La muerte de Carlos Fuentes
"Nadie más se va a atrever a escribir un libro como Terra Nostra, y nadie se atrevería a publicarlo."
Vargas Llosa:"Llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada.".foto:Luis Ramírez.fuente:elpais.com |
En una encuesta que, hace unos años, realicé en mi blog Moleskine Literario pregunté por la novela del Boom que peor había resistido al paso del tiempo. La ganadora fue Terra nostra de Carlos Fuentes. No me resulta extraño sino, al contrario, bastante consecuente que uno de los primeros narradores contemporáneos de América Latina, quien revolucionó la novela en su país y quien de algún modo diseñó la idea del escritor-boom, un profesional dedicado a escribir a tiempo completo y comprometido políticamente, se convierta unas décadas después en un anacronismo.
Lo resume muy bien el escritor mexicano Alvaro Enrigue en el Twitter: "Nadie más se va a atrever a escribir un libro como Terra Nostra, y nadie se atrevería a publicarlo."
Ahora que leo incontables necrológicas, en diversos países y medios, y
veo en casi todas ellas la edad del escritor (83 años) me parece
imposible. No solo porque se le veía más joven que esa edad, sino porque
era tremendamente inquieto. Estuvo en Madrid presentando su ensayo
sobre la nueva narrativa latinoamericana, a principios de año fue al Hay
Festival de Cartagena y hace unas semanas en la Feria del Libro de
Buenos Aires. Y en una entrevista que se publicó hace un par de días en
"El País", comentaba que había entregado una novela a sus editores y que
el lunes (un ahora improbable lunes) iba a empezar a redactar una nueva
obra, para la que había tomado ya suficientes notas.
Ha pasado muy rápido el tiempo, desde aquellos años en que su
vitalidad fue fundamental para unir al Boom como un grupo de amigos con
proyectos comunes (acogía amigos en su casa, como José Donoso;
presentaba agentes literarios a sus pares y vinculaba a unos con otros; y
luego, cuando era un escritor consagrado, apoyó a muchos jóvenes y
comentó sus obras con una curiosidad insaciable, aunque no exenta de
fobias, como Roberto Bolaño, a quien sabe dios por qué nunca quiso leer)
hasta este momento en que lamentamos su muerte. El único gesto, que no
pasó desapercibido para mí, fue que en la Feria del Libro de Buenos
Aires se presentó sin corbata. ¿Carlos Fuentes sin corbata? Eso era
imposible. Fuentes y las corbatas de seda italiana eran un clásico del
Boom literario. Incluso fue motivo de una divertida parodia de César
Aira en El congreso de literatura. Y Vargas Llosa, en un temprano artículo de 1967 en la revista Caretas,
dijo: "(...) llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de
terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una
llamarada."
Pero ahora, en Buenos Aires, no llevaba corbata. Debí entender que
eso significaba algo, un anuncio, una señal de que la llamarada se
estaba apagando. Los años, nuestros años, no eran más los de corbatas de
seda. Las corbatas son otro anacronismo. Aquello que representaba
Carlos Fuentes (un escritor cosmopolita, intelectual, elegante, hijo de
diplomáticos, cultísimo, interesado en la política mundial y en el
futuro de México -frente al cual se mostraba apocalíptico en sus
novelas- y con una vida pública donde se barajaban los amores con
actrices, las muertes trágicas de sus hijos y el amor incondicional de
su última esposa Silvia Lemus) parecía instalado en el pasado, un
protagonista viviente del museo de cera donde los escritores tenían fe
en la novela total, escribían novelas complejas donde intentaba resumir
lo mitológico, lo actual, lo interior y lo exterior, el lenguaje de
vanguardia con el relato fantástico clásico, el amor y la ideología, la
Historia con el arte pop, y donde siglos podían transcurrir en pocas
páginas.
Ningún escritor latinoamericano era tan versátil y, además, tenía
tanta ambición. Una ambición desmedida, que establecía alambicadas
relaciones entre sus libros, como si en realidad no quisiera redactar
obras literarias sino construir un complejo mosaico sin límites ni
bordes, donde todo debía encajar, donde novelas como la temprana La región más transparente engarzaba con el cuento más olvidado, y obras históricas con novelas autobiográficas.
No, ya no hay escritores así. Cada uno de sus rasgos se han atomizado
y dispersado y el cosmopolita ya no es ambicioso, el ambicioso no es
elegante, el elegante no es tan culto, el culto no tiene historias de
amor con actrices. Pero uno que reúna todas esas condiciones en sí
mismo, de esos no hay más.
Alguna vez leí que Fuentes se decepcionaba cuando alguien le decía que había terminado de leer Terra nostra.
Era un libro para vencer a sus lectores, para superarlos, no para
apañarlos y entretenerlos. Y pienso que sí, en efecto, era un libro para
darse por vencido. Por ello me pregunto: ¿cuántos de aquellos que
votaron en la encuesta de mi blog contra él habían terminado de leerlo?
Muy pocos.
Tengo ante mis ojos mi vieja edición de Cambio de piel, de letra minúscula, en la que empecé subrayando párrafos y terminé destacando páginas enteras. Tengo esa nouvelle perfecta llamado "Aura". Tengo La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, Zona sagrada. Tengo la novela que le dedicó a su amante, la frágil Jean Seberg, Diana o la cazadora solitaria.
Y estoy seguro de que tengo más libros de Carlos Fuentes en mi caótica
biblioteca. Libros llenos de polvo, que compré y no leí, o que leí y no
pensé en volver a leer más.
Es un uso común decir, cuando muere un escritor, que el mejor
homenaje es leer sus libros. Pero esta vez, pienso, no deberíamos
apresurarnos en asfaltar el infierno ya bastante empedarado. Pasemos
mejor al hecho. Es decir, leamos o releamos esos libros ambiciosos que
Carlos Fuentes escribió para retarnos y, sobre todo, para retar al
tiempo.
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