Horacio Castellanos Moya merece el título de Jim Thompson hispano
Horacio Castellanos Moya, en Barcelona, en 2011. foto: Antonio Moreno. fuente:elmundo.es |
Cosas de la edición de nuestros días. Tan confusa como contemporánea.
Y controvertida. Tan lejos y tan cerca, pero alejados en realidad.
Aparece ahora en España esta novela, 'Baile con serpientes',
de Horacio Castellanos Moya, y lo hace en Tusquets, aunque la novela
vio la luz en 1996. Más vale tarde que nunca. Sobre todo porque, tras su
acelerada e irrefrenable lectura, una no puede más que ratificar
violentamente las palabras de un grande, 'San Eduardo Mendoza', sobre
este hondureño criado en El Salvador aunque ciudadano de Ciudad de
México: "Uno de los escritores más interesantes del panorama literario
en español". Pues eso. Violentamente. No hay otra forma de hacerlo.
No en vano el gran Horacio Castellanos Moya apunta (y lo hace
literalmente, ¡cuidado!) maneras para merecer el honroso título de Jim
Thompson de lo 'negroide' hispano. Míster Jaimito Thompson, nuestro güey.
Anfetamínico y hasta las trancas de guifiti 'garrafonero'. Un tipo que,
por sí solo, contiene todo un 'boom' de lo negrocriminal. El 'boom'
emergido de una bomba de neutrones que deja a su paso un sangriento
reguero de lectores degollados, pero más que satisfechos y encantados
con la milagrosa posibilidad de que la estricnina, por fin, se dosifique
en poco más de 170 páginas.
Lleva Castellanos Moya la violencia de todo un continente, la cual no
es poca, pegada a los dedos entintados con que escribe sus feroces
historiadas. Siete de sus 10 novelas han aparecido en Tusquets en lo que
va de milenio. Sin embargo, el desconocimiento casi generalizado de su
obra habla (a gritos) del estado de la cuestión de este país
'desenbankiado'. Somos tontos. Seguimos siendo tontos y así
continuaremos, felices en mitad de la estulticia, mientras no nos entre
en la cabeza que los grandes narradores de hoy en día son lobos esteparios, periféricos y ajenos al 'marketing' que impone la infeliz mercadería.
Basta con asomarse, durante unas líneas, no más, a su prosa implacable
para saber que aquí desenfunda, desde lo más profundo de las pesadillas
centroamericanas, un escritor de raza. ¡Líricos, sentimentaloides y
metafísicos, abstenerse!
Necesitaba un trago, con urgencia, aunque fuera un six de cervezas. Salí del auto. Dentro de poco, el atardecer comenzaría a insinuarse con sus anaranjados tenues. Caminé hacia el terreno baldío para salir a la calle. Pero me entraron unas súbitas ganas de cagar. Decidí mejor enfilar hacia la barda de atrás de la huevera, de la que estábamos más cerca y colindaba con la barranca. Estaba acurrucado, distraído, disfrutando de la defecación, cuando percibí una presencia a mis espaldas. Me volví. Era Loli, quien serpenteaba tranquilamente hacia mí. Sentí vergüenza de que me viera en esas condiciones.
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