30.5.12

Brizuela: "¿Por qué nos da vergüenza reconocer que alguna vez tuvimos miedo?"

El autor de Una misma noche, historia ambientada en la dictadura argentina galardonada con el Premio Alfaguara de novela 2012, habla sobre las trampas de la memoria y el comportamiento de los ciudadanos en momentos oscuros 

La novela de Lepoldo Brizuela está apuntalada sobre sucesos autobiográficos.foto.fuente: abc.es

Cuando Leopoldo Brizuela tenía 12 años, tocaba a Bach de memoria. Cuando en el invierno de 1976 o la primavera de 1977 la «patota», una patrulla militar argentina, entró en su casa y empezó a registrarla, siguió tocando el piano como quien se cubre los ojos para no ver lo que está pasando. Lo hizo hasta que el grupo se fue por donde había venido. Acto seguido, los mismos hombres asaltaron la casa contigua y secuestraron a su vecina. Nunca habló del tema con sus padres, presentes durante la «inspección».
El recuerdo de lo sucedido regresó a buscarle 30 años más tarde, cuando una pandilla de policías ladrones se coló de nuevo en la casa del vecino. El platense rebuscó en sus entrañas y construyó, a partir de las pesquisas de su memoria, un relato de ficción que le ha valido el Premio Alfagurara de novela 2012. «Una misma noche» no es una novela sobre la dictadura argentina», advierte el escritor, «sino sobre la memoria».
Recordaba los detalles de aquel suceso con cuentagotas, hasta que los puso sobre el papel. «La escritura tiene una potencia absoluta y fascinante para revivir los recuerdos», explica, «creo que la literatura está precisamente para eso, para ayudar a recordar a la comunidad». Y añade: «Me resulta difícil pensar qué habría hecho si no lo hubiese escrito, qué habría hecho para librarme de ello».
El argentino no lanza una mirada analítica desde el presente hacia el pasado, sino que trata de reconstruir el «universo mental» de sí mismo y de su entorno en el momento del registro. Dar un salto en el tiempo y abstraerse de toda la producción cultural (enciclopedias, testimonios, películas) en torno al régimen de Videla.
Leopoldo vuelve una y otra vez sobre los reportes de la memoria. Le interesa esa capacidad tan propia del ser humano de olvidar lo que no le interesa o le produce dolor. «La memoria es una entidad en constante mutación», explica, «que nos permite modificar nuestro propio pasado».

Víctimas y verdugos

El autor no juzga a sus personajes –inventados pero con un reconocido poso autobiográfico–, sino que les concede el beneficio de la duda en situaciones «oscuras». «Intento comprender qué pensaba cada uno, qué sabía y hasta qué punto podía decidir», señala. La sombra del colaboracionismo civil, activo o pasivo, es alargada en los regímenes autoritarios. Para Leopoldo, lo auténticamente «terrorífico» de la novela no es el asalto, sino el hecho de que Leonardo Bazán, su alter ego en la novela, «se encontrase frente a una dictadura que podía durar 40 años y simplemente eligiese una vida dentro de eso».
En su novela no hay culpables. Tampoco héroes. Trató de evitar los discursos épicos o victimistas de algunos supervivientes. «Cuando la gente habla de estos temas, resulta que todo el mundo fue valiente, resistió, salvó vidas... ¿Por qué nos da vergüenza reconocer que alguna vez tuvimos miedo?», se pregunta.
Leopoldo escribió «Una misma noche» entre las seis y media y las ocho de la mañana durante algo más de un año. «Eso te hace sentir tranquilo por el resto del día», sonríe. Trabaja encima de una cama, «en posición de buda», y escribe con papel y pluma: «Estoy convencido de que así pasan cosas distintas...». A las ocho de la mañana del pasado 26 de marzo, alguien llamó a su teléfono móvil. Era Rosa Montero, la presidenta del jurado del Premio Alfaguara de novela.
– ¿Quién habla?
– Cariño, ¡soy Rosa!
– ¿Qué Rosa...?

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