas y yo quería ser como ellas”), así como de algunas referencias a una entrevista concedida por la exnovia de un mafioso a la prensa, no hay en el libro testimonios o puntos de vista de las mujeres que inspiraron la metáfora.
El cuerpo de la mujer, escribe Taussig, es transformado por el capitalismo. Y sí, puede ser. Tambien por el consumo, claro. De eso trata en extenso el libro. Los hombres del bajo mundo, agrega, son dioses cuyo propósito es hacer el mundo para dominarlo primero, y ello a través del cuerpo de la mujer. De nuevo: puede ser. Tiene sentido. Pero a las bellas víctimas de los hombres, el capitalismo y el consumo, Taussig no les abre los micrófonos.

* Antropóloga y columnista del El Espectador. Cursa un doctorado en Geografía Humana en la Universidad de Montreal.

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