La escritora italiana Margaret Mazzantini presenta la novela meláncolica Nadie se salva. Es la historia del camino que va del amor al desprecio
Hace un día gris en Roma. Nubarrones oscuros amenazan con descargar
lluvia sobre la Ciudad Eterna. Sobre la relación entre Gaetano y Delia
en cambio el diluvio ya cayó hace tiempo. Donde durante años reinó un
sol brillante ahora tan solo hay escombros mojados y la nostalgia que
conlleva una separación. Sobre cómo acabaron ahogados en esa pesadilla
se interrogan los dos jóvenes a lo largo de Nadie se salva solo (Alfaguara), la última, melancólica novela de la escritora italiana Margaret Mazzantini (Dublín, 1961) que acaba de llegar a España.
El libro dura el espacio de una cena. Los treintañeros Gaetano y
Delia quedan en un restaurante para, en teoría, organizar las vacaciones
de sus hijos. La cita se convierte sin embargo en un río de flashbacks
que narra cómo un enamoramiento puede transformarse en dolor. “Ambos
son una representación letal de una pareja contemporánea. Han intentado
ser distintos y han acabado siendo como los demás. Se ilusionaron y han
perdido”, cuenta Mazzantini, sentada en el sofá de su amplia “oficina”
romana.
O, por decirlo a la manera del libro: “Han caído desde la roca más
alta y por debajo el agua no era mucha. Se miran y no saben si se
quedarán inmovilizados de por vida, en una silla de ruedas empujaba por
alguien de buen corazón, o solo cojos. Desde luego ha sido un buen
salto”.
"Ambos son una representación letal de una pareja contemporánea. Han intentado ser distintos y han acabado siendo como los demás. Se ilusionaron y han perdido"
El símbolo de su derrota está en un tercer invitado que, según la
autora, participa en la cena: “Ante ellos tienen al cadáver agonizante
de su amor. Intentan reanimarlo. Él la llama “puta”, ella le echa el
helado a la cara. Pero no hay manera”. La autopsia de su sentimiento
desvela a lo largo de 218 páginas un viaje desgarrador que arranca con
dos almas gemelas y termina con dos individuos que llegan a despreciarse
por un albornoz dejado en el suelo o por cómo el otro coloca un vaso en
una mesa.
Imperfecciones, dejaciones, es decir la marca de la casa de
Mazzantini: “Siempre escribo de tipos que tienen fallos y faltas, que
están cojos. Eso es lo que nos hace humanos”. Como Gemma, la protagonista de Venido al mundo,
otra trágica novela que Mazzantini ambientó en el sitio de Sarajevo
durante la guerra en Bosnia y que considera su obra maestra.
Una falta es también lo que lleva a la autora a escribir. “Es un
sentimiento que se acerca, una vorágine, un hambre abierto. Nadie
realmente feliz es escritor”, cuenta Mazzantini sobre el momento en el
que vuelve a teclear. Un acto placentero –“es como volver a ver a tu
enamorado”- pero también fatigoso, al menos para una mujer que es
también, y sobre todo, madre de cuatro hijos: “No tengo tiempo: escribo
cuando los niños están en el colegio, o durante las vacaciones. Siempre
digo que para escribir hace falta fuerza física”.
De habla rápida y apasionada, la autora de Nadie se salva solo
dispara ráfagas de frases sin parar. Y así durante una hora y media.
Infinitamente más necesitó su padre para terminar su ópera prima. “Se
pasó 40 años escribiendo el mismo libro. Acabó bromeando con que le
publicarían póstumo”, cuenta la escritora. A fuerza de ver a su
progenitor sobrecogido por su hazaña literaria, Mazzantini creció con la
idea de que la escritura “hacía daño”. “Los libros me parecían
ataúdes”, remata.
Hasta que, en un viaje a París de hace 25 años, su marido, el actor y
director Sergio Castellitto, le regaló un cuaderno. Llevaba Indiana
Jones en la portada y, dentro, una serie de páginas en blanco que
Mazzantini llenó con la historia de su abuela, a la sazón enferma
terminal. Aquel borrador se convirtió en La palangana de zinc, el primer paso literario de Mazzantini. Aunque pocos años después, en 1998, la escritora dio más bien un salto olímpico con No te muevas, su obra más conocida y cuya fama se debe también a la versión cinematográfica interpretada por Castellitto y Penélope Cruz.
Lo mismo ocurrió con Venido al mundo, tanto que más de una
voz en Italia ha hablado de una suerte de empresa familiar: ella
deslumbra libros, él los lleva al cine. “Quien lo ha dicho es un
malpensado. Vivo con un cineasta y es normal que algunas de mis
historias le puedan interesar”, defiende Mazzantini.
Una historia que parece fascinarle es la de su país. Con Italia la
autora vive esa misma relación de amor-odio que la ata a la escritura:
“Somos el país del arte, de la cultura. Y sin embargo jamás hay atención
por nuestro patrimonio”. Cual tortura china, Mazzantini ve dos extremos
que tiran cada uno por su lado hasta estrangular al público. “Ciertos
programas de televisión nos han acostumbrado a la basura, nos han
encaminado hacia la deriva. Pero también hay intelectuales y escritores
demasiados elitistas, alejados de la gente”, sostiene la italiana. En
medio está el país real, ese del que Mazzantini dice: “Italia está
repleta de una humanidad fiel, leal, maravillosa”.
En ella se podría incluir a un anciano que la autora se encontró un
día. El señor padecía por entonces un cáncer que no dejaba mucho espacio
para la esperanza. Hoy el hombre ya ha fallecido, aunque Mazzantini
recuerda sus palabras: “Me dijo que rezara por él y yo le contesté que
no sabía si estaría a la altura”. El anciano contestó que sí, que aun
así su ayuda sería importante. Por una simple razón: “Nadie se salva
solo”.
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