Ricado Bada analiza la influencia del lenguaje deportivo transcrito a la vida desde los medios y otras lenguas. foto:archivo.fuente:elespectador.com |
Nunca
fue antes tan masiva, tan compulsiva, la necesidad de someter nuestros
órganos léxicos a una cirugía de urgencia vital: el trasplante, o al menos el injerto, de nuevos términos.
En el caso de la comunicación casi todos esos términos eran, y son,
anglosajones, excepto su protagonista, que en el español de España no es
un anglicismo sino un galicismo: ordenador en vez de computador/a. Y todavía quedan almas cándidas que así lo creen más castizo.
En el terreno del deporte, el enriquecimiento de nuestro léxico ha tenido lugar bajo el signo de la globalización:
les debemos préstamos literalmente impagables, amén del inglés, al
portugués, al japonés, al chino, al coreano, etc. Empezando en ciertos
casos por el propio nombre de dichos deportes o similares: bádminton, squash, surf, capoeira, sumo, kung-fu, taekuondo. Pero no hay que alarmarse: tenis, golf, rubgy, hockey, boxeo e incluso fútbol (castellanizados hoy) fueron un día préstamos tomados a otra lengua.
Así las cosas, un libro como este merece la mejor bienvenida posible,
avalado como llega, además, por la coautoría de Jesús Castañón. Ya en
el año 2000, nada menos que la sesuda Real Academia solicitó su
colaboración para revisar los términos referidos al deporte en la 22ª
edición de su Diccionario. Y en la bibliografía del libro que reseñamos,
una lista de 60 publicaciones de su autoría, en solitario o al alimón,
dan fe de su dedicación al tema.
Términos deportivos de origen extranjero atiende al registro de los procedentes de 39 lenguas, recoge
su «uso actual en España, con un enfoque descriptivo sobre su situación
al cierre del último ciclo olímpico en 2008», abarca «2.761 entradas,
2.969 acepciones diferentes, y 1.197 equivalencias en castellano», y se
completa con una bibliografía de 1.142 referencias acerca de este
lenguaje específico.
Un repaso concienzudo de las 192 páginas del corpus principal, el
léxico, es hacer un recorrido fascinante por los distintos lances de
ciertos deportes, donde uno, de pronto, siente el fundado temor de que
el reportero que transmita un match de taekuondo, por ejemplo, no logre
terminar de describir la acción de un jugador (“han sonnal morntong
bituro makki”) cuando ya el otro le haya respondido con una artimaña
semejante, “han sonnal morritong bakkat makki”: al reportero le faltaría literalmente el tiempo para hacerlo. Trabalenguas aparte.
Es este un libro sumamente útil, de consulta inexcusable, que
recomiendo sin duda alguna, y de deleitosa lectura, como casi todos los
que pueden abrirse por cualquier página. Sin embargo, la misión del
reseñador comporta señalar ciertos lunares que demuestran nuestra
irrenunciable condición humana.
Limitándome al ámbito del ajedrez, se presenta un Ataque Trompowsky
como tipo de apertura cerrada; no hay ningún elemento que permita
diferenciar las defensas Bogoljubov y Keres, así como tampoco las
defensas Pirc y Ufimtsev; hay remisiones frustrantes a las defensas
francesa (página 67) y holandesa (86), a los gambitos danés y escocés
(85) y al ataque Levenfish (201), porque ninguno de ellos está reseñado
en el léxico; se caracteriza al Mate de Dilaram como tipo de jaque mate
que se realiza tras recibir cuatro mates del rival (en lugar de cuatro
jaques); y se define el Mate de Réti como «acción de realizar un doble
mate ejecutado con la torre y el alfil». Pero en ajedrez no hay mates
dobles, sino sólo jaques dobles, y en según qué casos puede darse jaque
mate con una tenaza [=dos jaques simultáneos], lo que no es el caso en
el de Réti (su famosa partida contra Tartakower), donde sólo jaquematea
el alfil.
En fútbol aparece “Canarinha” como «relativo al aficionado o jugador
de la selección nacional de fútbol del Brasil», cuando en verdad debiera
describirse como «nombre popular de la seleção por antonomasia, que por
extensión se aplica a veces a su hinchada». Sucede lo mismo con “Hat
trick”, descafeinado como «conjunto de tres goles que marca un mismo
jugador en un partido», sin precisar que el hat trick puro es el que
consiste en marcar tres goles consecutivos en sólo uno de los dos
tiempos del partido: si el jugador anota un gol en el
primero y dos en el segundo, o al revés, o hay otro(s) gol(es) de
alguno(s) de los demás jugadores rompiendo la secuencia de los propios,
son simplemente tres goles, no existe “hat trick”; tal es la
hermenéutica ortodoxa.
En otro orden de cosas, es divertido enterarse de que la baguette,
además de ser la barra de pan más golosa que inventó el ingenio humano,
también es el nombre de una vara usada en el juego de petanca para
trazar rayas y medir distancias. Y que Bogey no es tan sólo el alias
familiar de Humphrey Bogart, sino un golpe sobre par en el golf. Y que
catcher es el nombre del «jugador que se coloca detrás del bateador para
coger la pelota lanzada por su pitcher cuando el bateador no es capaz
de golpearla», lo que nos hace preguntarnos por qué traducir The Catcher in the Rye como El guardián en el centeno.
Y en fin, last but no least, que se llama Maiden al «caballo que no ha
triunfado en ninguna carrera», con lo que queda canonizado, por lo menos
en el lenguaje hípico, aquello de “¡Maricón el último!”
El cierre llegó de la noche a la mañana y a mí me agarró con tres reseñas sin publicar. Como no quiero que se pierdan y en honor a la propia Revista de Libros, las publicaré aquí en tres semanas consecutivas. Esta es la primera, acerca de un libro del que ya hablé en este blog en el momento que llegó a mis manos:
Términos deportivos de origen extranjero, de Edmundo Loza Olave y Jesús Castañón (Universidad de la Rioja, Logroño, 2010
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