Pase el que sigue. Quino firmó los cien ejemplares que tenía previstos. Y después, cuarenta más. foto.fuente:Revista Ñ |
“Gracias, maestro” se escuchaba en boca de los lectores de
Quino, apiñados ayer en el stand de Ediciones De la Flor para que el
autor de Mafalda les firmara algún libro, algún rincón de la agenda, un
papel que estaba arrugado en la cartera y que ahora será un tesoro.
Hacía cuatro años que no firmaba ejemplares en la Feria grande, aunque
el año pasado lo hizo en la Infantil y Juvenil.
Desde las tres y
media de la tarde hubo cola para esperar al historietista, que llegó
apenas pasadas las seis, escoltado por Daniel Divinsky y Kuki Miller,
directores de la editorial, pero sobre todo sus amigos. “A mí ni se me
ocurrió presionarlo para que viniera, fue idea de él. Me dijo ‘¿Cuándo
voy a la Feria?’, le propuse un día poca gente, y él me dijo que poca
gente no, que venía hoy y volvía el domingo”, explicó Divinsky.
Eduardo
Galiano, de 54 años, compró el décimo tomo de Mafalda para la ocasión:
“Yo lo leía en las revistas cuando tenía 15 o 17 años, verlo hoy a Quino
es como volver a esos años de juventud”, dijo.
Primero
repartieron cien números en la fila y casi sobre el final, previa
consulta al oído del autor, hubo más: “Cuarenta más”, dijo, sentado en
el espacio que la editorial tiene para sus dibujantes, siempre
acompañado por una lata fría de cerveza.
Quino es afectuoso en los
besos que da, en cómo les toma la mano a sus lectores, en el cuidado en
hablar “en castellano neutro” con aquellos (muchos) que vienen de otros
países de Latinoamérica (“¿Vino un charter desde Colombia?”, preguntó,
bromeando). Es afectuoso hasta la obsesión cada vez que chequea cómo se
escribe un nombre antes de plasmarlo sobre el papel. Y es más afectuoso
aún cuando los que se acercan son chicos, esos cuyo universo él ha
dibujado mejor que nadie: quiere saber cómo están, si pasearon por la
Feria, si se compraron un librito.
La mamá de Victoria le cuenta a
Quino que ella leyó Mafalda, que ahora lo lee la hija, que le tiembla
la mano para sacar la foto, que le da ganas de llorar, llora, y él, los
ojos encima de la nena, le dice: “Decile a mamá que no llore, y gracias a
las dos por leer Mafalda”. Llora también Florencia y le jura: “Usted me
enseñó a leer, déjeme darle la mano”. “Dame un beso”, retruca él. Otro
beso ruidoso, y faltan varios.
Julia Rodríguez, de 19 años, era de las primeras en la cola: “Encontré 10 años con Mafalda
en la biblioteca de mi mamá y me llamó la atención; en el secundario
todo lo que me enseñaban ya me lo había contado ella”, dijo. Lo mismo le
dijo a Quino cuando le tocó su turno: se llevó su Todo Mafalda y llevó el ejemplar de su mamá, el título más vendido de la tarde en el stand, desvencijado de tanto hojeo.
Antes
de que empezara a firmar, el chileno Alberto Montt, una de las joyas
del humor gráfico actual, se acercó a saludarlo. Le besó la mano:
“Gracias, no hay mucho para agregar, sólo gracias, aunque se lo hayan
dicho tantas veces”, le dijo. “Has creado un nuevo estilo de humor”, lo
elogió Quino. Un rato después Montt le preguntó a su compañera, cámara
de fotos en mano: “¿Dónde estabas cuando me dio un beso?”.
Como se
dice en las canchas de fútbol, pasan los años, pasan las generaciones, y
hay una nena que siempre será chiquita aunque no pare de crecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario