Michael Taussig, profesor de la Universidad de Columbia, publica La bella y la bestia, un libro que parte de su asombro por la desaforada búsqueda de la belleza en Colombia a través de la cirugía plástica. ¿Qué misterios esconde ese deseo de cambio violento? ¿Es acaso una metáfora de las otras violencias que asolan el país?
Michael Taussig investigó la cirugía cósmica que se someten las mujeres colombianas como métafora de la violencia de los paracos, guerrillos y narcos. foto.fuente:revistaarcadia.com |
En octubre del 2006 el London Review of Books publicó
extractos del diario que el prestigioso antropólogo australiano Michael
Taussig llevó durante su trabajo de campo en Colombia, antes de la
versión final del libro La bella y la bestia (publicado el
pasado 30 de julio por The University of Chicago Press). Los lectores
tuvieron acceso a primeras impresiones como la siguiente: “Pese a que
hay una necesidad desesperada por el acceso a servicios de salud (…) no
disminuyen los implantes mamarios, liposucciones y reconstrucciones del
himen, tratamientos que ascienden a los 400 dólares, en una sociedad en
la que el salario básico es aproximadamente 160 dólares mensuales. (...)
Entre tanto, el gobierno Uribe, amigo de Bush, embelesado con la
economía de libre mercado, destroza el sistema de salud. El Ministerio
de Salud no existe, me cuenta un periodista inglés que reside hace mucho
en Colombia”.
Días después, el reconocido historiador de la Universidad de Oxford,
Malcom Deas, envió una carta a la revista: “Si Michael Taussig escoge
ver a Colombia en términos de cirugía plástica y liposucción, esa es su
decisión, pero yo encuentro este diario arrogante. Algunas de las cosas
que dice simplemente no son ciertas. ‘El Ministerio de Salud no existe’
escribe Taussig. (…) Mi empleada del servicio fue sometida, el año
pasado y a través del sistema público de salud, a una cirugía de
corazón”.
Una semana más tarde Taussig replicó en una carta titulada “¡Vote por
Uribe!”: “Aunque estoy muy aliviado al escuchar que la ama de llaves de
Malcom Deas fue atendida por el servicio público de salud, no puedo
dejar de preguntarme si tan buena suerte tiene que ver con las
conexiones de Deas con el señor presidente, cuyas políticas neoliberales
han llevado a un sistema que ya era débil, al punto de quiebre. Con
respecto a la cirugía plástica, pienso en ella como metáfora. Así como
la cirugía plástica está pensada para embellecer a la persona, así
también la apariencia —pero solo la apariencia— de la nación está siendo
manipulada”. Deas envió un último mensaje asegurando que nada había
tenido que ver Uribe en la cirugía de su empleada del servicio e
invitando irónicamente a Taussig a escribir una misiva titulada “¡Vote
por Chávez!” o “¡Vote por Raúl Castro!”.
La polémica entre los dos connotados académicos, aunque anecdótica,
permite hacerse a una idea del lugar desde el que escribe Taussig. A
diferencia de otros colombianistas, no es amigo de aparecer en la prensa
ni asesorar políticos o intimar con poderosos. En sus trabajos no solo
se basa en la observación etnográfica, incursiona en el mapeo de los
hechos, estudia archivos, emplea las herramientas de la crítica
literaria y se interesa por las contradictorias memorias de las
poblaciones con las que trabaja.
Médico de formación, doctor en Antropología y profesor de la
Universidad de Columbia, Taussig vino por primera vez a Colombia hacia
finales de los sesenta y ha regresado una vez al año desde entonces.
Viajó al país en tanto que académico comprometido que, como muchos en su
época, vio con simpatía los vientos de revolución que soplaban ya no
solo en Colombia sino en América Latina. En palabras de Carlos Alberto
Uribe: “Antes que etnólogo, Michael Taussig se hizo médico por
entrenamiento en Australia y, luego, al tiempo que hacía una
especialización en Psiquiatría en el decenio de 1960, decidió jugar su
corazón al azar de la antropología en la London School of Economics y se
lo ganó la Violencia”.
La metáfora quirúrgica
En octubre del 2011 periodistas de todos los medios se esforzaban por
conseguir una entrevista con Jessica Cediel. La modelo, que había
sufrido complicaciones tras someterse a un procedimiento para agrandar
sus glúteos, se disponía a dar su versión de los hechos y decenas de
personalidades, televidentes y oyentes querían opinar al respecto. Meses
atrás, la explosión de uno de los implantes mamarios de la presentadora
Laura Acuña había generado un furor similar.
Biopolímeros adulterados que se volvieron piedras, prótesis de
silicona que estallaron en aviones, intestinos perforados por corsés
vibradores “quema-grasa” y litros de pus drenados de traseros sépticos.
Jóvenes que tras intervenciones para agrandar los ojos no pudieron
volver a cerrarlos nunca jamás, ni para dormir. Estas fueron algunas de
las anécdotas escuchadas por Michael Taussig a lo largo de su trabajo de
campo en las calles, plazas, peluquerías, plantaciones y ríos del
suroeste de Colombia. Son historias que generan fascinación y
curiosidad. Historias sobre el abismo, sobre mujeres que cayeron por el
precipicio de la fealdad justo cuando creían estar ascendiendo hacia la
perfección. Mujeres que al autor le recuerdan a ciertos corteros de caña
de azúcar que entablaban pactos con el diablo para recibir sus favores,
pero pagaban un precio, muriendo trágicamente.
En su nuevo trabajo, La bella y la bestia, el antropólogo
parte de estas complicaciones, deformaciones y dolencias para
preguntarse por la belleza, la violencia y la cirugía cosmética. Eso que
llama “la cirugía cósmica”, porque cambia la manera en que existimos en
el mundo, en el cosmos.
Cirugía cósmica, consumo compulsivo
“La sonrisa es todo y a través de ella se puede saber quién es cada
ser humano” se lee en la publicidad de una clínica de “estética dental”
con sedes en varias ciudades del país: “Diseñamos su sonrisa por
$1.200.000, incluye blanqueamiento, corte de las encías, alargamiento
dental y consulta con cirujano plástico. Flexibilidad en los planes de
pago”.?
No se “hace” ni se “crea”, una sonrisa, se “diseña”. ¿Por qué se
escoge esa palabra? Una sonrisa de diseñador como una falda de
diseñador, aunque mucho más difícil. Taussig se imagina las peripecias
que deben hacer médicos u odontólogos para pensar un proyecto de sonrisa
(cientos de proyectos de sonrisa), y la cantidad de retoques
cósmicos necesarios para diseñar algo tan revelador de la intimidad como
una nueva forma de reírse. ¿Qué significa, pues, reconfigurar algo tan
misterioso como la sonrisa?
En el pasado, la fisionomía se ocupaba del estudio de aquellos signos
corporales que, se creía, revelaban condiciones permanentes o
transitorias del alma. “Hay ciertos caracteres en nuestros rostros que
llevan en ellos el lema de nuestras almas”, se lee en alguno de los
antiguos tratados de fisionomía humana. Para Taussig, es posible que lo
que justifique la cirugía cósmica sea precisamente ese razonamiento, en
su versión radical: cambiar lo exterior y modificar el rostro para crear
un nuevo interior. Una vez que se está ahí, en ese nuevo interior, la
suerte cambiará y los retoques cósmicos, como la alquimia, llevarán al
cambio de rumbo. La manipulación de la fisionomía implicaría no solo un lifting facial, sino un lifting del alma.
Pero no solo con la sonrisa y el rostro se experimenta. Como
sentenció la modista Olivia Mostacilla mientras preparaba el almuerzo en
su casa a las afueras de Cali y contaba historias de lipoesculturas,
costillas extraídas y vaginas reconstruidas: “Todo lo que le queda a la
persona es el nombre”. Desde hace poco más de una década, la cirugía
está en todas partes, explicó Mostacilla. Taussig escuchó sobre la
oferta de procedimientos en las clínicas, casas y garajes de varias
ciudades del Valle y Risaralda, en donde cualquier persona, médico o
aprendiz, enfermero, peluquero o autodidacta ofrece servicios como
cirujano cósmico. Durante su recorrido por uno de los pueblos arruinados
y agroindustriales al sur de la ciudad de Cali, conoció también la
importancia del “pelo prestado”, esas largas extensiones de pelo falso,
costoso y brillante que, sin importar la pobreza, niñas y adultas se
cosen al cuero cabelludo.
Mientras una peluquera con un extravagante vestido de baño fucsia le
cortaba el pelo, y rodeado de mujeres con pelo prestado hasta la
cintura, Taussig reflexionó sobre la belleza como derroche,
como tsunami de consumo extravagante, barroco. Recordó cómo durante su
infancia, en la Australia de los años cuarenta, gastar a manos llenas no
era bien visto, y lo que debía hacer la gente responsable de la clase
media era invertir, ahorrar. Sin embargo, tras el fin de la Segunda
Guerra Mundial el consumo se convirtió en algo noble, civilizado. Si
antes los símbolos del progreso eran las fábricas y los automóviles,
ahora lo son los zapatos deportivos Nike, las camisetas de marca, los
vestidos de diseñador.
La historia de la enfermera afrocolombiana que, “insatisfecha con su
nariz chata”, se sometió a una rinoplastia, deja entrever esta relación
entre belleza, cirugía y consumo desenfrenado. Tras el primer
procedimiento que salió mal, una segunda cirugía la dejó, en palabras de
su tía, “respirando como un gato”. Poco después decidió someterse
también a una liposucción. Vecinos y familiares relataron a Taussig
cómo “la joven que ronronea” se encierra todos los días, después del
trabajo, a ponerse, admirar (y luego esconder) las joyas que compra. Se
le escucha pasar la noche en vela con su nueva nariz, su nueva cintura,
sus nuevas joyas, encerrada, contemplándose. Su consumo, dictamina el
autor, no es solo de mercancías: ella misma es el derroche.
De ahí Taussig vuelve a su aguda mirada hacia el capitalismo ya no en
tanto que producción sino como consumo. El llamado progreso o la
dominación de la naturaleza, explica, ahora incluye la intervención
quirúrgica del cuerpo femenino. Y en Colombia, al paso de un lado al
otro se agrega la particularidad de algunos de sus protagonistas:
narcotraficantes, paramilitares y guerrillas.
Diseño de sonrisa, de cuerpo, de nombre
El papel higiénico que alias El Mexicano mandaba decorar con sus
iniciales en oro, las cajas de pomada contra el acné que alias Jacobo
Arenas hacía cargar por el monte (y que acabaron dejándole el
rostro “como el de un albino”) y, en general, los caprichos y vanidades
de hombres del bajo mundo, son ejemplos perfectos de derroche y consumo
extravagante. Taussig documenta cómo estos hombres poderosos
han recurrido constantemente a la cirugía cósmica: alias “Chupeta”, el
hombre que ordenó más de trescientos asesinatos, pasó por quirófanos
colombianos y brasileros; el paramilitar Pedro Julio Rueda se hizo coser
las yemas de los dedos de un campesino para cambiar sus huellas
digitales, y Salvatore Mancuso se practicó un diseño de sonrisa.
Pero “los malos” no solo se construyen nuevas caras y nuevas mujeres.
La cirugía cósmica habría sido igualmente la firma o el acto distintivo
de los paramilitares que acudieron a la mutilación con motosierra o
ácido. Para Taussig, el diseño de sonrisa de Salvatore Mancuso es el
complemento perverso para la carnicería paramilitar del pasado reciente
colombiano. La cristalización de “la bella y la bestia”: el villano
sonríe mientras sus víctimas son despojadas.
Y tras las lipoesculturas, mamoplastias, rinoplastias y diseños de
sonrisa de tantos narcos, paras, actrices y novias, Taussig percibe una
tendencia: desde hace un tiempo, escribe, es el propio Estado el que ha
sido sometido a un “cambio extremo”, a una cirugía cósmica a través de
la cual el rostro es continuamente intervenido para esconder el otro
rostro, el del control paramilitar y mafioso de concejos, alcaldías,
gobernaciones y asambleas, el del Congreso y los niveles más altos del
Gobierno.
Agroindustria y desolación
Cerca de la peluquería donde conoció el “pelo prestado”, el autor
encuentra el río La Paila que corre, represado, para beneficio de la
agroindustria. A orillas del río un joven lucha por sacar una bolsa de
la garganta de una vaca, pues el plástico puede enredársele en los
intestinos. El agua está llena de bolsas blancas y flotantes “que juegan
como pájaros que vuelan bajo”. Taussig describe los cambios en el
paisaje que trajo consigo la creación de megacultivos de caña de azúcar
en los años sesenta, “la cirugía cósmica le fue practicada al paisaje
antes de que le fuera practicada a los cuerpos de las colombianas”.
La historia de la belleza no solo incluye la cronología del cuerpo
femenino, comprende la belleza de las calles, los edificios, los
tugurios, las plantaciones de la agroindustria que “se extienden hasta
lo que solía ser el horizonte”, los ríos fétidos, la maquinaria con la
que se reemplaza cotidianamente a los corteros de caña, la tierra
devastada por pesticidas y hormonas. Es una historia de la fealdad que
se expande mientras los hijos de los corteros forman pandillas como “los
sin futuro” o “los dandies” y compran zapatos de marca, “en un mundo
destinado a eliminarlos mientras ellos se eliminan entre ellos”.
Bellas víctimas mudas
Al final del día, La bella y la bestia no es un libro sobre
la cirugía estética. La cirugía, para Taussig, es una metáfora de las
mutilaciones de la violencia paramilitar, la farsa del proceso de paz y
la devastación agroindustrial.
Sin embargo, y por el bien de la metáfora misma, hubiera sido
interesante escuchar las voces de las mujeres operadas, drenadas,
deformes o adoloridas. Taussig sabe de sus historias a través de
vecinas, tías, amigas, chismosas, pero nunca se sienta a conversar con
ellas. A excepción de una brevísima llamada telefónica en que el autor
le pregunta a la “sobrina de una amiga” por los motivos que tuvo para
operarse (esta le contesta lacónicamente “porque mis amigas son flacas y
yo quería ser como ellas”), así como de algunas referencias a una
entrevista concedida por la exnovia de un mafioso a la prensa, no hay en
el libro testimonios o puntos de vista de las mujeres que inspiraron la
metáfora.
El cuerpo de la mujer, escribe Taussig, es transformado por el
capitalismo. Y sí, puede ser. Tambien por el consumo, claro. De eso
trata en extenso el libro. Los hombres del bajo mundo, agrega, son
dioses cuyo propósito es hacer el mundo para dominarlo primero, y ello a
través del cuerpo de la mujer. De nuevo: puede ser. Tiene sentido. Pero
a las bellas víctimas de los hombres, el capitalismo y el consumo,
Taussig no les abre los micrófonos.
* Antropóloga y columnista del El Espectador. Cursa un doctorado en Geografía Humana en la Universidad de Montreal.
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