El escritor mexicano, en La gran novela latinoamericana, no hace otra cosa que entender y ubicar al escritor latinoamericano dentro de la literatura universal ampliando las circunstancias del Boom a posibilidades universales: lo de los 60, amigos, no fue solamente un fenómeno editorial
Carlos Fuentes lega una obra fecunda, y con él muere unos más de los integrantes del llamado Boom latinoamericano.foto.fuente:pagina12.com.ar |
Hay cuatro
nombres que, por separado o uno después del otro (cada uno dirá en qué
orden), evocan ese momento de la literatura en el que ser
latinoamericano y escritor era garantía de calidad o, al menos, de
ventas: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y
Carlos Fuentes. Se puede mencionar a otros anteriores (como Juan Carlos
Onetti o Juan Rulfo) o contemporáneos que no han tenido la misma
trascendencia (como José Donoso). Incluso, la literatura latinoamericana
comenzó a utilizar la categoría de “post-Boom” para entender todas las
producciones posteriores, como si la presencia de estos nombres hubieran
instaurado la idea de una generación que difícilmente pueda volver a
repetirse o que, incluso, haya tenido antecedentes en algún otro
momento. Viajeros, globales, universales, cada uno de estos cuatro
escritores, de todos los escritores que entran dentro de esa (por
momentos, molesta) etiqueta del Boom Latinoamericano de los ’60 supo
articular las características de su “aldea” con las pretensiones
universales de innovar en la forma y de renovar la lengua del
conquistador a partir de los murmullos de las lenguas indígenas que, en
la oralidad o en diversas producciones culturales, habitaban entre las
bibliotecas de las grandes obras provenientes de Europa. Carlos Fuentes,
en el reciente La gran novela latinoamericana, no hace otra cosa que
entender y ubicar al escritor latinoamericano dentro de la literatura
universal ampliando las circunstancias del Boom a posibilidades
universales: lo de los ’60, amigos, no fue solamente un fenómeno
editorial.
¿Pretensiones universales?: la novela latinoamericana es una
continuación de las búsquedas artísticas europeas, de la lengua que
trajeron Colón y sus posteriores, pero a partir de las angustiosas
situaciones que tuvimos que atravesar. Por eso el libro comienza por
ubicar la primera novela latinoamericana como producto de un español,
Bernal Díaz del Castillo, quien en su Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España –publicado de manera póstuma en 1632, ciento once
años después de los hechos narrados–, se diferencia de los relatos
épicos en donde la conquista queda en manos de una sola figura heroica,
Hernán Cortés. ¿Qué hay en esa crónica para que Fuentes la considere la
primera novela latinoamericana? La crónica de la conquista de los
aztecas se convierte en el relato personal de un soldado que busca
recordar a sus compañeros caídos en la contienda, los muchos soldados,
sus caballos, cada uno de los pequeños detalles olvidados por el relato
oficial. Lo que hay en Bernal Díaz es la búsqueda del tiempo, del
instante perdido y evocado, a lo Proust, con la intención de dejar un
registro en la memoria de los hombres de los caídos y, al mismo tiempo,
la afirmación de que todo lo que veían en esas contiendas, lo que
experimentaban, parecía propio de los sueños.
La gran novela latinoamericana. Carlos Fuentes Alfaguara 448 páginas
Tiempo y ensoñación, memoria e imaginación, tradición y creación:
cada uno de estos aparentes extremos son combinados por los diversos
escritores mencionados por Fuentes, creando una genealogía que va de
Bernal Díaz a Villoro, de Maquiavelo y Tomás Moro a Lezama Lima y
Carpentier. Y cada nombre no es otra cosa que la manifestación de ese
interés latinoamericano por transformar la lengua del conquistador a su
antojo, “respetando” la tradición europea para continuarla a través de
creaciones que emergen de las más encantadoras imaginaciones: así hay
que entender el barroco, por caso, regalo latinoamericano al
renacimiento, no sólo una innovación sensual y descollante de la
Contrarreforma en oposición al ascetismo de Lutero y Calvino, sino
también ventaja que toman los latinoamericanos para llenar a los
europeos de sueños increíbles, de imágenes propias de un mundo que nadie
esperaba encontrar pero que existe con toda su abundancia. ¿No es el
barroco el arte de la desmesura? ¿No será esa la sensación que un
europeo siente ante un Nuevo Mundo? ¿No está eso en Sor Juana Inés de la
Cruz, en el “milagroso” Memórias póstumas de Brás Cubas de Machado de
Assis o, inclusive, en las figuras fantásticas (el aleph, el Universo
como biblioteca) de un anglófilo Borges?
La gran novela latinoamericana es el gran texto final de Carlos
Fuentes. En una prosa ensayística, insistente, asumiendo un carácter
subjetivo y abierto a cualquier futura contingencia, realiza una
historia de la literatura latinoamericana como renovadora de la
literatura occidental. Así, los saltos abruptos en el tiempo que se dan
en cada línea no hacen otra cosa que “imaginar un pasado”, combinar
tiempos distantes para entender las obras de sus congéneres y, si se
quiere, jugar con el tiempo: Pedro de Mendoza en Buenos Aires, leyendo a
Erasmo de Rotterdam en 1538, es un antecedente, a su manera, de Julio
Cortázar.
Cada página de este libro tiene el dejo de una mirada final, de la
búsqueda de una síntesis: Fuentes, escritor del tiempo, trata de
reorganizarlo para darle sentido, un sentido que sale desde las
búsquedas literarias, desde las propias pasiones de los escritores de su
tiempo, los del Boom. No faltan las menciones a cuestiones exclusivas
del mercado (como la ventaja que tenían en los ’60 con la presencia de
una red de distribución bien organizada que permitió esta lectura en
conjunto), ni tampoco las anécdotas, como esa de que Yo, el supremo de
Roa Bastos nació a partir de un proyecto de Gallimard gestionado por
Fuentes y Vargas Llosa para editar varias novelas que tuvieran como tema
superar, a través de la imaginación, a los ya de por sí excéntricos
dictadores latinoamericanos. Frustrado el plan, no sólo Roa Bastos
continuó por separado la idea que había planteado tras la solicitud,
sino también García Márquez y Alejo Carpentier: en la misma línea,
verían la luz El otoño del patriarca y El recurso del método.
Lenguaje, puro lenguaje. Alguien habla en un rincón imprevisto de
Latinoamérica, en el sertao del nordeste brasileño o en el centro de la
Pampa, en las ferias interminables de La Paz o las quebradas veredas del
Zócalo en México, y ya hay en ese gesto un tratamiento con el lenguaje
que forma parte medular de haber nacido en este continente, todavía
exuberante porque la lengua que utilizamos para nombrar a los animales y
las plantas que la pueblan, para escribir o hablar con las personas que
nos rodean, tiene poco más de quinientos años en el territorio. La gran
novela latinoamericana de Carlos Fuentes no es solamente un ensayo que
revisa la historia de la literatura latinoamericana, sino que, por
momentos, tiende a ser un estudio global de estos avatares del lenguaje,
de lo latinoamericano, de su imaginación, de su memoria. Como las
intenciones de Bernal Díaz con sus compañeros soldados, este libro es
una mirada final a lo que se deja atrás para que sea recordado por los
que están por venir. Digamos: un testimonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario