Venerada por algunos y odiada por otros fue su albacea, una amante celosa
FINAL Y PRINCIPIO. Matilde en el funeral que Pinochet preparó para Neruda. foto: Fina Torres |
DIAS FELICES. El Nobel junto a Urrutia, soñadora para algunos, una mujer con ínfulas de diva para otros. |
CONTRA PINOCHET. Matilde Urrutia en una manifestación contra la dictadura, Santiago, 1983. foto: Marcelo Montecinos.fuente:Revista Ñ |
Esa franja de hojas amarillas que es el Parque Forestal en el centro de Santiago, es el paisaje perfecto para que las parejas puedan pasear y conocerse. En este lugar, en 1946 Matilde Urrutia le preguntó a una amiga quién era ese hombre de gestos parsimoniosos que escuchaba un concierto al aire libre. Neruda ya era muy conocido en Chile, por eso la pregunta desató estallidos de risa entre los presentes, pero ahí fue donde todo comenzó. Pero lo que pudo haber sido sólo un romance, se transformó en algo más.
Neruda ya tenía un matrimonio consolidado
con Delia del Carril, la pintora que siempre lo acompañó fuera del país.
De todos modos fijó su mirada en la mujer de pelo rojo y la invitó a
tomar el té a su casa al día siguiente. En ese tiempo, era senador de
Chile y militante del Partido Comunista. Más adelante, cuando el poeta
fue nombrado jefe de campaña de Gabriel González Videla (presidente de
Chile entre 1946 y 1952), se encontraron otra vez: mientras Matilde
grababa el himno de las Fuerzas de Izquierda, sus amigos cercanos
apostaban a que era sólo un romance fugaz. En 1949, en México se vieron
por tercera vez, y no fue el destino el encargado del cruce sino ella
que leyó en el diario de la llegada de Neruda al país y fue a visitarlo.
Los lazos se habían estrechado y fue un reencuentro amoroso.
Poco
tiempo después, Matilde Urrutia empezó a cuidarlo como su enfermera por
la tromboflebitis que afectaba al poeta y, en simultáneo, iniciaron una
relación a escondidas. Darío Oses comenta en el libro Fue tan bello vivir cuando vivías –que
acaba de editar para el centenario del nacimiento de Urrutia– cómo fue
que en medio de esta doble vida, Neruda le hizo un guiño, un detalle
críptico que deslizó que ella era su amante. El segundo nombre de
Matilde era Rosario: “Paz para mi mano derecha/ que sólo quiere escribir
Rosario”, dice en su Canto General.
Antes que
del Carril y Neruda se fueran de viaje por Europa, Matilde le confesó
que estaba embarazada, perdió a ese hijo y luego perdería otros niños.
Llegaron las mentiras, los encuentros, las andanzas por Berlín en la
RDA, Bucarest, París, Capri y Nyon, una ciudad pequeña a orillas del
Lago Neman en Suiza: el refugio perfecto para los amantes.
La
construcción de la casa de ambos es un nuevo comienzo en la historia.
Urrutia vivía en un pequeño departamento en la comuna de Providencia,
así que cuando apenas había living y un dormitorio terminado, se mudó al
hogar a los pies del cerro San Cristóbal llamada La Chascona, modismo
chileno para describir a una persona despeinada, en este caso en alusión
a la abundante cabellera de Matilde. Allí, ella se dedica a la
jardinería. Acepta ser relegada.
El amor sigue y recién en 1955
Delia del Carril se da cuenta de todo. Herida se va a Buenos Aires y
luego a París. La relación entre “La patoja” y el poeta se hacía sólida.
El centenario
El
último 3 de mayo Matilde Urrutia –que falleció en 1985– hubiera
cumplido cien años. Desde el jueves 3 y durante una semana completa, la
Fundación que resguarda el legado del Premio Nobel realizó varios
eventos a propósito del centenario. Uno de ellos, el lanzamiento de Fue tan bello vivir cuando vivías,
el libro de Osses que narra episodios de Urrutia como albacea de la
obra de Neruda, sus memorias como detractora de la dictadura de Pinochet
e intenta dejar a un lado las críticas que la describen como una mujer
arribista y frívola.
El texto también describe a una Matilde en su
faceta política casi oculta –que la mayoría de sus detractores no
reconocen cuando le critican no haber cuestionado las circunstancias de
la muerte de Neruda– cuando tuvo que rearmarse, hacerse de una coraza a
la altura de las circunstancias para no fiarse del funeral para Neruda
que Pinochet ofreció, para reconstruir La Chascona que fue saqueada y
destrozada tras el golpe militar. “Matilde era una mujer de carácter tan
fuerte que podía llegar a ser temible. Sin esa firmeza no hubiera
luchado por darle más disciplina de trabajo a su marido, por administrar
su legado material, literario y moral, y defender los Derechos Humanos.
Ese carácter fuerte generó antipatías. Pero hubo también mucha gente
capaz de valorar lo que hizo, entre ellos grandes personajes como
Gabriel García Márquez, José Donoso, Carmen Balcells, Miguel Otero
Silva, Jorge Amado y Julio Cortázar”, cuenta Darío Osses.
El libro
también se remonta a sus incursiones en el canto, una afición que
partió en su colegio en la ciudad de Chillán, al sur de Chile. Allí tuvo
varios empleos modestos, en una cooperativa, en un correo y en el
Seguro Obrero. En Santiago se perfeccionó con clases de canto
particulares, estudió el Conservatorio y gracias a eso logró pequeñas
actuaciones en coros que se hacían en el Teatro Municipal. Para algunos
era soñadora y para otros una mujer con ínfulas de diva, a la que le
avergonzaba reconocer que había participado en una película peruana
llamada Lunareja.
Las comparaciones también fueron inevitables.
Ella no era Delia del Carril, la intelectual que verdaderamente formó a
Neruda. Para unos, Urrutia no era más que una oportunista que siempre
soñó con la fama. Hay un recuerdo de una testigo en la época de la
escuela normalista que alude a Urrutia joven, estirando los labios
frente a un espejo de mano, para cerrarlo de golpe y repetirse: “Esto no
es para mí”.
Carlos Mellado, poeta chileno, revive un poco esa
rivalidad histórica. “La hormiguita (como llamaban a Delia) era muy
respetada y estaba muy vinculada con los intelectuales de la época,
Matilde era provinciana no por desmerecerla, pero si por nombrar el
hecho (...) Si bien no tenía experiencia literaria, aprendió mucho al
lado de Neruda y tras la muerte del poeta tengo recuerdos de haberla
visto trabajando mucho en su obra, buscando escritos y fotos inéditas”,
explica.
La aprendiz
Juntos fueron algo
más que la pareja apasionada que en medio de invitados cumplía con el
rito de besarse con el atardecer de postal. Empezó a forjarse su mito de
musa, ya lo había sido de manera furtiva con Los versos del capitán.
De Neruda aprendió todo lo que pudo, rozó la política, la literatura,
se hizo una mujer con garbo, buena cocinera y se vestía siempre
impecable. Logró domar su melena, se calzó los guantes blancos cada que
la ocasión lo ameritaba. Pero por sobre todas las cosas pulió su labor
de guardiana, esa que la caracterizó hasta los últimos días de Neruda.
El
escritor chileno Poli Délano describe esta faceta de Urrutia, él que
conoció a ambas mujeres. “La separación de Neruda con “la hormiguita”
divide al mundo del poeta en dos bandos: unos por Delia y otro por
Matilde. (…) En Isla Negra ella hacía como de rectora, a Pablo, que le
gustaba tener a sus amigos cerca, que se quedaran a comer y a dormir, le
cortó la rienda un poco y alejó a algunas de sus amistades, en ese
sentido fue muy aprehensiva”, recuerda.
Se casaron en Isla Negra
el 28 de octubre de 1966. Asistieron los amigos íntimos Blanca Hauser y
Antonio Carvajal, quienes habían hecho de celestinos veinte años atrás.
En 1971 se fueron a París, donde el poeta asumió el cargo de embajador
de Chile designado por el presidente Salvador Allende. Ese mismo año
recibió la noticia del Nobel. A finales del siguiente año, el poeta
enfermó y regresaron a Santiago. La situación política se agravaba y
finalmente el golpe militar destruyó la apacible vida de Neruda: el
partido, los amigos, la pena. “Esto era el fin. Todo este júbilo del
pueblo, esta esperanza de una vida con igualdad, con justicia, se va
desvaneciendo; esta gran esperanza de Pablo, por la que trabajó toda su
vida, se ha venido abajo bruscamente”, dice Matilde en sus memorias.
Doce
días después murió. Urrutia tuvo algunas sospechas de la clínica,
abrazó su cadáver, cuidándolo siempre, como cuando estaba vivo y hasta
le ató los cordones de los zapatos.
Pese a las críticas, se
reconoce su meritorio trabajo, que no está exento de polémica
nuevamente: dicen que acercó a Miguel Otero y alejó a Homero Arce –fue
el gran amigo de Neruda– de las memorias: no hay menciones para él.
Ella
era la representante del poeta y la gente desparecía en Chile. Comenzó a
preguntase: “¿Qué haría Pablo en mi lugar?”. A fines de mayo de 1978,
Matilde junto a Margarita Aguirre y Ana González irrumpieron en la
Embajada de los Estados Unidos para iniciar un ayuno en solidaridad con
los familiares de los detenidos y llamar la atención del mundo sobre la
represión vivida en el país. Fueron bien recibidas por encargo del
embajador Walter Landau. Otras veces salió a las calles a protestar, ya
no era la misma de antes. Algo había cambiado.
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