El autor de Una misma noche, historia ambientada en la dictadura argentina galardonada con el Premio Alfaguara de novela 2012, habla sobre las trampas de la memoria y el comportamiento de los ciudadanos en momentos oscuros
La novela de Lepoldo Brizuela está apuntalada sobre sucesos autobiográficos.foto.fuente: abc.es |
Cuando Leopoldo Brizuela tenía 12 años, tocaba a Bach de memoria. Cuando en el invierno de 1976 o
la primavera de 1977 la «patota», una patrulla militar argentina, entró
en su casa y empezó a registrarla, siguió tocando el piano como quien
se cubre los ojos para no ver lo que está pasando. Lo hizo hasta que el
grupo se fue por donde había venido. Acto seguido, los mismos hombres
asaltaron la casa contigua y secuestraron a su vecina. Nunca habló del tema con sus padres, presentes durante la «inspección».
El
recuerdo de lo sucedido regresó a buscarle 30 años más tarde, cuando
una pandilla de policías ladrones se coló de nuevo en la casa del
vecino. El platense rebuscó en sus entrañas y construyó, a partir de las
pesquisas de su memoria, un relato de ficción que le ha valido el Premio Alfagurara de novela 2012. «Una misma noche» no es una novela sobre la dictadura argentina», advierte el escritor, «sino sobre la memoria».
«Me resulta difícil pensar cómo me habría librado de ello si no lo hubiese escrito»
El argentino no lanza una mirada analítica desde el presente hacia el pasado, sino que trata de reconstruir el «universo mental» de sí mismo y
de su entorno en el momento del registro. Dar un salto en el tiempo y
abstraerse de toda la producción cultural (enciclopedias, testimonios,
películas) en torno al régimen de Videla.
Leopoldo
vuelve una y otra vez sobre los reportes de la memoria. Le interesa
esa capacidad tan propia del ser humano de olvidar lo que no le interesa
o le produce dolor. «La memoria es una entidad en constante mutación», explica, «que nos permite modificar nuestro propio pasado».
Víctimas y verdugos
El autor no juzga a sus personajes –inventados
pero con un reconocido poso autobiográfico–, sino que les concede el
beneficio de la duda en situaciones «oscuras». «Intento comprender qué
pensaba cada uno, qué sabía y hasta qué punto podía decidir», señala. La
sombra del colaboracionismo civil, activo o pasivo, es alargada en los
regímenes autoritarios. Para Leopoldo, lo auténticamente «terrorífico»
de la novela no es el asalto, sino el hecho de que Leonardo Bazán, su alter ego en la novela, «se encontrase frente a una dictadura que podía durar 40 años y simplemente eligiese una vida dentro de eso».
En
su novela no hay culpables. Tampoco héroes. Trató de evitar los
discursos épicos o victimistas de algunos supervivientes. «Cuando la
gente habla de estos temas, resulta que todo el mundo fue valiente,
resistió, salvó vidas... ¿Por qué nos da vergüenza reconocer que alguna
vez tuvimos miedo?», se pregunta.
Leopoldo
escribió «Una misma noche» entre las seis y media y las ocho de la
mañana durante algo más de un año. «Eso te hace sentir tranquilo por el
resto del día», sonríe. Trabaja encima de una cama,
«en posición de buda», y escribe con papel y pluma: «Estoy convencido
de que así pasan cosas distintas...». A las ocho de la mañana del pasado
26 de marzo, alguien llamó a su teléfono móvil. Era Rosa Montero, la
presidenta del jurado del Premio Alfaguara de novela.
– ¿Quién habla?
– Cariño, ¡soy Rosa!
– ¿Qué Rosa...?
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