La muerte de Carlos Fuentes
Carlos Fuentes evocó, el verano pasado, su trayectoria personal y creativa en un recorrido por sus libros más emblemáticos
Carlos Fuentes en 1988, en su discurso del Cervantes. foto: Marisa Flórez. fuente:elpais.com |
A los 11 años, Carlos Fuentes recibió el premio del Instituto
Nacional de Chile, en Santiago. Para entonces ya había escrito pequeños
ensayos, cosas breves y, cuando tenía 18 años, participó en su escuela
de México en un concurso de literatura. Ganó el primero, el segundo y el
tercer premio. “Así decidí que mi destino estaba hecho. Y el de mis
amigos también, porque se dedicaron a la política, no teníamos otra
salida”, dijo mientras subía las cejas con risa burlona en la playa de
Formentor, en Mallorca, donde el verano pasado recibió el Premio
Formentor de las Letras. Allí desandó sus 82 años de vida por medio
mundo. Gracias, primero, a la labor diplomática de su padre y después a
los caminos por los cuales lo reclamó su propio éxito literario, hasta
convertirlo en uno de los autores e intelectuales hispanohablantes clave
de la segunda mitad del siglo XX y XXI y uno de los pilares del boom
latinoamericano junto a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel
García Márquez. Allí, a orillas del Mediterráneo, trazó su arco personal
y literario y evocó algunos de sus libros.
‘LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE’
México habla al escritor (1958)
“Pertenecía yo a una tradición, era muy amigo de Rulfo. Admiraba
mucho su obra y me parecía que El llano en llamas y Pedro Páramo eran
obras definitivas que cerraban un capítulo de estilo, de temática; y
quedaba otra parte de la ciudad que no estaba escrita. Yo viví mucho la
ciudad: fui muy parrandero, iba a cabarets, a burdeles, a los bailes,
conocía mucho a la gente. Salía con Salvador Elizondo, éramos compañeros
de parranda, y él se admiraba de mí y, a veces, cuando estábamos en
alguno de estos sitios, me decía: ‘¿Por qué mejor no ves a las muchachas
en lugar de estar tomando notas?’. Pero yo lo hacía, sin saberlo, para
La región más transparente. De manera que cuando me senté a escribir la
novela tenía una cantidad de elementos ya guardados inmensa, y la ciudad
misma que estaba clamando por ser escrita. Yo sentía eso, que la ciudad
me gritaba: ‘¡Escríbeme, por favor!, ¡Escríbeme, ¿por qué nadie me
escribe?!’. Cuando salió decían que esa novela no valía la pena”,
recordaba Carlos Fuentes. Así surgió una gran novela urbana cuyos
retratos siguen vigentes.
‘AURA’
La luz y Maria Callas (1962)
“Estando en casa de una amiga en París vi que ella salía de la
recámara y al pasar por el tragaluz, ella, de tan solo 20 años, se
transformó en una vieja por la luz que le cayó de repente. Así nació
Aura, que escribí en cinco días en un café de París en 1962. Creyendo,
como puede uno creer, que la obra era muy original, que no tenía
antecedentes, la verdad es que no es así. Uno de ellos lo recordé más
tarde, cuando vi en México, en los años cincuenta, La Traviata con María
Callas. Ella hacía algo extraordinario al final de la ópera; mientras
todas las sopranos echan el Do de pecho y se despiden con un aria
enorme, María Callas no. Ella iba apagándose como una llama y cantando
más levemente. Se apagaba la voz, se apagaba la vida. Eso me impresionó,
y tiene que ver con Aura”. Esa historia de la joven que vive con su tía
anciana y viuda y que Felipe Montero quiere liberar hasta que en su
empeño entra en la confusión de la realidad.
‘LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ’
Pasado, presente y futuro (1962)
“Entre tanto escribí La muerte de Artemio Cruz, que me faltaba como
novela de mí país, de la revolución mexicana. Pero también era yo muy
conciente del antecedente realista de otros autores españoles y pensé en
la manera de darle otra forma a esta novela. Imaginé que habría tres
personas que la contaban: un moribundo Artemio Cruz, en primera persona;
la conciencia de Artemio Cruz, en segunda persona; y la vida de Artemio
Cruz, en tercera persona. Presente, pasado y futuro”. Con esta novela
empezó a adentrarse en la historia, el pasado mexicano, que sería uno de
sus pilares literarios.
‘CAMBIO DE PIEL’
Para Julio Cortázar (1967)
“Empezado los años sesenta iba muy bien, pero fue muy problemático
porque uno no espera a los 30 años tener tanto éxito. Eso es antes de
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Entonces sí tenía nervios,
dudas, desorientaciones. Publiqué en 1967 Zona sagrada y Cambio de piel,
pero no me sentía a gusto en mi propia piel”. La escribe y la dedica a
Julio Cortázar, cuyo mundo late en sus páginas. Cholula es el pueblo
mexicano en el que cuatro personas, que iban rumbo a Veracruz en un
coche, desvelarán sus personalidades. De nuevo, las sombras de la
historia, pero aquí en lo personal, sobre todo de Javier, que sacrificó
sus sueños políticos e intelectuales por el amor.
‘TERRA NOSTRA’
Un proyecto de 10 años (1975)
“No me sentí bien en mi propia piel y me preguntaba: 'Después de este
éxito qué voy a hacer yo ahora? ¿Acaso voy a ser de esos escritores que
escriben dos libros y se quedan en silencio, como Rulfo, o acaso voy a
tener una existencia literaria más larga? No lo sabía. Entonces me
embarqué en un proyecto literario que duró diez años: Terra nostra. Eso
me dio aliento para seguir. Es una novela en la que tuve que investigar a
fondo la época. Iba escribiendo poco a poco y la novela iba creciendo
como una planta, como un arbolote. La terminé un año nuevo en
Washington. Para muchos de mis lectores es mi mejor novela. Es para una
minoría, no es una novela popular, de ninguna manera”. Es su obra más
experimental. Trata del poder trasplantado de la corona española a sus
colonias y para eso se remonta a los orígenes.
‘GRINGO VIEJO’
Un cruce de fronteras (1985)
“Es un continuo cruce de fronteras en toda clase de ámbitos”, decía
de Gringo viejo. La vida del periodista y escritor Ambrose Bierce, que
un día cruza la frontera mexicana y busca unirse a las tropas de Pancho
Villa, le sirve para decir que la vida no es una línea recta, y que no
es solo el factor político el que determina destinos.
‘EL ESPEJO ENTERRADO’
La edad del tiempo (1992)
La historia, el tiempo, la memoria y la imaginación están imbricadas
en sus narraciones. Pero, ¿en qué momento reflexionó sobre eso?: “Fue a
comienzo de los años ochenta. Era un momento blanco. No había más que
nieve alrededor mío. No podía ni salir a la calle. Estaba muy encerrado y
pensaba en el trópico, en las palmeras, en el mar. Y también en mi
obra, entonces pensé en darle un título general y un orden. De ahí salió
el nombre de todo mi ciclo literario: La edad del tiempo”. Entonces
surge El espejo enterrado. De nuevo las relaciones entre España y
América. El mirar atrás. La búsqueda de identidad de una metamorfosis
continua. Un ensayo pormenorizado desde el punto de vista sociocultural.
Un mundo que es ahijado de la tragedia de una vida utópica y real al
tiempo.
‘LOS AÑOS CON LAURA DÍAZ’
La mirada de la mujer (1999)
“Las mejores novelistas del mundo son nuestras abuelas y a ellas, en
primer lugar, les debo la memoria en que se funda esta novela”, escribe.
Es la reivindicación femenina en la historia de México. Narra de manera
paralela la historia de una mujer y la de su país durante una centuria:
de 1868 a 1968. Independencias, guerras, revoluciones, guerras
cristeras, PRI, modernidad… y los conflictos del mundo.
‘LA SILLA DEL ÁGUILA’
México, el enigma (2003)
“México es un enigma para mí. Un país que se desborda y al que he
buscado, tratado de entenderlo desde sus orígenes pero una de las
respuestas y señas de identidad es que todo siempre se complica”. Y aquí
lo hizo a través de una obra de corrupción política y de la ambición
desmadrada que parecen sostener a toda una sociedad.
‘ADÁN EN EDÉN’
Lá última cruzada (2009)
Es el comienzo de la última cruzada de Carlos Fuentes por
radiografiar, descifrar y denunciar los males de la sociedad de su país:
el narcotráfico y su capacidad para pudrir el tejido social.
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